¡Aguante Lou Reed!

Recuerdo cuando escuchábamos New York una y otra vez, cuando gastábamos la cinta del casete, cuando aullábamos o nostalgiábamos con cada tema, cuando no había tiempo como sentenciaba una de las canciones más poderosas del disco y nosotros lo creíamos igual: no había tiempo para la mediocridad, no había tiempo para la complacencia, no había tiempo para la estupidez.