Rechacemos el maquillaje verde de la industria biotecnológica frente a Río+20

Frente a los crecientes problemas ambientales que enfrenta el Planeta, en 1992 los países del mundo se congregaron en la llamada “Cumbre de la Tierra” celebrada en Río de Janeiro, donde todos los gobiernos se comprometieron a implementar un “desarrollo sostenible”, capaz de satisfacer las necesidades actuales sin comprometer los recursos y posibilidades de las futuras generaciones. Se dijo que el desarrollo debía ser socialmente justo, ambientalmente equilibrado y económicamente viable.

En estos 20 años, lejos de conseguir una justicia o equilibrio ambiental, el desarrollo sostenible ha significado en muchos países de América Latina, la violenta expansión de la soya transgénica y del paquete tecnológico, colonizando grandes extensiones de monocultivos, fumigaciones aéreas con glifosato y otros agrotóxicos, siembra directa y semillas transgénicas monopolizadas por una empresa: Monsanto, y en menor medida por otras 5 transnacionales: Syngenta, DuPont, Dow; Bayer y BASF.

El saldo de este período en términos de pérdida de soberanía alimentaria, erosión de la agrobiodiversidad, concentración y contaminación de tierras y agua y violaciones a los derechos humanos, nos permite poner en cuestión tanto el actual modelo agrícola industrial que impera en América Latina, como la intención de crear mecanismos para una nueva revolución verde, que busca incorporar los transgénicos a las unidades de producción campesinas.

La economía verde: un nuevo escenario para la industria biotecnológica

El proceso hacia la tercera Cumbre de Río para el Desarrollo Sustentable, ha colocado como vía para enfrentar los desafíos la necesidad una transición global hacia una “economía verde”. Distintas voces, y en particular Brice Lalonde, co-coordinador desde Naciones Unidas para Río+20, han planteado la necesidad de poner la agricultura en el centro de las políticas globales para una economía verde, como la estrategia más efectiva para alcanzar los objetivos del desarrollo sustentable. Sobre esta base, el camino hacia Río+20 se ha convertido en el escenario para que la industria biotecnológica articule una estrategia superadora para la implementación de la agricultura transgénica, que logre romper la polarización conseguida por la lucha de los movimientos sociales entre la vía campesina (soberanía alimentaria, agrobiodiversidad y agroecología) y la vía del capital (agronegocio, monocultivo y transgénicos).

La industria a través de organismos internacionales y fundaciones privadas, propone una tercera vía para enfrentar los desafíos del cambio climático y de la producción de alimentos en la economía verde, donde no existiría oposición entre agricultura campesina y biotecnología moderna: esto no es sino una estrategia de maquillaje para una nueva revolución verde en los países del tercer mundo.

En América Latina y el Sur Global, campesinos y campesinas, indígenas, científicos, ecologistas y consumidores hemos dicho no a la agricultura biotecnológica y denunciamos este nuevo intento de lavar la cara del modelo biotecnológico e introducir transgénicos en nuestros campos.

Maquillaje para una nueva revolución verde

El eje del nuevo discurso de la industria está en la agricultura campesina y los pequeños productores como protagonistas de la agricultura en una economía verde. A través de su nueva pantalla, la Coalición FarmingFirst, define la agricultura para una economía verde como un enfoque para el desarrollo agrario basado en la ciencia y la innovación, con hincapié en la transferencia de tecnología y el incremento de la productivida, y con lo cual se lograría “un suministro seguro de alimentos, reducir la pobreza mejorando los medios de vida rurales, y la sustentabilidad ambiental a través de la reducción de la huella de la producción, y de la adaptación al cambio climático.”

Proponen un programa agrario que coloca a la agricultura campesina en el centro de las políticas de mitigación y adaptación al cambio climático y para alimentar al mundo; exige mayor inversión de infraestructura, investigación y mercados al servicio de la agricultura campesina; y promete políticas efectivas para apoyar a las agriculturas campesinas afectadas por las condiciones climáticas extremas.

De este modo, y paradógicamente, la propia industria pone a la agricultura campesina en en centro de la lucha contra el cambio climatico, la pobreza y el hambre, mientras critica al modelo clásico de la revolución verde como parte fundamental del problema: alto consumo de agua, erosión de la agrobiodiversidad y de los suelos, concentración de la producción y gran cantidad de desperdicios. Este planteo aparece durante la reunión del Grupo de Expertos sobre el Uso de la Agricultura Verde para el Estímulo del Crecimiento Económico y la Erradicación de la Pobreza convocado por el Secretariado de Río+20, donde se propuso una vía verde para la agricultura: agricultura orgánica, agroecológica, resiliente y sustentable, donde la biotecnología moderna juegue un rol fundamental, propuesta que ya venía planteando el Consejo Mundial de Negocios Sustentables. La agricultura en la economía verde sería en este marco, agricultura pequeña, campesina y agroecológica que utilice ingeniería genética.

Esta política, se ha diagramado a través del sistema de Naciones Unidas, las agencias multilaterales y el apoyo de fundaciones privadas, creando una serie de conceptos que vienen a tergiversar el contenido de la agricultura campesina y la agroecología.

La idea de agricultura climáticamente inteligente surgió en el marco de las discusiones del Convenio de Cambio Climático en Durban (que fue el preámbulo de Río+20), como producto del lobby de la Unión Africana para incluir un programa sobre agricultura en este Convenio. Así se propone la intensificación sustentable, que la industria la describe como “el aumento de rendimientos basado en la introducción de técnicas modernas de cultivo y tecnologías”. La FAO promueve para ello una “inversión considerable en investigación y desarrollo tecnológico, así como para la conservación y la producción de variedades adecuadas de semillas y especies” y llama a implementar en los países en desarrollo los modelos ya existentes de de agricultura climáticamente inteligente. Esta misma orientación promueve el Banco Mundial, que ha trabajado intensamente en construir un enfoque de crecimiento climáticamente inteligente donde la agricultura debe alcanzar una, una victoria \’triple\’ “intervenciones que aumenten los rendimientos; rendimientos más resistentes frente a las sequías y el calor, y fincas que aporten a la solución al problema del cambio climático en lugar de ser parte del problema”.

Con lo anterior se explica que las demandas por introducir tecnología en la agricultura; mejorar los rendimientos a través de mejores semillas y técnicas; crear resiliencia frente a condiciones climáticas extremas; etc. no son sino un eufemismo para la implementación de un modelo de agricultura agroecológica apoyada en la ingeniería genética. O dicho de otro modo, la creación del mercado receptor de los transgénicos climate ready y de los paquetes tecnológicos de ultima generación para resistencias a sequía e inundaciones, en el ultimo rincón no colonizado: la agricultura campesina que provee el 70% de los alimentos a nivel mundial.

Además, con la concurrencia de la Alianza para una Revolución Verde en Africa (AGRA) en vínculo con el Panel Montpellier a través de sus reportes, entre otros actores publicos y privados, como el PMA y el PNUMA, se está desarrollando un modelo de cooptación de las propuestas campesinas y agroecologicas, en un esfuerzo por vaciar de contenido a la agroecología y la soberanía alimentaria, del mismo modo que se hizo con el desarrollo sustentable, la agricultura sustentable y otros conceptos que creados por los movimientos sociales, fueron mutilados y utilizados por el mercado; y un intento por mostrar a los decidores públicos que la biotecnología es un instrumento para la vía campesina propuesta por los movimientos sociales.

No hay nada inteligente en la opción por los transgénicos

Más de 20 años de experiencia con cultivos transgénicos en América Latina, son suficientes para comprobar que las promesas de la biotecnología son falsas, y que el modelo ha traido afectaciones a la salud, pérdida de agrobiodiversidad y conocimientos, erosión del suelo y el agua, dependencia y concentración. No existe en la trayectoria de la agricultura transgénica ningún indicio de su capacidad para brindar soluciones a problemas como el cambio climático y la alimentación de una creciente población, ni a los desafíos planteados como prioridades a resolver el Río+20.

La experiencia en América Latina han demostrado que los transgénicos implicaron:

Más agrotóxicos y daños a la salud de la población

En el Cono Sur, donde los cultivos de soya con resistencia a glifosato cubren alrededor de 46 millones de hectáreas, el consumo de herbicidas se haya disparado exponencialmente. En Argentina anualmente entre 180 y 200 millones de litros de glifosato son vertidos sobre la población, por lo que cada vez es más creciente el número de familias donde al menos un miembro padece de cáncer, leucemia o enfermedades endócrinas; y recientemente Brasil se convirtió en el segundo productor de cultivos transgénicos a nivel mundial, y en el primer consumidor de agrotóxicos. Más de mil millones de litros de agrotóxicos fueron utilizados en las explotaciones agrícolas en 2010 en ese país.

Concentración de tierra y alto consumo de agua

El paquete tecnológico implementado con los transgénicos más difundidos en América Latina (RR y Bt) incluye siembra directa, agricultura de precisión y fumigaciones aéreas que sólo se justifica para grandes territorios, pues un pequeño agricultor no puede comprar esta tecnología. Por eso en países como Argentina más de 150.000 pequeños y medianos productores han desaparecido desde que se adoptó la soya RR. Cerca de 400.000 personas que dependían de la agricultura no sólo para obtener alimento sino para mantener viva la identidad cultural, han migrado a las grandes ciudades o se mantienen en la pobreza dentro sus propios predios.

Y las promesas del modelo biotecnológico, no se han cumplido. Por el contrario, se ha demostrado ya que los “beneficios” de los transgénicos, no son reales:

Los transgénicos tienen rendimientos decrecientes

Tras analizar la producción del cinturón cerealero de Estados Unidos durante tres años, la Universidad de Kansas (2008) demostró que la productividad de los cultivos transgénicos (soya, maíz, algodón y canola) fue menor que en la época anterior a la introducción de transgénicos. La razón es que la transgenia altera el metabolismo de las plantas inhibiendo en algunos casos la absorción de nutrientes, y generando una demanda mayor energía para expresar características que no son naturales de la planta, restándole capacidad para desarrollarse plenamente. La soya muestra un rendimiento un 10% menor; el maíz igual o menor, con un resultado global negativo; la canola y el algodón transgénico también mostraron rendimientos negativos. Esto corrobora estudios anteriores de la Universidad de Nebraska y del propio Departamento de Agricultura de Estados Unidos. Considerando que las las semillas GM son más caras que las convencionales,la rentabilidad de los agricultores también decayó.

Los transgénicos tienen un alto nivel de inestabilidad, en particular los “climate ready”

Los eventos transgénicos tienen un alto nivel de inestabilidad. Científicos franceses del Laboratorio de Métodos de Detección de OGM de Versalles, y del Laboratorio de Biometría e Inteligencia Artificial, Domaine de Vilvert de Jouy-en-Josas, analizaron cinco OGM que han sido aprobados para la venta en Europa: tres de Monsanto, uno de Bayer y otro de Syngenta, y comprobaron que todos los insertos estaban reorganizados con respecto al orden genético previsto. Asimismo, los cinco insertos presentaban ulteriores reorganizaciones con respecto a la estructura original indicada por las compañías. En otras palabras, o las empresas estaban equivocadas en cuanto a la estructura original o, lo que es más probable, se produjeron ulteriores reorganizaciones luego del cultivo comercial de las plantas. Esto es importante en relación a que en su amplia mayoría los transgénicos para condiciones climáticas extremas contienen no sólo uno sino varios eventos “apilados”, elevando aun más la inestabilidad de estas plantas y haciendo menos previsible su desempeño y características en campo.

Los transgénicos generan un alto nivel de contaminación genética y erosionan la agrobiodiversidad nativa, en particular en agrosistemas campesinos

Los transgénicos generan un alto nivel de contaminación genética de las variedades nativas, en particular aquellas platas que tienen sistemas de polinización cruzada, erosionando las características que durante siglos, sino milenios, han permitido en función de las condiciones ambientales y la intervención de los seres humanos, el desarrollo de las distintas variedades. Esta diversidad adaptada a diferentes condiciones hídricas, de suelos, de altura y climáticas, junto a los conocimientos locales asociados a ellas, son el mayor instrumento de resistencia a las condiciones climáticas extremas y cambiantes. La intervención de transgénicos en los agrosistemas campesinos es una de las mayores amenazas posibles a la existencia global de agrobiodiversidad con la que la humanidad cuenta para enfrentar el cambio climático y producir alimentos suficientes.

Existen amenazas muy concretas en este sentido, puesto que la industria biotecnológica está haciendo fuertes inversiones para promover el maíz transgénico en nuestra región; en su cuna y centro de diversidad, donde forma parte importante del acerbo cultural de las comunidades campesinas, indígenas y urbanas de toda América Latina. Ya hay en Brasil alrededor de cinco millones de hectáreas con maíz transgénico y sigue creciendo en Argentina, Uruguay, Honduras y Colombia, se están haciendo experimentos a gran escala en México y hay posibilidades de su expansión en estos países y en toda la región.

La sustentabilidad y la soberanía alimentaria dependen del fortalecimiento de una agricultura campesina, agroecológica y sin transgénicos

Mientras los cultivos transgénicos han crecido exponencialmente en la región ocupando millones de hectáreas de territorio, ha aumentado el número de personas que no tiene suficiente acceso a una alimentación digna y adecuada. Según la FAO, mil millones de personas están en esa condición, a las cuales hay que sumar otras miles de millones que sufren de malnutrición o de obesidad.

Esto se debe a la intensa concentración del mercado global de alimentos, donde el 40% de los granos (que podrían alimentar a 3,5 mil millones de personas) se destinan al engorde de animales. El 75% de los granos transgénicos alimenta la producción industrial de pollos y de cerdos, una industria controlada por unas pocas empresas transnacionales como Tyson Food, Perdue Farms, Conagra, Pilgrim’s Pride y Carrol Farms, mientras que otro porcentaje cada vez más grande se destina a la producción de combustibles. Se ha extendido la producción de granos, pero hay menos acceso a los alimentos, que se han homogeneizado e industrializado.

Vemos ahora preocupación que las empresas biotecnológicas que promovieron el modelo biotecnológico en América Latina a base de promesas incumplidas, están promoviendo un nuevo ciclo de incoporación de transgénicos a la producción de alimentos, en el formto de incorporar la biotecnología moderna a las agriculturas campesinas, como instrumento para generar resiliencia y mejorar la productividad, otra promesa falsa que rapidamente veríamos incumplida de aceptarla.

Hoy, 20 años más tarde, las empresas que han lucrado del modelo impulsado por la soya RR se visten de verde y quieren convertirse en las promotoras de la llamada “Economía Verde”. Estas empresas proponen a los cultivos transgénicos como la salida a la crisis alimentaria y la crisis rural que enfrentan todos los países de América Latina.

En Río+20:

La Red por una América Latina Libre de Transgénicos pide a las delegaciones oficiales presentes en la Cumbre Río+20, y a los representantes de la sociedad internacional, movimientos campesinos, indígenas, y otros miembros de la sociedad civil que:

No se permita el maquillaje verde de los trangénicos bajo la argucia de una supuesta vía campesina. No existe ninguna posibilidad de convivencia entre la agricultura campesina, agroecología y los transgénicos. Se frene efinitivamente la expansión de los cultivos transgénicos en la región. Se haga una auditoría regional de todos los impactos ambientales, a la salud humana y al bienestar socio-económico de las comunidades locales que han sido afectadas por este modelo Se inicien acciones de reparación integral a los afectados por el modelo transgénico Se declare al maíz nativo y criollo, sus usos, prácticas asociadas y rituales como patrimonio de la humanidad Rechazamos las pretensiones que tienen las empresas de embanderar la lucha por la sustentabilidad del planeta, bajo la máscara de la economía verde. www.ecoportal.net

Red por una América Latina Libre de Transgénicos – Boletín 476



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