La gente verdadera

Jiyi, es el nombre que Manuel Dosapeí recibió al nacer en su jogasui –su familia unida, su clan, su red de parentela ayorea.  No recuerda cuándo empezaron a llamarlo Manuel, y tampoco conserva en su memoria las historias que sus abuelos le contaron sobre el significado de su nombre ayoreo.

Como él, muchos ayoreos empezaron a ser nombrados con nombres criollos como consecuencia de la ocupación de sus territorios y del proceso de dominación religiosa, social y económica que les arrebató su mundo simbólico, sus creencias, su manera de nombrar las cosas, su identidad, sus formas de vida. Lo que no pudieron aniquilar es la lengua ayorea, una lengua viva que comunica a los ayoreode de la selva, de la ciudad y más allá de las fronteras.

Jiyi, nació una década después que la Misión Nuevas Tribus fundara Tobité, el primer asentamiento permanente de ayoreos en Bolivia, y que la Misión Sudamericana creara Zapocó y Rincón del Tigre, en 1948 y 1950, respectivamente.  Es probable que su nombre y los nombres de los niños y niñas de su generación sean una expresión de cómo las mujeres  ayoreas se las ingeniaron para resistir la invasión de los cojñone – palabra en ayoreo que denomina a los blancos como los que hacen cosas sin sentido –  que continuó  en 1957 cuando la iglesia católica creó Santa Teresita y que culminó con la fundación de Puesto Paz, en 1972.

En esos años de resistencia a la invasión, la única manera de no sucumbir al etnocidio fue escapando selva adentro.  De esos tiempos datan los clanes ayoreo en aislamiento voluntario que, según las evidencias que se conocen, hoy habitan en la región del agreste Chaco, entre el sudeste boliviano y el norte paraguayo.

Jiyi, nació en esos duros periodos en los que las misiones evangélicas y católicas sacaron a los ayoreos del monte y los obligaron a asentarse en comunidades  a la usanza de la civilización occidental.   Pasaron forzosamente de una vida nómada  a una vida sedentaria.

Muchas cosas cambiaron para los ayoreos misionados.  Aunque él no sucumbió ante la dominación religiosa, admite que desde que tiene memoria el evangelio fue impuesto como la fuente de espiritualidad a los clanes conquistados.

A muy temprana edad Jiyi empezó a formar parte del grupo de vaqueros que cuidaba el ganado  y ordeñaba las vacas en los establos de los misioneros.  También cumplía su parte en las faenas que su clan organizaba para la siembra y la cosecha de joco, maíz, melones, zapallos, frijoles y tabaco. La caza y la pesca dejaron de formar parte de sus actividades principales, y con los años perdió la destreza para el arco y la flecha, saber que sus abuelos cultivaron como grandes cazadores  –cuchiso yuñoi-  tanto en el monte como en la batalla.

Les impusieron nuevos sistemas económicos y de trabajo.  Se abandonó la economía de subsistencia para ingresar a la dinámica del mercado.  Fueron tiempos de bonanza, los misioneros aseguraron mercados para exportar algunos productos, especialmente frijoles, el dinero llegaba a las familias ayoreas, recuerda Jiyi.

Su vestimenta se tornó paulatina y definitivamente occidental, se impusieron las telas y se abandonaron los tejidos de fibra de caraguatá, que también servía para las enormes mantas con las que se cubrían en invierno, y atrás quedaron los calzados de piel de tapir por cuya forma rectangular se los caracterizaba como pyta jovai (doble talón).  Los hombres y mujeres empezaron a vestir camisas, vestidos y pantalones jean, y cubrieron sus cuerpos desnudos que sólo eran pintados de negro para la guerra y de rojo para el amor.

Cambiaron también sus formas de organización social. Antes del contacto, su organización se regía por el dinamismo, la alta movilidad social y la capacidad de adaptación a las circunstancias de la vida.  La unidad de organización social y económica más importante era el jogasui, la familia extensa, que incluye a otras familias amigas. La etnia estaba dividida en clanes cuyos nombres dan hasta hoy el apellido a cada integrante de la etnia, que adopta una diferente declinación de acuerdo con el sexo de la persona. Así por ejemplo, los varones del Clan Dosaporeode, al que pertenece Jiyi, apellidan Dosapeí y las mujeres, Dosapé.

Dosapeode, es uno de los siete clanes que habitan el universo ayoreo. Los otros seis son los Jnuruminone, Picanerenem Chiquenone, Etacorone, Cutamurajnane y Posarajnane.

Su actual estructura organizativa se rige por directivas comunales que se articulan en la Central Ayoreo Nativa del Oriente Boliviano (CANOB), fundada en 1987.  Fue precisamente por mandato de su comunidad que hace 29 años Jiyi Manuel Dosapeí abandonó la selva para cumplir tareas en su organización matriz.   Desde entonces vive junto a su familia en Villa Bolívar, uno de los nueve asentamientos ayoreos  establecidos en la ciudad de Santa Cruz.

Como dirigente indígena contribuyó en las luchas en defensa de su territorio y en el proceso de saneamiento y titulación de las cuatro tierras comunitarias de origen que en conjunto suman más de 250.000 hectáreas y que se encuentran en cinco provincias cruceñas: Chiquitos, Ñuflo de Chávez, Andrés Ibáñez, Cordillera y Germán Busch.

Hoy Jiyi Manuel Dosapeí tiene 54 años, aunque la dinámica de la lucha por los derechos de su pueblo pareciera que le han cargado más años sobre sus espaldas. Además lamenta que su vida en la ciudad, lejos del monte que lo recibió al nacer, le haya pasado la factura de una enfermedad que sólo se explica porque cambió sus hábitos y su alimentación: la diabetes.

A punto de cumplir tres décadas como dirigente indígena, ha decidido renovar su  compromiso con la que considera una de las causas más nobles para rendir tributo a sus antepasados y a la resistencia que opusieron frente al etnocidio que estuvo a punto de exterminarlos: la defensa de los pueblos indígenas en aislamiento voluntario.

Conocí a Manuel Dosapeí, en el viaje a Asunción, Paraguay, rumbo a una reunión de organizaciones indígenas para abordar la situación de los pueblos en aislamiento, específicamente ayoreos que se encuentran en extensas regiones del Chaco en territorio boliviano y paraguayo.

Es un hombre que brilla como el sol que según la mitología envío a los ayoreos a poblar la tierra, y hace honor al ser ayoreo, palabra que designa a la gente verdadera.   Compartió algunos pasajes de su vida y de la vida de su pueblo, desvirtuó algunos mitos, apenas unas pinceladas sobre un  pueblo guerrero que, con  coraje y valentía, resistió hasta el final el encuentro con los blancos.

A la sombra de frondosos árboles en una céntrica plaza en Asunción, compartiendo tereré –yerba mate fría – en los entretiempos del encuentro, con un buen vino argentino traído de la frontera a precio rebajado en los descansos nocturnos, nos habló de su pueblo, de sus seis hijos, de su vida repartida entre la selva y la ciudad, compartió sus sueños, y deslizó sus frustraciones.

Dejó sentado su compromiso de organizar una misión para certificar la existencia de clanes ayoreos en estado de aislamiento voluntario, pero advirtió que será una tarea difícil no sólo por las tensiones que experimenta las dirigencia indígena en la actual coyuntura, sino también por las presiones que despliegan grupos de poder para explotar las riquezas que sigue escondiendo el Chaco.

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Fobomade

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