Glaciares en observación

 En el último informe elaborado por ese organismo (2007), se vaticinaba que de continuar el progresivo ritmo del calentamiento de la Tierra, los glaciares del Himalaya podrían desaparecer en 2035 o quizás antes. Casi todo el mundo conoce las críticas que tal conclusión despertaron, enfiladas a la falta de verificación científica del aserto. Se estima que ese hecho podría ocurrir en 2350, tal vez. Reconocido el error de método y tras el llamado de atención de la ONU, algo siguió estando claro para todos: el retroceso de los glaciares continúa y es una consecuencia del actual calentamiento global, sólo que va a un ritmo más lento que el pronosticado.

Ello no excluye, alertan los científicos, que haya sucesos bruscos o aceleraciones impredecibles, que disparen el deshielo, la subida del nivel del mar o las rupturas y avances de glaciares por aguas oceánicas. No sólo por los descalabros sobre el deshielo de los Montes Himalayas habría que aguzar los sentidos. También por los desafíos de la investigación in situ.

El actual proceso de deshielo es muy complejo  y aun con tecnología de punta a su favor se necesita contrastar sus evidencias con mayores plazos de tiempo.

En verdad todavía la ciencia no dispone de estudios puntuales a largo plazo. Si bien cuenta con imágenes satelitales de gran precisión, entre una variada tecnología muy desarrollada en algunos países, sólo se han escudriñado etapas muy recientes y cortas.

La Antártida y Groenlandia

Se afirma que los glaciares cubren aproximadamente el 10 por ciento de la superficie terrestre, con una extensión de 33 millones de kilómetros cúbicos en varios puntos del planeta. El 99 por ciento de estos se encuentran en Groenlandia y la Antártida, esta última una región muy poco investigada a pesar de ser casi un continente de un hielo que alguna vez se llamó eterno.

A propósito de la norteña Groenlandia, un estudio ampliamente divulgado tras su publicación en la revista Science, señalaba que del año 2000 a 2005 las descargas de sus glaciares al mar se habían duplicado. Ello llevó a algunos estudiosos a basar sus cálculos en torno a una teórica progresión lineal de este proceso. A mayor calentamiento, mayor derretimiento, se pensaba.

Sin embargo, un escrutinio a detalle de ese mismo período reveló momentos en que la descarga al mar atemperaba la velocidad o disminuía. Una conclusión sencillamente lógica y lineal no explica la amplitud de lo que ocurre.

Ian Howat, investigador de Física Aplicada de la Universidad de Washington, señaló que la variabilidad estudiada en corto tiempo propicia asumir modelos lineales que no tienen porqué cumplirse. Sin embargo, Howat recuerda que el comportamiento de los glaciares puede cambiar mucho de año en año y aún si la velocidad de deshielo de los glaciares permanece estable, no se sabe si continuará ese ritmo en un futuro próximo. La forma de los glaciares ha cambiado, destaca Howat, y esto influye en su comportamiento. Dado al inmenso volumen de hielo acumulado en esas dos regiones, el experto ha reiterado la importancia de contar con la información más precisa al respecto. El hielo de los glaciares contiene amplias cantidades de agua dulce y, después de los océanos, están en el segundo lugar de importancia en la lista de los depósitos de agua del planeta. De modo que seguiremos oyendo noticias inquietantes sobre los grandes témpanos helados y la seguridad de  regiones del planeta. Además de intentar mejorar la praxis científica, tan imprescindible, más vale que nos preparemos para mitigar las consecuencias de ese fenómeno, la subida del nivel del mar, por ejemplo.

Ártico, la otra guerra de los mares

Varios conflictos se generan hoy en los mares, tras las búsquedas de nuevas fuentes de recursos energéticos, y ahora le llegó el turno a las frías aguas del Ártico.

Aunque el escenario resulta más inhóspito y por varias décadas sus dividendos poco interesaron, se ha desatado la fiebre por el oro negro congelado, tras los deshielos por el calentamiento global y la revelación del Servicio Geológico de los Estados Unidos, de que allí se encuentra el 25 por ciento de los hidrocarburos por descubrir en el planeta. Según el estudio, el Ártico -donde confluyen territorialmente Estados Unidos, Rusia, Canadá, Groenlandia, Islandia, Suecia, Noruega y Finlandia-, tiene la segunda mayor reserva mundial de petróleo, solo por detrás de las de Zagros, en Irán. De las costas de Groenlandia se podrían extraer unos 45 mil millones de barriles de crudo, cifra que abastecería el consumo mundial por un año y medio, además de minerales y diamantes cada vez más accesibles. «La paradoja es que el cambio climático favorece la exploración ártica. Las petroleras sí creen en el cambio climático», explica Mariano Marzo, catedrático de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona, ante el avance del nuevo nicho. El 16 de agosto pasado los hielos árticos ocupaban 5,95 millones de kilómetros cuadrados, un 22 por ciento menos que la media del período 1979-2000, según el Centro de Datos del Hielo y la Nieve de Estados Unidos. Esa cantidad resultó la menor cifra desde que comenzaron las mediciones por satélite en 1979. De uno de los glaciares de esa región se desprendió una placa que duplica en tamaño al de la ciudad de Barcelona. Tal ritmo quizás confirme las previsiones de los científicos de que allí podría derretirse todo el hielo en el verano del 2070, como prueba de su alta sensibilidad ante el aumento de la temperatura global. Para males mayores, esta región no tiene ningún estatus de protección, a diferencia de la Antártida, la cual resulta protegida de la explotación comercial por un tratado internacional que la consagró como reserva natural de la humanidad. Los expertos aseveran que solo ha sido su inaccesibilidad la que la ha apartado de la explotación y de los riesgos inherentes a la actividad industrial, la contaminación y los efectos de la presencia humana. No obstante, la reducción de esa masa helada está siendo apreciada de otra manera por las compañías petroleras, que ya comenzaron a llegar a los yacimientos de gas y petróleo que allí se acumularon bajo el amparo de sus hielos. La firma escocesa Cairn Energy anunció el pasado mes de agosto su éxito en la búsqueda de hidrocarburos en la bahía de Baffin, al oeste de Groenlandia, aunque solo encontró gas a pocos kilómetros de su plataforma. Si esta empresa encuentra crudo, los analistas auguran una nueva fiebre petrolera, más cuando se sabe que las poderosas Exxon y Chevron ya han comprado sus licencias de perforación y realizan los preparativos necesarios para operar. A las nuevas posibilidades de prospección, se suman las rutas que podrían establecerse para comerciar y transportar el crudo por la zona. Incluso, Rusia ya se lanzó a probar una nueva vía hacia China, de siete mil millas náuticas, mucho menor que la tradicional por el canal de Suez, de 12 mil millas náuticas. El petrolero Baltika logró cruzar el paso del noreste y hacer una ruta entre Europa y Asia por Siberia. El buque salió el 14 de agosto del puerto de Murmansk, cargado con gas licuado y escoltado por dos rompehielos de propulsión nuclear. Esta carrera por el oro negro congelado no se detiene ni con las preocupaciones añadidas por el vertido de la British Petroleum en el Golfo de México, muy demostrativo de las consecuencias de los accidentes en aguas profundas y de lo poco que se sabe de su manejo. Tal hecho no detiene el avance de los consorcios energéticos, que saldan las dudas con la promesa de ser más cuidadosos, aunque en el Ártico -aseguran los expertos- son casi imposibles de aplicar medios contra derrames y los crudos no se evaporan. «Estas operaciones son demasiado arriesgadas y empresas como Cairn deberían abandonar el Ártico y trabajar para desarrollar alternativas seguras y limpias», declaró Leila Deen, de Greenpeace a bordo del buque de esa organización que se lanzó a una nueva batalla ecológica, tras el inicio de las prospecciones de la compañía escocesa. «Ver aquí una enorme plataforma en este hermoso y frágil paisaje es muy chocante», explicó Deen, mientras el barco Esperanza era detenido por la marina danesa, en el intento de Greenpeace de lograr una moratoria en la zona, considerada el hábitat de ballenas azules, osos polares, focas y disímiles aves migratorias. Pero los conflictos, afirman los estudiosos, apenas comienzan a emerger en la región, históricamente convulsa por sus recursos naturales a lo largo de la historia. Primero fue la cacería de las ballenas boreales. Entre 1610 y 1915, ingleses, holandeses y franceses realizaron un total de 39 mil 251 viajes para cazarlas, y no pocas veces terminaron a cañonazos. Luego vendría el de la explotación del carbón en las Islas Svalbard, iniciado a principios del siglo XIX, y el que dio lugar a un reparto de asentamientos entre varios países. Esas luchas sentaron en la mesa de negociaciones a 41 países en 1920, mediante lo cual Noruega vio reconocida su soberanía sobre el archipiélago. Con el acuerdo (el Tratado de París) se garantizaba el derecho de los firmantes a tener libre acceso para aprovechar los recursos naturales de las islas, incluidos los pesqueros en las aguas territoriales inmediatas, y se prohibió los usos militares en las Svalbard. Pero la interpretación del tratado nunca ha sido uniforme. Varios bacaladeros españoles fueron apresados por los noruegos entre mayo del 2004 y junio del 2007, acusados de incumplir la reglamentación pesquera de Noruega. Este litigio ilustra, según analistas, los conflictos que podrían originarse ante las nuevas perspectivas de explotación del Ártico, sobre todo de sus yacimientos de gas y petróleo, nada despreciables ante la declinación de las prospecciones terrestres. En virtud de la convención de la ONU sobre el derecho del mar, Estados Unidos, Canadá, Dinamarca, Rusia y Noruega pueden reclamar la soberanía sobre una plataforma continental, hasta las 350 millas, si demuestran que el fondo marino es una continuación natural geológica de su propio territorio. Con los nuevos acontecimientos, la batalla para acotar las nuevas fronteras en el Océano Ártico ha empezado, aunque Noruega y Rusia ya hayan logrado un acuerdo para sus territorios fronterizos, tras 40 años de disputas. Ahora Canadá, Rusia, Noruega, Estados Unidos y Dinamarca también se han lanzado a reclamar sus respectivos pedazos de tierra y de agua polar. La carrera hacia las enormes reservas de petróleo, gas y metales preciosos árticos se inicia, mientras sube la temperatura del planeta y ceden los otroras hielos perpetuos.

* Periodistas de la Redacción de Temas Globales de Prensa Latina.

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