De esta manera, para ellos, los sikuas o personas blancas surgieron del cuerpo de una niña voluminosa e incapaz de caminar, Iriria, por obra y gracia de Sibú, el dios supremo de la creación. Esta deidad soñó con completar lo existente a su llegada con la presencia de los seres humanos y como sabía que estos no vivirían, porque sólo había piedras a su alrededor, trazó un plan y visitó a la familia danta o del tapir.
Sibú convenció a los parientes de la posibilidad de curar a la hija y nieta de Naítimi (madre y abuela de la Tierra), quien vivía en el inframundo, para lo cual la llevaron a una gran ceremonia organizada por él bajo el supuesto de que lograría hacerla caminar.
Según el texto Tradición Oral Indígena Costarricense: Relatos bribris de Kekoldi, Iriria cayó al suelo durante el acto y el dios fue increpado por mentiroso, ante lo cual trató de convencer a la familia de que la pequeña caminaría cuando muchas personas nacieran de ella.
Y así ocurrió: Sibú cumplió su promesa y formó del cuerpo de la niña obesa a las personas blancas, de acuerdo con la compilación, realizada por especialistas de la Universidad de Costa Rica. Iriria engendró en su vientre un árbol después de su muerte, pero este crecía y crecía, y le destruía la casa a la deidad suprema, que finalmente decidió mandarlo a cortar.
Las flores del árbol talado flotaron en la mar, identificada por Mulurtmi, y de ellas nacieron personas blancas o sikuas a las cuales Sibú, en su afán de perfección, decidió dotarlas de sabiduría.
El dios supremo para los bribris le dio a los blancos la inteligencia de Ple Akekol, ser espiritual con figura de hombre y también de hormiga. Este caminó por primera vez sobre la tierra recién hecha y del polvo que caía de sus pies nacieron las hormigas zompopas, las cuales cortaron enseguida las hojas de los árboles, construyeron sus nidos, hicieron caminos y dejaron bien limpio el lugar donde vivían.
La carga de los sikuas suele ser más grande que su cuerpo y trabajan sin descansar, mientras estudian de manera incesante para seguir con más conocimientos, añade la sabiduría de ese pueblo indígena costarricense. Desde esta lógica, legada de generación en generación, los blancos limpian todo y eliminan la vegetación donde quiera que trabajen sin reparar en los estilos de vida de las comunidades asentadas en esas áreas.
Este es apenas uno de los mitos fundacionales del conjunto de creencias de índole chamánica, que forman parte de la religión de ese pueblo originario y del culto al creador y héroe cultural Sibú. Kikírma, dios del trueno, que considera a los bé (diablos) como aves comestibles y les dispara rayos con su cerbatana, es otra de las deidades mencionadas en esta mitología.
En el panteón bribri ocupan espacio, entre otros, Duwàruk (rey de los animales, para quien estos son plantas y considera a los monos como aguacates) y los Tamí (dueños de la montaña, los cuales ven al tapir o danta como vaca y al saíno como su cerdo).
El imaginario popular considera reales los hechos o representaciones del modo en que Sibú y su mundo interactúan con los humanos, y viceversa, por lo cual son parte de las tradiciones de una de las ocho culturas originarias de Costa Rica.La autora es periodista de la Redacción Centroamérica y Caribe de Prensa Latina.