Progreso destructivo: Marx, Engels y la ecología

¿En qué medida el pensamiento de Marx y Engels es compatible con la ecología moderna? ¿Puede concebirse una lectura ecológica de Marx? ¿Cuáles son las adquisiciones del marxismo indispensables para la constitución de un ecosocialismo a la altura de los desafíos del siglo de XXI? ¿Y qué concepciones de Marx requieren una “revisión” según estos requisitos? Las notas breves que siguen no tienen la ambición de contestar estas preguntas, sino solamente de poner algunas orientaciones para el debate.

Mi punto de arranque es la observación de que: a) los temas ecológicos no tienen un lugar central en el aparato teórico marxista; b) los escritos de Marx y Engels sobre las relaciones entre las sociedades humanas y la naturaleza están lejanas ser unívocas, y puede ser, por consiguiente, el objeto de interpretaciones diferentes. De estas premisas, intentaré poner en evidencia las tensiones o contradicciones en los textos de los fundadores del materialismo histórico, mientras subrayo, sin embargo, las pistas que dan para una ecología de inspiración marxista.

¿Cuáles son las principales críticas de los ambientalistas al pensamiento de Marx y Engels? En primer lugar, se le describe como partidario de un humanismo conquistador, prometeico, que opone al hombre con la naturaleza, y hace de él “el amo y Señor del mundo natural”. Es verdad que se encuentran en su pensamiento muchas referencias al “control”, a la “subordinación” o al mismo “dominio” de la naturaleza. Por ejemplo, según Engels, en el socialismo, los seres humanos “por primera vez serán los amos reales y conscientes de la naturaleza, como amos de su propia vida en sociedad”. (1) Sin embargo, como veremos bajo los términos de “subordinación” o “dominio” de la naturaleza a menudo Marx y Engels simplemente se refieren al conocimiento de las leyes de la naturaleza.

Por otro lado, lo que pega desde los primeros escritos de Marx es su anunciado naturalismo, su visión del ser humano como ser natural, inseparable de su ambiente natural. La naturaleza, escribe Marx en los Manuscritos de 1844, es “el cuerpo no-orgánico del hombre”. O de nuevo: “Decir que la vida física e intelectual del hombre está indisolublemente ligada a la naturaleza no significa otra cosa que la naturaleza está ligada indisolublemente a ella misma, porque el hombre es parte de la naturaleza”. Ciertamente, Marx se reclama humanista, pero él define al comunismo como un humanismo que es, al mismo tiempo, un “naturalismo activo”; y sobre todo, él lo concibe como la verdadera solución “del antagonismo entre el hombre y la naturaleza”. Gracias a la abolición positiva de la propiedad privada, la sociedad humana se volverá “la realización de la unidad esencial del hombre con la naturaleza, la verdadera resurrección de la naturaleza, el naturalismo realizado y el humanismo realizado de la naturaleza”. (2)

Estos pasajes no se ocupan directamente del problema ecológico -y de las amenazas sobre el ambiente- pero la lógica de este naturalismo permite un acercamiento de la relación hombres/naturaleza que no sea unilateral. En un texto célebre de Engels sobre El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre (1876), este mismo tipo de naturalismo sirve como fundamento a una crítica de la actividad depredadora humana sobre el ambiente:

“No debemos presumir demasiado nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Por cada una de estas victorias, la naturaleza toma venganza sobre nosotros. Es verdad que cada victoria dada, tenemos en primera instancia, los resultados esperados, pero en segunda o tercera instancia son efectos diferentes, inesperados, que anulan demasiado a menudo los primeros. La gente que, en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y en otras partes, destruyeron los bosques para conseguir tierras cultivables, nunca imaginó que mientras los eliminaban, acababan con los centros de colección y depósitos de humedad, poniendo las bases para el estado desolado actual de esos países. Cuando los italianos de los Alpes cortaron los bosques de pinos de la parte sur, tan queridos por la parte del norte, no tenían la menor idea de que mientras actuaban así cortaron las raíces de la industria lechera de su región; y menos aún preveían que se privaron de ese modo de las fuentes de agua para la mayor parte del año (…). Los hechos nos recuerdan a cada paso que no reinamos sobre la naturaleza como un conquistador reina sobre un pueblo extranjero, como alguien que está fuera de la naturaleza, sino que nosotros pertenecemos a ella con nuestra carne, nuestra sangre, nuestro cerebro, que nosotros estamos en su seno y que todo nuestro dominio en ella reside en la ventaja que tenemos sobre el conjunto de las otras criaturas de conocer sus leyes y poder servirnos de ellas juiciosamente”. (3)

Ciertamente, este ejemplo tiene un carácter muy general -no pone en cuestión el modo de producción capitalista sino las civilizaciones antiguas- sin embargo no constituye menos un argumento ecológico de una modernidad sorprendente, ya que tanto pone en guardia contra las destrucciones generadas por la producción como crítica a la deforestación.

Según los activistas ecológicos, Marx, siguiendo a Ricardo, asigna el origen de todo valor y toda riqueza al trabajo humano y desatiende la contribución de la naturaleza. Esta crítica resulta, en mi opinión, un malentendido: Marx utiliza la teoría del valor-trabajo para explicar el origen del valor de cambio, en el cuadro del sistema capitalista.

La naturaleza, por otro lado, participa en la formación de verdadera riqueza que no son los valores de cambio sino los valores de uso. Esta tesis está muy explícitamente adelantada por Marx en la Crítica del Programa de Gotha contra las ideas de Lassalle y sus discípulos: “El trabajo no es la fuente de toda la riqueza. La naturaleza es toda la fuente, tanto de valores del uso (¡que son, igualmente todos, la riqueza real!) como del trabajo, que no es más que la expresión de una fuerza natural, la fuerza de trabajo del hombre”. (4)

Los ecologistas acusan a Marx y Engels de productivismo. ¿Se justifica esta imputación? No, en la medida que nadie denunció tanto como Marx la lógica capitalista de producción para la producción, la acumulación del capital, de fortunas y de mercancías como un bien en sí mismo. La misma idea de socialismo -al contrario de su miserable caricatura burocrática- es el de una producción de valores del uso, de bienes necesarios para la satisfacción de necesidades humanas. El objetivo supremo del progreso técnico para Marx no es el crecimiento infinito de bienes (“el tener”) sino la reducción de la jornada de trabajo, y el crecimiento del tiempo libre (“el ser”). (5)

Sin embargo, es verdad que se descubre a menudo en Marx o Engels (y todavía más en el marxismo ulterior) una postura poco crítica hacia el sistema de producción industrial creado por el capital y una tendencia a hacer del “desarrollo de las fuerzas productivas” el vector principal del progreso. El “texto” canónico de este punto de vista es el famoso Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859), uno de los escritos de Marx más marcado por un cierto evolucionismo, por la filosofía del progreso, por el cientificismo (el modelo de las ciencias de la naturaleza) y por una visión nada el problematizada de las fuerzas productivas: “A un cierto estadio de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes (…). De las formas de desarrollo de las fuerzas productivas, esas relaciones se vuelven estorbos. Se abre así un tiempo de la revolución social. (…) Una formación social nunca desaparece antes de desarrollar todas las fuerzas productivas que encierra dentro de sí (…)”. (6)

En este famoso pasaje, las fuerzas productivas aparecen como “neutras”, y la revolución no tiene por tarea abolir las relaciones de producción que se han vuelto un “estorbo” a un desarrollo ilimitado de éstas.

El pasaje siguiente de los Grundrisses es un ejemplo bueno de la admiración poco crítica de Marx para el trabajo “civilizador” de la producción sistema, y para su instrumentalización brutal de la naturaleza: “Así, por consiguiente, la producción fundada en el capital crea por un lado la industria universal, es decir, el sobretrabajo al mismo tiempo que el trabajo creador de valores; por otro lado, un sistema de explotación general de la apropiación de la naturaleza y del hombre (…) El capital empieza por consiguiente a crear la sociedad burguesa y la apropiación universal de la naturaleza y establece una red que engloba a todos los miembros de la sociedad: tal es la gran acción civilizadora del capital.

“Se eleva a un nivel social tal que todas las sociedades anteriores aparecen como desarrollos meramente locales de la humanidad y como una idolatría de la naturaleza. De hecho la naturaleza se vuelve un puro objeto para el hombre, una cosa útil. No se le reconoce ya como una fuerza. La inteligencia teórica de la ley natural tiene todos los aspectos de la artimaña que intenta someter la naturaleza a las necesidades humanas, sea como objeto de consumo, sea como medio de producción”. (7)

Parece extraño a Marx y Engels una noción general de los límites naturales del desarrollo de las fuerzas productivas. (8) Se encuentra aquí o allá, como por ejemplo en este pasaje de La ideología alemana la intuición del potencial destructivo de ellas: “En el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega a un estadio donde nacen las fuerzas productivas y los medios de circulación que ya no puede ser más que nefastos en el cuadro de relaciones existentes que no son más fuerzas productivas, sino fuerzas destructivas (la mecanización y el dinero)”. (9)

Desgraciadamente, esta idea no es desarrollada por los dos autores, y no es seguro que la destrucción puesta en cuestión aquí sea también de la naturaleza. Por otro lado, en ciertos pasajes que conciernen a la agricultura, se esboza una verdadera problemática ecológica, y una crítica radical a los desastres que resultan del productivismo capitalista.

Lo que se descubre es estos textos es una suerte de teoría de la ruptura del metabolismo entre las sociedades humanas y la naturaleza, como resultado del productivismo capitalista. (10) El punto de partida de Marx son los trabajos del químico y agrónomo alemán German Liebig el cual “tiene uno de los méritos inmortales… por haber hecho notar ampliamente el lado negativo de la agricultura moderna desde el punto de vista científico”. (11)

La expresión de Riss del Stofwechselses, ruptura o rasgadura del metabolismo -o de los intercambios materiales- aparece principalmente en un pasaje del capítulo 47, “Génesis del sistema capitalista”, en el libro III de El Capital: “De una parte, los grandes propietarios financieros reducen la población agrícola a un mínimo en declive constante, de otra, ello se opone una población industrial en crecimiento, apilada en las grandes ciudades: crea en consecuencia las condiciones que provocan una ruptura irreparable (unheilbaren de Riss) en la conexión del metabolismo (Stoffwechsel) social, un metabolismo prescrito por las leyes natural de la vida; de ello resulta el agotamiento de la tierra (verschleudert), gracias al comercio que va más allá de los límites de cada país. (Liebig). (…) La gran industria y la gran agricultura industrializada actúan en común. Mientras en su origen se distinguieron en eso, que la primera agotaba (verwüstet) y arruinaba la fuerza de trabajo y, por consiguiente, la fuerza natural de los seres humanos, mientras la segunda hace lo mismo directamente con la fuerza natural de la tierra en su desarrollo posterior uniendo sus esfuerzos, en la medida que el sistema industrial en el campo debilita al obrero mientras la industria y el comercio mantienen a los medios de la agricultura que agota a la tierra”. (12)

Como en la mayor parte de los ejemplos que veremos después, la atención de Marx se concentra en la agricultura y el problema de la devastación de la tierra, pero conecta esta pregunta con un principio más general: la ruptura en el sistema de intercambio material (Stoffwechsel) entre las sociedades humanas y el ambiente, en contradicción con “las leyes natural de vida”. Es interesante también notar dos sugerencias importantes, aunque poco desarrolladas por Marx: la cooperación entre la industria y la agricultura en este proceso de ruptura, y la extensión del daño, gracias al comercio internacional, a una escala global.

El tema de la ruptura del metabolismo se descubre también en un pasaje conocido del libro de El Capital: la conclusión del capítulo sobre la gran industria y la agricultura. Es uno de los raros textos de Marx donde él explicita la cuestión de las devastaciones provocadas por el capital en el ambiente natural -así como una visión dialéctica de las contradicciones del “progreso” inducido por las fuerzas productivas: “La producción capitalista… destruye no sólo la salud física del obrero urbano y la vida espiritual del trabajador rural, sino que vuelve un problema el intercambio material (Stoffwechsel) entre el hombre y la tierra, así como la eterna condición natural de la fertilidad duradera (dauernder) de la tierra, haciendo más difícil la restitución de la tierra porque los ingredientes que requiere le son quitados y usados bajo la forma de alimentos, de ropa, etc. Al transformar las condiciones en que este intercambio se ajusta espontáneamente, esta circulación se ve obligada a restablecer de una manera sistemática, bajo una forma adecuada al desarrollo humano integral y como ley reguladora de la producción social. (…) Por otro lado, cada progreso de la agricultura capitalista no sólo es un progreso en el arte de explotar al trabajador, sino también en el arte de despojar a la tierra; cada progreso en el arte para aumentar fertilidad de ella por un tiempo, es un progreso en la ruina de sus fuentes duraderas de fertilidad. Más un país, los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, se desarrolla sobre la base de la gran industria, más este proceso de destrucción se hace realidad rápidamente. La producción capitalista desarrolla la técnica y la combinación de los proceso de producción social mientras va minando (untergräbt), al mismo tiempo, las dos fuentes de donde sale toda riqueza: la tierra y el trabajador”. (13)

Varios aspectos son notables en este texto: en primer lugar, la idea de que el progreso puede ser destructivo, un “progreso” en la degradación y el deterioro del ambiente natural. El ejemplo escogido no es el mejor, y parece demasiado limitado -la pérdida de fertilidad de la tierra- pero no pone menos la cuestión más general del atentado al medio natural, a las \\\"condiciones naturales eternas\\\", por la producción del sistema capitalista.

La explotación y la degradación de trabajadores y de la naturaleza son puestos aquí en paralelo, como resultado de la misma lógica depredadora, la de la gran industria y la agricultura capitalista.

Es un tema que a menudo regresa en El Capital, por ejemplo en esos pasajes del capítulo sobre la jornada de trabajo: “la limitación del trabajo manufacturero ha sido dictada por la necesidad, por la misma necesidad que derramó guano sobre los campos de Inglaterra. La misma avaricia ciega que agota la tierra, atacó hasta sus raíces la fuerza vital de la nación. (…) En su pasión ciega y excesiva, en su glotonería de trabajo extraordinario, el capital no sólo pasa los límites morales, sino también el límite fisiológico extremo de la jornada de trabajo. (…) Y se atiene a su meta abreviando la vida del trabajador, lo mismo que del agricultor, ávido de obtener de su tierra un mayor rendimiento mientras su fertilidad se agota”. (14) Esta asociación directa entre la explotación del proletariado y la de la tierra, a pesar de sus límites, abre el campo de una reflexión sobre la articulación entre la lucha de clases y la lucha en defensa del ambiente, en una lucha común contra la dominación del capital.

Estos textos diferentes ponen en evidencia la contradicción entre la lógica inmediata del capital y la posibilidad de una agricultura “racional” fundada en una temporalidad más larga y en una perspectiva duradera e intergeneracional que respete el ambiente: “Incluso uno de los químicos agrícolas bastante conservador como Johnston por ejemplo, reconocen que la propiedad privada es un límite intransitable para una agricultura verdaderamente racional. (…) Todo el espíritu de la producción capitalista, orientada hacia la ganancia monetaria inmediata, está en contradicción con la agricultura que debe tomar en cuenta el conjunto permanentemente (ständigen) de las condiciones de vida de la cadena de generaciones humanas. Un ejemplo llamativo son los bosques, que se manejan hasta cierto punto de acuerdo con el interés general allí donde no están sometidos a la propiedad privada por la gestión estatal”. (15)

Después del agotamiento de la tierra, el otro ejemplo de desastre ecológico sugerido por los textos de Marx y Engels citados aquí es el de la destrucción de los bosques. Aparece a menudo en El Capital: “el desarrollo de la civilización y de la industria en general (…) siempre se muestra tan activo en la devastación de los bosques que todo lo que pueda emprenderse para su conservación y producción es completamente pequeño en comparación”. (16) Los dos fenómenos señalados -el deterioro de los bosques y de la tierra- además se ligan estrechamente en sus análisis. En un pasaje de la Dialéctica de la Naturaleza, Engels menciona la destrucción de bosques cubanos por los grandes productores de café españoles y la resultante desertización de tierras como ejemplos de la actitud inmediata y depredadora la naturaleza del “actual modo de producción” y de su indiferencia por “los efectos naturales” dañinos de sus acciones a largo plazo. (17)

El problema de la contaminación del ambiente no está ausente de sus preocupaciones, pero se aborda casi exclusivamente bajo el ángulo de la insalubridad de los distritos obreros de las grandes ciudades inglesas. El ejemplo más llamativo son las páginas de La condición de la clase obrera inglesa en donde Engels describe con horror e indignación la acumulación de deshechos y residuos industriales en calles y arroyos, el dióxido de carbono que reemplaza al oxígeno y envenena la atmósfera, las exhalaciones de ríos contaminados, etc. (18) Implícitamente, estos pasajes, y otros análogos ponen en cuestión la polución del ambiente por la actividad industrial capitalista, pero el cuestionamiento nunca se plantea directamente.

¿Cómo definen Marx y Engels al programa socialista en relación al ambiente natural? ¿Qué transformaciones del sistema productivo deben conocerse para hacerlo compatible con el resguardo de la naturaleza? Ellos parecen concebir a menudo la producción socialista simplemente como la apropiación colectiva de las fuerzas y medios de producción desarrollados por el capitalismo: una vez abolida la “traba” que representan las relaciones de producción, y en particular las relaciones de propiedad, estas fuerzas podrán desarrollarse sin estorbos. Habría, entonces, una suerte de continuidad sustancial entre el aparato productivo capitalista y el socialista, ya que la posición socialista es sobre todo la gestión planeada y racional de esta civilización material creada por el capital.

Por ejemplo, en la célebre conclusión del capítulo sobre la acumulación primitiva del capital, Marx escribe: “El monopolio del capital se vuelve un estorbo para el modo de producción que creció y prosperó con él y bajo sus auspicios. La socialización del trabajo y la centralización de sus recursos materiales llegan a un punto donde no pueden contener su desarrollo capitalista ya. Este desarrollo estalla en pedazos. La hora de la propiedad capitalista ha sonado. (…) La producción capitalista engendra ella misma su propia negación con la fatalidad que preside sus metamorfosis la naturaleza”. (19) Además del determinismo fatalista y positivista, este pasaje parece dejar intacta, en la perspectiva socialista, el conjunto del modo de producción creado “bajo los auspicios” del capital, poniendo en cuestión aquello que “envuelve” a la propiedad privada, que se vuelve un “estorbo” para el desarrollo de los recursos materiales de la producción.

La misma lógica “continuista” preside en ciertos pasajes del Anti-Dühring, donde la cuestión es la del socialismo como sinónimo de desarrollo ilimitado de fuerzas productivas: “Las fuerzas de expansión de los medios de producción tienen que hacer saltar sus cadenas con las que el modo de producción capitalista las había aprisionados. La liberación de sus cadenas es la única condición requerida para un desarrollo de fuerzas productivas ininterrumpido y siempre progresando a ritmos cada vez más rápidos, y por tanto, para un crecimiento sin límites de la producción”. (20) Por eso se dice que el problema del ambiente está ausente de esta concepción del pasaje al socialismo.

Sin embargo, se encuentran también otros escritos que toman en cuenta la dimensión ecológica para el programa socialista y abren algunas pistas interesantes. Vimos ya que en los Manuscritos de 1844 se refiere al comunismo como “la verdadera solución del antagonismo entre el ser humano y la naturaleza”. Y en el pasaje citado ya del volumen I de El Capital, Marx deja entender que las sociedades pre-capitalistas aseguran “espontáneamente” (naturwüchsig) el metabolismo (Stoffwechsel) entre los grupos humanos y la naturaleza; en el socialismo (la palabra no aparece directamente, pero se puede inferir por el contexto) debe restablecerse de forma sistemática y racional, “como ley reguladora de la producción social”. Es una pena que ni Marx ni Engels desarrollaran esta intuición, fundada sobre la idea de que las comunidades pre-capitalistas vivieron espontáneamente en armonía con su hábitat natural, y que la tarea del socialismo es establecer esta armonía con nuevas bases. (21)

Algunos pasajes de Marx parecen considerar la conservación del ambiente natural como una tarea fundamental del socialismo. Por ejemplo, el volumen III de El Capital opone a la lógica capitalista de la gran producción agrícola, fundada en la explotación y el agotamiento de las fuerzas de la tierra, otra lógica, de naturaleza socialista: “el tratamiento conscientemente racional de la tierra como propiedad comunal eterna, y como condición inalienable (unveräusserlichen) de la existencia y de la reproducción de la cadena de generaciones humanas sucesivas”.

Un razonamiento análogo se descubre algunas páginas más adelante: “Incluso una sociedad entera, una nación, en fin, todas las sociedades contemporáneas juntas, no son dueñas de la tierra. Ellos sólo la ocupan, los usufructuarios (Nutzniesser), y ellos deben, como bonis patres familias (el buen padre de familia), de dejarla en buen estado a las generaciones futuras”. (22) En otros términos: Marx parece aceptar “el Principio de Responsabilidad” estimado por Hans Jonas, la obligación de cada generación de respetar el ambiente -la condición de existencia para las generaciones humanas futuras.

En algunos textos, el socialismo está asociado con la abolición de la separación entre la ciudad y el campo, y por consiguiente con la supresión de la polución industrial urbana: “Sólo por la fusión de la ciudad y el campo es que se puede eliminar la intoxicación actual del aire, el agua y la tierra; solo eso puede permitir a las masas, que hoy languidecen en las ciudades, que donde haya estiércol eso servirá para producir plantas, en lugar de producir enfermedades”. (23) La formulación es malograda – ¡la cuestión se reduce a un problema del metabolismo del estiércol humano!- pero vuelve a plantear una cuestión esencial: ¿cómo poner fin al envenenamiento industrial del ambiente? La novela utópica del gran escritor marxista libertario William Morris, Noticias de Cualquier Parte (1890), es una tentativa fascinante de imaginar un nuevo mundo socialista, donde las grandes ciudades industriales habían cedido su lugar a un hábitat urbano/rural respetuoso del ambiente natural.

Finalmente, todavía en este mismo volumen III de El Capital, Marx ya no define al socialismo como el “dominio” o el control humano sobre la naturaleza, sino como el control de los intercambios materiales con la naturaleza: en la esfera de la producción material, “la única libertad posible es la regulación racional, por el ser humano socializado, por los productores asociados, de su metabolismo (Stoffwechsel) con la naturaleza, que ellos controlarán juntos en lugar de ser dominada por él (ihm) como por una fuerza ciega”. (24) Esta idea volverá a ser tomada en cuenta, casi palabra por palabra, por Walter Benjamín, uno de los primeros marxistas del siglo veinte que volvió a plantear este tipo de preguntas: desde 1928, en su libro Sentido Único denunció la idea de la dominación de la naturaleza como “una bandera imperialista” y propuso una nueva concepción de la técnica como “el dominio de las relaciones entre la naturaleza y la humanidad”. (25)

No sería difícil encontrar otros ejemplos de una real sensibilidad a la cuestión del ambiente natural de la actividad humana. Aunque falta en Marx y Engels una perspectiva ecológica de conjunto. Por otro lado, es imposible pensar una ecología crítica a la altura de los desafíos contemporáneos, sin tomar en cuenta la crítica marxista de la economía política, que pone en cuestión la lógica destructiva inducida por la acumulación ilimitada del capital.

Una ecología que ignora o desprecia al marxismo y su crítica al fetichismo de la mercancía se condena a no ser más que un correctivo de los “excesos” del productivismo capitalista. Se podría concluir provisionalmente esta discusión con una sugerencia, que me parece pertinente, adelantada por Daniel Bensaïd en su reciente -y notable- trabajo sobre Marx: reconociendo que sería abusivo exonerar a Marx de las ilusiones “progresistas” o “prometeicas” de su tiempo, también lo es el presentarlo como un fanático de la industrialización, por eso nos propone un camino más fecundo: establecerse en las contradicciones de Marx y tomarlos en serio. La primera de estas contradicciones es, por supuesto, ese credo productivista de ciertos textos y la intuición de que el progreso puede ser la fuente de la destrucción irreversible del ambiente natural. (26)

La cuestión ecológica es, en mi opinión, el gran desafío para la renovación del pensamiento marxista en el umbral del siglo XXI. Ella exige de los marxistas una ruptura radical con la ideología del progreso lineal y con el paradigma tecnológico y económico de la civilización industrial moderna. Ciertamente, no se trata –y eso va de suyo- de poner en cuestión la necesidad del progreso científico y técnico, así como de la elevación de la productividad del trabajo: esas son condiciones fuera de controversia para dos objetivos esencial del socialismo: la satisfacción de las necesidades sociales y la reducción de la jornada de trabajo. El desafío es reorientar el progreso para volverlo compatible con la preservación del equilibrio ecológico del planeta.

El talón de Aquiles del razonamiento de Marx y Engels era, en ciertos “textos” canónicos, una concepción acrítica de las fuerzas productivas capitalistas -es decir: del aparato técnico/productivo capitalista/industrial moderno- como si ellas fueran “neutras” y como si fuera suficiente para los revolucionarios socializarlas, reemplazar su apropiación privada por una apropiación colectiva, para beneficiar así a los trabajadores obreros y desarrollarlas de manera ilimitada.

Pienso que sería necesario aplicar al aparato productivo formado por el capital el mismo razonamiento que Marx propuso, en La guerra civil en Francia de 1871, para el aparato del Estado: “La clase obrera no puede estar satisfecha con tomar tal cual la máquina del Estado y hacerla funcionar por su propia cuenta”. (27) Mutatis mutando, los trabajadores no pueden estar satisfechos con tomar tal cual la “máquina” capitalista productiva y hacerla funcionar por su propia cuenta: ellos deben transformarla radicalmente -el equivalente de eso que Marx llama en una carta a Kugelmann sobre la Comuna de París, “romper el aparato de Estado” burgués- en función de criterios socialistas y criterios ecológicos. Lo que no sólo implica el reemplazo de formas de energía destructivas por fuentes de energía renovables y no contaminantes, como la energía solar, sino también una transformación profunda del sistema productivo heredado del capitalismo, así como del sistema de transportes y del sistema del hábitat urbano.

Para terminar, el ecosocialismo implica una radicalización de la ruptura con la civilización material capitalista. En esta perspectiva, el proyecto socialista apunta no sólo una nueva sociedad y a un nuevo modo de producción, sino también a un nuevo paradigma de civilización.

Notas:

1. F.Engels, Anti-Dühring, Paris, Ed. Sociales, 1950, p. 322

2. K.Marx, Manuscrits de 1844. Economie politique et philosophie, Paris, Ed. Sociales, 1962 , pp. 62, 87, 89.

3. F.Engels, La dialectique de la nature, Paris, Editions Sociales, 1968, pp. 180-181.

4. K.Marx, Critique des Programme de Gotha et d’Erfurt, Paris, Ed. Sociales, 1950, p.18. Ver también Le Capital, Paris, Garnier/Flammarion, 1969, I, p. 47:“El trabajo no es entonces la única fuerza de valores de uso que él produce, de la riqueza material. Ël es padre y la tierra la madre, como dice William Petty”.

5. Sobre la oposición entre “tener” y “ser”, ver Manuscrits de 1844 p. 103 : “Menos eres, menos manifiestas tu vida, más posees, más tu vida alienada se acrecienta, más acumulas de tu ser alienado”. Sobre el tiempo libre como principal base del socialismo, ver Das Kapital, III, p. 828.

6. K.Marx, Préface à la Contribution à la critique de l’économie politique, Paris, Ed. Sociales, 1977, p.3

7. K.Marx, Fondements de la Critique de l’Economie Politique, Paris, Anthropos, 1967, pp. 366-367.

8. Para una discusión detallada de esta cuestión, véase el texto de Ted Benton del libro en francés, del que se tomó este texto: J. M. Harribey & Michael Löwy ed., Capital contre nature, PUF, 2003

9. K.Marx, L’Idéologie allemande, Paris, Ed. Sociales, p. 67-68.

10. Retomo ese término, y el análisis que sigue, de la importante obra de John Foster Bellamy, Marx’s Ecology. Materialism and Nature, N.York, Monthly Review Press, 2001, pp. 155-167.

11. K.Marx, Le Capital, trad. Joseph Roy, Paris, Editions Sociales, 1969, tome I, p.660.

12. K.Marx, Das Kapital, III, Berlin, Dietz Verlag, 1960, Werke, Band 25, p. 821.

13. K.Marx, Le Capital I, p. 363, revisada y corregida después del original alemán, Das Kapital I, pp. 528-530..

14. Marx, Le Capital, I, pp. 183-200.

15. Marx, Das Kapital III, pp. 630-631.

16. Das Kapital, II, p. 247.

17. F.Engels, Dialectics of Nature, Moscou, Progress Publishers, 1964, p. 185.

18. F.Engels, The Condition of the Working-Class in England (1844), en Marx, Engels, On Britain, Moscow, Forein Language Publishing House, 1953, pp. 129-130.

19. Marx, Le Capital, I, pp. 566-567.

20. F.Engels, Anti-Dühring, p. 321.

21. Este aspecto del texto se perdió en la traducción de El Capital por J.P. Lefebvre, citado en la traducción del artículo de Ted Benton, en la medida donde naturwüchsig -« spontané »- es traducido por \\\"origen simplemente natural\\\".

22. K.Marx, Das Kapital, III, p. 784, 820. La palabra \\\"socialismo\\\" no aparece en esos pasajes, pero está implícito.

23. F.Engels, Anti-Dühring, p. 335. Ver tambien el pasaje siguiente de La question du logement (Paris, Editions Sociales, 1957, p. 102) de Engels: «La supresión de la oposición entre la ciudad y el campo no es más una utopía que la supresión del antagonismo entre capitalistas y asalariados. (…) Nadie reclama con más fuerza que Liebig en sus obra sobre la química agrícola en demandar primero y constantemente que el hombre devuelva a la tierra lo que él tomó de ella y demuestra que la sola existencia de las ciudades, principalmente de las grandes ciudades, ponen obstáculos para ello.» Lo que sigue del argumento vuelve, una vez más, a «los estiércoles naturales» producidos por las grandes ciudades.

24. Marx, Kapital III, p. 828. Ted Benton, qui semble avoir lu ce texte en traduction, se demande si , en parlant de \\\"contrôler ensemble\\\", Marx se refère à la nature ou à l’échange avec elle. Le texteallemand ne laisse pas de place au doute, puisqu’il s’agit du masculin (ihm) du métabolisme et non du féminin de la nature…

25. W.Benjamin, Sens Unique, Paris, Lettres Nouvelles – Maurice Nadeau, 1978, p. 243.

26. D.Bensaïd, Marx l’intempestif, Paris, Fayard, 1995, p.347.

27. Marx, La guerre des classes en France 1971 en, Marx, Engels, Lénine, Sur la Commune, Moscou, Editions du Progrès, 1971, p. 56. Edición digital de la Fundación Andreu Nin, febrero 2008.

Publicado en J. M. Harribey & Michael Löwy ed., Capital contre nature, PUF, 2003. Traducción: Andrés Lund Medina. Fuente: ecoportal.net

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