A diferencia de las grandes civilizaciones prehispánicas del continente americano, estos pueblos no fueron numerosos ni alcanzaron un gran desarrollo; en general, la agricultura se convirtió en la actividad más importante de subsistencia, además de la caza, la pesca y la artesanía.
Los bribris y los cabécares, con un sistema de clanes muy complejo, se encuentran entre los grupos indígenas más numerosos; son las únicas comunidades que han podido enfrentar, gracias a la lejanía de los principales centros de civilización, la influencia de los cambios sociales.
Por más de 500 años, las dos etnias han compartido la creencia en un Dios Supremo, creador del universo denominado Sibú o Sibo. Los bribris conservan su lengua en forma oral y escrita, mientras que los cabécares, además de su idioma, hablan el español. Ambas comunidades cultivan básicamente cacao y plátano, aunque también cosechan maíz, frijoles, café y tubérculos, y se dedican a la cría de animales, a la caza y a la pesca.
En comparación con los anteriores, los borucas, asentados en la Reserva Indígena del mismo nombre, conservan muy pocos rasgos de su cultura por la cercanía a los centros urbanos y constituir un área de importancia para el desarrollo económico del país. El grupo, conocido particularmente por su artesanía, elabora jícaras, máscaras pintadas en madera de balsa y tejidos, artículos aprovechados para atraer el turismo.
Las máscaras son utilizadas en la Danza de los Diablitos, ceremonia que celebran cada fin de año, y que representa la lucha entre el pueblo boruca y los conquistadores españoles. La confección de llamativos tejidos comienza con la siembra de algodón, el uso y preparado de colorantes vegetales y finaliza con la elaboración de diversas piezas textiles.
Con los borucas, colinda la población terraba, grupo muy reducido que no perdió su identidad cultural, pero sí su lengua; la comunidad busca apoyo con sus parientes panameños para conservar muchas de sus tradiciones, en tanto viven en lugares montañosos, cultivan granos, cazan y pescan.
En la provincia de San José se encuentran pequeños asentamientos de indígenas huetares, quienes mantienen tradiciones tales como la Fiesta del Maíz y el uso de plantas medicinales. Dada la pobreza de sus tierras, la principal actividad económica de este grupo es la artesanía para la cual emplean palma, zacate y fibras vegetales, trabajan con cerámica y comercializan sus productos en ferias.
Los chorotegas se convirtieron en un reducido grupo localizado en la Reseva Indígena de Matambú, en la provincia de Guanacaste; sólo hablan español pues ya perdieron su lenguaje, y cosechan granos, hortalizas y frutas, además de desarrollar la apicultura. Protegen los chorotegas sus costumbres y tradiciones, entre las que destaca la producción de cerámica de barro de olla, práctica gracias a la cual obtienen bellas vasijas y figuras.
Localizados en las llanuras del Norte del país, los malekus conforman uno de los grupos más pequeños; trabajan sobre todo en la fabricación de figuras de cerámica, artículos de madera en balsa, arcos y flechas en madera.
Por último, los ngÃñbe, un pueblo indígena que habita al occidente de Panamá, cuenta con especialistas en el manejo de las hierbas medicinales, llamados "curanderos"; se dedican a la industria artesanal, la confección de bolsos, chaquiras y cortezas pintadas de mastate.
Puede apreciarse que las prácticas ancestrales de estas colectividades ceden con el paso del tiempo ante las presiones de una cultura occidentalizada y la decadencia del ecosistema, fuente de materia prima para poder subsistir.
La degradación de los suelos y el agotamiento de los recursos naturales inciden de manera negativa en el modo de vida de las comunidades indígenas, algunas de las cuales se ven forzadas a cambiar su modelo de subsistencia y producir bienes de consumo para el mercado.
Por otra parte, el Estado impone formas de organización y representación que, en la mayoría de los casos, socavan el desarrollo de estos grupos. Es importante subrayar el control del territorio como esencial para que se conserven y reproduzcan los rasgos fundamentales de cada comunidad, por eso los líderes indígenas se encuentran enfrascados en la lucha por la autodeterminación y el reconocimiento de sus derechos ancestrales.
En la actualidad, los pueblos indígenas costarricenses enfrentan un deficiente acceso a los servicios básicos como la salud, la educación, la electrificación, el agua potable, la cobertura de la telefonía rural, entre otros, lo que evidencia la marginalidad social a la cual aún son sometidos.
Esta exclusión se manifiesta de las más variadas formas, desde la toma de decisiones que afectan sus intereses, el despojo de las tierras, el aprovechamiento irracional de los recursos naturales y la contaminación ambiental, hasta los limitados recursos financieros.
Más de 63 mil personas pertenecen a este sector, lo que representa el 1,7 por ciento de la población, de acuerdo con el censo de 2000, realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos.
La Ley Indígena de 1977 establece el reconocimiento de la territorialidad y el derecho exclusivo de estos pueblos a explotar sus recursos naturales, entretanto la adopción, a fines de 1992, del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) significó un cambio cualitativo importante a nivel jurídico.
Sin embargo, el reconocimiento efectivo de los derechos indígenas casi siempre ha quedado plasmado sólo en papel debido a que las instituciones públicas actúan desconociendo a estas comunidades como actores clave en la reproducción de los rasgos culturales fundamentales, lo cual pone en peligro costumbres y tradiciones ancestrales.* La autora es periodista de la Redacción Centroamérica y Caribe de Prensa Latina.