En un mundo en el que todavía faltan los compromisos vinculantes para ralentizar las emisiones de gases de efecto invernadero (g.e.i), aceleradoras del cambio climático, el servicio ambiental que prestan los bosques cobra mayor importancia.
Y la alarma es mayor al saber que nos acercamos a la COP 16 de Cambio Climático, a celebrarse en diciembre en Cancún, con las manos casi vacías y un saco repleto de incertidumbres, no precisamente científicas.
La capacidad de los bosques y entre ellos de los tropicales primarios húmedos de capturar dióxido de carbono de la atmósfera -uno de los gases de efecto invernadero-, es de los dones con que Natura también nos favorece, tal vez sin merecerlo.
El proceso biológico de fotosíntesis, utilizado por las plantas para crecer y desarrollarse, absorbe a nivel global aproximadamente del 20 al 25 por ciento de los g.e.i emitidos por el hombre.
Un 50 por ciento permanece en la atmósfera y el resto es apresado por ecosistemas marinos.
Ese paliativo al recalentamiento global o subsidio gratuito que nos ofrece la naturaleza debía llamarnos con más fuerza a luchar para conservarla, con su maravillosa biodiversidad, sin olvidar que la disminución de las emisiones de g.e.i es lo primordial para enfrentar las anomalías del clima y de los ecosistemas.
Ahora más que nunca la correlación entre el incremento de la deforestación y el calentamiento global no se debe ignorar para explicar y enfrentar las anomalías y desastres que se registran en varias regiones del mundo.
Históricamente, los bosques han prestado al hombre mucho más que los beneficios del «efecto sumidero» de gases tóxicos.
Le han dado abrigo y alimento y posibilitaron su crecimiento como especie Homo sapiens. Han estado presentes en los orígenes y formación de todas las culturas humanas, tanto en el aspecto material como en el espiritual.
Los científicos consideran que los bosques son los principales productores de biomasa en la Tierra y dan un decisivo aporte al intercambio energético entre la atmósfera y los suelos.
Interceptan las radiaciones solares, sofrenan los vientos, transpiran gran cantidad de agua, que al evaporarse propicia las lluvias estacionales; fijan el carbono y expelen oxígeno.
Además, ayudan, con la caída de sus hojas, al enriquecimiento de los suelos y al tiempo que dependen del clima de manera muy directa, son sus reguladores.
La suerte de los bosques tropicales
Sin embargo, sobre la suerte de los bosques se han hecho augurios nada buenos, basados en verificaciones de la ciencia.
El pasado agosto, por ejemplo, se conocieron los resultados de un estudio dirigido por el experto estadounidense Greg Asner, de Carnegie Institutions Departament of Global Ecology.
Las evidencias estudiadas llevaron a Asner y a su equipo a predecir que hacia el 2100 el clima y la deforestación habrían reconvertido los bosques tropicales húmedos.
«Entre el 55 y el 82 por ciento de los bosques tropicales húmedos y su biodiversidad serán distintos en esa fecha a como los conocemos hoy día, afirma el experto, quien precisa que, entre los factores causantes de esa transformación, además del cambio climático y la deforestación en general, se encuentra el cambio en el uso de los suelos y la tala.
Daniel Nepstad, especialista del Woods Hole Research Center, ha dicho que la conservación tal como la conocemos dependerá de la rapidez con que se reviertan las emisiones de gases de efecto invernadero.
Por ejemplo, se augura que en América Central y Suramérica el cambio climático podría alterar hasta dos tercios de la biodiversidad de los bosques tropicales húmedos.
En la Cuenca del Amazonas hasta se podrían registrar cambios del 80 por ciento de la biodiversidad (animales, plantas y ecosistemas).
Ese estudio, que abarcó escenarios con 16 climas diferentes, sugiere cuáles serían los aspectos en los que el hombre -comunidades, gobiernos y organismos internacionales- debieran centrar esfuerzos para luchar contra procesos de degradación de ecosistemas y desaparición de especies, ya en marcha.
Los bosques tropicales son formidables laboratorios naturales que albergan la mitad de las plantas y los animales de la Tierra.
Además, muchos de ellos están habitados por comunidades aborígenes y poblaciones ancestrales que han sabido vivir en armonía con esos hábitats.
Los especialistas también han verificado que los bosques bien gestionados, sobreviven y evolucionan favorablemente. Y que un bosque con altos niveles de degradación, ya sea climática o por disminución de cubierta boscosa, puede llegar a emitir dióxido de carbono, en lugar de almacenarlo. Es decir, puede contribuir al calentamiento global,
La Amazonía suramericana, la mayor selva tropical del planeta, compartida por ocho naciones del continente, está muy amenazada.
Recientemente, Isabella Texeira, ministra de Medio Ambiente de Brasil, país por donde se extiende la mayor parte de esa imponente masa vegetal, hizo renacer las esperanzas.
La titular confirmó la disminución en un 47 por ciento de la deforestación de esa región en el pasado agosto, comparada con igual período de 2009 y con el mes de julio.
De acuerdo con Texeira esa cifra valida un patrón sostenible aplicado en la reducción del ritmo de deforestación.
Desde 2009 al parecer ha comenzado una etapa de disminución de la tala, después de los preocupantes saldos divulgados acerca del incremento en el año 2008.
En la Amazonía, históricamente se ha registrado la tala ilegal de árboles, cuya madera se vende fundamentalmente a empresas de la Unión Europea (UE).
Además, se registra el desmonte de áreas boscosas para fomentar la ganadería bovina y las plantaciones de soya.
Greenpeace ha denunciado que al menos seis grandes compañías madereras operan en la Amazonía, lo que facilita que la mitad de la madera obtenida sea vendida a la UE.
En lo tocante al Gobierno brasileño se han conocido de operativos y programas encaminados a disminuir la deforestación y realizar proyectos de explotación de la selva de acuerdo con las normativas conservacionistas.
La selva o Gran Bosque de los Simios de África, en la región central y occidental de ese continente, soporta un acelerado ritmo de deforestación y pérdida de la biodiversidad, denunciadas hace mucho, pero todavía no suficientemente combatidas.
Expertos afirman que el ritmo de desaparición de los bosques africanos es cuatro veces mayor que en el resto del mundo, lo contrario a la opinión de los que creen que tales resultados se exageran debido a la ausencia de estudios comparativos.
En África también ocurre la tala indiscriminada, fomentada por empresas madereras europeas de países como Francia, Italia y España.
Los conflictos armados que sufren algunas naciones de la gran Cuenca del Congo y otros, originan desplazamientos de grandes volúmenes de personas hacia hábitats boscosos, lo que incrementa la depredación.
En África también se han utilizado tierras antes boscosas para el fomento de la ganadería, siembra de palma para aceite, cacao y prospección y explotación petrolera.
Y lo peor de todo eso es que los frutos de tales programas destructores de la naturaleza benefician a empresas foráneas y no a las comunidades y naciones donde se fomentan.
Se asegura con ello la reproducción y el incremento de la pobreza, en una sinergia depauperadora sin fin. Lo que siempre se ha visto.
Sin embargo, la ONU ha promovido la implementación de programas económicos y forestales que preconicen el uso sostenible de los recursos de los bosques.
Sólo que es muy pequeño y aislado lo que se logra hacer, en comparación con los perjuicios que ocasiona la voracidad de los modelos capitalistas operantes.
La pobreza contribuye a la deforestación y esta última ayuda a fijar la primera.
Buscar el desarrollo con programas sostenibles es una buena manera de ralentizar la deforestación, opinan algunos especialistas.
Para lograrlo es imprescindible la voluntad política de los gobiernos para proteger la soberanía de sus recursos naturales y humanos.
Algo más
«La sustitución de la selva amazónica por cultivos y entidades ganaderas no es un buen negocio para sus habitantes», concluyó un estudio científico divulgado en 2009 por la revista Science.
Con el monitoreo de 286 municipios de la Amazonía se verificó que la vida no era mejor para las personas de las zonas donde se talaron árboles y se instalaron negocios.
Tras un florecimiento inicial debido al acceso de ciertos recursos materiales, la vida volvió a ser igual que antes en tales sitios, ahora degradados.
Afectaciones en la biodiversidad, cambios de clima y en los ciclos biogeoquímicos se habían manifestado.
Habría que añadir de nuestra parte que la vida es seguramente peor que antes.
De vuelta al tema de la próxima Cumbre del Clima de Cancún vale la pena resaltar el llamado hecho por el presidente de Bolivia, Evo Morales.
En una carta enviada a los aborígenes habitantes de los bosques tropicales del planeta, Morales los insta a unirse y a luchar para no permitir que avancen procesos privatizadores y comercializadores de los recursos de la Madre Tierra.
En efecto, proliferan algunas tendencias con esos objetivos, apoyados por algunos mecanismos creados supuestamente para luchar a favor de la Naturaleza.
De lo que hagamos hoy dependerá que en 2100 los extraordinarios bosques tropicales, algunos heridos de muerte, no sean cosa del pasado, presentes en nuestra imaginación como un sueño.
El peliagudo asunto de los sumideros naturales
La capacidad de las plantas de absorber dióxido de carbono de la atmósfera, como parte de su ciclo de vida, se replica por suerte en las grandes, pero amenazadas, masas boscosas del planeta.
De modo que, colateralmente, la naturaleza presta hoy un servicio inapreciable a los humanos, pues los bosques contribuyen a mitigar el calentamiento global con la absorción de aproximadamente el 20 por ciento del citado gas.
El dióxido de carbono es uno de los seis compuestos volátiles tóxicos, derivados de la quema de combustibles fósiles, enrarecedores del aire y del clima en la Tierra.
Desde hace algunos años y a tono con su influencia en los procesos del clima se viene hablando insistentemente del efecto sumidero cuando se describe ese proceso.
Mediante la fotosíntesis, los árboles capturan o secuestran el gas, fijan y almacenan el carbono, que les servirá para su crecimiento y devuelven el oxígeno al entorno.
Se dice que en los días corrientes, los bosques tropicales tienen un papel decisivo, aunque sus especies vegetales tienen en general un nivel más bajo de absorción de carbono que los situados en latitudes altas.
Sin embargo, los bosques tropicales húmedos ocupan el 52 por ciento del planeta, especialmente en América Latina, Asia y África.
Y en ellos, por incorrecta gestión de los suelos o por un creciente ritmo de deforestación, es más crítica la estabilidad del efecto sumidero.
Suelen ocurrir allí desmontes, a través de la quema o la tala rasa, y esto aporta más dióxido de carbono a la atmósfera.
La necesaria lucha contra la deforestación y degradación de los mentados bosques tropicales no ha conseguido los resultados que se necesitan y más bien han surgido problemas muy preocupantes.
Así, la gran mayoría de los proyectos aplicados en el Sur del planeta para enfrentar el flagelo han tenido que subordinarse a modelos impuestos por el mundo desarrollado, dueño de los imprescindibles recursos financieros.
Y utilizando los marcos del llamado Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), promocionado por la ONU como parte del protocolo de Kyoto, y de los proyectos de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de los Bosques (REDD),países del mundo desarrollado han conseguido certificados para continuar contaminando el planeta a través del auge del mercado del carbono.
Empresarios privados, gobiernos, entidades financieras, organizaciones no gubernamentales e incluso instituciones de la ONU están participando de un proceso que, de manera general, privatiza y mercantiliza cada palmo de la naturaleza y amenaza la subsistencia de las comunidades que habitan esas regiones.
«La naturaleza, los bosques y los pueblos aborígenes no estamos en venta», ha aseverado el presidente de Bolivia, Evo Morales, en una carta dirigida a los pueblos indígenas del mundo, en la antesala de la Cumbre del Clima de Cancún, México.
El texto de Evo Morales denuncia que se pretende utilizar a algunos dirigentes y grupos indígenas para promover la mercantilización de la naturaleza y en particular de los bosques a través de los créditos del mecanismo REDD y sus versiones REDD+ y REDD++.
Resaltó que se pretende bajar el ritmo de la deforestación y degradación de los bosques con el falso argumento de que sólo se cuida y conserva aquello que tiene precio y propietario.
La misiva y al mismo tiempo exhortación de unidad del mandatario boliviano, también señala que se emplea una política reduccionista de la naturaleza, al tener en cuenta su capacidad de sumidero y no todas sus potencialidades.
Aclara que si bien se necesita el financiamiento de los países desarrollados, no se requieren mecanismos de incentivos como los ya aplicados con resultados perjudiciales.
Defiende el manejo integral de los bosques nativos y la selva, no sólo por su función mitigadora, y demanda el pleno cumplimiento de los Derechos de los Pueblos Indígenas, refrendados por la ONU, y de la Madre Tierra.
Por otra parte, Mark Schapiro, del Centro de Periodismo de Investigación, llamó la atención sobre el hecho de que las personas que tienen los menores estándares de contaminación de la Tierra están siendo desplazadas por compañías de los que más contaminan.
Algunos observadores han denunciado que en la práctica los bonos o créditos del MDL son utilizados por corporaciones transnacionales para hacerse de tierras y recursos naturales en América Latina, África y Asia-Pacífico en perjuicio de los indígenas y pequeños agricultores.
A la postre, recalcan expertos, los biocombustibles, la energía hidroeléctrica, la supuesta conservación forestal, el mercado del carbono están causando más daño en esos entornos que el propio cambio climático.
Se conoce que algunos pueblos indígenas han hipotecado sus territorios incluso por 99 años y el desmonte de bosque primario para sustituirlo por plantaciones de una o dos especies, sin el mismo potencial.
Los críticos de la aplicación espúrea e indiscriminada de los MED y REDD recalcan que estos se prestan a fraudes y engaños, pues, aunque deben responder al control y verificación, hay entretelas no cubierta por la fiscalización, que dan trigo abundante para ello.
«Las compensaciones contempladas por el Protocolo de Kyoto tuvieron efectos inciertos sobre las emisiones de gases de efecto invernadero, con aportaciones limitadas al desarrollo de tecnologías sustentables», se concluye en un informe de la Oficina de Responsabilidad, entidad gubernamental de EE.UU.
Tiene razón el presidente Evo Morales al relanzar un nuevo esfuerzo para que los pueblos del mundo en desarrollo marchen unidos y con los frentes de batalla muy claros, ante la cercana Conferencia de las Partes de Cancún.
Algunos de estos frentes están muy bien articulados en las propuestas de la Cumbre de los Pueblos y los Derechos de la Madre Tierra celebrada en abril en Cochabamba.
Salvar los bosques y la naturaleza es primordial y una verdad trascendente e innegable.
Pero hay algo que también tenemos claro: aunque se volvieran a plantar todas las cubiertas vegetales perdidas en el mundo, el efecto sumidero lograría salvar el planeta de los efectos del incremento de las emisiones por la quema de combustibles fósiles.
Los principales emisores y responsables del calentamiento global buscan pretextos y son pródigos en crear «mecanismos» que los eximan de su responsabilidad de establecer los compromisos de reducción vinculante.
Ojo avizor, porque estos mecanismos conducen siempre, infaliblemente, al incremento de sus ganancias y podrían llevarnos a una nueva y más moderna colonización de estas tierras.
* Periodista de la Redacción de Temas Globales de Prensa Latina.