Botnia, en su momento fue un ejemplo de ello, pero pasada la disposición de los medios o por otras razones, rápidamente la atención languideció, hasta casi desaparecer.
Como consecuencia positiva de estos hechos esporádicos, me atrevería a afirmar que un gran porcentaje de la población y de comunicadores, de cualquier nivel social o cultural, pueden señalar, cuando menos, varias de las aristas de los temas más conflictivos. Muchas ONGs, científicos y expertos han contribuido en esa dirección.
Expresiones o frases, como: guerras del agua, contaminación, calentamiento global, fumigación, especies en peligro, deforestación, residuos, pasteras, minería a cielo abierto, etc., etc., etc., integran el vocabulario cotidiano y común, pero también el periodístico. Lo que nos alentaría a pensar, que así como crecen los niveles de información, también se eleva proporcionalmente, la conciencia social en torno al tema.
Reconozco que ha habido un aumento de sectores muy activos de la sociedad, que abrazaron la defensa del ambiente y del Planeta, a través de un verdadero compromiso militante. Por ello es válido preguntar: Creció la conciencia ambiental general o sólo aumentó el léxico empleado y el activismo ambiental?
Más allá de la esperanza puesta decididamente en el avance genuino, y a riesgo de no caer simpático, debo decir que abrigo dudas más que razonables en torno a la percepción social sobre la raíz de los problemas ambientales, su abordaje, soluciones y modos de actuación.
Observo por lo general, una tendencia casi mágica a creer que la crisis es producto directo y exclusivo de unos pocos responsables (que no digo que no lo sean) y así se imputa a acotados actores nacionales, extranjeros o globales.
Pese a no dudar que muchos de los acusados tienen mucho que ver en lo que nos pasa, creo que el entuerto es más dilatado y anida en gran parte en los comportamientos individuales, si bien me resisto a poner en un plano de igualdad a víctimas y victimarios, que los hay.
En el cuadro de imputados varios: el gobierno siempre está presente; en minería, Barrick Gold y La Alumbrera se llevan las palmas; Botnia, en pasteras; Repsol y PAN AMERICAN ENERGY, entre otros, petróleo; Monsanto, en soja; el imperialismo y el mercado en todo lo demás y paremos de contar.
Siempre he considerado, que las sociedades no son ajenas a nada de lo que les pasa. Como decía Gandhi: Para liberar a la India debemos combatir contra los ingleses, los hindúes, pero sobre todo contra nosotros mismos.
Por ello y en un esfuerzo de amplitud mental, quizás, tendríamos que empezar a reflexionar, sobre lo que alguien dijera: “Gran parte del deterioro planetario, no pasa exclusivamente por unos pocos malos, sino por los muchos buenos”.
Antes de que me salten a la yugular, trataré de explicarme con algunos ejemplos, para que se entienda el atolladero en el que estamos inmersos.
Se sabe con certeza, que uno de los culpables de la crisis, es el modelo de transporte petróleo-dependiente, emisor de la mayor cantidad de gases que provocan el cambio climático.
La industria petrolera, a lo largo de poco más de un siglo, provocó los mayores desastres ambientales, sociales, económicos y humanos, con distintas y crueles guerras en su haber.
Observemos nada más, el crecimiento de los automotores particulares, que rompe record año a año en ventas, pero también en los muertos y heridos que genera.
Todos nos movilizamos por la inseguridad delictiva, pero poco hacemos ante este genocidio extendido, que provoca más tragedias que todos los hechos ilícitos violentos del país, juntos.
Sabe por qué no decimos nada sobre esto?, sencillamente porque somos parte del problema y rara vez nos denunciamos a nosotros mismos. Como dice la máxima penal: “Nadie está obligado a declarar contra si mismo”.
Antaño, cuando una mujer o un hombre salían, decían: “agarro la cartera o me pongo el saco”, hoy al salir “nos ponemos el auto”, aunque recorramos unos pocos metros o cuadras.
Se hacen campañas contra el tabaquismo, que es correcto, pero cuando estudios científicos demuestran que caminar media hora por microcentros atestados de automotores, equivale a fumar entre 15 y 40 cigarrillos por día, hacemos mutis por el foro.
Sigamos con otros ejemplos: En Argentina existen, según las fuentes, entre 40 y 50 millones de líneas de telefonía celular, que más allá de los 30.000 o 40.000 millones de pesos que se pagan anualmente y que gran parte se transfiere al extranjero (un disparate en un país con graves carencias), genera toneladas de residuos, en muchos casos altamente tóxicos y sin contar las radiaciones electromagnéticas, cuyos efectos, según algunos estudios científicos, podrían producir similares patologías que muchos productos químicos de uso generalizado.
Frente a esto, tampoco decimos nada, por cuanto hemos internalizado su uso y abuso. Tan es así, que los ponemos al alcance de niños, que carecen de defensas para afrontar estos riesgos y cuya utilización desalientan los especialistas de todo el mundo.
No vaya a creer que soy un troglodita enemigo de todas las tecnologías. Creo que todas ellas son un medio, una herramienta y no un fin en si mismo, como muchos parecen aceptar. Como toda herramienta, puede servir, tanto para la construcción como para la destrucción.
Podría reseñar más ejemplos, pero seguramente Ud. podrá engrosar la lista, con residuos urbanos, el uso irracional de papel o agua potable, la degradación de espacios públicos, megamercados, fast food y ruidos, entre otros problemas que ayudamos a crear o difundir.
Me parece que mucha gente, no sólo que no cuestiona estas delicias de la modernidad, sino que las desea y saldría a defenderlas a capa y espada en caso de verse privada de ellas. Fíjese en esta paradoja, mientras denunciaban el modelo agrícola, muchos ambientalistas, estaban a favor al “campo” en su puja con el gobierno.
Quién inicia a los hijos en el consumo de gaseosas, comida chatarra o la televisión?
Por curiosidad pregunto: qué pasaría en Francia, que el 80% de la energía eléctrica proviene de usinas nucleares, si gobernara un ecologista y anunciara: “no estoy dispuesto a seguir poniendo en riesgo la vida de los franceses y contaminar el ambiente por siglos con residuos atómicos, voy a cerrar todas las plantas nucleares”. Cuánto cree que se mantendría en su cargo?
Qué ocurriría en nuestro país, si el gobierno que fuera, dijera, “no estamos dispuestos a seguir degradando el ambiente, matar personas, afectar la calidad de vida de la gente e hipotecar el futuro” y seguidamente prohibiera el transporte individual, la telefonía celular u otras tecnologías o emprendimientos, a las que ya nos hemos acostumbrado o resignado.
Las cacerolas volverían a relucir y sonar frenética e histéricamente en todos los rincones del país y quien tomara esa decisión, no podría mantenerse ni 24 horas en el gobierno.
Cualquier diccionario nos da la siguiente definición de CONCIENCIA: “Conocimiento que el ser humano tiene de su propia existencia, del estado en que se encuentra y de lo que hace”. O la: “Potestad para elaborar juicios personales de carácter moral y ético sobre lo que está bien y lo que está mal, con relación a sí mismo y a los demás”.
En definitiva conciencia es la facultad de “darnos cuenta” y poder juzgar nuestras propias responsabilidades.
No habrá en todo lo expuesto, algo de esa hipocresía, que magistralmente denuncia en su famoso poema Sor Juana Inés de la Cruz, cuando dice: Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón,/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis.
En consecuencia, podríamos animarnos a afirmar que existe plena conciencia ambiental sobre la crisis que originamos, reproducimos y padecemos.
¿Tenemos conciencia, nos damos cuenta?
Lo dejo para que lo piense y me despido hasta las próximas aguafuertes.
* El autor es docente e investigador universitario.