Empresas transnacionales brasileñas: doble frente de lucha

En general, las empresas transnacionales (ETN) son uno de los principales motores del desarrollo capitalista. Detrás de una gran empresa hay siempre un Estado fuerte, que la financia y estructura el campo jurídico y político para que ella actúe. Y detrás de un Estado hegemónico hay siempre ETN que actúan dentro y fuera del país, llevando su marca y creando su imagen junto a la del país potencia. Esta mezcla entre capital y Estado es característica de la hegemonía capitalista, en la que los intereses de las clases dominantes son presentados como universales.

Transnacionales y «subimperialismo»

La hegemonía estadounidense tuvo como uno de sus principales pilares las Inversiones Extranjeras Directas (IED), la exportación de capital a través de la expansión e instalación de sus empresas por todo el mundo. A través de estas inversiones se construyó una interrelación entre política y economía, expandiendo y profundizando las áreas de influencia y control de los EE UU. Brasil busca desarrollarse partiendo de este modelo. Marini analizó en los 70 el proceso de internacionalización de la economía brasileña a través de lo que llamó «subimperialismo» [2], del que Brasil, pero también España, serían casos típicos. Ésta es la forma que asume una economía dependiente, al llegar a la etapa de los monopolios y del capital financiero, con una composición orgánica media de los aparatos productivos en la escala mundial, y una política expansionista. El subimperialismo brasileño es el resultado de un fenómeno económico, y de un proyecto político, que tiene su inicio con la dictadura militar. Desde el punto de vista económico, es resultado de una creciente captación de dólares en el exterior, así como de la entrada de IED. Desde el punto de vista político, el gobierno militar creó una estructura jurídica e institucional para esta captación de recursos, intervino asegurando la demanda de la producción, y expandiendo inversiones en América Latina y África. Marini apunta hacia un proceso dialéctico, una vez que la internacionalización de la economía demanda, a la vez, el refuerzo del propio Estado nacional. El Estado necesitó organizar su mercado interno, creando condiciones políticas para la inversión, y se convirtió en el principal instrumento de intermediación entre el capital nacional y el extranjero. A la vez, su política «subimperialista» exige autonomía relativa de los distintos grupos capitalistas, para que pueda organizar y arbitrar la vida económica con racionalidad. Esto le permite hacer converger intereses económicos y políticos, lo que sería de interés para convertirse en potencia.

Políticas públicas para la internacionalización empresarial

La década de los 90 sedimentó la internacionalización de la economía brasileña, y pavimentó el camino para la expansión de las empresas hacia el exterior, principalmente a través de la liberalización de las importaciones, el flujo de capitales, y la privatización. Hoy, la expansión de los «negocios» brasileños en los países vecinos es innegable: el 20 por ciento de la IED en Bolivia deriva de Petrobras, el 80 por ciento de la soja producida en Paraguay pertenece a hacendistas brasileños, y en Argentina, el 24 por ciento de las adquisiciones de empresas en el país entre 2003-2007 fueron de capital brasileño [3]. En 2006, las 20 mayores ETN brasileñas invirtieron 56.000 millones de dólares en el exterior. La compra de la minera canadiense Inco pela Vale en este mismo año hizo que Brasil pasara de receptor de inversiones a inversor internacional. Pero también las siderúrgicas, (Gerdau, CSN), manufactureras (Embraer) y constructoras (Odebrecht, Camargo Correa) están entre las principales ETN con actividades en diversas partes del mundo, de forma que 77.000 trabajadores(as) están empleados por las «transbrasileñas» en el exterior [4].

No debería sorprender la declaración de empresas a la reciente investigación de la CEPAL de que son necesarias políticas públicas para que se internacionalicen, como la participación mayor de Brasil en acuerdos comerciales y bilaterales con EE UU, Europa y otros países del Sur, y una política de crédito afirmativa [5]. Así, tenemos dos pilares importantes de la conexión entre Estado y empresas: la política exterior y la de crédito. A partir de 2003, con la nueva línea de crédito especial del banco brasileño de desarrollo (BNDES), las empresas encontraron financiación gubernamental específica para su expansión. El objetivo del banco fue estimular la inserción externa de las empresas, si promueven las exportaciones brasileñas. Así, el BNDES modificó su estatuto, y pasó a apoyar empresas con capital brasileño en la implantación de inversiones en el exterior, pero con énfasis comercial, especialmente vinculado a proyectos de integración regional [6]. La falta de transparencia y de acceso público a los criterios y términos de los préstamos son factores de preocupación de las organizaciones sociales. Percibimos que no hay mención explícita a criterios o factores sociales, ambientales y laborales para las inversiones brasileñas en el exterior. El «desarrollo», de acuerdo con los criterios del BNDES, se define como el aumento de la competitividad de las empresas y el aumento de divisas por exportación.

La actuación de las transnacionales brasileñas está estrechamente vinculada al nuevo papel que Brasil buscó tener en el sistema internacional. A partir del Gobierno Lula, se le dio mayor énfasis a la integración Sur-Sur, y el país se viene alineando con China, India y Rusia, buscando establecer una identidad propia en el sistema internacional. Sin embargo, hay contradicciones abiertas entre los discursos y la presentación de estas iniciativas, y sus efectos reales y principales beneficiarios. Las empresas fueron las grandes beneficiadas de proyectos de integración regional basados en la infraestructura, especialmente en el marco de la IIRSA. Además, en su participación en instancias internacionales, Brasil muestra una postura ambigua: al tiempo que se dice «autónomo» e independiente, busca dejar intactas las verdaderas causas de las asimetrías internacionales. En vez de generar una política exterior que pueda transformar las jerarquías y los mecanismos mundiales que mantiene un sistema desigual, busca precisamente lo contrario: ser parte del juego internacional, para poder convertirse en uno más de los que «dictan las reglas», perpetuando y profundizando así las propias instituciones y mecanismos de poder. Esto se demuestra en las insistentes tentativas de Brasil de seguir la Ronda de Doha en la OMC, y el reciente apoyo a la reestructuración del FMI, pasando de antiguo deudor a acreedor oficial con un préstamo de 4.500 millones de dólares [7].

Resistencias y frentes de lucha

Tenemos, por tanto, una situación compleja para las poblaciones afectadas por las ETN brasileñas, dentro y fuera de Brasil. Fuera, las empresas actúan como cualquier otra transnacional, causando diversos problemas ambientales, sociales, laborales, y generando conflictos políticos entre gobiernos y empresas. Violaciones e impactos que se dan también dentro del país. En Brasil, un país con problemas gravísimos de pobreza, desigualdad, injusticia; con una historia de inserción subordinada y periférica en el sistema internacional, la lucha contra las transnacionales brasileñas se vuelve mucho más compleja, diferenciándose en buena medida de las luchas contra empresas europeas y estadounidenses. Las empresas son representadas por gobiernos y por los medios de opinión pública como los motores de desarrollo nacional, símbolo de un Brasil «moderno» y nuevo, capaces de competir en el mercado internacional entre «las grandes».

Para los movimientos sociales brasileños, esta situación se vuelve más compleja cuando el Gobierno, al tiempo que defiende vehementemente a las empresas, busca dialogar y no entrar en enfrentamiento directo con los gobiernos vecinos. Esta «prudencia» -que en estos casos recibe apoyo de sectores de la izquierda en contra de otros sectores de la elite nacional, que presentan un posicionamiento hostil a los gobiernos progresistas de la región- debe ser entendida dentro de la tentativa de construcción de una hegemonía regional. Ésta requiere ciertas concesiones a los países menores, para que Brasil pueda ejercer su papel con el consentimiento de estos, que ven en su liderazgo la realización de sus propios intereses (en contra de un liderazgo de los EE UU). Así, se hacen acomodaciones y concesiones a los intereses de los países vecinos, pero siempre de modo que no se alteren los intereses de los sectores económicos fuertes de Brasil.

Por lo tanto, es necesario que entendamos esta dinámica de la política externa, su representación en la opinión pública, y sus efectos en el imaginario popular. El «subimperialismo» brasileño nos pone en una nueva situación con dos frentes de lucha concomitantes. Por una parte, tenemos el enfrentamiento directo con las empresas, y los agentes del Estado que las apoyan, contra proyectos destructores de los medios de vida de miles de personas, del medioambiente, absorbedoras de créditos públicos y, de esta forma, de la renta de la población. Por otra parte, tenemos la lucha dentro de la propia sociedad brasileña por la construcción de un nuevo sentido común que supere la idea de que necesitamos «desarrollarnos» en el mismo modelo europeo y estadounidense, creciendo sobre nuestros vecinos a partir de un proyecto de «Brasil potencia». Aquí, los intereses privados de las empresas se mezclan con el «interés nacional» y la defensa de las empresas en conflicto con gobiernos de otros países se presenta en nombre de toda la población brasileña.

En esta línea, la Responsabilidad Social Corporativa, los medios de comunicación de masas y las universidades sirven, en el sentido gramsciano, como «trincheras de defensa» y «fortalezas» del sistema de dominación establecido. Ayudan a formar un consenso coherente con la ideología de los grupos dominantes, que se consolida en el imaginario popular de las masas [8]. Es importante destacar que este consenso mezcla la identidad nacional con el papel de las empresas, que aparecen como representantes de Brasil en el exterior. ¿Cómo desmontar este mito en torno a las empresas? ¿Cómo desvincular la identidad de los pueblos de la identidad corporativa de una empresa como, por ejemplo, Petrobras, que representa un pasado de lucha por la soberanía sobre nuestros recursos, y que hoy es denunciada por explotar los bienes y recursos naturales de los pueblos de la región? Tenemos así un complejo mecanismo que mezcla el interés público y privado, un «rompecabezas» entre identidad nacional, política externa e intereses privados.

Conclusiones

La actual lucha de los movimientos sociales contra actividades y megaproyectos de las ETN brasileñas enfrenta a diferentes frentes. Por una parte, estos movimientos están articulados dentro y fuera de Brasil para impedir el paso de las actividades que están destruyendo sus medios de trabajo y de vida. Por otra parte, encaran una batalla ideológica dentro de la sociedad brasileña, una vez que Brasil es entendido como país «en desarrollo», que necesita crecer y establecerse en el sistema internacional, teniendo a las empresas como grandes motores de esta lógica. Esta idea, embutida en el imaginario colectivo, es sostenida por las diversas formas de penetración de las empresas en las esferas e instituciones de la sociedad civil y de las comunidades donde las empresas actúan. El actual Gobierno busca legitimar el país como actor autónomo y competitivo fuera y dentro. Fuera, busca establecer una situación de hegemonía regional, y un lugar en las instituciones de la «sociedad internacional» en el mismo umbral que los países dominantes. Dentro, necesita legitimarse frente a las fuerzas conservadoras, que preferían una vuelta al neoliberalismo sin máscaras. Dentro de una lógica que acepta las reglas del juego del sistema capitalista, y busca jugar desde una posición próxima a los que dictan las reglas, Brasil está cumpliendo su papel, buscando competir en un «estado de naturaleza de todos contra todos».

Sin embargo, vale la pena cuestionar quién gana y quién pierde en el marco de esta política. Desde la perspectiva de los pueblos, ¿el pueblo brasileño está ganando sobre la explotación de otros pueblos? Finalmente, ¿para qué y para quién? Y ésta es la pregunta que queremos plantear aquí. Entendemos que el esfuerzo de crecimiento de Brasil es un esfuerzo de la población trabajadora. Es del trabajo de la población de donde nace la generación del valor, que se hace recurso para el Estado. Entendemos que estos recursos, al ser aplicados en las empresas, en las Instituciones Financieras Internacionales (como el FMI), y en los megaproyectos de infraestructura, están siendo usados de forma perversa, contra los intereses de justicia social, laboral y ambiental de la clase trabajadora.

NOTAS:

[1] «Brasil tem 14 grupos na lista de multis emergentes», Estado de São Paulo, 29/01/2009.

[2] Marini, Ruy Mauro: «La acumulación capitalista mundial y el subimperialismo», Cuadernos Políticos, n.12, Ediciones Era, México, 1977, p. 17. Disponible en: www.marini-escritos.unam.mx

[3] Caccia Bava, Silvio: «Gigante pela própria natureza», Le Monde Diplomatique Brasil, febrero 2009.

[4] Datos de una investigación realizada periódicamente por una institución conectada a los medios empresariales, Fundação Dom Cabral: www.fdc.org.br.

[5] Tavares, Márcia: «Investimento brasileiro no exterior: panorama e considerações sobre políticas publicas», Serie Desarrollo Productivo 172, CEPAL, 2006.

[6] Alem, Ana C./ Cavalcanti, C.: «O BNDES e o apoio `a internacionalização das empresas brasileiras», Revista do BNDES, v. 12, n. 24, dezembro 2005.

[7] «Brasil aceita virar credor do FMI e emprestará ate’ US$ 4,5 bilhões», Folha online, 9/4/2009.

[8] Gramsci (1971): Selections from the Prison’s Notebooks, International Publishers, New York, 2008.

Ana García Muller Doctoranda en Relaciones Internacionales/ PUC-Río y miembro del Instituto Rosa Luxemburg Stiftung. Este artículo ha sido publicado originalmente en el nº 37 de la Revista Pueblos, junio de 2009.

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