Si para eludir la trampa de los promedios el camino más simple es examinar la evolución de la vida de los más postergados, como hemos recomendado recién, ¿cómo trasladar este criterio a los recursos naturales y el medio ambiente? Podríamos elegir un conjunto de parámetros limitantes y seguir su evolución. Sería, por caso, disponibilidad de agua por habitante o cantidad de población con problemas de volumen y/o calidad de agua; reservas de minerales y de petróleo.
Podríamos identificar problemas de medio ambiente y monitorear su magnitud a lo largo del tiempo. Contaminación de cauces; población afectada; contaminación de napas, y así siguiendo. O finalmente, podríamos identificar situaciones deseables y conocer su diseminación en la comunidad. Proporción de energía renovable respecto del total generada sería el caso típico.
Parece claro que en los tres casos se obtendría información valiosa para caracterizar la sustentabilidad de la marcha de una economía. Sin embargo, el interrogante se mantiene.
¿Cómo se identifica una escala de proyecto nacional sustentable?
Se está todavía lejos de llegar a conclusiones precisas de qué y cómo medir, lo cual tiene como correlato político práctico que no hay suficiente claridad sobre qué es exactamente lo que hay que hacer para corregir un rumbo que se caracteriza como peligroso en grado sumo para la sociedad mundial.
Recuperemos el conflicto básico. El problema es que el planeta tiene una capacidad limitada de proveer ciertos recursos para la producción de bienes y servicios y también una capacidad limitada para absorber los desechos generados en el proceso productivo. Los economistas ecologistas sostienen una buena imagen física. Dicen que la economía se ha limitado a analizar el sistema circulatorio del cuerpo global, omitiendo el sistema digestivo. Un cuerpo que no se alimenta ni elimina sus deyecciones no puede vivir. El planeta es quien provee el alimento y absorbe las excretas, por lo que ese flujo de materia y energía es un componente ineludible del análisis económico.
En este contexto, es útil empezar por desvalorizar – y descartar – una idea muy difundida, que confunde sustentabilidad con eficiencia en el uso de un recurso. Según ella, se trataría básicamente de mejorar de modo continuo la prestación de aquellos elementos que consumen energía, aumentando su rendimiento y reduciendo sus emisiones gaseosas, como forma de corregir el daño ambiental.
Me permito citar dos ejemplos aportados por Thomas Princen para mostrar lo limitado de esa lógica.
Iluminación de calles en el Reino Unido
AÑO EFICIENCIA DE LAS CONSUMO GLOBAL MILLAS DE CALLE
LÁMPARAS (GWH) ILUM
(LUMEN/WATT)
1923 11 71 37.952
1955 100 627 45.553
1996 205 2578 51.439
% AUMENTO
1996/1923 1764 3530 35
1996/1955 100 307 12
La tabla muestra que la mayor eficiencia de las lámparas no se tradujo en un menor consumo global, sino que por el contrario el consumo total aumentó mucho más que la superficie iluminada. La mayor eficiencia indujo un mayor consumo, en lugar de contenerlo.
Con los vehículos automotores sucede algo similar. En Estados Unidos, entre 1973 y 1990 la eficiencia de consumo medio pasó de 5.2 kilómetros por litro a 7.4 kilómetros por litro (aumentó 42%). Pero el kilometraje total recorrido aumentó 100%, con lo cual el consumo total se incrementó.
La eficiencia energética de los motores aumentó, pero eso no derivó en un menor consumo para igual volumen de transporte o en un mayor transporte con igual consumo total. Impulsó un mayor uso del automóvil, con lo cual aumentó el consumo total de combustible y con ello la polución.
En definitiva, el aporte tecnológico para mejorar los rendimientos o las conversiones no achica el problema ambiental, sino que en todo caso hace más lento el deterioro.
El Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, acaba de anunciar la construcción de una mega planta de energía nuclear. Su principal fundamento es que contaminará mucho menos que una planta de generación equivalente que funcionara a carbón. Es el típico y generalizado sofisma que llama ahorro a la reducción del crecimiento del gasto o de la contaminación.
Si la cuestión está muy lejos de ser tan simple como para poder sostener que haciendo “mejor” lo que hoy hacemos eliminaremos los problemas de sustentabilidad, se instala una y otra vez medir como un aspecto central.
El óptimo de la tarea de medición será que, aunque deba medirse varios parámetros, ellos puedan ser luego combinados de un modo sensato y no forzado o arbitrario, para configurar un índice único que caracterice la sustentabilidad.
Se está buscando resolver esta cuestión desde hace años y con recursos académicos y gubernamentales importantes de varios países centrales. El horizonte no está enteramente despejado. Sin embargo, se ha logrado construir un concepto de referencia: la huella ecológica, sobre la cual se trabaja a escala de todo el planeta, de cada país, de regiones nacionales e incluso hay una metodología definida para calcular la huella ecológica individual o familiar.
La definición de Huella Ecológica es:
Una medida de cuanta tierra y agua biológicamente productivas necesita un individuo, una población o una actividad para producir todos los recursos que consume y absorber todos los desechos que genera, usando las tecnologías y la administración de recursos vigente. La HE se mide habitualmente en hectáreas globales.
Esa Huella se compara con la Biocapacidad, que es la capacidad del ecosistema en cuestión para producir materias biológicas útiles (MBU) y absorber desechos generados por los humanos, usando las técnicas de administración y de extracción corrientes. El concepto de “útil” se define como aquéllas materias biológicas usadas por la economía humana. La biocapacidad se calcula multiplicando el área física aplicada a un tema, por un factor de rendimiento y por un factor de equivalencia y también se mide en hectáreas globales.
La calidad de la sustentabilidad de una comunidad humana surge de comparar su Huella Ecológica con la Biocapacidad de su ecosistema. Es necesario que el segundo índice sea mayor que el primero.
La organización que se ha puesto esta tarea al hombro (Global Footprint Network) ha calculado valores desde 1961 a escala mundial y los ha ido afinando a escala nacional, hasta considerar que puede presentar valores nacionales de 241 países.
Según se sostiene, con datos de 2006, la Huella Ecológica promedio planetaria es 2.6 hectáreas. La Biocapacidad, por su parte, es de 1.8 Hectáreas, lo que significa que el mundo está utilizando 1.4 planetas. La biocapacidad global promedio, en este contexto, fue superada por la Huella Ecológica alrededor de 1980 y el déficit creció desde entonces todos los años menos dos.
Qué se mide
Esencialmente, para calcular la biocapacidad se trata de sumar las superficies dedicadas al cultivo con cosecha; al pastoreo animal; a la pesca; a la producción de madera y finalmente, el área de biomasa con capacidad de absorción de CO2. Cuando se trata de calcular la huella ecológica, se calculan las producciones en cada área y las emisiones de CO2.
Para llegar a un término homogéneo – hectárea global – se hacen dos correcciones a cada uno de los términos.
Rendimiento: Se aplica un factor que tenga en cuenta la diferencia de productividad en diferentes países, de tierra asignada al mismo fin.
Equivalencia: Es un coeficiente que tiene en cuenta la diferencia de productividad entre sectores y que por lo tanto, valora más la tierra agrícola que la ganadera o la maderera. Este factor de equivalencia es el mismo entre sectores para todos los países del mundo en cada año.
Esos valores se combinan luego en un solo índice, tanto para la capacidad biológica como para la huella ecológica, que se usa referido al país todo o –dividiendo por la respectiva población– en términos per cápita.
Como elemento muy interesante debe tenerse en cuenta que es posible medir la huella ecológica del consumo y también de la producción de un país. Esta última, más la HE de importación y menos la HE de exportación, son iguales a la HE del consumo. Hay países exportadores netos de HE, como el nuestro (Argentina), ya que utilizan más recursos en la producción que el consumo y otros importadores netos de HE, como por ejemplo Israel o Italia o Japón, en que la relación es inversa.
Qué resulta
Capacidad biológica total
Argentina es el séptimo país, en un listado donde ocho países tienen casi el 50% de la capacidad del planeta.
Son en %:
USA 11,20
Brasil 10,1
Federación Rusa 8,5
China 8,4
Canadá 5
India 3,3
Argentina 2,3
Australia 2,3
Indonesia 2,2
Congo 1,8
Huella Ecológica global
La mitad de la huella es imputable a 10 países, según el siguiente listado en %:
Estados Unidos 16
China 14.4
India 5.2
Federación Rusa 3.7
Japón 3.1
Brasil 2.6
Reino Unido 2.2
Méjico 2
Alemania 1.9
Francia 1.6
Otras tres tablas son interesantes, en sí mismas, y además porque Argentina aparece en ellas.
Capacidad biológica por persona
Es un elemento que da una medida del potencial de cada comunidad, al interior de su propio país.
HECTÁREAS GLOBALES POR PERSONA
Gabón 25
Canadá 20.05
Bolivia 15.71
Australia 15.42
Mongolia 14.65
Nueva Zelanda 14.06
Congo 13.89
Finlandia 11.73
Uruguay 10.51
Suecia 9.97
Argentina 8.13 (16º)
Países exportadores netos de huella ecológica
Son aquellos que exportan recurso biológico transformado, en mayor proporción que lo que importan.
HECTÁREAS GLOBALES POR PERSONA
Canadá 7.67
Noruega 6.78
Finlandia 6.08
Nueva Zelandia 4.91
Islas Salomón 2.67
Argentina 2.47
Namibia 2.21
Latvia 1.56
Chile 1.49
Federación Rusa 1.27
Ucrania 0.97
Diferencia entre la capacidad biológica y el consumo interno es una medida del potencial no utilizado aún para beneficio de la propia comunidad.
HECTÁREAS GLOBALES POR PERSONA
Gabón 23.5
Bolivia 16.92
Congo 12.24
Canadá 11.32
Finlandia 7.48
Paraguay 7.44
África Central 6.97
Namibia 5.71
Nueva Zelandia 4.46
Argentina 4.05
Comentario global sobre la huella ecológica
Esta propuesta ha recibido críticas técnicas, que hacen probable el ajuste a futuro del modo de cálculo. La principal se refiere a la falta de consideración del uso del agua, tanto para destino humano como para riego.
Pueden agregarse otras, de las que una no menor es el cálculo de productividades comparadas entre territorios, sobre la base de comparar producciones reales actuales y no potenciales, lo cual lleva a valorar positivamente la aplicación de paquetes tecnológicos con riesgo de generar daños al medio ambiente, por uso y abuso de fertilizantes o herbicidas de origen petroquímico.
Sin embargo, es reconocido de manera general que se trata del intento más completo de llegar a un parámetro único vinculado a la sustentabilidad. Quiero agregar que en la primera mirada me llamó la atención la ausencia de toda referencia a los recursos no renovables. Ni el petróleo o el gas o ninguno de los minerales metálicos o no metálicos, están considerados como patrimonio o está incorporado su ritmo de extracción como problema a considerar.
Todo el concepto de huella ecológica se concentra en la capacidad biológica del planeta y solo en ella. El vínculo con el subsistema no renovable aparece solo cuando se computan las emisiones de CO2, que en consecuencia remiten a los procesos en que hay combustión.
El implícito que hay detrás de esa decisión tan categórica, que tiene un componente admisible, es que los recursos no renovables se han de agotar inexorablemente y que los seres humanos deben prever el reemplazo de materiales, sea para producir energía, como en el caso del petróleo, como en cualquier otro destino, como en el caso de los metales. El criterio es que no es allí donde reside la sustentabilidad del modo de vida o su ausencia, sino en la permanencia del recurso biológico, que es naturalmente renovable, salvo por la interferencia de los humanos.
La situación actual, más partida que llegada
Para reseñar el actual estado de cosas a nivel mundial, podríamos decir:
1. Hay unanimidad de criterio entre académicos, funcionarios de organismos regionales y una vasta gama de interesados en el tema, señalando que el PIB es un parámetro enteramente insuficiente para medir la calidad de vida o el progreso de una comunidad. Solo los analistas económicos que aplican lógicas de mercado básicas aceptan con naturalidad conformarse solo con la evolución de este índice. Por desgracia, los comentarios y actitudes de esos analistas siguen siendo formadores de opinión en la comunidad y en la dirigencia política en general.
2. De todos los intentos de corrección o complementación del índice, el que creo mejor fundamentado es el de la economía ecológica, que señala que la economía es un subsistema del ecosistema planetario y que en definitiva el planeta establece un límite objetivo a todo crecimiento.
3. El hecho que el crecimiento permanente no sea un objetivo técnicamente viable instala la justicia distributiva como tema técnico, además de ético. En efecto, si los recursos han de ser finitos, su forma de distribución debe ser definida expresamente y no puede esperarse que el mercado se haga cargo de ello más que en pequeña proporción.
4. Si el planeta es el límite y no se puede expandir, el tercer componente a considerar – además de la economía y la justicia distributiva – es el efecto de la economía sobre el recurso natural, porque puede suceder que la actividad humana “achique” el planeta, en el sentido que deteriore la calidad o la accesibilidad de los recursos.
5. Hay entonces una terna de escenarios cuya evolución debe acompañarse: la economía, la justicia distributiva y la sustentabilidad del recurso global.
6. Como criterio personal, he señalado la inconveniencia de construir índices de alta fantasía, que con toda la buena intención del caso, sin embargo terminen sumando y multiplicando peras con manzanas con tanta arbitrariedad del operador que finalmente se llegue a números sin una implicancia práctica concreta. O sea: se construyan simples órdenes de jerarquía donde se diga que algo está mejor o peor pero no se pueda inferir ni las causas ni los caminos de corrección.
7. Con esa ácida medida, he propuesto que la justicia distributiva se mida directamente por la población que no cubre sus necesidades básicas. Conociendo la cantidad de gente que come, se viste o se aloja mal, junto con su localización geográfica, se identifica de la manera más directa la injusticia a corregir. Creo que esta medida es superior a las medidas de brecha relativa de ingresos entre los que más tienen y los que menos o similares.
Téngase en cuenta, como anécdota confirmatoria que uno de los objetivos del milenio fijados por Naciones Unidas es reducir la proporción de personas que viven con menos de 1 dólar por día. Hay quienes sostienen que eso se está cumpliendo. Otros, más sensibles, señalan que desde que se plantearon los objetivos, a escala planetaria bajó la proporción, pero aumentó la cantidad total de tales pobres extremos. Esta incongruencia de evaluaciones es la que quiero evitar.
8. En relación con la sustentabilidad la huella ecológica y su comparación con la capacidad biológica es una aproximación sistemática, perfectible pero ordenada, que permite comparar los efectos de la actividad humana con lo que podríamos llamar la capacidad portante del planeta. Quedan algunos aspectos fuertes a profundizar, como ya se ha señalado. El agua de consumo es el más importante. Los recursos no renovables es otro.
Volviendo al PIB
Para terminar este documento que apenas intenta ser una introducción a un tema casi ausente de la política argentina, resumo mi mirada sobre la modificación necesaria al PIB.
Si se descarta la ampulosa pretensión de corregirlo para que se convierta en la referencia excluyente del bienestar y si se acepta que hay formas de cuantificar la (in)justicia distributiva y la sustentabilidad, las modificaciones al PBI pueden concentrarse en su objetivo más elemental: medir mejor la actividad económica.
Para eso, hace falta agregar a lo hoy medido dos elementos:
Una estimación del valor agregado por el trabajo productivo y de servicios personales, realizado en el hogar o en organizaciones sociales, no remunerado. Aquí es necesario revisar a fondo diversas metodologías propuestas y aplicadas y esencialmente no confundir algunos planos. En efecto, se tratará de medir trabajo que se podría derivar a otras personas con una remuneración. Quedarían excluidas así todas las responsabilidades típicas de un padre o una madre que tienen su origen en el sentido de existencia de una familia, como la supervisión de la educación de los hijos o la contención afectiva, o tantas otras.
Un factor de equivalencia entre las prestaciones realizadas por el Estado y por terceros en salud, educación o cualquier otro plano donde hay prestaciones privadas, que valorice las primeras en los mismos términos según se alcance las mismas metas.Con estos dos ajustes se podría obtener un índice de actividad económica, al que probablemente habría que llamarlo exactamente así, señalando que algo esencial ha cambiado respecto del PIB.
Todos los demás elementos considerados en ejercicios como el del GPI descrito antes, quedarían ahora comprendidos en el análisis de justicia distributiva o de sustentabilidad. Se reitera el concepto: no veo valioso “castigar” el índice de actividad con la estimación del costo de accidentes viales, por caso, sino que al igual que todas las otras enfermedades sociales, ese tema debería ser analizado en sí mismo y encarado en términos absolutos.
* Presidente del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI). Fuente: INTI – 30.03.2010.