Por ejemplo, en el 2006 se había inaugurado en el Museo Estadounidense de Historia Natural una excelente exposición que sería luego llevada a Boston, Chicago y Toronto, Canadá, para terminar en el Museo de Historia Natural de Londres, desde fines del 2008 hasta principios del 2009. Pero ni ella escapó a las pasiones encontradas que sigue persiguiendo, en pleno Siglo XXI, a la Teoría Evolutiva. El encono es explicable: ella demuestra el origen natural, no divino, del hombre, y también la pertenencia de todos los seres humanos a una misma especie animal, más allá de sus diferencias raciales o culturales. Y esto, como ha de comprenderse, es demasiado para mentes conservadoras o estrechamente dogmáticas en materia religiosa. En un artículo de Martin Kettle publicado en «The Guardian», con motivo de la controversia desatada en Estados Unidos alrededor de esa misma exposición, y sugestivamente titulado «America is caught in conflict between science and God», se intentaba explicar algo inexplicable para el resto de las persona del planeta. Y es que puede que esa nación sea la única donde el Darwinismo no sea tomado por muchos como ciencia constituida, sino como una «opinión errónea, refutada ya por los avances de la propia ciencia». «Solo un cuarto de los ciudadanos norteamericanos cree en la evolución basada en la selección natural» – apuntaba el diario, «Mientras, más de la mitad de los estadounidenses comparte la idea de que Dios creó el mundo en seis días, tal y como se expresa en el Génesis…», añadía. Pero lo que no pasaría de ser una polémica justificada entre partidarios y detractores del Darwinismo y de las ciencias, de un lado, o de la religión y el librepensamiento, del otro, tiene aristas, ya no tan justificadas, que el propio Kettle apunta: «Vivimos en un mundo dominado por Estados Unidos, quienes proclaman su primacía militar, económica y hasta moral sobre los demás pueblos del planeta. «Mucha gente cree que este país es diferente al resto del mundo, y que esa excepcionalidad denota un propósito divino. «De ahí basta dar un solo paso para proclamar que lo divino tiene preeminencia sobre la ciencia y que la retórica la tiene también sobre la razón». En efecto, quien entienda que en Estados Unidos se está solo discutiendo de ciencia o religión, no ha entendido nada. Darwin, su obra y específicamente su Teoría Evolutiva sigue estando desde hace siglo y medio bajo fuego, no solo por derrumbar dogmas y afectar intereses divinos, sino más bien, y sobre todo, por afectar intereses terrenales muy concretos. Es increíble la larga lista de obras que se han publicado en Estados Unidos, escritas por importantes científicos y pensadores conservadores, y sobre todo, neoconservadores, para «refutar» al Darwinismo. Entre los más destacados se encuentran Robert Bork («Slouching Towards Gomorrah: Modern Liberalism and American Decline»), Michael Behe (» Darwin´s Black Box: The Biochemical Challenge to Evolution»), Michael Denton («Evolution: A Theory in Crisis»), Leon Kass («Toward a More Natural Science»), y muy especialmente la obra de Gertrude Himmelfarb, publicada en 1959, bajo el título de «Darwin and the Darwinian Revolution». Y esto último nos permite seguir otra pista. Después de dedicar 17 capítulos de su libro a estudiar exhaustivamente la biografía y las obras de Darwin, esta historiadora, que pertenece al Consejo de asesores académicos del American Entreprise Institute, uno de los más poderosos tanques pensantes neoconservadores, culmina analizando la relación entre Darwinismo, religión, moral, política y sociedad. Las conclusiones, no precisamente académicas, se recogen en su capítulo final, elocuentemente titulado «The Conservative Revolution». Y he aquí que esta interesante evolución del pensamiento de la Himmelfarb, hace ya medio siglo, nos permite entender mejor por dónde va y a dónde conduce este extraordinario y conmovedor interés neoconservador por Darwin y su teoría. Porque hemos pasado del reino de las ciencias objetivas al de la política partidista. Y un interesante dato adicional: Gertrude Himmelfarb es la viuda de Irving Kristol, conocido como «El Padrino» del movimiento neoconservador norteamericano, y madre de William Kristol, uno de los firmantes iniciales, en 1997, del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, impulsor de la recién creada Foreign Policy Initiative, que es su heredera, y director del «The Weekly Standart», su vocero. Recordemos que en los ya lejanos tiempos de la Guerra Fría aquel puñado de visionarios de derecha que fundaron el movimiento neoconservador, desertores de la izquierda, habían sido detectados por el establishment y las agencias de inteligencia encargadas de la guerra cultural e ideológica contra el socialismo y la URSS. De manera planificada se dividieron los roles y los sectores del frente a atender, tocando a unos la filosofía, la política y la ideología, especialmente la lucha contra el Marxismo, como fue el caso de Kristol y de Norman Podhoretz, a otros la Sociología, como fue el caso de Daniel Bell, a otros las ciencias puras, como fue el caso de Leon Kaas, y la Historia, los valores, la moral y la educación, fue el frente ocupado por Gertrude Himmelfarb o Lynne Cheney, esposa de Dick Cheney. Del pensamiento geoestratégico y los problemas del desarme nuclear se ocupó Albert Wohlstetter, y de los temas literarios y culturales más generales, Lionel Trilling. Esto explica de alguna manera, el libro contra Darwin de Gertrude Himmelfarb, en fecha tan temprana como 1959, y los posteriores comentarios de su esposa, quien una y otra vez volvió sobre el asunto. Pero más importante que eso es desentrañar por qué y para qué estos denodados ataques contra Darwin por parte de los neoconservadores. «La Teoría Evolutiva, para Kristol, – en opinión de Ronald Bailey, autor de una excelente ensayo desmitificador de las obsesiones neoconservadoras en este campo titulado «Origin of Specious: Why Neoconservatives doubt Darwin? – no explica la complejidad de los orígenes de la vida. Allí tuvo que existir un creador inteligente. Por la misma puerta que sacan a Darwin, entran a Dios…» Bailey también nos recuerda, citando a Paul Gross, un biólogo conservador, que… «las opiniones neoconservadoras contra Darwin son más un caso de táctica política que de ciencia. «Algunos pensadores conservadores piensan que el fundamentalismo religioso es esencial para el programa político de la derecha. «No en vano se afirma por ellos que derribadas ya las teorías de Marx y Freud, dos importantes bastiones materialistas del siglo XIX, sólo queda en pie el Darwinismo, y por eso la orden de estricta e inmisericorde demolición». «Para que los neoconservadores mantengan su poder – opinaba Mike Elguinza en un blog donde se analizaba esta polémica, en septiembre del 2009, y se recordaba el papel jugado en ella por Kristol – es esencial la cínica explotación del miedo y la ignorancia de la gente.» El propio Darwin parecía estarle respondiendo a sus acerbos críticos neoconservadores cuando en una de sus obras escribió: «A pesar de todos sus elevados poderes, el hombre sigue cargando en su cuerpo el sello de su modesto origen». Así es: en estas feroces invectivas contra la ciencia y uno de sus pilares es fácilmente detectable el origen de la campaña y también sus objetivos. Sólo en algo se equivocaba este sabio, enterrado hoy en la Abadía de Westminster, al lado de Isaac Newton: no tuvieron, ni mantienen, un origen humilde. Los neoconservadores no lo son.
* Intelectual cubano y colaborador de Prensa Latina. Tomado de PL.