La comida es cultura cuando se produce, cuando se prepara y cuando se consume porque el hombre crea su propia comida, transforma los productos mediante una elaborada tecnología que se expresa en la práctica de la cocina y porque el hombre no come de todo sino que elige su comida con criterios ligados a la dimensión económica y nutritiva y a valores simbólicos de la misma comida. De este modo la comida se transfigura en un elemento decisivo de la identidad humana y como uno de los elementos más eficaces para comunicarla.
Pero cuando la alimentación se convierte en un negocio y responde a un modelo agroalimentario de lucro, los elementos nutricionales e identitarios se dejan de lado para ser transformados a través del marketing. En este modelo agroalimentario se trata de producir alimentos a gran escala sin importar su calidad, su origen, la explotación laboral o la contaminación de suelos y aguas y del mismo alimento.
En este esquema es que fueron introducidos los alimentos transgénicos, portadores de una tecnología que rompe las leyes de la herencia que pasan características de padres a hijos en forma vertical y mediante técnicas de laboratorio se introducen genes portadores de dichas características de bacterias a animales y plantas, de diferentes reinos y especies, se introducen genes de resistencia a antibióticos a los alimentos, y lo que es más evidente y preocupante, se producen alimentos con elevados niveles de residuos de pesticidas altamente tóxicos y ahora reconocidos como promotores y causantes de diferentes tipos de cáncer, enfermedad a la que se expone a la población de manera irresponsable y desinformada.
Luego de una ardua lucha de resistencia que duró más de 8 años, en Bolivia fue aprobada la soya RR el 2005, único evento transgénico aprobado a la fecha. A partir del 2009 un cuerpo legal que deriva de la Constitución Política creó un panorama prohibitivo para los transgénicos, pero esto tampoco es casual, pues los esfuerzos de las organizaciones, instituciones y sociedad en general por evitar la apertura a más transgénicos han sido y son permanentes. Así, la Ley de Revolución Productiva Comunitaria si bien abrió el país (de manera inconstitucional) a la posibilidad de introducir transgénicos, los cerró firmemente para los cultivos de los cuales somos centro de origen y de diversidad, lo que significa el maíz, los cultivos andinos, maní, calabazas, locotos y una amplia variedad de especies cultivadas.
A la fecha, frente a la anunciada Cumbre Agropecuaria, organizaciones de agroindustriales nuevamente presionan para introducir nuevos transgénicos precisamente en maíz, algodón y soya. En este último caso, cuando fue aprobada la soya RR, aseguraron que con la semilla transgénica resistente al glifosato, se resolverían los problemas de producción, se incrementarían los rendimientos y se sustituirían todos los herbicidas por uno solo, el glifosato. Lo que ocurrió es el incremento de la importación del herbicida que forma parte del paquete transgénico aprobado. Como no podía ser de otra manera, el uso intensivo del pesticida ha generado hierbas resistentes al mismo, por lo que proponen aprobar soya resistente a otros herbicidas, como el 2,4-D y el dicamba, componentes del Agente Naranja con el cual fueron fumigados, asesinados y enfermados miles de vietnamitas que aún ahora deben sobrellevar los efectos de ese acto de guerra.
El maíz es el mayor cultivo industrial y por eso resulta un gran negocio la introducción de semillas transgénicas cuyas patentes son propiedad de las empresas semilleras asi como de los herbicidas asociados o sus variantes. Pero el maíz, el cultivo que hizo posible las culturas precolombinas de la región andina y México, legado de la humanidad, se cultiva en todos los ecosistemas del territorio nacional, por lo que su contaminación sería inevitable de ser introducidas semillas transgénicas de maíz.
Y en cuanto al algodón, este no es un producto alimenticio y su cultivo en Bolivia es marginal, precisamente por el abuso de pesticidas al que ha sido sometido, lo que ha creado una gran resistencia de plagas y enfermedades que difícilmente será resuelta con un algodón resistente a un pesticida.
El 2014 fue aprobada la Ley del Consumidor, que reconoce a los derechos a la toma de decisiones informadas por parte de los consumidores. En el ejercicio de la misma, los consumidores de alimentos, -que somos todos- nos hemos organizado localmente para demandar el respeto al derecho a una alimentación sana y adecuada, libre de substancias contaminantes, tóxicas y cancerígenas. En la Cumbre Agroalimentaria no pueden estar ausentes quienes verdaderamente producen los alimentos que se consumen en el país y tampoco quienes los consumirán y por tanto deberían ser actores de las políticas agroalimentarias del país.