La montaña se ha tomado a sorbos y con dicha todo el sol del atardecer y su celaje y el viento de arenas de agosto y está a punto de dormirse en el sueño eterno y cotidiano que la ampara siempre, su destino de eternidades es algo que nunca dejará de habitarme ya que es el beso del tiempo el que te halaga y sucede
El aire, el aire… el aire está tan cargado de intensidades —tanta vibración, tanta luz invicta del cielo del altiplano, tanto evitarse el desgarro— que uno no sabe, no puede saber si es feliz o qué, pero lo intuye, lo siente: celebra que el aire aquí sea tan diferente, tan pesado y elusivo a la vez, tan diferente
Un cactus no deja de sonreírse: sueña que vuela en el vacío, sueña que planea sobre la corriente del río, sueña que se sueña en Lisboa en algún jardín o acariciado por un botánico sorprendido o sueña que llega a donde las aguas lo mezan o lo agiten y no le prohíban nada, menos que menos soñar
El cactus no es cualquier cactus: atesora esperanza
Eso lo vuelve mi amigo, alguien primordial, alguien con quien iría caminando de la mano hasta el fin del mundo, o al menos hasta su morada, aquí en el cerro que agasaja a la casa, y acompañarlo en sus estares y pareceres y acaso padecer, y compartir cada estrella y cada vizcacha que se aparece, o a veces un zorro, como se me cruzó el otro día en las afueras de Jupapina, casi en la bajada a Lipari, donde la geografía se abre cual anfiteatro cósmico y puedes ver las inmensidades azules a lo lejos y soñar más, soñar más agreste, soñar más puro…
¡Un zorro, carajo!
Una flecha dorada y ocre y veloz que se perdió barranco abajo como un kamikaze con cola propia al viento de la mañana hacia las vizcacheras que vimos con el Pepe y demás amigos de Rosario que llegaron hasta la casa, una tarde donde fuimos a buscar por ahí, por un bosquecillo —donde siempre habitará la diosa—, por la vera del río, entre las piedras, entre las grietas, entre la espuma, algo que no se puede encontrar así nomás
Algo que sólo se puede encontrar si lo conjugas, y si conjugado: lo vives así
Digo que tal vez lo que andábamos buscando era fe, era la fe, era más fe
No cualquier fe
Digo: sepan de esta fe
Una fe como la del cactus, mi amigo el cactus, una fe como te amarra el zorro, una fe de la cual brote agua clara, agua que podamos beber todos juntos
Una fe que raspe lo inútil que nos quieren imponer, una fe que raspa y reencuentre la esencia
Una fe que sólo se trame en el encanto del mundo, en lo que el mundo pueda seguir encantándote, maravillándote por ser sólo eso: mundo
Mundo de piedras, mundo de selvas, mundo de aguas y vientos, mundo de estrellas que ahora veo brillar desde mi ventana
Mundo de seres que tengan fe, fe cuidada, fe que alimenta y se alimenta, fe que no muere, fe que jamás mengua, que no puede faltar porque es fe de la buena
Porque es esa clase de fe la que cultivamos en el rincón más íntimo de nuestro ser
No cualquier fe
Es esa especie de fe, que aunque se haga escasa hoy en día, inspiró revoluciones, desató pasiones, sacrificios y bellezas, honró alegrías colectivas
Es esa manera de sentir lo que nos hace vivir; es esa manera de vivir, lo que nos hace sentir
Si no la sientes, no la hagas. Si no es verdad, no lo digas
No escribo más
Pienso siempre en vos
Me escribe Sydney
Sydney
Vos y la noche que ya reina. Vos y esas montañas imposibles que nos cautivan y nos quitan el aliento. Vos y el cactus que también te espera. Vos y ese aire que siempre celebraremos que aquí, entre estas oquedades del vino y estos abismos de la piel, sea tan rebelde pero tan nuestro, y nuestro de verdad.
Aire tan redentor
Aire que redime y cura
Aire diferente
Como esa nuestra fe que nos resucita a cada rato
Como el zorro aquel
Como la fe
A secas
Como la fe
Tan brava
Tan simple
A cuestas.
Río Abajo, 14 de agosto de 2013
Nota inevitable: el padecer del cactus es un homenaje al gran Tizón. Cuando me refiero a las alegrías colectivas, me refiero, de manera especial, al 25 de mayo de 1973 en la RA. Pepe es un militante político peronista que está empeñado en encontrar los restos mortales de “Roby” Santucho.