Una fecha asignada para propósito tan importante (quizá el más importante) debería ser tratada con toda racionalidad y celebrada con ceremonias de alegría, música y muestras de gozo. Sin embargo –a la inversa de otras festividades– este es un lúgubre día, con tres facetas negativas, que paso a referir:
La primera se llama indiferencia y/o desconocimiento. Buena parte de la gente no entiende lo que sucede, se enfrasca en los problemas del diario vivir y se pierde en aquello como ente pasivo receptor de basura informativa, que llena su tiempo individual. No encuentra norte positivo y vive la rutina. El “Día de la Tierra” no le dice gran cosa por encontrarse absorto en su mundo personal o familiar.
La segunda es la muestra de farsa que exhibe el Estado. Los gobiernos dedican a hacer palabrería con el tema, elaborando saludos, comunicados y repitiendo slogans conocidos a través de los medios de comunicación (como si la Madre Tierra los leyera y escuchara para sentirse complacida) La gente que lee prensa u oye radio, percibe huecas como consabidas palabras de aliento, esperanza y optimismo que, muchísimas veces, encubren conductas desleales de gobernantes, porque –y esto es lo dramático– no se sabe qué otros negocios o negociados contra el medio ambiente se esconde bajo la mesa.
La tercera es la existencia de fuerte dosis de angustia y pesimismo en la gente que entiende y se inquieta por los problemas terrestres. Se apercibe que, al constituir número de no mucha significación –fruto de su no organización– poco o nada puede hacer su inquietud para revertir la profunda crisis que sufre nuestro infeliz planeta.
Ante estas situaciones y aprovechando la fecha, será útil –así sea de paso– plantear algunas reflexiones oportunas.
Relación entre el hombre y la naturaleza en el curso de la historia
En el comienzo de los tiempos, cuando el ser humano hace su aparición en la superficie y toma conciencia de su vida y ambiente, la sociedad primitiva vivía una era de paz, abundancia y regocijo sin opresión, guerra ni hambre. Acierta el poeta griego Hesíodo de Beocia, cuando clasifica los siglos como la Era del Oro, De la plata y Del bronce y le asigna el metal más precioso a aquellos primeros tiempos, reduciendo la cualidad del metal a medida que se degradaba la humanidad. Innumerables filósofos también griegos, en especial los sofistas, honran a aquella antigua sociedad porque tal fue una realidad que existió sin ser invento idílico, ni fantasía mítica de nadie.
Los jus-naturalistas de los siglos XVII y XVIII, Grocio, Locke, Pufendorf, Rousseau y otros más refuerzan aquella realidad, reconociendo en el hombre –sociable y hermano de los demás por no haber Estado ni leyes– una serie de virtudes y cualidades que llegaron a desaparecer en el curso del tiempo. La propia religión nos dice que la tierra era un edén, con abundancia de bienes naturales y belleza.
Si nos preguntamos: ¿por qué se destruyó este edén?, la respuesta no se hace esperar a la luz de tan ilustres pensadores, como de las propias ciencias sociales posteriores. Al apartarse el hombre de los principios morales naturales, desaparece el interés colectivo para ser substituido por el interés individual. La sociedad primitiva sucumbe cuando se rompe la igualdad social y se imponen sobre aquella los que hacen abuso de su fuerza, abuso de su ingenio, abuso de su destreza, y comienzan a someter gradualmente a los demás. Aparece la propiedad privada, el Estado, las leyes, la esclavitud y con ello el hombre pierde sus condiciones naturales de contacto con la naturaleza. Es más: se le atrofian facultades de percepción natural, que antes tenía.
Simultáneamente se da rienda suelta a la aparición de instintos que jamás se manifestaron anteriormente. Tales son el deseo de poder omnímodo, el sadismo y otras cualidades de perversión. Fue entonces cuando aparecen las guerras, increíbles conductas criminales, la ambición por tener más (vía asalto) e infinitas otras formas de perversión social. No tiene otro origen la economía, porque nace desde la milenaria desigualdad hasta nuestros días.
Paralelamente con este proceso social como psicológico –esto último porque incide en los hábitos, costumbres, creencias y conductas impuestas a la humanidad– la referida economía se hizo dueña absoluta de la situación, bastándole las experiencias de valores utilitarios de cualquier tipo, donde no cuenta para nada la naturaleza. Se forzaba a destruir árboles, a fundir minerales para fabricar armas y exterminar a los semejantes, se elaboraban catapultas para provocar incendios, se ingeniaban armas para acabar con las sociedades invadidas. Se enturbiaban los ríos, se lanzaban cadáveres en el mar, se exterminaba a los animales para habilitar comarcas y ciudades, así como se domesticaban caballos, mulas, elefantes, asnos y otros para someterlos como instrumento económico.
No cabe duda alguna que el proceso ascendente, denominado con eufemismo como: “producción de riqueza” fue paralelo –aunque inverso, en la misma proporción– al proceso de envilecimiento y destrucción de la naturaleza. Empero la población mundial no había crecido todavía a nivel peligroso. La naturaleza podía soportar todo proceso degradatorio como destructivo en su contra, porque su laboratorio físico de restauración, operaba con eficiencia.
Empero los siglos transcurrieron y las cosas cambiaron con rudeza. Hoy la capacidad de soporte planetario está debilitada y las muestras de su deterioro, no sólo se han agravado, sino también multiplicado.
Paréntesis de personas y cosas
Si soy permitido a hablar de mí mismo (únicamente por experiencia personal y no por megalomanía) diré que he encontrado tantísimas muestras físicas de la destrucción planetaria, que he tenido que publicar un diccionario para explicarlas… y sólo en forma incompleta. Mi libro: “Manual de Ecología Política”, pese a la abundancia de información obtenida, apenas ha recogido una parte de semejante material. Valga ser oportuno para destacar que, ante ese estado de cosas, han ido surgiendo en el mundo los ecologistas espontáneos, individuales (sin coordinación) que comienzan a tomar venganza personal y combaten sin temor alguno contra las causas, hasta acabar en su martirio personal
Es característico ahora que, diariamente, prensa, radio y televisión y el inmenso mundo del Internet, reportan –con las mejores técnicas de la transmisión digital– nuevos hechos, y muy curiosos, sobre el proceso destructivo en distintas partes del orbe terrestre. Mi libro: “El Hombre, Animal en Peligro de Extinción” ha recogido, explicado y retransmitido –por regiones geográficas– hechos concretos de las calamidades, manteniendo un hálito de esperanza para que se detenga aquella situación.
En la obra: “Earth\’s Destruction…” ( publicada en idioma inglés), clasifico el proceso destructivo en 5 partes: Destrucción del Reino Animal, del Reino Vegetal, del Reino Mineral, de la Superficie Terrestre, y finalmente la Destrucción del Hombre, prisionero de una cárcel social denominada: civilización y tecnología.
“Conversaciones con el Planeta Tierra”, refleja el síndrome crítico de los problemas que aquella sufre, expone y los refleja con pena, dolor y claridad.
“Epopeya y Muerte de la Tierra”, un prolongado poema épico de 28 capítulos (publicado también en dos discos) tuvo que acudir a la literatura para formular airadas y duras protestas por las ya infinitas formas de destrucción del medioambiente. La literatura resultó aliada para la estratégica protesta.
“Socialismo y Ecología”, refleja que toda sociedad que respete y siga con los legados que emergen de la naturaleza, no puede ser jamás de tipo capitalista.
Aunque a nadie le es grato hablar de sí mismo, me siento obligado a destacar que –a la inversa de lo que propagan servidores bien pagados al servicio de las empresas destructoras– jamás he tratado de provocar arrebato o desorientación, ni en libros ni en artículos que me publica la prensa internacional.
Valga la pena, a este propósito, hacer conocer que existe un cúmulo de organizaciones creadas para desacreditar el pensamiento ecologista, al cual acusan de “catastrofista”, “alarmista”, “exagerador”, enemigo de la civilización, “retrógrada” porque –según aquellos– supone que el hombre vuelva a la era de las cavernas, etc., etc. más otros epítetos ofensivos. A los que ya no pueden repetir sus mismos adjetivos, les investigan su vida privada para desacreditarlos de alguna forma. De esta forma fueron atacados los fundadores de la organización internacional ecologista, denominada “Greenpeace” que, para despecho de sus difamadores, ya sobrepasa los cinco millones de adherentes.
Y valga otro minuto para explicar que esta última organización fue creada con ayudas y limosnas para resucitar un barquito ya envejecido e inútil y lo puso en condiciones de enfrentar distintas lides y combates en distintos mares del mundo, frente a los cazadores de ballenas, delfines, focas y otras especies marinas. La embarcación se colocaba en el medio del blanco para proteger a las víctimas. Este barco, denominado: “Guerrero del Arco Iris”, también lidió contra la propagación de la basura nuclear e incluso contra las pruebas nucleares de guerra, hasta que una noche fue torpedeado y hundido en Oakland, Nueva Zelanda.
Greenpeace fue un ejemplo vívido para nuevos otros ecologistas que, ya en pequeños grupos, continuaban surgiendo por generación espontánea y combatiendo.
Inspirados en sus hazañas, estos últimos comenzaron a luchar contra la vivisección de los animales en los laboratorios, contra la tala de bosques (a cuyos troncos se auto amarraban con cuerdas), contra las atrocidades de torturas en los criaderos de animales en las granjas industriales y tantas otras formas de protesta y resistencia.
Muchos de aquellos fueron deliberadamente asesinados en la noche como el caso de Chico Mendes (protector de las selvas) en Brasil, ahorcados como el caso de Ken Saro Wiva por el propio gobierno militar de Nigeria (protector de la contaminación petrolera) y otros encarcelados con prolongadas condenas. En la cárcel murió el barrendero inglés Barry Horne (fiel amante de los conejillos de Indias); a la activista pro-bosques de Sequoia, Judy Barry de California le pusieron una bomba que le provocó parálisis y silla de ruedas acusándola, además, de explotar su propia bomba. A la activista intelectual alemana Petra Kelly y su compañero los mataron a bala. Al escritor Mumia Abu Jamal lo tienen preso ya 32 años arriesgando la pena de muerte. Tanto las unidades económicas destructoras, como las propias policías protectoras, inventaron y le aplican el mote de: “eco-terrorista” a cualquier ecologista franco y abierto.
No cabe duda estos otros ejemplos de sacrificio, auto- heroísmo y martirio han servido para que las acciones individuales de protesta se vayan convirtiendo en colectivas. Hoy se van formando núcleos de ecologistas, bastante bien estructurados y prudentes, como organizados para el combate. Ya no los pueden encarcelar con facilidad.
“Ecologistas en Acción” se ha convertido en un poderoso movimiento, en España, con el cual el Gobierno sabe que no puede jugar, porque además de tener sus unidades de agitación permanente, cuenta también con intelectuales y científicos de alta categoría que no vacilan en aplicar su nuevo estilo de enfrentamiento. En Argentina, “RENACE” se va convirtiendo en un movimiento similar con bastante acogida de la población. No hay duda que semejantes ejemplos acabarán siendo imitados.
Lo anterior muestra que el planeta Tierra tiene defensores, que se van multiplicando. Lo ideal es lograr un ejército o milicia ecologista en cualquier parte, sin más armas que su propia energía, tenacidad y el honor moral de su causa, sin paga alguna.
Será bueno tomar conciencia que si los ecologistas –los únicos que pueden hacerlo– no estructuran y coordinan a tiempo su avanzada para defender su propia casa planetaria, el proceso destructivo va a acelerarse aún más.
Frentes y síntomas de la destrucción
Es significativo el número de personas que suponen que la crisis de la Tierra se expresa únicamente en el cambio climático sin apercibirse que el proceso destructivo se produce en todas las actividades, no solo económicas, sino en la propia vida diaria, y aún de la doméstica. Los efectos del saqueo terrestre contra el trabajo, la salud, la alimentación y la vida de las personas, son crecientes, intensos y permanentes; muy en especial por causa de los países industrializados que, ahora, utilizan al Tercer Mundo para su abastecimiento en cualquier lugar donde puedan. Y no olvidemos que a aquella actividad intensiva la denominan: “crecimiento económico”.
No es muy sencillo clasificar toda esa actividad ni sus efectos. Sin embargo, a grandes rasgos podemos simplificar las cosas por los resultados que se perciben:
La primera, es la polución aérea, particularmente de gases perniciosos para la naturaleza y la vida humana. Bien sabemos que la expulsión al espacio aéreo terrestre del gas metano, los cloro-fluoro-carbonos, el CO2 y otros más, han producido el calentamiento terrestre, la aceleración de las tormentas o trombas del aire, la perforación de la capa de ozono, el derretimiento del Ártico y la Antártida, la inundación creciente las franjas costeras y tantos otros problemas de primera clase. Hoy son de dominio público diario, y un menudo problema para la Organización de las Naciones Unidas, el carbón y el petróleo que es expulsado al aire por chimeneas grandes (la industria) y pequeñas (los caños de escape de billones de vehículos en el mundo).
Los efectos de esta polución han arrojado a las personas de sus casas, de su ambiente, de su trabajo y de su vida. Se ha provocado y se continúa provocando las migraciones ambientales que, según los organismos internacionales, se han convertido en un problema sin solución, agravando también los problemas propios de los países que los reciben.
La segunda, es la polución acuática, que resulta tan peligrosa como la primera. Los océanos y mares están plagados no sólo de materiales químicos que los están convirtiendo en aguas ácidas, en verdaderos botadero de basura, de aguas servidas de alcantarillas, de minería marina, de acción negativa del petróleo con la actividad inmensa que ahora tiene la marina mercante. Peor todavía, con el incremento de la pesca en gran escala y con redes que miden más de un kilómetro de ancho, reforzadas con cables de acero, y tiradas por barcos adecuados, ahora barren el fondo del mar, destruyendo sus bosques y la flora acuática. Ahora ya puede explicarse porque innumerables especies de peces y animales marinos se hallan en proceso de extinción.
¿Y los ríos y lagos? Igualmente se han convertido en canales que transportan la basura rumbo a mares y océanos.
¿Acaba el problema? Claro que no. Océanos, mares, lagos, lagunas y ríos con ahora víctimas de la acción de los plásticos, particularmente de las bolsas desechables, que según informes de buceadores a la prensa europea, ya están tapizando el fondo con los problemas consiguientes para la flora acuática (que muere por asfixia) y fauna (que muere por tragarse las piezas).
La tercera, la polución terrestre, nada tiene que envidiar a sus otras competidoras destructivas. La acción de los productos químicos en la agricultura, bajo el título de fertilizantes, insecticidas o detergentes, los derrames de petróleo en la superficie, la lluvia ácida, la acción cada vez más complicada de la basura, incluyendo la basura doméstica, son algunas de sus muestras.
Concluyamos indicando que las acciones polutivas son efecto innegable del denominado: “mercado”; aunque la causa se halla en la avidez de las grandes corporaciones, cuya acción se sigue desplazando a cualquier parte del planeta, particularmente los países del Tercer Mundo.
En este último, mediante la ayuda de serviles burguesías exportadoras locales, se sacrifica el suelo, se agota la propia agua potable regional, sin importar tampoco la explotación de mujeres y niños con jornadas agobiadoras de trabajo más salarios miserables.
Otros frentes de la destrucción
Es importante entender que los problemas de la economía contra la ecología han avanzado de magnitud y no se dan solo en el proceso productivo. Ahora ya atacan el proceso de la distribución. Es tenebroso –y no hay tiempo de explicarlo ahora– como este proceso se ha vuelto universalmente intenso y contribuye, no sólo a la mayor polución de petróleo y carbón en aire, agua y tierra, sino también a la contaminación biológica de cualquier área terrestre (transporte accidental de insectos, bacterias y virus).
Continuando con el avance destructor, la incansable economía ahora contamina también la fase final de su propia enseñanza. Vale decir, se encuentra también en el consumo. Sin forzar las cosas los productos de la industria se van volviendo nocivos para el ambiente humano. Es un secreto a voces que tintes para el cabello, cremas para la cara, cosméticos, lociones e infinidad de productos –incluyendo medicinas– tienen componentes nocivos para la vida y su salud.
Este fenómeno es aún más patente en la alimentación, cuyos productos, particularmente conservas, se hallan plagados de aditivos conservantes, colorantes, edulcorantes, saborizantes, sanitizantes, anti-solidificantes, vigorizantes, y un cúmulo de otras funciones en beneficio de la apariencia “saludable” del producto “alimenticio”. De otro lado ya es público que la carne del ganado vacuno oculta hormonas que, en varios países, han producido alteraciones biológicas, adelanto de la sexualidad y desarrollo de senos en niñas de apenas 5 años.
No puedo pasar el día haciendo enumeraciones de casos y demostrar que hasta la ropa de abrigo de las personas guarda contaminación. El estado de cosas no consiste en descubrir, enunciar y lamentarse. El problema consiste el resistir y rebelarse.
¿Rebelarse?
¿Y contra quien deberemos rebelarnos? –Naturalmente contra el orden social destructivo que se ha impuesto en el mundo, contra nuestra propia voluntad. Debemos tener muy claro que la situación de fondo –si se la entiende a la luz de la racionalidad– consiste en la débil resistencia de la naturaleza a la amenaza de la tecnología.
El avasallamiento, al que la tecnología ha sometido a la naturaleza por siglos, es algo que debe llegar a su fin. De lo contrario ambas van a sucumbir, porque se va agotando pronta como peligrosamente la capacidad de carga de la Tierra. En poco tiempo más se verán cosas increíbles, donde la efectiva perdedora será la propia humanidad.
Por supuesto, se van a salvar quienes escapen a otro planeta. Y sobre esto último del escape interplanetario, tampoco es novedad. Hace ya tiempo que se está hablando del tema a altos niveles estratégicos como una posibilidad en favor de quienes se encuentren en condiciones de hacerlo. ¿Quizá para colonizar otra esfera del cosmos, trasplantando modalidades empresariales privadas “Made in Tierra”?
No resultaría equitativo que la gran mayoría de la humanidad quede víctima de una gran tragedia (de la que prefiero no brindar detalles); frente al escape que pretende buena parte de los destructores, evadiendo su bien merecido destino.
Es hora de entender que la emancipación de la humanidad del sistema opresor e incompatible con la administración de la Tierra, no se va a lograr con actos de piedad de sus responsables actuales. Tampoco con la buena voluntad o declaraciones líricas de los gobiernos, especialmente en reuniones internacionales. Menos hay que confiar en las palabras ni conductas de muchos ecologistas de escritorio.
¿Qué salida podemos dar a la crisis? —La acción directa y colectiva de la sociedad, organizada, país por país, ciudad, por ciudad, pueblo por pueblo, villa por villa, comarca por comarca.
Debe la sociedad organizada adquirir toda la fuerza física, moral y social para controlar, presionar, combatir, resistir, insistir, e imponer diariamente –tanto al Estado como a los mecanismos de producción y distribución– los lineamientos de un nuevo sistema solidario, asentado sobre los siguientes principios básicos:
1. Dominio y estricto control de la ecología sobre economía. Todo tipo de actividad y producción debe ser controlado con parámetros ambientales. Cada país debe alimentarse con sus propios recursos naturales.
2. Desaceleración de la actividad económica forzada, para ser substituida con niveles de planificación racional que entren en armonía con el medioambiente.
3. Control forzado y veto de los mecanismos social-ecológicos sobre el poder político del Estado.
4. Supresión inmediata, de cualquier causa o fenómeno que atente contra el medioambiente. De no haber soluciones inmediatas deberán utilizarse mecanismos improvisados.
5. Fin de la deforestación, Caducidad total de estas concesiones forestales. Planificación reductora sobre el consumo de madera, hasta su total extinción.
6. Supresión de toda actividad minera (así sea concesión) si no garantiza y demuestra previamente, que no va a contaminar aguas, superficie, ni generar basura minera peligrosa.
7. Fin de la caza y la pesca, que no sea básica para alimentación de las comunidades.
8. Prohibición de exportar aves, insectos, y otras especies en riesgo o no de extinción, con finalidades comerciales.
9. Reducción al máximo de toda exportación extra continental. Los intercambios de alimentos o insumos de alimentación, sólo podrá ser efectuado para estimular integraciones regionales.
10. Creación del Tribunal Penal Ambiental Internacional y filiales regionales.
El autor es periodista y titulado en Filosofía, Gus_port@adtekz.com – gustavop2@hotmail.com