La larga historia de los reclamos aborígenes australianos

A partir de la colonización británica que irrumpió en la llamada isla-continente desde 1788, cuando se establecieron numerosos centros para presidiarios provenientes de Europa, los pobladores originales sufrieron el despojo de tierras y derechos. Así lo reconocieron líderes de la mencionada comunidad como Mick Gooden, quien censuró métodos violentos en las protestas pero reconoció el enfado, la frustración y el dolor de las comunidades indígenas.

Gooden se refirió, de esa manera, a varios centenares de aborígenes que increparon a la primera ministra, Jules Gillard y al dirigente oposicionista Tony Abbott, y les acosaron durante un acto público en Canberra, la capital. Pero los hechos, manejados con una evidente simpleza informativa por los medios de prensa, según denuncias, resultaron una airada crítica ante las sugerencias de Abbott por eliminar la llamada Embajada Aborigen, establecida desde 1972 ante la sede del antiguo Parlamento.

A mediados de 1972, cuando se conmemoraba el Día Nacional de Australia, organizaciones indígenas promovieron la instalación de esa Embajada como una forma para reclamar los derechos conculcados por más de 200 años de colonización despiadada.

Desde entonces, líderes de la comunidad original australiana, entre ellos Gary Foley, Chica Dixon, Pearl Gibbs y Paul Coe, enfrentaron desalojos, atentados incendiarios y otras acciones pero lograron que el lugar se preservara hasta la actualidad, a pesar de no ser reconocida oficialmente.

Pero la larga historia está repleta de acontecimientos discriminatorios que han significado el despojo de las mejores tierras y la confinación de la mayoría de la población originaria, estimada ahora en apenas el dos por ciento de los habitantes del país, a los más apartados rincones.

De acuerdo con estimados confiables, cuando la colonización británica irrumpió, los aborígenes australianos superaban los 400 mil y vivían como recolectores y cazadores en un medio natural ampliamente diversificado. La proliferación de centros penitenciarios y el arribo de miles de colonizadores en busca de oro generaron incluso masacres como las de Tasmania, en 1876, cuando fueron exterminadas tribus enteras.

A partir del siglo XIV, se fundaron además localidades como la de Kalgoorlie, donde se ubica la mayor mina de oro que produce unas 800 mil onzas anualmente, así como la aplicación de políticas calificadas de genocidas para adoptar por la fuerza a más de 120 mil niños indígenas.

En clara desventaja, los aborígenes resistieron, pero fueron empujados a las regiones más inhóspitas y desconocidos sus derechos a la tierra que habitaban desde hace más de 30 mil años, de acuerdo con los hallazgos arqueológicos y las pruebas al efecto mediante el Carbono 14.

Empresas mineras como la BHP Billitun, de capital británico-australiano, una de las mayores del mundo, dominaron los potencialmente ricos yacimientos de carbón, uranio, hierro, petróleo y diamantes.

Para un aborigen, los salarios- tanto en la industria como en el campo- no pasaron nunca de las dos libras esterlinas por semana (1,58 dólar por libra), frente a nueve o 10 de los australianos blancos, según las más diversas publicaciones.

La insalubridad y el aislamiento resultaron consecuencias dramáticas para los originarios, hecho reconocido por la Agencia Fides, órgano de las obras misionales de la iglesia católica fundada en 1927 y que los calificó como “los más pobres y desfavorecidos”.

Entre 1965 y 1971, la evidencia del despojo obligó a ejecutar algunas concesiones, calificadas por organizaciones autóctonas como “paternalistas y dictatoriales”, y sólo en este último año fue electo el primer diputado indígena, Neville Bomar.

Testimonios de viajeros, sin nombres identificadores, señalan que hoy en día el mundialmente conocido Boomerang -en sus inicios un objeto para divertir y no de caza- es apenas un souvenir abundante en las tiendas pero que nadie sabe manipular.

Así parece plasmarse la historia aborigen australiana, desconocida en los grandes medios a pesar de ser una de las más antiguas del mundo.El autor es jefe de la Redacción Asia de Prensa Latina.

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Fobomade

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