En Centroamérica aunque su desarrollo es más reciente, a causa de los diversos conflictos armados de los 80s, el turismo ha crecido de forma destacada durante la primera década del 2000 hasta convertirse, junto a las remesas de los migrantes, en una de las principales fuentes de divisas.
En 1996, reunidos en el Hotel Barceló Montelimar, en Nicaragua, los jefes de Estado de los países de la región acordaron la Declaración de Montelimar, por la que se comprometían a una integración turística regional que permitiera unir "recursos, voluntades y esfuerzos, a fin de proyectar ante el mundo la imagen y ventajas de ofrecer un destino turístico regional único". Desde entonces las políticas turísticas han estado orientadas a la promoción intrarregional y la comercialización conjunta y a crear una legislación y políticas de incentivo acordes con los intereses del gran capital corporativo.
Este fuerte crecimiento de la actividad turística se ha localizado territorialmente en torno a algunas ciudades y sobre todo en el litoral, de tal manera que muchas áreas costeras y rurales han experimentado una notable transformación: las actividades productivas tradicionales han perdido peso frente a los servicios y la construcción. Es un giro de 180 grados que privilegia al sector terciario frente al primario. Pero este protagonismo en realidad no queda circunscrito a esos nuevos espacios; el turismo amplía su ámbito de influencia y se convierte en un factor de atracción de población de otras zonas rurales que se ven obligadas a migrar a causa de un creciente empobrecimiento y una desarticulación de las economías campesinas y pesqueras afectadas por años de políticas neoliberales.
El impacto de este proceso de turistizaciónes confuso y sujeto de análisis y debate público, pe ro en cualquier caso parece evidente que está transformado de forma acelerada los marcos y modos de vida de la ruralidad. Lejos de ser un proceso unidireccional, el desarrollo turístico, en especial en áreas rurales, se ve sujeto a múltiples contradicciones y relaciones dinámicas. De este modo, se convierte en una fuente de amenazas, pero también de potencialidades para algunas poblaciones locales en función de las capacidades de control social que pueden tener éstas sobre su desarrollo. Sin embargo, este proceso se aventura como una disputa, un combate cada vez más desigual en el que los grandes capitales dominan la mayor parte del escenario y, con especial interés, inciden en las acciones de fomento e inversión gubernamental.
Una dinámica que tiende a la exclusión. Cadenas hoteleras internacionales, resorts, cruceros y desarrollos inmobiliarios protagonizan el crecimiento del turismo mexicano y centroamericano. Su desarrollo es hegemonizado por grandes capitales en competencia desigual con otras estructuras empresariales de carácter local o comunitario, enraizadas en dinámicas territoriales con mayores niveles de inclusión e integración social. Goliat quiere convencer a David de andar juntos un camino en el que las diferencias harán distribuciones equitativas dadas las singularidades de los servicios que cada uno ofrece, obviando las presiones, impactos y posición privilegiada en el mercado que el gigante filisteo detenta.
La penetración del turismo en muchas áreas, y con especial crudeza en el litoral, se ha convertido en una vía paradigmática que testimonia lo que se ha dado en llamar la "acumulación por desposesión”, siguiendo el concepto tal como lo describió el geógrafo marxista David Harvey.
En este sentido, se entiende que la acumulación de capital no sólo se produce en el marco de formas de producción puramente capitalistas, sino que a lo largo de la historia se realiza por diversos mecanismos y la enajenación puede ser o no velada. Y se apropia de regiones que hasta ese momento eran propiedad pública o mantenían cierto carácter colectivo o comunitario: se da la mercantilización de la naturaleza y los bienes comunes; la privatización de lo público, o la urbanización y turistización de amplios territorios costeros y rurales y sus recursos, como la tierra o el agua.
Esta desposesión se produce por múltiples vías, que van desde las dinámicas especulativas y la compra-venta, hasta procesos de expropiación y el ejercicio de la violencia mediada por la fuerza pública o empresarial. El problema no se limita a la pérdida de determinados recursos, sino que la desposesión supone también una profunda desestructuración de la territorialidad de las comunidades rurales –entendida ésta en sus múltiples dimensiones como el lugar en el que se desarrollan, producen y reproducen colectivamente modos de vida cuya economía, organización social, política y cultura no privilegian la maximización de beneficios, sustituyéndola por otra lógica de ocupación y articulación del territorio. En sentido estricto podríamos decir que el turismo desvela la espacialización del capital sobre territorios rurales en los que la contienda acumulación versus reproducción social se presenta como una arena política con dados cargados.
El desarrollo turístico-residencial hegemonizado por los grandes capitales ha dado lugar a una creciente privatización y elitización de inmensos territorios con invaluable patrimonio biocultural en los que se privilegia a nuevos usuarios con mayor poder adquisitivo, quienes tienen los recursos necesarios para acceder a la propiedad, uso del suelo y de los recursos naturales, frente a los intereses y necesidades de la población originaria. Este nuevo tipo de urbanismo da pie a estructuras excluyentes cuyo uso se destina exclusivamente a determinados segmentos de población en forma de hoteles todo-incluido, urbanizaciones privadas, campos de golf, playas cerradas, colonias turísticas y marinas de uso exclusivo para embarcaciones turísticas.
Las comunidades rurales en determinados territorios han tratado de resistir o reducir los alcances de los procesos de acaparamiento y usurpación de los recursos naturales (tierra y agua principalmente, y en menor medida, aún, bosques), oponiéndose de varias maneras a su desplazamiento. En otros casos el origen del conflicto ha estado motivado por el hecho de que los nuevos desarrollos turístico-residenciales pudieran impedir el paso y acceso a lugares a los que la población local acudía, ya fuera con fines productivos o de ocio y recreación, como es aún visible en numerosas playas. El avance del turismo en las áreas rurales se convierte, de este modo, en un nuevo escenario de conflictividad socio-ambiental.
En este contexto de tensión en aumento hay que ubicar también otras formas de desarrollo turístico en manos de iniciativas locales y/o comunitarias. Si bien en algunos casos responden a las legítimas aspiraciones de estas poblaciones por incrementar y diversificar sus actividades productivas, su desarrollo no puede ser ajeno a la creciente influencia de los grandes capitales turísticos. Asimismo, los impactos que esta nueva actividad trae consigo en las dinámicas socioculturales aún están por registrarse, aspecto cuya poca o nula atención ha puesto el creciente extensionismo de algunos sectores gubernamentales. El resultado es necesariamente complejo y contradictorio, como ponen en evidencia los distintos artículos recogidos en la presente edición de La Jornada del Campo para los casos de Centroamérica y México. Un proceso necesariamente abierto y sujeto a discusión.
Asociación catalana especializada en Investigación y Comunicación para el Desarrollo fundada en Barcelona en 2002. Artículo publicado originalmente en La Jornada del Campo
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