Dicen que no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor.
Dicen que nuestro corazón tampoco conviene a los tiempos, que está lleno de temores, de lágrimas, como el de un toro grande al que se degüella, que por eso es impertinente.
¿De qué están hechos mis sesos? ¿De qué está hecha la carne de mi corazón? Saca tu larga vista.
Mira, si puedes.
Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores, son mis sesos, mi carne.
Sube aquí, si puedes.Las plumas de los cóndores, de los pequeños pájaros se han convertido en arco iris y alumbran.
Las cien flores de la quinua que sembré en las cumbres hierven al sol en colores, en flor se ha convertido la negra ala del cóndor.
Es el mediodía; estoy junto a las montañas sagradas: la gran nieve lanza su luz a los cielos.
En esta fría tierra, siembro quinua de cien colores, de cien clases, de semilla poderosa. Los cien colores son también mi alma, mis infaltables ojos.
Acércate, deja que te conozca, mira detenidamente mi rostro, mis venas, el viento que va de mi tierra a la tuya es el mismo; el mismo viento que respiramos.
No tememos a la muerte, somos hijos del padre de todos los ríos, del padre de todas las montañas, durante siglos hemos ahogado a la muerte con nuestra sangre, la hemos hecho danzar en caminos conocidos y no conocidos.
No contestes que no vale. Más grande que mi fuerza en miles de años aprendida; que los músculos de mi cuello en miles de meses; en miles de años fortalecidos, es la vida, la eterna vida mía, el mundo que no descansa, que como el tiempo, se transforma sin fatiga, sin fin y sin principio.
(En homenaje a Luis Alberto Novoa)