»Venceremos.
El mundo se hace con sangre.
Iremos con las tablas al hombro.
Y el fusil.
Una casa para América hermosa.
Una casa, una casa. Todos somos obreros…»
I.
Uno es raíz de algo, Lo presiente.
Uno imagina que debería existir resistencia y combatientes.
Pero uno está en un país estrellado
e inmóvil de América.
Como una nave confundida por haber naufragado.
Y se pregunta: por qué nos invadirán
las palabras?
Por qué son palabras que suelen decir
«…difícilmente…»?
Y se hace hermoso decir cosas aunque
uno no le escriba al pueblo.
Y es también hermoso que el progreso
desnude imágenes aunque seamos ciegos.
Todo se termina por hacer extraño
y a la vez tranquiliza.
Todo empieza a hacerse sucio y dolor
es solamente una palabra.
Y escribo por largo tiempo
que no paro de caer.
Que soy libre pero estoy obligado
a caminar.
Mi cuerpo goza y no deja de beber
la soledad fanática de ese destino tendido,
que aún no se duerme,
2.
Un niño se pregunta por el frío y el hambre.
Y las palabras empiezan a ser crueles
como nubes de pan.
Aparecen golpeando a las teorías
de un corazón que quiere cambiar.
Pero los muertos obtienen suavidad
de los nacimientos. Las fórmulas
del cadáver no resuelven un juicio justo.
Nuestros cuerpos se corrompen
y nos echamos a perder.
Pero la escritura seguirá como una casa donde
todos seremos obreros.
Los átomos no están muertos.
La sangre puede leer en la oscuridad.
Recordamos las heridas y escribimos
roja poesía terrible.
Y los cementerios organizan oficios
y escuelas para empezar a anidar.
Empiezan a parir niños como sílabas
perfectas.
Ricardo Piña
Buenosayres, martes diecisiete de diciembre de dosmil dos
epígrafe de Gonzalo Rojas (Chile, 1917)