A finales de 2010 informaba el New York Times que, tras cuatro años consecutivos de sequía, la más grave de los últimos 40 años, el corazón agrícola de Siria y las zonas vecinas de Irak se enfrentaban a una situación muy grave: «[l]os antiguos sistemas de riego se han desmoronado, las fuentes de aguas subterráneas se han secado y cientos de aldeas han sido abandonadas a medida que las tierras de labor se convertían en superficies desérticas cuarteadas y morían los animales. Las tormentas de arena son cada vez más habituales y alrededor de los pueblos y ciudades más grandes de Siria e Irak se han levantado inmensas ciudades de tiendas, en las que viven los agricultores arruinados y sus familias». [2]
La principal zona afectada por la falta de lluvias es el nordeste de Siria, que produce el 75% de la cosecha total de trigo. El Informe de evaluación global sobre la reducción del riesgo de desastres del año 2011, publicado por las Naciones Unidas, señala que cerca del 75% de los hogares que dependen de la agricultura en el nordeste del país ha sufrido pérdidas totales de sus cosechas desde que comenzó la sequía. El sector agrícola de Siria representaba el 40% del empleo total y el 25% del producto interior bruto del país antes de la sequía. Entre dos y tres millones de personas se han visto condenadas a una pobreza extrema ante la falta de ingresos de sus cultivos y han tenido que vender su ganado a un precio un 60 ó 70% inferior a su coste. La cabaña ganadera de Siria ha quedado diezmada, pasando de 21 millones a entre 14 y 16 millones de cabezas de ganado. Esta calamidad ha sido provocada por una serie de factores, que incluyen el cambio climático, la sobreexplotación de las aguas subterráneas debida a las subvenciones para cultivos que consumen grandes cantidades de agua (algodón y trigo), unos sistemas de riego ineficientes y el sobrepastoreo. [3]
La sequía ha provocado el éxodo de cientos de miles de personas de las zonas rurales hacia núcleos urbanos. Las ciudades de Siria padecían ya tensiones económicas, debidas en parte a la llegada de refugiados de Irak tras la invasión de 2003. Un creciente número de personas indigentes se encuentra ahora en situación de intensa competencia por unos recursos y unos puestos de trabajo escasos. Francesco Femia y Caitlin Werrell, del Center for Climate and Security, escriben que «las comunidades rurales desafectas han desempeñado un destacado papel en el movimiento sirio de oposición, en comparación con otros países de la primavera árabe. El pueblo agrícola rural de Dara’a, afectado con especial dureza por cinco años de sequía y de escasez hídrica, sin apenas apoyo del régimen de al-Assad, fue efectivamente el germen de las protestas del movimiento de oposición en sus primeros tiempos [en 2011]». [4]
La experiencia de Siria sugiere que las tensiones ambientales y de recursos, incluido el cambio climático, podrían convertirse en una importante causa de desplazamientos. Aunque el profundo descontento popular tras décadas de gobierno represivo constituye indudablemente uno de los motivos de la guerra civil de Siria, las tensiones generadas por las alteraciones climáticas han añadido leña al fuego. Y esta es precisamente la cuestión importante: las repercusiones de la degradación ambiental no suceden en el vacío, sino que interactúan con toda una serie de tensiones y problemas sociales preexistentes en un auténtico hervidero.
Impactos climáticos
A pesar de la intención declarada por los gobiernos de limitar el incremento del calentamiento global a 2ºcentígrados, siguen sin adoptar políticas para lograr este objetivo. Un nuevo informe del Potsdam Institute for Climate Impact Research and Climate Analytics advierte que en muchas regiones las consecuencias serán de dimensiones cataclísmicas, con olas de calor, inundaciones en ciudades costeras, agravamiento de la escasez de agua, crecientes riesgos para la producción de alimentos, mayor intensidad de los huracanes tropicales y una pérdida irreversible de biodiversidad sin precedentes. [5]
A medida que las repercusiones de la desestabilización climática empiecen a dejarse sentir en todo el mundo, un interrogante clave es cómo se traducirán los cambios físicos en cambios sociales y económicos, que a su vez pueden obligar a la gente a abandonar sus hogares, bien sea temporalmente o para siempre. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático advertía ya en 1990 que «el mayor impacto individual del cambio climático podrían ser las migraciones humanas», lo que significa millones de personas desplazadas por la erosión litoral, la inundación costera y las graves sequías. Pero las dinámicas e interacciones concretas variarán, sin duda, de unas regiones a otras, con consecuencias más graves en unas zonas y mayor resiliencia y adaptabilidad en otras, además de respuestas políticas divergentes. [6]
Un clima y un estrés hídrico más extremos y la pérdida de tierras pueden minar la habitabilidad, seguridad alimentaria y viabilidad económica de un territorio. Es posible que algunas comunidades, regiones o países afectados sean capaces de hacer frente a las tensiones mediante cultivos resistentes a la sequía, una diversificación económica y otras medidas de adaptación. Pero también es posible que la gente sienta la necesidad de emigrar, como estrategia para hacer frente al problema o como fruto de la desesperación.
Clima extremo y habitabilidad. El ritmo al que acontecen los desastres se acelerará probablemente en un mundo más cálido, aunque se desconoce todavía su frecuencia e intensidad exacta. La revista Scientific American publicaba en un artículo de 2011 que la frecuencia de los desastres naturales ha aumentado ya un 42% desde la década de los años ochenta, y que la proporción de estos episodios relacionados con el clima ha aumentado del 50 al 82%. [7]
Los fenómenos que se desatan con rapidez, como las inundaciones y los huracanes, afectan a la población de forma distinta que los procesos más graduales como la sequía, la desertificación y la subida del nivel del mar. La intensidad y la frecuencia de los desastres pueden tener también repercusiones diferentes. Los movimientos poblacionales en respuesta a los desastres pueden variar enormemente en su duración, características y destino.
Se considera que los desastres meteorológicos extremos provocan normalmente desplazamientos temporales y a corta distancia, tras los cuales las comunidades afectadas regresan para reconstruir sus hogares una vez que ha remitido el huracán o las inundaciones. [8] Sin embargo, experiencias como las ocurridas tras el huracán Katrina en Estados Unidos sugieren que en algunos casos los desplazamientos pueden ser permanentes. La población de Nueva Orleáns descendió entre 2005 y 2010 un 24,5%, más de 120.000 personas. [9]
Estrés hídrico y seguridad alimentaria. Unos patrones de precipitaciones cambiantes, unas lluvias más irregulares y unas sequías más graves debidas al calentamiento global se traducen en fluctuaciones de la disponibilidad de agua, con impactos potencialmente muy graves para la agricultura.
Hace más de una década los científicos advirtieron que los procesos de desertificación están poniendo en riesgo de expulsión de las tierras que habitan a una población estimada en 135 millones de personas en todo el mundo. [10] El creciente estrés hídrico en algunas zonas se agravará también por los efectos de la intrusión salina en zonas costeras debido a la subida del nivel del mar, la fusión de los glaciares en regiones como el Himalaya y los Andes y la alteración de los ciclos monzónicos. La escasez de agua podría afectar para 2020 a una población de entre 75 a 250 millones de personas en África y para 2050 a más de 1.000 millones de personas en Asia. [11]
En 2012, la sequía devastó los cultivos en todo el mundo, incluyendo a productores importantes como Estados Unidos, Argentina, Brasil, Australia, la India y Rusia. [12] La Organización Meteorológica Mundial afirmaba en agosto 2012 que «se prevé que el cambio climático aumente la frecuencia, la intensidad y la duración de las sequías, con impactos en muchos sectores, en particular la alimentación, el agua y la energía». [13] En un mundo donde la temperatura media haya subido 4º centígrados, se estima que los rendimientos de los alimentos básicos caerán masivamente en gran parte del África subsahariana, y que más de la tercera parte de las tierras de cultivo actuales del este y del sur africano se volverán probablemente inadecuadas para el cultivo. [14]
Unos rendimientos más bajos, una temporada de cultivo más corta o la pérdida total de las cosechas amenazan la seguridad alimentaria de muchos millones de personas y ponen en peligro los ingresos agrícolas de los hogares en las zonas rurales.
Las repercusiones del cambio climático se reflejarán en unos precios alimentarios al alza, tanto con subidas repentinas como con incrementos más graduales y a largo plazo. Durante la pasada década los precios han subido ya de forma constante, registrando dos subidas súbitas muy acusadas (véase gráfico 1). Un estudio reciente del New England Complex Systems Institute sostiene que los precios de los alimentos constituyen un factor clave detonante de agitación social. La vulnerabilidad de las poblaciones a las tendencias mundiales de los precios de los alimentos ha aumentado debido a la dependencia de muchos países pobres del sistema alimentario mundial y a la capacidad limitada de la oferta local para amortiguar sus impactos. En la medida en que los gobiernos son incapaces de garantizar la seguridad alimentaria de la población, se resiente su legitimidad y las protestas subsiguientes podrían convertirse en vehículo para expresar el descontento de toda una serie de otros problemas. Cuando en 2008 se dispararon por primera vez los precios se produjeron más de 60 revueltas alimentarias en 30 países diferentes. El vertiginoso aumento de precios a finales de 2010 y principios de 2011 coincidió nuevamente con el estallido de revueltas alimentarias, incluidas las de los países de la primavera árabe. Independientemente de las subidas repentinas de precios, su constante tendencia al alza durante la pasada década puede ser un indicador de más agitaciones e inestabilidad futuras.
Subida del nivel del mar y pérdida de tierras. Pequeños estados isleños como las Maldivas en el océano Índico y Tuvalu en el Pacífico podrían quedar sumergidos completamente a medida que suben las aguas marinas. Y más de 600 millones de personas en todo el mundo viven en deltas fluviales y otras zonas bajas costeras. [15] El Gobierno de Bangladesh advierte de que más de 20 millones de sus habitantes podrían verse obligados a trasladarse debido a una combinación de la subida del nivel del mar y creciente número de ciclones y de marejadas ciclónicas. [16] Los modelos sugieren que 40 millones de personas podrían verse desplazadas en la India por una subida de 1 metro del nivel del mar. Una subida similar podría desplazar eventualmente a más de 7 millones de habitantes en el delta del Mekong de Vietnam, y un ascenso de las aguas de 2 metros podría duplicar esta cifra y afectar a la mitad de la población de este delta. [17]
La subida del nivel del mar tendrá posiblemente unas repercusiones más graduales que los fenómenos meteorológicos extremos, pero su impacto es irreversible. Las aguas de una inundación se retiran con el tiempo, pero en un mundo que se está calentando el mar no vuelve a niveles más bajos. Los desplazamientos provocados serán, por tanto, permanentes.
Trasladarse o no
Todavía existe un enérgico debate sobre si el cambio climático provocará un enorme aumento de los movimientos de población. La Organización Internacional para las Migraciones señala con razón que «no siempre se producen migraciones, pues la población más vulnerable puede carecer de medios para emigrar». En las regiones donde se producen movimientos poblacionales inducidos por el clima, éstos pueden considerarse como falta de adaptación (es decir, reflejo de la vulnerabilidad y falta de resiliencia de la población, y por tanto una respuesta más parecida a la de los refugiados), o como una estrategia de respuesta (un esfuerzo para diversificar las fuentes de ingresos y aumentar la resiliencia). No obstante, para trasladarse las personas necesitan recursos financieros y pueden necesitar acceder a redes sociales que faciliten su movilidad y que posiblemente les proporcionen asistencia en su lugar de destino. Sin este tipo de medios, la gente puede verse obligada a quedarse donde habita independientemente de las condiciones existentes. Por supuesto, el que la gente no se desplace no significa que no se sufran impactos negativos. [18]
El punto de vista convencional considera que las migraciones seguirán siendo una válvula de escape que permitirá a las personas y a las comunidades hacer frente a situaciones difíciles, incluso en un mundo en proceso de calentamiento. Indudablemente, la resiliencia y la adaptabilidad de las personas no debería subestimarse, pero es improbable que el pasado pueda ser un prólogo de la situación venidera; por tanto, esta afirmación puede ser excesivamente optimista por varias razones que se enumeran a continuación.
Primero, las repercusiones de un sistema climático desestabilizado −con episodios desastrosos más frecuentes y potentes− no tienen ningún precedente significativo en la historia de la humanidad.
Segundo, probablemente las sociedades no estarán expuestas a un sólo impacto, sino que experimentarán simultáneamente distintos tipos de impactos −por ejemplo, inundaciones y sequías−, con la posibilidad de que se produzcan efectos en cascada y de bucles de realimentación imprevistos. Es posible que un número de personas mucho mayor que en la actualidad sienta la necesidad de trasladarse. [19]
Tercero, unas poblaciones más numerosas en movimiento limitarán las posibilidades de adaptación a medida que más personas compitan entre sí y con las comunidades que les acogen por las mismas oportunidades, empleos, recursos y servicios.
Cuarto, en las zonas receptoras también puede reducirse notablemente la voluntad de acoger la llegada de más gente, una respuesta ya evidente en todo el mundo en las circunstancias actuales.
Quinto, los patrones de migración pueden pasar a ser más estables y menos temporales. Por ejemplo, unos impactos graves del cambio climático podrían alterar patrones tradicionales de movilidad estacional. El nomadismo de los pastores para hacer frente a las sequías en el África subsahariana ya está siendo afectado por unas condiciones ambientales cambiantes muy rápidamente. Y en Bangladesh, el movimiento tradicional entre distintos chars (islotes de arena y de limo en el delta del río Padma y en la bahía de Bengala que albergan a más de 5 millones de personas) se está viendo alterado por crecidas súbitas cada vez más frecuentes e intensas. [20]
De la misma manera, los cultivadores vietnamitas de arroz que migraban estacionalmente a las ciudades durante la época de inundaciones para diversificar sus ingresos se han visto obligados recientemente a asentarse allí permanentemente debido a las grandes inundaciones que han destruido su medio de vida rural. Y las comunidades que viven a lo largo del río Zambeze y el Limpopo en Mozambique tradicionalmente se movían periódicamente fuera de la llanura fluvial para evitar las inundaciones. Sin embargo, tras las catastróficas inundaciones del 2000, 2001 y 2007 el gobierno animó a los habitantes de esta región a mudarse de forma permanente. La población reasentada carece, sin embargo, de medios de sustento; con una fuerte dependencia de la ayuda, posiblemente tengan que considerar trasladarse a la nueva capital, Maputo, o a la vecina Sudáfrica. [21]
Nuevas categorías y controversias
Entre los diversos grupos de personas que dejan su hogar por diversas razones hay algunas categorías bien definidas. La legislación internacional otorga reconocimiento a los refugiados internacionales, aunque los gobiernos no siempre cumplen con sus responsabilidades. Por el contrario, las personas que se desplazan en el interior de un país disfrutan de mucha menos protección, o, en ocasiones, de ninguna. Ha habido intentos de dar mayor visibilidad a grupos adicionales de población desplazada −personas desarraigadas por riesgos naturales y por proyectos de desarrollo−, pero éstos suelen seguir a merced de la ayuda humanitaria ad hoc, y eso cuando reciben algún tipo de ayuda. [22]
Algunos investigadores llevan años proponiendo que es preciso que la comunidad mundial establezca nuevas categorías de poblaciones migrantes, pues las antiguas categorías no recogen adecuadamente las razonas complejas por las que se traslada la gente y cómo se mueve. En los años setenta fue propuesto el término refugiado ambiental, pero no rebasó de círculos muy restringidos hasta el informe redactado por Essam El-Hinnawi en 1985 para el Programa de Medio Ambiente de Naciones Unidas. [23]
La aparición de esta nueva terminología ha generado un fuerte debate. Algunos analistas afirman que la categoría de refugiados −definidos jurídicamente como personas que huyen de persecuciones y que carecen de protección en su propio país− no debiera ser enturbiada por otros factores como la degradación ambiental. Hasta cierto punto esto refleja el hecho de que los estudios migratorios han ignorado esencialmente los factores ambientales hasta hace poco. [24]
Al margen de la categoría de refugiados, no existe una definición consensuada –ni, lo que tiene más importancia, jurídicamente vinculante− para otros grupos de personas en movimiento. La definición de personas desplazadas en el interior de un país tiene un cierto reconocimiento de facto en las directrices adoptadas por las Naciones Unidas. Pero términos como refugiados ambientales y emigrantes ambientales son totalmente informales y cuestionados. [25]
La distinción entre modalidades forzadas y voluntarias de movimientos de población sigue siendo clave para la legislación internacional y las políticas gubernamentales. El hecho de que no exista un reconocimiento oficial para nuevas categorías de personas desplazadas limita la capacidad mundial para afrontar adecuadamente esta situación.
Es fundamental que los expertos en migraciones, refugiados y medio ambiente dialoguen entre sí con una mentalidad abierta para comprender mejor las dinámicas y para generar un debate más productivo sobre las políticas posibles.
Resiliencia y adaptación
La resiliencia es un factor clave para determinar si la vulnerabilidad de una población la apremia a la huida. Los pobres están más expuestos habitualmente a los peligros ambientales. La marginación social les obliga a vivir con frecuencia en lugares de riesgo: laderas con fuerte pendiente con probabilidades de sufrir deslizamientos de tierra, zonas bajas susceptibles de inundación o zonas costeras que han sido despojadas de sus barreras protectoras naturales (humedales, manglares y arrecifes de coral). Y es frecuente que tengan una capacidad limitada para enfrentarse a estos problemas, ya que a menudo carecen de los recursos económicos y de las redes familiares u otras conexiones necesarias para emigrar. [26]
La vulnerabilidad puede mitigarse con las medidas de adaptación: sistemas de alerta temprana sobre desastres y hambrunas, diversificación de los medios de subsistencia, cultivos resistentes a la sequía, restauración de ecosistemas, infraestructuras de defensa contra inundaciones, seguros de cultivos y otras medidas. Pero una ayuda de emergencia y recuperación adecuada puede significar que la gente permanezca o se vea obligada a marcharse incluso tras las inundaciones y los huracanes. El grado de resiliencia está en función también de la capacidad económica general, de la diversificación para reducir la dependencia de un sólo recurso económico o de varios, de las presiones demográficas, de las estructuras de gobernanza, de un buen liderazgo y de la cohesión social y política.
Aunque es importante indudablemente actualizar los convenios y categorías legales mundiales aplicables a los refugiados y cerrar la dilatada brecha de protección existente, sigue siendo fundamental intentar evitar tantos daños como sea posible a los sistemas naturales de la Tierra. Deberá concederse mucha mayor prioridad y urgencia a la mitigación, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y minimizar otras agresiones humanas a la naturaleza. La adaptación tiene unos límites y, para ser eficaz, debe ser ejecutada ahora, antes de que se manifiesten las consecuencias más graves de la inestabilidad climática, y no después.
Los activistas por las cuestiones climáticas llevan mucho tiempo insistiendo en que la adopción de políticas debiera estar guiada por la ciencia. Cada vez se hace más evidente, sin embargo, a medida que pasa el tiempo, que el mayor reto para la humanidad puede que no sea dominar las complejidades de la ciencia del clima, sino responder a los interrogantes mucho más molestos de cómo funcionan los sistemas políticos y por qué se resisten de tal modo a escuchar las señales de alarma de la ciencia.
Si no logramos que nuestros sistemas políticos presten atención a los problemas del cambio climático, tendremos que aprender a hacer frente a desplazamientos masivos de la población durante las próximas décadas.
Notas
[1] Este texto es una síntesis del capítulo 31 de La Situación del Mundo 2013: ¿Es aún posible lograr la sostenibilidad?, publicado por FUHEM Ecosocial e Icaria. [2] Robert F. Worth, «Earth Is Parched Where Syrian Farms Thrived», New York Times, 13 de octubre de 2010. [3] Ibid. ; Wadid Erian, Bassem Katlan y Ouldbdey Babah, «Drought Vulnerability in the Arab Region: Special Case Study: Syria», colaboración en Global Assessment Report on Disaster Risk Reduction 2011, 2010; Francesco Femia y Caitlin Werrell, «Syria: Climate Change, Drought and Social Unrest» (blog), Center for Climate and Security, 29 de febrero de 2012. [4] Femia y Werrell, op. cit. En nota 3. [5] Potsdam Institute for Climate Impact Research and Climate Analytics, Turn Down the Heat: Why a 4°C Warmer World Must Be Avoided, Banco Mundial, Washington D.C., 2012. [6] Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, First Assessment Report, Cambridge University Press, Cambridge (Reino Unido), 1990, p. 20. [7] Alex de Sherbinin, Koko Warner y Charles Ehrhart, «Casualties of Climate Change: Sea-level Rises Could Displace Tens of Millions», Scientific American, enero de 2011. [8] Frank Laczko y Christine Aghazarm, eds., Migration, Environment and Climate Change: Assessing the Evidence, Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Ginebra, 2009, p. 23. [9] Susan L. Cutter, «CSI: The Katrina Exodus», Foresight Project, Migration and Global Environmental Change, Gobierno del Reino Unido, octubre de 2011, p. 6. [10] « Declaración de Almería sobre Desertificación y Migraciones», Simposio Internacional sobre Desertificación y Migraciones, 9–11 de febrero de 1994, Almería, España. [11] Vikram Odedra Kolmannskog, Future Flood of Refugees: A Comment on Climate Change, Conflict and Forced Migration , Norwegian Refugee Council, Oslo, 2008, p. 15. [12] Vikas Bajaj, «Crops in India Wilt in a Weak Monsoon Season», New York Times, 3 de septiembre de 2012. [13] Organización Meteorológica Mundial, «With Drought Intensifying Worldwide, UN Calls for Integrated Climate Policies», UN News, 21 de agosto de 2012. [14] Actionaid et al., Into Unknown Territory: The Limits to Adaptation and Reality of Loss and Damage from Climate Impacts, Bonn, 2012, p. 7. [15] Kolmannskog, op. cit. nota 11, p. 16. [16] Actionaid et al., op. cit. nota 14, p. 9 [17] De Sherbinin, Warner y Ehrhart, op.cit. nota 7. [18] Laczko y Aghazarm, op. cit. nota 8, p. 24; Gemenne, «Climate-Induced Population Displacements in a 4ºC+ World», Philosophical Transactions of the Royal Society, enero de 2011, p. 188. [19] Chris Bright, «Anticiparse a las “sorpresas” ambientales», en Lester R. Brown et al., La Situación del Mundo 2000, FUHEM/ Icaria, 2000, pp. 53-78. [20] De Sherbinin, Warner y Ehrhart, op. cit. nota 7. [21] Ibid. [22] Veáse Cuadro 31–1 de La Situación del Mundo 2013, basado en los siguientes: Federación International de la Cruz Roja y la Media Luna Roja (IFRC), World Disasters Report 2012, Ginebra, 2012, p. 15; Oficina de Coordinación para Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCAH) e Internal Displacement Monitoring Centre (IDMC), «42 Million Displaced by Sudden Natural Disasters in 2010—Report», nota de prensa, Ginebra y Oslo, 6 de junio de 2011; OCAH e IDMC, Monitoring Disaster Displacement in the Context of Climate Change, Ginebra: 2009; Actionaid et al., op. cit. nota 14, p. 9; IFRC, op. cit. en esta nota, p. 14. [23] James Morrisey, «Rethinking the ‘Debate on Environmental Refugees’: From ‘Maximilists and Minimalists’ to ‘Proponents and Critics», Journal of Political Ecology, vol. 19, 2012, p. 36; Essam El-Hinnawi, Environmental Refugees, UNEP, Nairobi, 1985 . [24] Gemenne, op. cit. nota 18, p. 186. [25] Veáse Tabla 31–1 de La Situación del Mundo 2013 basado en los siguientes: Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), «Convención sobre el Estatuto de los Refugiados», en http://www2.ohchr.org/spanish/law/refugiados.htm ; Consejo Económico y Social de Naciones Unidas, Comisión de Derechos Humanos, «Further Promotion and Encouragement of Human Rights and Fundamental Freedoms, Including the Question of the Programme and Methods of Work of the Commission Human Rights, Mass Exoduses and Displaced Persons», 11 de febrero de 1998; OIM, «Identifying International Migrants», en www.iom.int/jahia/Jahia/about-migration/developing-migration-policy/identify-intl-migrants; Essam El-Hinnawi, Environmental Refugees , UNEP, Nairobi, 1985 ; Laczko y Aghazarm, op. cit. nota 8, p. 19. [26] Kolmannskog, op. cit. nota 11, p. 13; Oli Brown, Climate Change and Forced Migrations: Observations, Projections and Implications, Occasional Paper 2007/17, Oficina del Informe de Desarrollo Humano, Programa de Desarrollo de Naciones Unidas (PNUD), Nueva York, 2007, p. 15.Fuente: https://www.fuhem.es/ecosocial/boletin-ecos/numero.aspx?n=24
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