Arañas
La vida, la historia, lo inesperado y el destino: ¿cómo se conjugan, cómo se entrelazan, cómo se entraman? ¿Alguien sabe? ¿Alguien lo intuye? ¿Alguien lo siente? Es un imperativo: la vida hay que vivirla nomás. Hay que vivirla como si fuera la única, hay que vivirla sin exigirle nada, sin reclamarle nada más que el hecho de poder sentirla fuerte, expresada intensamente, a cada momento, todos los posibles, todos los deseables, todos los que estén marcados para que sean así.
La historia, la vida, lo inesperado y el destino: ¿se secuencian o nos atrapan? ¿Hay una forja o se sucede sin pausa? ¿Padecer o ser libre acaso no son lo mismo? ¿Sacrificarse no es otro de los rostros de la alegría? ¿Qué nos ahuyenta de la tristeza si no es la lucha? Vamos y venimos por las misma heridas, vamos y venimos por las mismas emociones, vamos y venimos por el único derrotero posible, el nuestro pero que es también el colectivo: la huella que dejamos como pueblo; el camino que trazamos como humanidad.
Lo inesperado, la historia, la vida y el destino: ¿existe el azar? ¿Existe esa bala asesina que era para uno, sólo para uno y que nunca llegó a impactar? ¿Existe ese final del barranco donde caballo y jinete debían caer desbocados, locos, ciegos y sin aliento? ¿Existe ese emboscada de las circunstancias que nadie puede atajar? ¿Existe el vacío donde no se flota ni se cae? ¿Existen las lágrimas que nunca vamos a llorar? La fuerza de la tierra está adentro de cada uno de nosotros: la fuerza de los cerros, la fuerza de los cielos. Cada estrella nos guía, cada río nos atrae, cada ser humano se merece un abrazo; al compañero, el amparo y algún día será abolido el lugar de lo incierto porque ya no tendrá lugar.
El destino, la historia, la vida y lo inesperado: no hay nada que hacer, decía don Sixto, si uno elige el destino bueno —porque el destino también se elije aseguraba aquel que sabía tanto de árboles como de música y como de todas las demás cosas del pueblo que nos habitan y nos curan—, será bueno nomás, será un destino bueno y nada ni nadie lo podrá cambiar jamás.
Río Abajo, 1 de octubre de 2013