Quizás, antes de enrumbar hacia el destino que nos merecemos o hacia donde haya que acudir por los cedros, por el deber de hacerlo, que en el fondo es igual, bebamos esa copa que nos prometimos, cuando cada cual, cada uno y cada quien hacía lo suyo, elevaba sus plegarias por su lado, todos atentos, todos fervor que batió las arenas y las banderas que jamás rendimos, que nunca se oxidarán
Tal vez, después de esa copa entre nieve y silencio y viento feroz pero viento nuestro, tal vez quisiéramos volver a casa, o tal vez no.
Sucede, y acaso un día me vuelva hiedra en el muro para saberlo al revés, que uno que ha mirado la vida desde las montañas de Pelechuco arriba
Uno que teme y la ama a la Apacheta del Katantika
Uno que se llagó con la nieve y se quiere volver nieve otra vez
Porque uno sabe lo que es la nieve y lo que es el viento que vaga, pero le gusta No tiene por qué arrepentirse de nada, como aquel soldado de las antiguas Chinas que libró mil batallas, que atravesó cien llanuras, que trepó cuarenta montañas y vagó cuarenta días por un desierto por donde lo perseguían los demonios y las dudas, y él sólo deseaba regresar a su lar y encender una vela de sebo de yak y luego lavar sus manos en el agua del arroyo y acariciar su cebada y mirar de nuevo sólo al horizonte del verano
Y a sus hijos que tal vez lo amaron o quien sabe
Sucede, supongo, que uno se bebe la copa del destino y se la aguanta nomás
Hasta cuando escribe
Y se vuelve viento, y se vuelve nieve, y nunca deja de ansiar esas estrellas sobre el Katantika, y esa canción que canta la soledad de saber que no hay tregua, o sentirse herido o invencible, pero jamás olvido, jamás la derrota de no arreciar, de no persistir, no resistir
Hasta lo imposible
Hasta lo inenarrable
Hasta que no puedas escribir
Resistir con el viento, resistir con la nieve, hasta que los ojos sangren Hasta que no puedas más.
Río Abajo, 14 de septiembre de 2013