Amaneció nublado y a poco empezó una lluvia que parecía de enero, pero el frío recordaba el mes en que estamos: agosto, época de ofrendar a la Madre Tierra. A la carpa instalada en el Parque Urbano Central, con el cielo completamente cubierto y gris de una húmeda mañana del inicio del ciclo de lluvias, empezaron a llegar jóvenes universitarios para debatir en las 6 mesas instaladas al lado de la Feria Piensa y Actúa Verde, que recibía a los primeros visitantes sabatinos.
Me tocó moderar la Mesa de Consumo y Sustentabilidad, pero los jóvenes rotaron con el mismo entusiasmo en las de agua, aire, residuos sólidos y alimentos, apoyados por otros jóvenes del PUC, como le llaman a quienes trabajan en el Parque Urbano Central, un espacio de eventos, ferias y actividades de sensibilización del Municipio de La Paz.
Empezamos imaginando cómo será el mundo de aquí a 50 años, para nuestros hijos y nuestros nietos, al ritmo de uso de recursos y consumo. Nos preguntamos si precisamos de laptops, ifons, celulares, tablets, ipods…. Y sobre todo en sus últimas versiones. Y si los ejecutivos requieren cambiar de vehículos del último año para ser tales. Y cuantas comunidades tendrán que soportar la contaminación de sus aguas, de sus suelos y hasta ser expulsados de sus territorios para fabricar cada uno de esos celulares o vehículos de último modelo. Y cuanto petróleo, gas, electricidad, demanda uno solo de esos objetos, sin dejar de pensar cómo serán los depósitos de computadoras desechadas de cualquiera de las instituciones académicas, estatales o no estatales de nuestra ciudad.
Recordamos que si bien algunos –los menos- adquieren y acumulan cosas que no necesitan ni para satisfacer sus necesidades biológicas, espirituales, sociales o intelectuales, otros –los más-, no consiguen acceder siquiera al alimento indispensable para sobrevivir, menos a energía para estudiar o transporte para poder formarse. Por eso, el consumismo está asociado a la desigualdad.
¿Por qué compramos lo que no necesitamos y si no podemos hacerlo, por qué soñamos con las cosas que no satisfacen nuestras necesidades? Porque si no las tenemos entonces nos sentimos relegados -decía uno de ellos. O porque son necesarias para llevar cierto estilo de vida. Y otro le respondió: “una cosa es el deseo y otra es la necesidad; una cosa es un estilo de vida y otra es calidad de vida. Consumimos aquello a lo que la propaganda nos induce, lo que la gran industria nos obliga a adquirir, porque allí radica su ganancia y su acumulación”. “Y seguimos consumiendo y deseando aquello con que nos tientan, porque vivimos un imaginario creado por la TV, ya no nuestra propia vida. Nos han educado para ello, para desear más la posesión de un aparatito a contar con la atención de la persona que amamos, hipotecar lo que no tenemos con la tarjeta de crédito, que un largo abrazo, trabajar en dos turnos como un esclavo para adquirir más cosas que no necesitamos, que la posibilidad de compartir y disfrutar un debate de asuntos trascendentales, con amigos o colegas.
¿Qué hacer? ¿Podemos seguir acumulando desechos que se depositarán en barrios pobres, comiendo productos que nos están matando, dejando que los niños cambien hasta sus papilas gustativas para querer solamente golosinas de sabores creados y potentes que los llevan al mismo tiempo a la obesidad y la desnutrición, mientras se caen las políticas diseñadas para mejorar su estado de salud y su nutrición?
Lo primero es detenernos y reflexionar, tomar conciencia, -decían ellos. Luego de manera consecuente nos obligaremos a informarnos, qué es qué y quién es quién. Qué es alimento y quién lo define. Qué está permitido promocionar y qué es propaganda basura que convierte en víctimas a los pasivos receptores y en especial a los niños, que no tienen como elegir, de acuerdo a criterios de salud. Entonces viene la siguiente fase: exigir, organizarse y demandar políticas públicas a las que queremos contribuir, porque para eso nos formamos con objetivos académicos personales, pero fundamentalmente sociales.
La lluvia arreció, terminamos el café compartido mientras sonaba ya la música en el área de gastronomía. Me voy sorprendida porque me acabo de enterar que ya existen algunos puntos donde podemos llevar nuestros desechos clasificados.
Vuelvo a casa y bien arropada, me pongo a buscar la página web del Ministerio de Medio Ambiente y Agua, hago click con esperanza pues hace una semana no funcionaba. Y aparece. Debajo de una serie de noticias sobre entrega de obras de agua y saneamiento encuentro una lista de links e intento ingresar al Sistema de Información del Ministerio, pero exige una clave que obviamente no tengo. Vuelvo y esta vez intento ingresar al link de Areas Protegidas que me lleva a la página del SERNAP con información descriptiva de cada área… y nada más. ¿Qué está pasando con la planificación, los proyectos, el financiamiento, los actores, los Comités de Gestión? Imposible saberlo. En el link de Proyectos y Operaciones te lleva a los proyectos del Banco Mundial en Bolivia y casi ningún link más funciona.
No se puede encontrar nada de legislación ambiental, ni siquiera la Ley Marco de la Madre Tierra, nada del Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental, el Informe Anual del Medio Ambiente, del Sistema de Planificación Ambiental o del Programa de Cambio Climático, si es que existen. Tampoco hay propuestas legislativas o reglamentarias sobre las cuales aportar. Ni siquiera un contacto con algún correo de algún funcionario, porque tampoco hay, -como en otras unidades- un espacio de transparencia o rendición de cuentas.
Es evidente que ningún cambio será profundo y verdadero si no se trabaja en el hombre nuevo. Junto con la formación académica de los jóvenes, la profundización de su formación social y política va indisolublemente ligada a su sensibilización ecológica. Esta les ayuda a salir del individualismo de la modernidad del sistema capitalista tan cuestionada en los discursos y tan lejana aún de las políticas y del accionar de los ministerios y sus ejecutivos.