Llega un momento, o elogio a Neil Young

Resulta que es así. Digamos que es una especie de globalización. De mundialización de los sentimientos. Buenos Aires. Tembladera. Una ciudad grande. Un pueblito. Capital de Argentina. Norte del Perú.  Ambos en el secundario escuchábamos a Charly. A Charly García. Por eso, con Martín –mi amigo de Tembladera, mi amigo del fin del mundo- nos encanta oír siempre la misma canción: Demoliendo Hoteles. Luego del rock, vino la guerra: demoliendo hoteles de verdad. Pero en la música, ya estaba escrito. La buena música es como el destino. No hay nota que desentone. No hay combate del que puedas escaparte. Ya está señalado: suena, aúlla, redobla. La noche está tan sola que no puede ni fingir. Dejé atrás siete horas de caminata, hasta el abra de Mullimarka. Es un lugar sagrado. Para mí, lo es. Desde allí, lo contemplas todo. Cuando digo todo, digo algo así: la cordillera, antes que nada. Hacia el norte, el Huayna Potosí, un nevado lindo, que siempre parece renacer. Más al sur, se eleva la mole más imponente de todas: el Illimani. Un cerrazo, Una montaña tan fuerte que sólo verla te quita el aliento y te devuelve la vida. Debajo, de un lado, la comunidad de Chojo. Seis, siete casas. La serranía roja. Un tapiz verde, aunque sea invierno. Del otro lado, mi dios, ves toda la hoyada, ves toda La Paz, ves toda la ciudad de La Paz. Brillando como si alguien –un dios- hubiese derramado un manojo de perlas. Ahí, en ese lugar desde donde, te decía y no me vas a dejar que te mienta: lo contemplas todo, todo, todo, elevé mi plegaria en honor a una ausencia –¡Por siempre Lito!- y luego el destino y la música me trajeron hasta aquí, hasta estas palabras, en medio de una noche tan abandonada que ni simular se puede, engañarse menos. Escucho la voz cascada de Neil Young. Escucho cómo se enhebra, cómo se teje, cómo crece, se enraiza, le nacen ramas, flores, aves llegan a posarse, contrapunteando con el piano y con la armónica. Escucho como canta Helpless, Pocahontas… Es agua de un arroyo de agua eternamente cristalina. Un arroyo que nacido en Canadá, se derramó por toda la América. Agua que llegó a los Andes. De los Andes, bajó a la llanura. Un día, hacen casi cuatro décadas, la escuché en Buenos Aires. Me enamoró esa voz de ceniza atizada. Aire y fuego: voz enripiada, de piedra que arrastra el agua. Voz que jamás se detiene: fluye. Acudiendo hasta el abra, la escuchaba igual: las aguas del Huacallani eran anticipatorias. Eran la voz de Neil Young –flotaban, fluían, felices- pero en el medio de los Andes, benditos cerros. La noche sola, se va poblando. Se va habitando de sonidos y de recuerdos. Todas las veces que escuchamos a Charly García. Todas las veces que escuché a Neil Young. Nuestra primera publicación se llamó Llega un momento. Comes a time. Un folk rock alegre, cargado de entusiasmo. Su autor era Neil Young. ¿Por qué elegimos a un gringo y no a uno propio? Buena pregunta. Era 1978. Había una dictadura. Mataban a la gente en la calle. Lo poco que se animaban a cantar era críptico. Ese tema te llenaba de alegría. Te convocaba. Llega-un-momento. Vení, jamuy, ¿Lo entendés? La noche se puebla también de esa convicción: la mundialización –palabra peronista si las hay- de los sentimientos. Nos sentíamos uno. Uno con el mundo. Uno con la música. Uno con el arte que iba a cambiar al mundo. O que ya lo había cambiado. Nosotros no pensábamos. No teorizábamos. Sólo lo sentíamos. Después, vino la guerra. Nuestra propia guerra. Nosotros, porque todas mis historias tienen nombre y apellido: el “negro” Marcos González Cezer, Fabián Voiro (Q.E.P.D.), mi hermano Juan Esteban y quien suscribe. Mi hermano, desde París, el otro día se acordaba de todo esto, tras que compartimos la noticia de la partida de Pajarito Zaguri. Uno con el universo. Uno con la justicia. Uno con la belleza. Una confesión: la última vez que sentí lo mismo, vía la música, fue con U2, en los noventa, ya estando aquí, en Bolivia. Volviendo de Cochabamba, en medio de la niebla del camino. Ese temblor compartido. Por eso, tal vez sólo por eso, escucho siempre la misma cuerda: Charly, Caetano, Spinetta, Jimi Hendrix, Led Zeppelin, The Cowboy Junkies. Escucho siempre a Neil Young. Lo escuché en el agua del arroyo que crucé para empezar a subir ladera arriba.

Desde el abra de Mullimarka, también se ve Río Abajo: a lo lejos, los huaycos geológicos de Avircato, más cerca, las casas de Jupapina, la casa donde vivimos incluida, tan chiquita, como un wayruru. De frente y arriba, está la comunidad de Ayma, llana y agreste; a un costado, todo el valle hermoso de Achocalla; encima, se insinúa El Alto. Es un lugar sagrado. Para mí, lo es. Como la música. Como la música de Neil Young. Como la noche que se va habitando. Con ese piano y con esa armónica. Con esa voz. Para mí, lo es.

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