El significado quechua de su nombre originario —Puyo Cucho— lo dice (casi) todo si buscamos describir el lugar: Rincón de Nieblas. En el siglo XIX, un viajero incasable como el naturalista francés Alcides D´Orbigny lo tradujo más poéticamente aún y lo bautizó como “el escondrijo de las brumas”.
Pelechuco, encajonado en un valle súper húmedo caracterizado por la presencia masiva de un árbol conocido como queñua (una especie de arrayán de los Andes centrales), es eso, un refugio de la niebla, debido a su situación estratégica en la frontera geográfica donde las montañas más altas de América confluyen con la selva más vasta del mundo, la Amazonía.
Es cuestión de trepar hasta la llamada “chunchu apacheta” y verlo con los ojos bien abiertos: esta conjugación intrépida provoca fenómenos climatológicos radicales. Durante nueve meses del año, las nubes habitan la localidad conviviendo serenamente con su millar de habitantes, dedicados en su mayoría a la actividad minera ya que el oro abunda en los nevados que la rodean.
Para arribar a Pelechuco, es preciso disponer de paciencia o de una 4×4. Lo mismo se demora todo el día, si partimos desde la ciudad de La Paz.
El viaje no tiene desperdicio: se rodea al Lago Titikaka por su ribera norte —la más espectacular y pintoresca de todas— hasta la ciudad de Escoma, donde se enfila con rumbo al norte y siguiendo el curso del río Suches, es preciso trepar hasta una de las llanuras de altura más altas del mundo: las pampas de Ulla Ulla, donde se preserva a la vicuña —el más distinguido de los camélidos andinos. A partir de allí, podemos fascinarnos con la visión de las cumbres y los glaciares de la cordillera de Apolobamba, cuyos picos rozan y algunos superan los 6.000 metros de altura y donde destaca el cerro Akamani, sagrado para los enigmáticos Kallawayas, los famosos médicos naturistas de los Andes, reconocidos como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO.
Finalmente, atravesaremos la cordillera por uno de los pasos de montaña más altos del planeta: la “apacheta” (encrucijada de caminos) del cerro Katantika y de allí, bajaremos hasta los 3520 metros donde está ubicada la población.
Son pocos los moradores dedicados a organizar escaladas o trekkings por la zona. La referencia clave para hacerlo es don Reynaldo Vázquez, propietario del Hotel Llajtaymanta, ubicado en uno de los costados de la plaza principal del poblado y donde siempre se encontrará cama y vino calientes.
La villa es un destino ideal para los amantes de las montañas: Pelechuco es la imprescindible base de operaciones para escaladores y caminantes que deseen conocer uno de los últimos santuarios naturales de montaña, donde todavía se respira la aventura de los “lugares salvajes” y el misticismo propio de las regiones poco o nada contaminadas por el turismo masivo.
Hace años, ayudamos a formar el sindicato de arrieros y cocineras de Pelechuco, para apoyar el desarrollo del turismo comunitario. E hicimos una pequeña campaña de publicidad en la ciudad de La Paz. Recuerdo el slogan que usamos porque lo sintetiza todo: NO CONOCES LOS ANDES, SI NO CONOCES PELECHUCO.