Matt Damon contra el fracking

Debo decir que a Damon, lo empecé a registrar por algo absolutamente subjetivo que es el hecho de que este actor de Hollywood contrajo matrimonio con una compatriota mía. Desde ya, esto es frivolidad y cholulismo puro, y por eso mismo, algo carente de valor y de significado. Con la misma lógica, debería estar pendiente del éxito de mi compatriota Máxima Zorreguieta, la hija de un funcionario del genocida y recientemente fallecido dictador Videla, ahora reina de los Países Bajos.

La verdad es que me importa un carajo que tengamos una monarca platense –así les fue, en su momento, a los que querían coronar a la demente de la Carlota Joaquina-, ese es problema de los holandeses. Lo cierto es que tras el registro inicial e intrascendente, una cosa lleva a la otra, me acerqué a Damon, ahora sí en su calidad de actor, en una película que no recuerdo el nombre pero donde se denunciaba que las acusaciones hechas por el genocida de Bush contra Saddam Hussein en relación a su posesión de armas de destrucción masiva eran, lisa y llanamente, una farsa, una mentira.

Nunca hubo tales armas de destrucción masiva, y consecuentemente, la guerra contra Irak se demostraba como lo que en verdad fue y sigue siendo: una invasión y una subsiguiente ocupación militar extranjera a un país soberano –que Saddam era bueno o malo era cuestión entre irakíes, como insisto que los holandeses tengan una reina argentina- en busca de apoderarse del recurso natural más apetecido por los imperialistas yanquis: el petróleo.

Con estos antecedentes, y por cuatro bolivianos, compré, como dije, La Tierra Prometida y ¡oh, sorpresa! Damon, esta vez, se despacha, con precisión de carnicero, contra el fracking, es decir, otra vez contra los intereses corporativos de las empresas de su país vinculados a la industria más sucia de todas.

La historia es muy simple: Damon encarna a un joven ejecutivo de una petrolera. La actividad a su cargo se concentra en un pequeño pueblo, verde y bucólico, del interior de los propios Estados Unidos. Allí no hay consulta previa, ni nada que se le parezca: la empresa manda a su personal a convencer a la gente que ceda por dinero sus parcelas (sus terrenos e incluso sus casas) para explotar petróleo.

La técnica a utilizarse es el fracking, o fractura hidráulica, que consiste en inyectar en el subsuelo rocoso donde se encuentra el hidrocarburo, copiosas cantidades de agua, pero también de químicos. El fracking es la estrella del firmamento de la extracción no convencional de combustibles fósiles. El problema es que, una vez utilizado este método, se contaminan los acuíferos (si es que queda algo de agua) y lo que antes era verde, pasa a ser un desierto. Es tan agresiva y severa la cosa, que en muchos lugares, ha sido prohibida. En realidad, debería estar prohibido en todo el mundo.

Sin embargo, allí estaba Matt Damon en el pequeño pueblo agrícola, tratando de convencer a sus moradores, de buena fe, que se volverían millonarios, si se asociaban con la empresa. Decía: con dinero, van a poder cambiar sus vidas.

Esta es la idea clave de este momento histórico: la convicción, fogoneada desde los EE.UU. y emblemáticamente desde su industria cultural más persuasiva, es decir Hollywood, que el dinero es y hace la diferencia, sino recuerden a Gordon Gekko, interpretado por Michael Douglas en la ya mítica Wall Street que dirigió Oliver Stone.

Obviamente, drama es drama, cine es cine, el pueblo se divide: están los que quieren transar con la petrolera y agarrar la plata, están los que no quieren y quieren quedarse en su tierra, con sus caballos y sus plantaciones y están los que dudan. La realidad es la realidad, y a veces, copia al arte, ¿o era al revés?

La cosa es que allí entra en escena, otro personaje: el ecologista, el ambientalista. Otro joven que es la contracara del personaje de Damon. Si Damon es serio y cauteloso, el ecologista es jovial y extrovertido; si Damon camina para lograr la adhesión de la gente a la propuesta de la petrolera, el ecologista corre para convencerlos de que todo será un desastre y un engaño y que lo único que quedará para ellos será contaminación y desgracias, si Damon bebe solo y melancólico su bourbon, e incluso recibe una trompada de uno de los que no quiere petroleros en su granja, al ecologista, todos le invitan un trago y hasta se pone a cantar country con los parroquianos del único bar del pueblo.

Como diríamos, la tiene pele el Matt Damon, pero hete aquí que la petrolera lanza su contraofensiva de inteligencia y prueba que las denuncias que hace el ecologistas no son ciertas, que son trucadas, que sus pruebas son manipuladas.

En los Estados Unidos, el problema no es sólo la verdad, el problema es también la credibilidad, de ahí todo ese folklore que incluye, de un lado, el ¿usted le compraría un auto a estos tipos? (desde Jim Morrison y The Doors hasta Richard Nixon) o, del otro lado, el reconocimiento público de las fellatios que Mónica Lewinsky le hacía a Bill Clinton.

Una cosa es la verdad, otra cosa es ser creíble. Parecen lo mismo, pero no son iguales: cuando Matt Damon tiene en su poder las pruebas que le envió la empresa sobre las manipulaciones del ecologista, él cree que la tortilla se dio la vuelta, y que –chau credibilidad del ambientalista-, ahora la puerta para que la gente le crea a él y a su empresa, está más abierta que nunca. Lo que importa no es la verdad, sino si quien la dice, es creíble.

Pero, siempre hay un pero. Jugando con ese karma de los yanquis, finalmente Matt Damon descubre que el ecologista no había mentido, ni manipulado, ni nada, simplemente por el hecho de que el ecologista no era un ecologista, sino otro empleado de la petrolera, que estaba haciendo el trabajo sucio pero fino (manipulando la buena fe y la credibilidad de la gente), para que el bueno de Matt haga el trabajo que él creía limpio, pero que era, en definitiva, tan sucio como el del ecologista trucho.

El final no se los cuento, pero tomando en cuenta que el film es muy contundente en su oposición al fracking, ya pueden imaginarse cuál es.

Las implicancias y repercusiones de una película de estas características, no las sé. No sé si va a parar el fracking en los Estados Unidos o en algún otro lugar del mundo.  Sé que las películas que manipulan conciencias sí influyen masivamente (para eso, las hacen, además), las que defienden causas justas, no sé, insisto, cómo afectan en las sociedades. Dice el mito que los jóvenes argentinos veían el final de La hora de los hornos de Pino Solanas y Osvaldo Gettino, y que por eso se sumaban a la guerrilla. No sé, insisto.

De mi parte, y es tal vez lo que pueda pasarte si te informas lo que es el fracking, el “fucking fracking” como dice un amigo mío de Neuquén (donde el fracking está haciendo estragos), es que esta película te va a convencer de esto: que las petroleras son una mierda que apesta, que no tienen escrúpulos, ni ética, ni nada que se le parezca, y que alimentan un sistema que es igual que ellas.

Lamentablemente, todos estamos adentro, y de alguna u otra manera, lo alimentamos. Por eso, si de deseos hablamos, esta película la deberían pasar en los colegios, así la próxima generación se empeña en cambiar la matriz energética y dejar lo que resta de petróleo en el subsuelo. Pero como eso, por ahora, no va a suceder, ver la película de Matt Damon te calma la angustia por lo menos la hora y media que dura la cinta.

En lo personal también, desde ahora, no sólo tendré registrado a Damon como el actor de Hollywood que se casó con una argentina, sino como el actor de Hollywood que ya hizo dos películas –al menos, que haya visto- contra los modernos jinetes del apocalipsis, es decir: contra las petroleras. No es poco, en este mundo de pensamiento y cultura globalizada. No es poco en este mundo donde el dinero lo manda todo. No es poco: por cuatro lucas lo podés comprobar vos mismo.

Río Abajo, 31 de mayo de 2013

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