Dolor y bronca por la muerte de Daniel Figueroa. Un promotor cultural de apenas 17 años, del grupo Espacio Verde, de Villa Unión, al norte de la ciudad de Salta[1]. Daniel derrochaba alegría y solidaridad, un “zarpado de piolita”, según sus amigos; sin padre, cuidaba amorosamente a su hermanito, ayudando a su madre que trabajaba toda la semana en la mina de litio del Salar del Hombre Muerto. Tiempo atrás, una amiga lo había encontrado en un colectivo, con otros jóvenes del barrio. Iban juntos, como dándose valor, a inscribirse en un secundario para adultos, y atajándose de la discriminación escolar que los había expulsado, pero bien plantado en sus derechos, le decía, con una sonrisa: “si la dire no nos inscribe, le escrachamos el colegio.”
La semana pasada, un balazo en la noche lo sorprendió: el balazo de una sociedad profundamente desigual y perversa como la salteña. La ambulancia nunca llegó. Los medios de comunicación locales taparon obscenamente la verdad, manchando la memoria de Daniel, demonizando otra vez a los jóvenes pobres y alimentando el estigma del barrio violento que necesita “seguridad”, léase: mano dura. Un tratamiento de la información claramente manipulado por oscuros intereses, donde más seguridad significa engañar a la gente poniendo en las calles más policías corruptos, en vez de verdaderas políticas públicas de inclusión que solucionen los problemas de la violencia social.
Violencia es falta de trabajo, discriminación por “portación de rostro”, ausencia de oportunidades educativas. Más seguridad -debería ya saberse- sólo se logra con más oportunidades, más contención afectiva y apoyo en salud para curar las adicciones y disminuir la violencia familiar, más espacios de encuentro comunitario y de diálogo, más participación democrática, más actividades para niñas, niños y jóvenes, más horizontes -especialmente para las mujeres, más cultura de vida, más respeto a la Tierra, más aceptación de la diversidad para una cultura de paz, más posibilidades de expresar mi identidad sin sentir vergüenza, y una lucha real contra el narco poder provincial.
¿Cómo cantarte, Daniel? ¿Cómo hacer que el amor sea mayor que el dolor, la bronca, la impotencia? ¿Qué hacer para transformar este “dolor agregado”, al decir de Eduardo Galeano[2], un dolor que no nace de la vida, un dolor totalmente evitable, parido por la injusticia?
“Con la rabia cantar es imposible”[3], le decía hace más de cincuenta años un Ñanderú Mbyá Guaraní, a León Cadogan[4], en Paraguay, y con profundo dolor: “¿cómo podríamos recibir inspiración (el fluir de las palabras sagradas que da sentido a nuestro mundo) cuando necesitamos trabajar (y nos explotan) para que nuestras familias no se mueran de hambre? (…) necesitamos trabajar (y nos explotan) para vestirnos como los paraguayos porque nuestros propios compañeros llegan a burlarse de los adornos rituales”. Rabia y dolor, también. Para los Guaraní, ser humano, se dice: ayvu: palabra-alma. Matar identidad, palabra y sentido, es matar un ser humano. Dolor y rabia porque este genocidio continúa hoy y se multiplica en lo que amamos. “Bronca porque matan con descaro / pero nunca nada queda claro / bronca porque no se paga fianza / si nos encarcelan la esperanza”[5].
Daniel, quiero cantar tu palabra-alma. No quiero que sólo perdure el recuerdo de ese velatorio tan desamparado, afuera de tu piecita de bloques, al descampado, sobre el piso de tierra, porque no entraba en tu casa tanto barrio desnudo de dolor, que fue a despedirte. Ese mismo lugar, un espacio marcado con coronas de muerto, fue el mismo donde hicimos el taller de cine, donde grabamos el cortometraje que tuvo a tu casita como set de grabación, y vimos tu risa como un sol más poderoso que el sol, jugando con el gallo del vecino para hacerlo cantar y lograr el efecto sonoro del amanecer. Fue el espacio donde la batucada que los reunía, una siesta despertó a todo barrio, una batucada que se ganó el derecho por la prepotencia del arte, de tocar dentro del Centro Integrador Comunitario de Villa Unión, donde siempre los discriminaron y se instaló un destacamento policial “provisorio”, en contra de todos los principios de ese espacio público y de la voluntad de muchos vecinos, que construyeron ese edificio con sus propias manos.
¿Te acordás cuando la violencia en el barrio se hizo insostenible? Plantamos árboles en la plaza e hicimos un mural. Era un puente que gritaba la necesidad de que la comunidad los abrace, pedía diálogo, comprensión, un lugar en el mundo, existencia. La frase principal que ustedes eligieron para el mural, fue anticipatoria y por lo tanto, tu muerte, Daniel, era evitable, una gran verdad dejaron a la sociedad: \\\"LA DISCRIMINACION QUITA VIDAS\\\". Unos meses antes de que te quitaran tu hermosa vida, alguien había blanqueado el mural. Me acuerdo que la idea había nacido del sentimiento de “angustia y soledad”, de sentirse “presos en su barrio” y discriminados de diversos modos y a partir de cómo “los distintos medios de comunicación nos hacían aparecer como violentos, cuando no es así la realidad de lo que vivimos en Villa Unión”. El mural mostraba a 3 jóvenes rodeados de inmensas cadenas que las rompen desde adentro, a partir de acciones culturales: haciendo música, pintando, escribiendo, grabando videos, mejorando la plaza, jugando al fútbol. \\\"Nosotros estamos encerrados en esta esfera de cadenas de la droga, la discriminación y la falta de trabajo. No la podemos romper solos, la gente en vez de ayudarnos, nos discrimina. Y por eso no nos importa y seguimos drogándonos. Pero sépanlo bien: NUESTRO SUEÑO es romper las cadenas de la discriminación y la droga, para un futuro nuevo\\\".[6] Yo sé que muchos en el barrio sintieron el mural.
Hay responsables: el poder político provincial y municipal, con su ideología colonial, sumado a la indiferencia de todos los salteños. Juntos construyen una infernal arquitectura del miedo que sostiene la ilusión de que nada va a cambiar, donde se normaliza el lento y silenciado genocidio de jóvenes pobres por las balas perdidas, el paco, o quebrados por la judicialización y las cárceles; jóvenes despalabrados, donde su identidad es despreciada y una sociedad no los tiene en cuenta en sus proyectos de futuro.
Daniel, quiero cantar tu palabra-alma, hacerme pájaro. Decirte que se puede volar. Y que juntos, todos juntos, los que quedamos de este lado, por pura rebeldía, como quería Camus, aunque todo parezca absurdo, perdido o imposible, lo seguiremos intentando: transformar este mundo inútil que adelantó tu muerte. Tanto amor empecinado no puede fracasar. Los amigos del barrio no van a multiplicar las armas que te mataron, no se convertirán en la misma raíz que te mató, no son lo mismo. Mirá, Daniel: los changos del barrio nos están llamando para que nos hagamos colores por los muros que no pueden aprisionar el deseo de libertad. Quieren que nos hagamos voces para cantar la canción que todos callan. Quieren que nos hagamos manos que se abren. Tu nombre será pan, videos, murales, canciones, palabras, sueños, justicia, fuerza, proyectos, encuentro, abrazos, foros. Un lugar digno para que la palabra-alma se ponga de pie. Muchas manos y alas. Nunca silencio.
Valle Hermoso, Salta, 23 de mayo de 2013
[1] Estadísticamente, el 50% de los adolescentes judicializados, provienen de la zona norte de la ciudad de Salta. Esta problemática tiene su origen en una profunda desigualdad social y la ausencia de políticas públicas integrales para la inclusión.
[2] Ironizando y desenmascarando al lenguaje economicista que habla de “valor agregado”. Es un “dolor evitable, porque la condición humana tiene luces y sombras, estamos condenados al amor y al dolor. Pero hay dolores que no provienen de la pasión humana ni de la muerte… son los dolores agregados”. Eduardo Galeano, “La globalización multiplicó el dolor agregado”, revista La Maga, Nº 8, Buenos Aires, diciembre de 2000, p. 8.
[3] Cit. Por Helene Clastres, La tierra sin mal. El profetismo tupí guaraní, Ediciones del Sol, Buenos Aires, 1991, p. 83.
[4] León Cadogan, dedicó toda su vida a defender a los Mbyá Guaraní del Guairá y del Caaguazú, denunciando el maltrato y la explotación, como también conociendo y difundiendo su cultura, en el maravilloso libro de ensayos: Ayvu Rapita, que en guaraní significa, el fundamento del lenguaje humano, que atesora sus textos míticos, de gran profundidad poética. Los Mbyá Guaraní le dieron un nombre como miembro de su comunidad, por su sensibilidad y compromiso, acaso el mejor reconocimiento: Tupa Cuchuví Vevé, que significa: parte de Dios que vuela con nosotros.
[5] Del tema musical: “Marcha de la bronca”, del dueto Padro y Pablo (Miguel Cantilo y Jorge Durietz).
[6] Al respecto, Beatriz Taber y Marcelo Urresti, Consultores del Área Adolescencia de UNICEF Argentina, expresaron que si bien “las drogas son una presencia real en la sociedad de hoy y un tema de creciente alerta para todos los que trabajan con adolescentes y jóvenes, sin embargo, también es cierto que estos datos concretos sirven para planteos que buscan, en nombre de la salud (o la seguridad), suprimir libertades, ejercer persecuciones y coartar derechos. Resulta ser una visión simplista el atribuir todos los males a las drogas. Nos es preciso reflexionar sobre complejas condiciones sociales, conductas que implican un descuido de los adolescentes y jóvenes, donde ellos son expuestos o se exponen a situaciones de riesgo. La falta de proyectos individuales o sociales de largo alcance, la falta de posibilidades de incluirse en la gestión del futuro o en las estructuras que la sociedad dispone. Un presente en el que los jóvenes y los adolescentes se ven sometidos a la crisis que genera la pobreza o un mercado laboral sin muchas expectativas, luego de la exclusión del sistema educativo. La Convención sobre los Derechos del Niño (CDN) postula a los adolescentes como ciudadanos, es decir, como sujetos que tienen derechos y obligaciones, como un conglomerado de valores que no puede afianzarse si no se lo hace sobre un suelo de comprensión, escucha y diálogo”.
«