Cuando era niño, mi abuelo José Joaquín Araujo me colocaba la funda del cuerno de buey en la oreja y me decía: – Escucha, ¡así suenan las olas del mar¡- Evidentemente se escuchaba algo semejante a las olas del mar por un efecto acústico. José Joaquín era artesano migrante del Ceará, Brasil y utilizaba la vaina del cuerno para hacer cabos de machetes y cuchillos, además confeccionaba bastones y látigos perfectos. Mientras maniobraba el fuelle atizando el fuego para ablandar el cuerno me decía: – Las aguas de todos los ríos van a dar al mar y luego vuelven viajando por el cielo en forma de nubes y llueve- Y añadía:-Las nubes son ríos de agua, ¡es el ojo de agua del cielo¡- Mi abuelo quería morir mirando al mar, pero no fue posible. Sólo su espíritu volvió al mar.
Un fragmento de la letra de la canción Planeta Agua de Guillherme Arantes hace referencia al ciclo de la lluvia: Agua que el sol evapora/ Para el cielo se va yendo/ y se vuelven nubes de algodón/gotas de agua de lluvia/alegre arcoíris/ sobre la plantación…
En la época de mi abuelo llovía a cántaros y durante cinco meses, de noviembre a marzo. Yo disfrutaba de la lluvia con los niños de mi generación. La lluvia era magia y libertad. Corríamos como locos libres por las calles y campos bajo la lluvia cálida amazónica. Nos poníamos bajo los chorros de las canaletas de los techos de las casas. También jugábamos al futbol en canchas de tierra bajo la lluvia. Pero lo más importante, aunque no nos dábamos cuenta, era que la lluvia significaba abundancia de alimentos y frutas. Mientras más llovía, más crecían las plantas y daban frutas. Hoy en día eso se acabó. Después de tres décadas ya no llueve tanto como antes por ese asunto del negativo cambio climático.
El agua no solo viene de arriba en forma de lluvia sino también de abajo, de los ojos de agua, es el lugar por donde mana el agua. En Cobija, ciudad amazónica, abundaban los ojos de agua por todas partes. En cada ojo de agua nacía una vertiente. Sobre ellos construían los pauros o pozos donde las mujeres lavaban ropa y con la tutuma se bañaban semidesnudas, al aire libre, quizá porque en ese tiempo no había vergüenza ni prejuicios ni malas intenciones. El agua de las vertientes era dulce y limpia pero con el crecimiento urbano de la ciudad han desaparecido los pauros públicos, quedan muy pocos como el que está en el paseo Junín y la vertiente del aeropuerto. Los demás han sido destruidos tapados o se han convertido en fuentes privadas para la comercialización del agua. En Cobija existe una decena de empresas que venden agua en botellones para el consumo ya que el sistema de agua potable de la ciudad está contaminado. Eso de que el agua es un derecho humano aquí no se cumple.
Otras fuentes mayores de agua son el río Acre y el arroyo Bahía que bordean la ciudad y sirven de límite con el Brasil. Antes disfrutábamos de las playas y el agua del río Acre y del arroyo Bahía. En verano, cientos de bañistas inundaban las playas. La gente venía a refrescarse, encontrarse, jugar, nadar, zambullirse, hacer hoyos, distraerse. Pero se acabó porque ya no hay playas y el agua está contaminada por las aguas servidas. Se acabaron esos tiempos, es el precio del “desarrollo y crecimiento”; mata las cosas buenas de la vida. Hoy en día los que quieren bañarse disputan las pocas piscinas públicas o van a los arroyos alejados de la ciudad, pero ya no es igual.
Las cataratas ubicadas cerca del barrio la Cruz, eran otro atractivo en Cobija. Tenían una caída de tres metros y formaban una hermosa laguna. Era un refugio sin igual rodeado de vegetación. Allí iban las familias los fines de semana a pasear, bañarse y compartir. Cierto día un militar detonó una dinamita en el lugar y destruyó la cascada de agua. Hoy en día sola queda el nombre del barrio Cataratas y surca aún el arroyo con aguas contaminadas.
La Laguna Azul era otro patrimonio local y estaba ubicada al frente de la actual plaza del Estudiante y que debió ser preservada pero lamentablemente fue destruida. La taparon con tierra. Uno no entiende porqué suceden estas cosas.
Estas historias datan de hace treinta años. El agua brotaba por todas partes, limpia y transparente, como era la gente. Era parte de nuestra identidad amazónica. En tan poco tiempo todo ha cambiado. El crecimiento, el progreso, la civilización lo ha destruido casi todo. El agua como fuente de vida y la relación con los seres humanos que habitan esta tierra ha sido mercantilizada y/o contaminada.
La ciudad de cemento y el “progreso” crece a un ritmo inexorable. Hay otros arroyos que circundan el área urbana como el arroyo Floresta, el arroyo Virtudes y el arroyo Negro que serán consumidos y contaminados igual. Si hubiera conciencia colectiva sería posible salvarlos. Los programas de urbanización deberían respetar y preservar los bosques, 300 metros desde las orillas de los arroyos y las aguas servidas no deben ser arrojadas sin previo tratamiento.
Antes todos los días era día de la Madre Tierra o del planeta agua como debiera llamarse, porque la vida era una celebración. Hoy en día sólo queda el 22 de abril como día internacional de la Madre Tierra. Sobran los discursos del poder político y mediático, pero la realidad de todos los días es diferente. No existe una política real y efectiva de defensa de la Madre Tierra. Se sigue destruyendo los bosques, contaminando las fuentes de agua y saqueando los recursos naturales.
Pese a todo, solo queda seguir luchando en defensa de la vida y la naturaleza, en la construcción de una conciencia colectiva, para que no muera la esperanza. Las lluvias y las vertientes donde mana el agua significan que la vida renacerá siempre. Ojala nunca deje de llover, ojala nunca deje de brotar agua de la tierra.