Una noche, estaba yo en mi casa, alejada de la ciudad. Chávez se encontraba de visita en Bolivia, el segundo año del gobierno de Evo y, entre las actividades programadas, estaba una visita a Tiwanaku, el santuario indígena más antiguo e importante de los Andes. Sonó mi teléfono celular. Era Juan Ramón Quintana, ministro de la presidencia de Evo, y con quien trabajábamos juntos para el presidente. Este fue más o menos el diálogo:
—Pablo, andá por favor al Hotel Radisson…
—¿Al Radisson? ¿Para qué?
—Allí te va a estar esperando la ministra de comunicación del presidente Chávez…
—¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué hay que hacer?
—Chávez quiere saber sobre Tiwanaku… -empecé a entender.
—Ya voy, ya voy, te voy llamando, ¿eh?
Lo primero que pensé es: ¿Y ahora qué hago? Lo segundo que hice fue sumergirme en los archivos de mi computadora, encontrar el texto que copio debajo, imprimirlo (no había o no tenía flash memory ni nada que se le parezca) y luego, tomar un libro de mi biblioteca: la Historia de Bolivia de los esposos Mesa y su hijo Carlos. Me despedí de Carolina y me tomé un taxi. Serían las 11 de la noche y ahora recuerdo que era un sábado y la ciudad estaba vacía.
Llegué al Radisson, le comuniqué a Juan Ramón que estaba allí y en dos minutos bajó una simpática y atractiva mujer que era la mismísima ministra de comunicaciones del comandante Hugo Chávez. Nos saludamos y sin demorarnos, tomamos el ascensor y fuimos hasta uno de los pisos de arriba, donde estaba alojado Chávez y su comitiva. La seguridad era evidente, incluso me crucé con gente armada –como en los buenos viejos tiempos. Con la ministra, fuimos a una de las habitaciones: la suya. Ella me empezó a explicar por qué estaba allí, yo la interrumpí diciéndole que ya sabía y le entregué en mano propia el impreso que había traído. Le dije algo así:
—Mira, compañera, te traje un texto que yo escribí para algún video, es panorámico, habla sobre Tiwanaku, su contexto y su significado… creo que es lo mejor para el presidente, así va a comprender lo importante que es Tiwanaku para los habitantes de los Andes… aparte, toma, traje este libro, que es un manual de historia. Aquí puede leer otros datos, para complementar…
La mujer me miró aliviada. Me dijo: quédate aquí. Aquí tienes mi computadora, usa internet si quieres, y allí hay un bar, toma lo que quieras. Es obvio que yo lo único que quería era verlo a Chávez, pero bueno, así eran las cosas.
Pasé una de las medias horas más extrañas de mi vida. Estaba solo en el cuarto de una mujer atractiva, ministra de estado del gobierno de la Revolución Bolivariana, conducida por un hombre que estaba en alguna de las otras habitaciones del mismo piso de hotel… estuve media hora así, esperando, esperando, esperando.
Cuando volvió, la ministra estaba radiante, con cara de misión cumplida. Dijo algo así.
—El comandante te agradece mucho tu escrito, que lo ha leído delante de mí, y que efectivamente le ha servido para entender lo trascendente de Tiwanaku.., dice también que le prestes el libro de historia de Bolivia, que le interesa, que así se informa sobre otros aspectos de la misma…
Nos despedimos con la ministra con un abrazo y eso fue todo esa noche. Cuando le conté lo sucedido, Juan Ramón ordenó comprar un nuevo ejemplar del libro que Hugo Chávez se llevó de prestado, para reponerlo en mi biblioteca. Otra noche, en un salón de eventos de Villa Fátima, en La Paz, le comenté la anécdota a Héctor Soto, ministro del poder popular para la cultura, y nos reímos mucho ya que yo insistía que Chávez estaba en deuda conmigo y Soto me decía que ya me enviaría toda una colección de libros para que quedáramos a mano. Esa noche, hablamos también de la devoción de Hugo por Bolívar y de la necesidad de reafirmar la presencia del Libertador por estas tierras. Quedó pendiente la realización de un documental, Bolívar en Bolivia lo titulamos al calor del encuentro, que algún día habrá que hacer, ahora también como homenaje a la memoria del compañero presidente que partió.
Copio debajo el texto que entregué a la ministra y que Hugo Chávez leyó esa noche de sábado de 2007. Fue escrito en la década de los 90, cuando en Bolivia, nadie soñaba con la llegada al poder de un presidente indígena. Al leerlo, vuelvo a sentir cada palabra, con su carga de justicia histórica y de verdad vital, y vuelvo a emocionarme recordando las circunstancias que lo rodearon, su espíritu de alborada y de redención social y que, en consonancia con lo anterior, nada más y nada menos que el Comandante Hugo Chávez haya sido su lector principal. No diré nada más. Que haya paz en su tumba y solidaridad con el pueblo hermano de Venezuela.
La historia la escriben los que ganan.
Eso quiere decir que hay otra historia.
La historia verdadera.
Popol Vuh
Hay un misterio que atrae, una nostalgia profunda de un tiempo que ya no está pero que tal vez esté aquí…
Tiwanaku
Cultura viva y de pie
Entender que significados encierra Tiwanaku no es fácil.
Tiwanaku fue la capital del primer gran imperio americano.
A la vez, es fuente de origen y regeneración de otras civilizaciones y culturas que tuvieron como escenario la gran cordillera americana: Los Andes.
Siempre fue un sitio sagrado y lo sigue siendo.
Hoy es ámbito de encuentro y reconocimiento para toda la cultura andina.
Hoy Tiwanaku está más vivo y presente que nunca, centinela de los siglos idos y los que vendrán, entre sus muros se encierra el secreto del tiempo: la vida misma.
Descubrámoslo.
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Diez y seis siglos antes del nacimiento de Cristo, Tiwanaku era apenas una aldea, una más entre las cientos que se repartían en el inmenso espacio del altiplano, en el corazón del mundo andino.
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Para empezar a entender a Tiwanaku, hay que entender su medio geográfico.
La cordillera de los Andes es el espinazo de América del Sur.
Desde la costa caribeña de Colombia al norte, a la Tierra del Fuego en el extremo sur, es la cadena montañosa más larga del planeta Tierra, y junto con la selva amazónica, otorga personalidad al continente.
En la zona subtropical, la cordillera se parte en dos.
Hacia el oriente, hacia los valles húmedos y la selva interminable, se yergue la llamada Cordillera Real de los Andes con picos de nieves eternas que superan los 6000 metros de altura, entre los cuales se destacan el Illimani, que corona la ciudad de La Paz, el Mururata, el Huayna Potosí y el Illampu.
Al oeste, se levanta una cadena de volcanes que forman la llamada Cordillera Occidental donde destaca el coloso Sajama, el cerro más alto de toda Bolivia.
Entre sus dos brazos la cordillera alberga en su seno a una extensa planicie de altura conocida con el nombre de Altiplano o puna, cuya altura varía entre los 4000 y los 3600 metros de altitud. Su superficie no es pareja sino que está fragmentada por varias serranías y cerros aislados.
El altiplano encierra una peculiar cuenca hidrográfica endorreica. El lago Titicaca, cuya superficie actual es de 8330 kilómetros cuadrados, constituyéndose en el lago más vasto de la América del Sur, es el sucesor de un lago mucho mayor, que se prolongaba hacia el noroeste y el sureste de su actual emplazamiento.
A través del río Desaguadero, el lago Titicaca desagua en un lago de menor extensión llamado Poopó.
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A estas alturas pero en el trópico, el clima es sano y las lluvias abundantes en verano, los suelos no se cubren de nieve permanente en invierno y esto favorece la actividad ganadera y agrícola.
Ese ha sido el contexto geoecológico que condujo a una alta densidad de población y el surgimiento de grandes civilizaciones como la que tuvo como capital a Tiwanaku.
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En este medio geográfico, hace miles de siglos atrás, los grupos humanos comenzaron a pasar del nomadismo cazador y recolector a la trashumancia ganadera a partir de la domesticación de un animal que es símbolo del medio y la cultura andina: la llama.
La llama, además de convertirse en un animal de uso universal del cual el hombre andino supo aprovechar todas sus partes, comenzó a enseñar al habitante de la altiplanicie algo más profundo: la percepción de la dimensión del espacio geográfico y del tiempo.
Con la llama como aliado, el ser humano se arraiga en los Andes.
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Ese conocimiento del medio natural lo llevará luego a domesticar las plantas y entonces no sólo se volverá sedentario y formará las primeras aldeas en medio de este paisaje majestuoso y cargado de fuerza cósmica, sino que descubrirá verdaderas maravillas de esta naturaleza pródiga como pocas como es la puna tropical sudamericana.
La papa, que salvó al mundo de morir de hambre en muchas ocasiones trágicas.
La quinua, un cereal de potencialidades nutritivas enormes que el resto del planeta recién está descubriendo.
La oca, otro tubérculo andino.
La kañawua, el tarwi, el milmi o amaranto, especies aún desconocidas más allá del altiplano.
El maíz, la coca, el ají, el camote, la yuca, la walusa y tantas otras especies que vienen de los valles bajos complementarios son todas plantas originarias de América y son parte del legado de su cultura andina a la humanidad.
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El intercambio permanente y la complementariedad productiva entre los diferentes pisos ecológicos que van desde el Océano Pacífico hasta la gran selva del Amazonas hay que entenderlo como otro basamento del origen y desarrollo de las grandes civilizaciones de los Andes.
Otro hallazgo de la cultura andina, que permitió el crecimiento poblacional y la seguridad alimentaria en épocas de crisis, fue el descubrimiento del principio de deshidratación de los alimentos.
Alternando calor y helada en un tratamiento de varias semanas, la papa se convierte en "chuño" y "tunta", almidón puro, ligeros como el corcho y que puede guardarse el tiempo que se quiera. La carne de llama también era deshidratada, obteniéndose el llamado "charque". También se conservaban grandes cantidades de pescado provenientes de ríos y lagos.
La sedentarización y esta capacidad notable de aprovechamiento del medio natural condujo al surgimiento de los ayllus, la unidad social y económica básica de la organización comunitaria andina.
Si bien al principio, las aldeas eran uniformes, la especialización en un determinado medio, con el consecuente beneficio de materiales y bienes de la naturaleza, inicia un proceso de diferenciación de las mismas.
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Los estudiosos reconocen dos formas culturales iniciales para el altiplano norte, la Chiripa y la Wankarani.
Por su parte, Tiwanaku fue una aldea sin distinciones de clases, propiedad comunal y base agrícola por espacio de quince siglos.
Entre los siglos II y IV de la era cristiana, se producen cambios radicales.
La experimentación agrícola en microclimas por siglos perfeccionó un método de cultivo llamado "sukakollos" —zanjas que permiten retener el agua de las lluvias para asegurar el cultivo todo el año— que trajo aparejada una revolución hidráulica y agrícola.
Los excedentes que se obtienen aceleraron la organización social que, por un lado, promovió la revolución urbana y, por el otro, la diferenciación de clases.
Nace el Estado de Tiwanaku. A la vez, la urbe tiwanacota se convierte en un gran centro religioso.
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La gran ciudad ceremonial de Tiwanaku tiene dos centros dominantes: el conjunto de Akapana con los edificios que la rodean y el de Pumapunku situado al sudoeste del anterior.
Esta estructura doble evidencia la división propia de toda la cultura andina, complementaria y recíproca, donde todas las ciudades se dividen en dos: "Hanan" (los de arriba) y "Hurin" (los de abajo).
El centro o "taypi", base del equilibrio de esa visión complementaria, se haya ubicado en torno a Akapana y comprende los siguientes edificios: la propia pirámide de Akapana, el Templete semi subterráneo, Kalasasaya, Kantataita, Putuni y Keri Kala.
Akapana es una pirámide diseñada y hecha a mano.
Su altura es superior a los 15 metros y tiene 140 metros de ancho, de este o oeste, y 180 metros de largo, de norte a sur.
Akapana está orientada en relación a los puntos cardinales y sobre su lado oriental estaba la escalera principal de acceso.
Desde lo alto de Akapana pueden verse la montaña Illimani al este y el lago Titicaca al oeste: las dos grandes "wakas" o sitios sagrados que eran venerados por los tihuanacotas y siguen siendo objeto de culto para todos los habitantes de los Andes.
La misma pirámide era una "waka" ya que configuraba la representación de una montaña, fuente del agua y de la vida.
El Templete semi subterráneo está formado por un patio hundido de forma rectangular, limitado por cuatro muros de contención en los que se han empotrado cabezas que exhiben distintos estilos escultóricos.
Estas cabezas se supone que representaban a los distintos pueblos que estaban sujetos y vinculados al estado tiwanacota que era una sociedad multiétnica. Las cabezas diferencian a la cultura tiwanacota de sus predecesoras de Chiripa y Pucara pero a la vez, y junto con los patios hundidos y las pirámides, son variantes propias de una arquitectura pre-inkaika.
Dentro del Templete, fue hallado el mal llamado monolito Bennett, denominado así por el arqueólogo que lo desenterró, una impresionante representación humana de más de siete metros de altura.
La figura humana del monolito tiene una de sus manos apoyados en el pecho y, en una de ellas, sostiene un vaso ceremonial o "kero". En el cuerpo del monolito, están talladas símbolos agrarios, plantas alucinógenas y camélidos.
Junto al monolito, se encontró la llamada "estela barbada", una de las más antiguas de Tiwanaku. Representa a un hombre cuyos brazos descansan uno sobre el corazón y el otro sobre el estómago. En la parte baja hay dos pumas tallados y a los costados serpientes ascendentes.
El Kalasasaya es un edificio que tiene una plataforma y un patio interior al que se accede por una gran escalinata que está orientada hacia la salida del sol. El patio esta embaldosado y posee catorce recámaras de forma cuadrangular que se supone fueron mausoleos de los gobernantes tiwanacotas.
En su centro, se halla el monolito Ponce de tres metros de altura y el monolito denominado El Fraile, que es importante por mostrar cangrejos en su cintura, representación que prueba las relaciones entre Tiwanaku y las costas del océano Pacífico y el constante intercambio entre las diversas ecorregiones.
La puerta del Sol, símbolo de Tiwanaku, está ubicada actualmente dentro de Kalasasaya. Esta pieza monolítica y excepcional es la más representativa de la cultura tiwanacota.
Treinta figuras antropomorfas aladas, dispuestas en tres filas, entre ellas las del medio que tienen cabeza de cóndor, rodean al personaje central que remata la decoración de la puerta.
¿Quién es este personaje que corona la puerta- emblema de Tiwanaku?
La mayoría de los estudiosos se han puesto de acuerdo de que esta figura es la representación del dios creador andino cuyo antiguo nombre era Tunupa.
Tunupa era un dios muy poderoso, controlaba los fenómenos atmosféricos, presidía las labores agrícolas y estaba relacionado con el fuego purificador. Sus características lo emparentaron luego con el dios aymara del rayo que fue llamado Illapa y con el dios que encabezaba el panteón incaico con el nombre de Viracocha. Con el tiempo, ese dios se mezcló con el apóstol Santiago, traído por los conquistadores, que se convirtió en una de las imágenes más veneradas de todo el altiplano boliviano.
Hacia el lado este de Kalasasaya está el edificio llamado Putuni que se supone fue un palacio o la residencia de los gobernantes tiwanacotas.
Junto a Putuni está el llamado "palacio multicolor" por las pinturas que lo cubrían antaño y algo más alejado está el conjunto habitacional de Keri Kala, mucho más sencillo que los anteriores. En este sector se encuentra la llamada Puerta de la Luna.
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El conjunto de Puma Punku se encuentra a 2 kilómetros de Akapana y se supone que entre ambos se ubicaban los distintos barrios donde residía la población tiwanacota.
Puma Punku era un centro ceremonial más reciente que Akapana y se supone que representó el principio de la expansión del Estado tiwanacota y a la vez el fin de la restricción del culto a los sacerdotes y a las clases dominantes.
Esto sucedió hace unos 14 siglos. Tiwanaku alcanza la madurez en su desarrollo urbano, estatal y tecnológico. La agricultura y el comercio eran pujantes. Son los siglos de oro de esta cultura singular. Nace el imperio.
En ese tiempo, la Baja Edad Media en Europa, Tiwanaku era una de las ciudades más grandes e importantes del mundo entero. Tal vez, la más grande y la más importante del orbe.
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En el siglo VIII de la presente era, empezó la expansión de Tiwanaku hacia la costa y hacia los valles templados y cálidos en base a los enclaves productivos y comerciales que ya existían.
El descubrimiento y dominio del bronce brindó a los tiwanacotas una superioridad militar indiscutida.
Esta expansión llegó por el sur hasta el norte de la actual república de Chile, especialmente al oasis de san Pedro de Atacama, en medio del desierto de Atacama, y bien adentro de la actual Republica Argentina donde los signos de la cultura tiwanacota son visibles en la llamada cultura de La Aguada.
Por el oeste, Tiwanaku se expandió hasta la costa oceánica de las actuales repúblicas de Chile y de Perú. Por el este, dejó su impronta en los fértiles valles de Cochabamba. Por el norte, Tiwanaku avanzó hasta el actual Perú central donde cerca de Ayacucho se erigió la ciudad de Huari, foco de una nueva civilización.
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¿Por qué desapareció Tiwanaku?
El imperio tuvo su apogeo durante cuatro siglos.
Hacia el 1250 después de Cristo, empezó una prolongada sequía que duró casi 100 años. Las cosechas fracasaron una tras otra y los campos de cultivos empezaron a colapsar, incluidos los "sukakollos". La población se vio obligada a emigrar para no morir de hambre y los centros urbanos y ceremoniales fueron abandonados.
El cambio climático había hecho sucumbir al primer imperio americano.
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Para la misma época habían comenzado a arribar al altiplano y especialmente a la zona del lago Titicaca, próximo a Tiwanaku, grupos de pastores provenientes de los desiertos del sudoeste: eran los aymaras.
Ellos formaron señoríos o reinos alrededor de pequeñas ciudadelas fortificadas. Conservaron la vitalidad del control de los distintos pisos ecológicos pero guerreaban entre ellos.
Esta debilidad fue aprovechada por el nuevo poder estatal emergente en América del Sur: el Inkanato que conquistó durante el siglo XV lo que ya se conocía como el Collasuyu, el Suyu o Tierra de los Collas.
El Collasuyu formó parte del Tawantinsuyu, el reino de los cuatro suyus o partes, cuya capital era Cuzco, y que formó la última expresión política originaria e independiente que se desarrolló en los Andes.
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En 1532, cuando el español Francisco Pizarro desembarcó en Tumbes, empezó otra historia, la dramática historia de la conquista europea, que torcerá el rumbo de la historia de los Andes…
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Tiwanaku sufrió su prueba de fuego.
Sus edificaciones fueron destruidas y el sitio fue usado como cantera para la construcción de las casas del pueblo de españoles del mismo nombre.
Tiwanaku se sacudió con la gran rebelión indígena de Túpac Amaru y de Túpac Katari a finales del siglo XVIII, preanuncio de la irrupción de los ejércitos de la independencia que entre 1809 y 1825 desalojaron a los españoles de América del Sur, inaugurando las repúblicas actuales.
Pero la situación de los pueblos originarios y el respeto y la valoración de este santuario andino no cambiaron nada.
Prosiguió la apropiación indebida, física y simbólica, de los testimonios materiales del pasado andino: los bloques de Tiwanaku fueron usados, ya en la época republicana, para construir el palacio de gobierno y la catedral metropolitana, ambos edificios situados en la ciudad de La Paz.
Durante el siglo XX, se llegó al colmo del desprecio por ese legado invalorable al usarse los bloques de piedra en la construcción de los puentes del ferrocarril que une La Paz con Guaqui.
Y más: se trasladaron monolitos y otras piezas invalorables para adornar las plazas y algunas residencias particulares de la urbe paceña.
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Pero Tiwanaku ha renacido de las ruinas, de ese concepto de ruinas al que buscaba condenarla la arqueología oficial y occidental.
Tiwanaku no está muerto: es una waka, espacio sagrado donde habitan las generaciones pasadas, símbolo de la vitalidad nueva y renovada de una cultura milenaria como la andina, símbolo inalterado de esa identidad que hoy se reafirma desde Ecuador hasta la Argentina…
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Por eso, cada 21 de junio, en la fiesta del Inti Raymi, durante el solsticio de invierno, los aymaras se convocan para rendirle culto a la waka, para rendirle culto a la Madre Tierra o Pachamama y a las demás fuerzas cósmicas para que se regenere la vida, continúen los ciclos vitales y se reafirme la fe en el regreso de los tiempos idos.
Los días de esplendor de Tiwanaku y el Tawantinsuyu, los días de una cultura que está viva y de pie: los tiempos que volverán.
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Para quien lo visita y lo aprecia, Tiwanaku es un misterio que atrae, una nostalgia profunda de un tiempo que ya no está pero que tal vez esté aquí… Sólo es cuestión de buscarlo. Sólo es cuestión de intentarlo.
Río Abajo, 6 de marzo de 2013