Ni los Estados, ni las sociedades civiles, ni los antropólogos y otros investigadores sociales que trabajan con pueblos indígenas, ni los medios de comunicación de masas, han tomado conciencia genuina del valor y las implicancias que posee la existencia de estos pueblos indígenas que sobreviven en aislamiento y/o de su persistente e imparable extinción como culturas ni siquiera conocidas en los últimos cinco siglos.
No deberían quedar dudas sobre la necesidad de actuar en socorro de estas poblaciones, por un mínimo sentido de humanidad, preservando de forma conciente y rigurosa su voluntad de aislarse del resto de las sociedades de las cuales también forman parte, pero para ello, creo necesario recordar algunas cuestiones bien puntuales que están en la base del deseo expresado por varios activistas que trabajan bregando por su defensa y por la consideración del derecho al aislamiento y al “no contacto” como otro de los derechos humanos fundamentales.
* * *
La problemática de los Pueblos Indígenas Aislados es muy delicada, grave y acuciante.
Necesita de acciones claras y urgentes con relación al respeto a los derechos de estos pueblos en tanto seres humanos.
También precisa de todo nuestro convencimiento y trabajo para que la existencia de estos pueblos y las condiciones que la han predeterminado y determinan, sean reconocidas de forma legal.
Pero ni las acciones legales tendrán fuerza para garantizar la existencia y el auxilio para preservar a los últimos pueblos aislados del planeta si, a la vez, no son divulgadas y difundidas y se convierten en un tema de alerta y preocupación de dominio y conocimiento público.
Esta preocupación por el destino de los Pueblos Indígenas Aislados debería extenderse tanto en el ámbito de los Estados como en el marco de las sociedades civiles de los países donde ellos habitan, pero también en las naciones que han sido co-responsables históricos de la situación de los referidos pueblos.
La problemática de los Pueblos Indígenas Aislados es delicada porque lo que está en consideración es la vida y los otros derechos fundamentales de personas cuya existencia ha sido históricamente negada y menospreciada y sus derechos vulnerados de manera sistemática y permanente.
Es grave o muy grave porque, a pesar de la instalación y consolidación de la democracia en todos los países donde habitan los Pueblos Indígenas Aislados, las agresiones contra su existencia son constantes, no existen mecanismos concretos y eficientes de resguardo –salvo en el caso del Brasil donde se han logrado algunos avances en la materia- y las amenazas contra ellos, en vez de conjurarse, se multiplican y se agravan a diario.
Es acuciante porque si las acciones no se encaminan y se desarrollan de manera urgente, es previsible la desaparición forzada del conjunto de estos pueblos, producto del avance irreversible de la ocupación territorial, la explotación de los recursos naturales y la degradación ambiental que están sufriendo los ecosistemas donde viven.
Estas acciones, decíamos, deberían movilizar al Estado y a la sociedad civil, en América del Sur y en el resto del mundo.
La búsqueda actual de universalizar el respeto por los derechos humanos y, dentro de ellos, la valoración positiva de la interculturalidad y la diversidad cultural del planeta, deberían agendar el tema de la protección de los últimos Pueblos Indígenas Aislados como un imperativo moral, una cuestión ética que subordine las decisiones políticas, ambientales, económicas y sociales de las naciones a la necesidad histórica de preservar la existencia y precautelar los derechos de estos pueblos.
Los Pueblos Indígenas Aislados de la Amazonía y el Gran Chaco son sobrevivientes de un genocidio que se inició a finales del siglo XV y a principios del siglo XVI, y que continúa hasta el presente.
Este genocidio ocurrido en todo el continente americano, producto de la invasión colonial europea, sigue sin ser reconocido como tal, cuando la evidencia histórica –en especial de los últimos cincuenta años-, ya aportó suficiente información aberrante sobre los efectos trágicos y devastadores que trajo consigo la conquista de América o la época de explotación del caucho en los siglos XIX y XX, por citar sólo dos ejemplos, entre los pueblos indígenas.
Es una vergüenza que el mundo haya cerrado los ojos al genocidio de los pueblos originarios de América y que, hasta ahora, el tema siga siendo abordado sólo por los especialistas, no existiendo una verdadera toma de conciencia sobre la gravedad del asunto y sobre el problema actual que es consecuencia de lo anterior: la situación extrema vulnerabilidad y riesgo cierto de extinción física de los Pueblos Indígenas Aislados.
Por ello, una acción efectiva en defensa de los Pueblos Indígenas Aislados, sólo podrá ser viable si se tome en cuenta que es crucial una política de información con relación al tema y se prosiguen los esfuerzos para que cesen ese desconocimiento y esa falta de reconocimiento a los sobrevivientes del genocidio americano.
Hace años que el fallecido Darcy Ribeiro señaló sobre el asunto, con relación a la situación en Brasil, que “el público lego interesado en los indios de Brasil se tiene que contentar con una bibliografía didáctica rala, preconceptuosa y desinformada. A pesar del interés de los medios de comunicación por los indios en los últimos veinticinco años, lo que se informa en periódicos y en la televisión sobre los indios, es decir, lo que se consume, son hechos fragmentarios, historias superficiales e imágenes genéricas enormemente empobrecedoras”.
Salvo entre los activistas, hay poca convicción rodeando la lucha por la defensa de los derechos de los indios de las selvas. Se sigue considerando al indígena como un dato más (y las estadísticas son, cada vez, más escalofriantes) y algo así como un ser humano en transición, en proceso irreversible de ser “civilizado”.
Las instituciones, organizaciones y personas empeñadas en la defensa de los últimos Pueblos Indígenas Aislados del mundo deberían plantearse una imperiosa política de comunicación, dotada de una estrategia de información y de difusión de la problemática en el ámbito local, regional e internacional para acabar con la persistencia de esa mirada positivista.
Una política de comunicación que influya tanto en Washington como en Puerto Maldonado, una estrategia informativa de sensibilización que abarque a todos los sectores y organizaciones sociales y que se difunda por todos los medios al alcance.
Los Pueblos Indígenas Aislados no sólo son víctimas de un genocidio oculto y oscuramente silenciado, no sólo son parias dentro de los países donde habitan, no sólo son los más pobres entre todos los pobres, son los olvidados de la historia y los condenados de la tierra.
La lucha por la defensa de los derechos de los Pueblos Indígenas Aislados exige, desde ya, un compromiso militante con la causa pero demanda también una comprensión
profunda de las condiciones históricas que la determinan.
Hay toda una memoria histórica que es preciso recuperar para darle mayor sentido y mucha más fuerza a la exigencia de respeto a los derechos de los Pueblos Indígenas Aislados.
No se trata de defender a un indio aislado como se viene defendiendo a las plantas o a los animales; la defensa de los últimos Pueblos Indígenas Aislados debería estar enmarcada en ese imperativo moral al que aludíamos pero que abreva en el corazón de la historia, de la desgarrante historia de nuestro continente.
De allí, la co-responsabilidad internacional que demandamos: los indios sudamericanos han sido víctimas del exterminio, producto de las imposiciones y las consecuencias nefastas de modelos ajenos a su vida y su normal desarrollo histórico como pueblos y como culturas diferentes.
La lucha por su defensa debería ser entendida también como una reparación histórica de todo el daño causado a sus antecesores en el espacio y en el tiempo, tomando en cuenta que decenas y decenas de pueblos ya han desaparecido de manera definitiva, lo que agrava la tragedia a la cual aludimos en el presente.
Insistimos que consideramos como un deber de conciencia histórica hacer todo lo que esté en nuestras manos para preservar la vida y asegurar los derechos de los pueblos indígenas aislados de la Amazonía, empezando por la defensa del “no contacto”. Todavía estamos a tiempo para no seguir repitiendo la parte más triste de la historia de América de los últimos cinco siglos.