Instinto es una película de Jon Turteltaub inspirada en la novela Ismael, escrita por Daniel Quinn. (1) La película describe y examina, a través de imágenes de paisajes y de un grupo de gorilas en una jungla africana, la mente de un antropólogo Ethan Powell quien ha estado perdido por años, viviendo en la selva junto a estos “animales” como familiares y compañeros. El investigador en defensa de la vida de los primates se ve obligado a matar y herir a varios cazadores, supuestos guarda parques de los bosques de áfrica, siendo detenido en prisión. El antropólogo se niega a hablar para expresar que es un animal con sentimiento de culpa por haber dejado huellas que llevaron a los cazadores atacantes a matar a varios gorilas. Un brillante psiquiatra, Theo Culder, trata de entender las razones por las que él mato a esos hombres y de su auto silencio, pero termina involucrado en el caso de su paciente y cuestionado en sus valores y principios de la civilización moderna al comprender de otra manera la historia y naturaleza de la humanidad.
Esta historia cinematográfica nos plantea, por lo menos, dos cuestiones: las normas sociales que reprimen nuestro instinto de libertad y, la supuesta supremacía del ser humano sobre los animales que nos da el derecho convencional de matarlos, exterminarlos y convertirlos en materia prima para nuestros alimentos.
El antropólogo investigador al compenetrarse de manera profunda en la convivencia con los gorilas, considera fabuloso y un milagro el hecho de que estos “animales”, de extraordinaria contextura física acepten a un humano como parte de su familia y lo protejan y lo defiendan como uno más del grupo. El investigador elije por sí mismo vivir con los gorilas, por instinto animal despojarse de las normas y las reglas del juego de la sociedad moderna y convertirse en un gorila. El disfrutar y sentir la lluvia en vez de preocuparse por mojarse, es también un instinto de libertad, de volver a la naturaleza, a los orígenes, de búsqueda de paz interna, liberados de los deberes que frustran.
El hombre y la mujer de hoy viven atrapados en cuatro paredes, con el televisor, el internet y otras tecnologías cada vez más aislados de sus congéneres, alejados de la naturaleza, han perdido su convivencia gregaria, han perdido su carácter de animal social, han perdido ese instinto animal de libertad. El animal en su hábitat natural es libre. El hombre en su hábitat natural es esclavo del sistema capitalista. El trabajo y la sociedad consumista nos quitan libertad. Los seres humanos estamos atrapados en responsabilidades, en el tedio de horarios estrictos de trabajo, vestirse, pagar impuestos, enfrentar el tráfico vehicular, consumir los bienes del mercado, etc. Cada vez tenemos menos tiempo para la convivencia social y el disfrute de la naturaleza. A medida que crecen las ciudades, los seres humanos perdemos otros disfrutes de la vida.
De alguna manera, Ethan Powell representa a ese instinto que todos llevamos dentro, ese deseo de libertad de la humanidad abandonado por el miedo al castigo del orden social que inhibe, limita y nos convierte en personas resignadas.
Respecto a la cuestión de la supremacía del hombre sobre los animales y el derecho convencional de exterminio, la película muestra cómo el orden establecido condena a Ethan Powell por defender a otros seres vivos: los gorilas de áfrica que en la vida real son frecuentemente cazados como fuente de alimentos y están en peligro de extinción.
Quizá, nuestros antepasados eran como los gorilas que evolucionaron millones de años hasta adquirir la condición humana. Los gorilas de hoy son la muestra viva de nuestro origen y, de seguro, aún conservamos, en lo mas recóndito de nuestro ser y de nuestra herencia genética, parte del instinto animal, del instinto de libertad, del deseo de estar en la naturaleza. Deberíamos respetar a los animales, tienen derecho a vivir en paz, sin ser molestados, libres del exterminio irracional de los seres humanos.
La reflexión sobre la relación de los seres humanos y los animales nos plantea la situación de estos últimos en el mundo de hoy. Los animales sienten, son seres vivos pero, en general, existe un trato cruel hacia ellos. La caza indiscriminada, la depredación de la naturaleza, el tráfico de animales, los zoológicos, los cobayas científicos, el consumismo carnívoro, son acciones injustificadas pero aceptadas socialmente y encubiertas cuando existe sanción. La complicidad social nos lleva a interpelar la conciencia colectiva de la sociedad sobre su ética y su moral respecto al comportamiento con los animales en su universalidad y no sólo respecto a los de su estimación doméstica.
No reclamo de la gente que caza para su auto sustento, pero sí protesto cuando los animales son convertidos en una mercancía más en el mercado. Nosotros los humanos no consideramos un problema el sacrificio masivo de animales destinado a los mercados para la alimentación, porque lo asumimos como una cuestión de supervivencia o lo justificamos con nuestro “instinto” animal. Ese instinto primitivo que no es reprimido en las convenciones sociales.
El comercio de animales incluye prácticas tan atroces como el enjaulado de variadas especies para su exhibición en los zoológicos. Se trata de una injusta condena a cadena perpetua, sin tener culpa. Hasta qué punto es correcto justificar la violencia contra los animales con el objeto de satisfacer las necesidades de la sociedad del consumo: de alimentación desmedida, de distracciones y diversiones extravagantes, de vestimentas y veleidades exóticas, de objetos tabúes, de pócimas afrodisiacas y de experimentos científicos.
Dejemos de lado la egolatría que alimenta nuestros sentimientos de superioridad y recuperemos nuestro instinto de conservación, pero en armonía con la naturaleza, que incluye al colectivo animal.
Cobija, Octubre de 2012.