Es tan feliz lo que voy escribir que no sé por dónde empezar…
Si por las aguas calientes del río que te agasajan cuando acudes y las navegas con ese fasto que sólo atesoran los ríos
Si por los niños que se crían a caballo y uno los sueña siempre rebeldes, siempre libres, siempre niños
Si acaso por Anastasio, y su casa de adobe y dignidad, su mujer y sus hijos, y ese don que él sólo posee, el de cuidar el bienestar de los cuerpos, el de estar preocupado también por la salud de los otros
Que nos hace aún más felices, a todos
A veces lo que ronda es así: alegre y tumultuoso como la corriente del río
Sucede que sos capaz de meter la tristeza y la añoranza en un pañuelo, en una caja, un almanaque antiguo
Y dedicarte a no extrañar, a no sufrir lo que no es tu sufrimiento
Y ver de frente lo ajeno y lo propio, lo bello y lo no menos bello porque no sea tuyo
Lo que es de todos y lo que es de ninguno, la selva en suma, y la gente que vive allí, en la selva
¿Por qué acontecen los árboles y sus raíces y sus lianas y sus semejantes de flora que se trepan de tus manos a tus designios a tus pensamientos y no hay angustia ni nada que duela ni dolor futuro ni menos precio que te acosen?
Zenón Limaco –no el de Elea- viene, vertical el hombre y declara en la playa de piedras, con voz de escucharse:
Pido perdón por si acaso ayer ofendí a quien fuera
Ayer fue una borrachera. Hoy es el destino
Esas son las palabras que ya olvidaste en las ciudades, ¿esas no son acaso las palabras que deberías recordar?
Es larga esta memoria de quereres, de respetos, de la buena gente
¿Serán que los bosques les proveen de alimentos para el alma?
¿Será que ellos no se esconden y si aparece el jaguar, le hablan?
¿Será que nosotros ya nos olvidamos de lo que es un bosque, de lo que es un tigre, de lo que es celebrar al bosque y al tigre?
Voy y vengo por los senderos, voy a buscarlo a Anastasio
El me recibe con su sonrisa llena de arena y de viento, sonrisa vegetal que es imposible rendir, sonrisa de un hombre que es imposible que lo venzan, que lo humillen, que le impidan reír, que le impidan ser un tacana
Cuando lo hallo, en el fin de nuestro mundo, en el centro del suyo
Él me cuenta de los milagros que hace día a día, con una aspirina o con una planta
Y yo no solamente le creo
Lo valoro y lo quiero
Sino que pienso cuantos Anastasios harán faltar para poder cambiar al mundo
Caigo en cuenta, cuando sumo, cuando resto, cuando multiplico Anastasio por mil, por millones
Que Anastasio hay uno solo, y que está frente a mí
Cada hombre debería cambiar al mundo
Cada persona en su cifra, su estar y su ser infinitos
Debería, al menos, intentarlo
Como lo hace Anastasio en su aldea
En el corazón de la selva
En la Amazonía de los poemas
Pero que es solamente suya
Fue entonces que se hizo la noche y viene el Leoncio y me abraza en la Casa Comunal
Y lo abrazo y él me dice así: no sabía, Pablo, si te ibas a acordar de mí
Y yo lo abrazo, y él me abraza, y le digo, hermano…
¿Cómo me podía olvidar de vos?
¿Cómo me podría olvidar de cuando el río casi nos comió el campamento?
¿Cómo me olvidaría de esas noches peruanas y clandestinas
De los miedos que tuvimos juntos, del arroz que comimos juntos
De las alegrías y las lunas que compartimos?
Nos estamos volviendo viejos, Leoncio, pero olvidar, no olvidaremos, jamás
Todo eso pasa en la selva, todo eso te pasa cuando vuelves a la selva, a esa selva
San José de Uchupiamonas estaba tan cerca de mi corazón y no volví en nueve años
Te encierras en oropeles y dramas ajenos y te exilias de la gente que tanto quieres
Te oxidas con el veneno de la modernidad y no sabes y no respondes al motivo que más te importa, el más propio
Te engañas y no sabes cómo llegar a un desenlace, a uno bueno, a uno malo, a uno siquiera
Buscas lo vano, lo absurdo de esta existencia que te impusieron
¿Acaso no hay poesía en las esquinas desgastadas por el tiempo?
¿Acaso no puedes hallarla si no lo ves, en la metáfora del caracol, que siempre está presto?
Es tan feliz lo que quise escribir que no quiero torcerlo
Quiero que encuentre su cauce,
Adentro de tu morada, en lo tuyo
Yo no sé
Pero uno pierde tanto de vida en tanto adiós a lo no vivido
Uno le da bienvenidas a lo infausto, a lo que es cruel y que no te provoca nada
Nada nace de la nada –esto deberías recordarlo siempre
Digo todo esto que escribo porque nace, me nace
Porque he vuelto de la selva, de la selva de los tacanas, de la selva de San José
Y me acuerdo de Zenón, de Leoncio, de Anastasio
Y tal vez esto sirva -¿será?- para que nadie se olvide de ellos
Nadie nunca jamás debería olvidar a los hombres con coraje
Nadie nunca jamás debería olvidarlos
Como a Santucho[1]
Nadie debería olvidarlo
Tampoco nadie debería olvidar al héroe que lleva dentro[2]
Está escondido, en tu selva, la interior,
Agazapado, como un tigre que debes domar,
No habla, ni baja línea, pero es rebelde, revolucionario
Y es tuyo, está adentro tuyo, esperándote
Hay una selva y un héroe
Adentro y afuera
Son tuyos.
Río Abajo, 8 de septiembre de 2012