Leo en las memorias de la expedición boliviana de 1883 por el Gran Chaco continental, el capítulo titulado Las tribus, que hace referencia a los pueblos indígenas que habitaban la región esos días. Transcribo: “¿Qué piden estos [los indígenas] para ser los beneficiosos habitantes de nuestra patria? ¿Qué piden para ser los felices pobladores de nuestras desiertas fronteras e ingresar, en tiempo no dilatado, a la comunidad boliviana? Nada, [ni] otra cosa que se los deje en paz por los explotadores sean quienes fueren. Que el gobierno les tienda una mirada de protección. Que establezca en esta frontera una autoridad civil, de persona notoriamente caracterizada, firme, pero justiciera y progresista. Que se modifique el absurdo Reglamento de Misiones”.
El libro se publicó en 1888. La actualidad de sus palabras causa una sorpresa radical por doble motivo. El primero es que son un antecedente nítido y notorio para sustentar la defensa de los derechos de los hoy llamados pueblos indígenas en estado de aislamiento, contacto inicial o en situación de extremada vulnerabilidad.
El segundo motivo sorprendente es también promisorio: son palabras anotadas y publicadas por un boliviano, un potosino para mayor abundamiento de datos, un hombre de las montañas, del occidente. Su conciencia y toma de posición es desmitificadora, en grado sumo, de tanta visión racista, fatalista, andino céntrica o karai, etnocida, genocida, patronal, señorial, paternalista, demagógica, burocrática, que atraviesa la historia de Bolivia desde sus albores.
Tras tomar nota del alcance de las expresiones y recomendaciones que hace Daniel Campos –de él se trata- en su informe, no queda más que revisar toda la historia, todo el pensamiento y la praxis nacional, bajo la luz y el contraste que provocan sus afirmaciones.
No hubo sólo una posición con relación a la problemática de los “salvajes”, como así se los denominaba, en contraposición a la “civilización” –la sociedad dominante- que los iba contactando o cercando o masacrando a medida que avanzaba sobre sus territorios. Hubo dos posiciones.
Una posición, como ya dijimos, era radical, falsa, absurda y terriblemente racista, fatalista e inhumana. La otra posición, la del abogado potosino, era todo lo contrario.
Hay también en sus memorias, otro rasgo a destacar. El de la sensibilidad del ser humano Daniel Campos, incluso su valoración estética del indio, como expresión de la diversidad humana.
Frente a la animalización sin remedio de la imagen que se impuso para descalificar y estigmatizar al indígena, que adjetivaba por demás los supuestos rasgos negativos, bestiales y horrorosos de la fisonomía y el carácter de los indígenas de las tierras bajas, Campos es, otra vez, todo lo contrario.
“Me acuerdo hasta ahora con emoción y ternura de una tribu de éstas que en el trayecto de Tarija a Caiza la encontré posesionada de una pintoresca hoyada. ¡Qué bondad de caracteres! ¡Qué miradas tan atentas y comedidas”- –dice en sus memorias acerca de un grupo de guaraníes y prosigue:”Decentemente vestidos, cayendo sobre ellos una camisa blanquísima, aseados y cómodos los ranchos, donde rebosaban las provisiones de maíz, aún carne, útiles domésticos, gallinas y corderillos en los espaciosos patios; allí las familias alegres, bien mantenidas…” . Faltaban nueve años para la hecatombe de Kuruyuki, para el genocidio y la cacería sin piedad de esos mismos guaraníes, para que el deseo feroz de aniquilamiento y exterminio se vuelvan norma y uno se pregunta, se sigue preguntando, leyendo el informe del abogado Campos, porqué la historia terminó siendo así, porque la historia sigue siendo así, por que –como anotó certera y proféticamente- no “se los deja en paz de los explotadores sean quienes fueren” y se les brinda “una mirada de protección”, y empezamos a reparar todo el daño causado por siglos de agresiones y humillaciones.
Leer a Daniel Campos restituye cierto decoro, enmarca una buena dosis de esperanza, devuelve ilusiones que se congelaban. El hombre fue también un escritor y un poeta. La alegría del hallazgo hay que agradecérsela a Ricardo Serrano, de la editorial El País, que se animó a volver a publicar las memorias del patriota potosino y defensor de los indios del Chaco, luego de 122 años de olvido.
Río Abajo, 17 de julio de 2012