La igualdad misteriosa

“¡Basta!, ¡basta! ¡Ya está bien de usar el Poder para someter a los hombres!

¡Cuídate mucho de ir trazando a los demás el camino que deben seguir!

¡Apaga esas claridades! ¡No estorbes mis pasos!

Mi andar es errático y tortuoso. ¡No me entorpezcas!

Chieh Yu, “el loco de Ch´u”, siglo VI antes de nuestra era (1)

I) ¡Cuídate mucho de ir trazando a los demás el camino que deben seguir!

   Cierta “familia intelectual” de Occidente ha manifestado, en muy diversos registros, una llamativa simpatía ante aquellos que, como el loco de Ch´u, pretendieron negar todos nuestros caminos; y persistieron en su marcha por sendas “erráticas” y “tortuosas”, viviendo en la penumbra, lejos de las claridades de nuestra formación cultural. Gentes “desaviadas”, a veces “descarriladas”, que conservaban el coraje de decir “¡No!” a toda la cadena conceptual de la civilización greco-cristiano-ilustrada, a todo su “mito de la Razón”, a todas sus “supersticiones científicas”, a todo su proyecto universalista (“globalizador”, vale dicer: neo-imperialista), a toda su metafísica del Progreso, de la Historia Continua, de la Redención de la Humanidad y a toda la microfísica de un liberalismo voraz, soldado a la fractura social y a la coerción política –a la dominación de clase y a la opresión del Estado.

   Indígenas de todos los continentes, determinadas culturas orientales, movimientos filosóficos como el taoísmo o el quinismo, pueblos nómadas, enclaves rurales marginales,… despertaron, por su “diferencia”, el interés de investigadores y escritores en sí mismos también “distintos”: antropólogos no-académicos, extremadamente críticos con su propia disciplina; filósofos involucrados en la deconstrucción de la tradición onto-teo-teleológica occidental, en la denegación (siempre “relativa”) del logocentrismo; escritores que corrieron al encuentro del otro para erigirlo en seña y patrón de su literatura,…

   Diferencia que se aproxima a la diferencia, el loco de Ch´u a un lado y a otro de la mirada, como sujeto que indaga y objeto del estudio. Y encontramos entonces a Pierre Sloterdijk y a Michel Onfray revisitando, con intenciones aviesas, a los quínicos; a Emmánuel Lizcano cantando a los taoístas; a Chantal Maillard saludando a las culturas de la India; a Antonio Tabucchi, Félix Grande y Bernard Leblon reivindicando a los gitanos; a Robert Jaulin y Pierre Clastres diciendo “lo apenas dicho” a propósito de los indígenas de América y de África,… Y, en esta estela, hallamos también a Pablo Cingolani, una urdimbre de la antropología, de la filosofía y de la literatura, con un libro que ha huido ya de sus manos: Nación Culebra. Una mística de la Amazonía.

II) ¡Basta! ¡Basta! ¡Ya está bien de usar el Poder para someter a los hombres!

    Como Clastres, como Jaulin, como nosotros en La bala y la escuela, P. Cingolani pone encima de la mesa la cuestión del “etnocidio” y de la “heterotopía”…

   Etnocidio siempre; y, muy a menudo, “genocidio”: muerte de las culturas y exterminio de las gentes. Civilizaciones asfixiadas o contaminadas, y cientos de miles de hombres y mujeres asesinados. Los pueblos indígenas de América Latina saben demasiado de este crimen que no cesa. Lo horrible es, además, que todos conocemos a los responsables de las matanzas y del aniquilamiento cultural; y, o bien miramos a otra parte (nuestras “vidas no decididas”, que diría Heidegger; nuestros intereses particulares, nuestros proyectos individualistas; la mugre que crece debajo de nuestras uñas y entre los pliegues de nuestros ombligos), o bien miramos de frente, lo vemos todo y “seguimos adelante” (definición moderna del “cinismo”: conocer la infamia de lo que se hace y perseverar en esa degradación). Todos conocemos a los responsables del etnocidio y del genocidio, todos nos conocemos en tanto occidentales: nuestras empresas, nacionales o multinacionales; nuestros gobiernos, liberales o socialistas; nosotros mismos, como consumidores compulsivos y productores mecánicos. Puesto que, a fin de cuentas, el Sistema somos todos, nosotros borramos culturas de la faz de la tierra y nosotros matamos a los hombres que no se nos parecen… Las multinacionales, los Estados, las ideologías neo-liberales, etc. son nuestros instrumentos: nos surten la vida que llevamos y que queremos llevar.

   Cingolani sigue hablando del etnocidio en la Amazonía; y sus palabras caen sobre las de Jaulin y Clastres como si quisieran levantar una empalizada pro-indígena y contra la apisonadora occidental. Una empalizada contra el rodillo compresor de la Modernidad: abarcia (hambre de perro) de oro, cueste la sangre que cueste… Oro ajeno y sangre india.

III) ¡Apaga esas claridades!

    Hace unas semanas, Pablo Cingolani partía rumbo a Puerto Maldonado, en la Selva Sur del Perú, en una expedición que tenía por objeto facilitar el acesso de un grupo de indígenas Ese Eja a su territorio originario, ancestral, que llaman Topati. No muy lejos de Puerto Maldonado, me recordaba Pablo en un correo electrónico, fue asesinado, a sus veintiún años, Javier Heraud, el poeta-guerrillero, otro gran detestador de nuestra cultura… ¿Qué le lleva ahí? ¿Qué llevó a Clastres a las regiones guaraníes de Paraguay? ¿Qué le llevó mas tarde donde los guaraníes de Brasil y por qué tanta gente interpretó su muerte como un suicidio por los cambios que había constatado entre “sus” indígenas? ¿Qué empujó a Jaulin hasta el Chad, para rehacerlo “con” los sarah y forzarle a escribir La muerte Sara? ¿Qué le movió, después, a instalarse entre los Bari de las selvas colombo-venezolanas, experiencia que fructificó en otro bello trabajo: La paz blanca? ¿Qué nos incitó, en 2005, a visitar los poblados chiapanecos de la Selva Norte y, al año siguiente, a convivir con una familia zapoteca de la Sierra Juárez de Oaxaca? Cingolani, como Jaulin y Clastres, como nosotros, corre tras la heterotopía

   “La Utopía (occidental) ha perdido su inocencia” es el título, tan sugerente, de un artículo de Sloterdijk. En esa línea, nosotros hemos hablado de “El mal olor de la Utopía”. Nuestro imaginario colectivo concibe la “utopía” como un orden ubicado, en tanto posibilidad, en el futuro; y realizable “aquí”, en estos territorios. Encerraría un conjunto de ideales, de algún modo “aplazados”, por cuya materialización habría que luchar conscientemente. Pero, al mismo tiempo que la Utopía se acunaba en tantos libros, nuestros militares, nuestros misioneros, nuestros educadores, nuestros investigadores, nuestros “filántropos”,… arrasaban comunidades en las que aquellos ideales estaban efectivamente presentes (ausencia de propiedad privada, de extracción de la plusvalía, de división social, de mercado, de despotismo político, de individualismo egoísta, de pensamiento expansivo y avasallador,…). La Utopía, que en el fondo de nosotros mismos sabíamos inalcanzable, y por tanto “mentira”, nos servía para justificar (al estilo “progresista”, “comprometido”, “solidario”…) la permanencia en puestos de reproducción del orden capitalista, en posiciones de complicidad con el Opresor. Jugaba así un papel muy importante en los procedimientos de racionalización, de auto-engaño, de los intelectuales de izquierda, de los “sabios” y “académicos” reformistas, de los políticos “transformadores”… Asunto siempre de “privilegiados”, podía alimentar circunstancialmente un peculiar refinamiento del cinismo: “se me perdonará mi oficio mercenario y mi estilo burgués de vida porque proclamo creer en la Utopía”.

   Huele hoy tan mal la Utopía, que, en nuestro entorno cultural, a “los mejores de los peores” (intelectuales extraviados, académicos anti-académicos, sabios “populares”, políticos ultraprogresistas,…) no les vale ya como donación del sentido de sus existencias. Y caen entonces, caemos, en los brazos de la heterotopía: luchar por una belleza y una dignidad que no “soñamos” en el futuro, sino que “vemos” en el presente, que percibimos hoy mismo, “ya”, aunque no aquí, nunca en nuestro territorio, solo y siempre en otra parte. Contra la Utopía (el Ideal aquí, pero mañana), sostenemos la Heterotopía (el Ideal hoy, pero en otra parte) (2).

IV) ¡No estorbes mis pasos!

    La versión latinoamericana contemporánea de la Utopía se cifra en un Estado-Nación “transformador”. Es el aliento de Chávez, Correa, Evo Morales,… Es el “telos” de la Alianza Bolivariana… Pero el Estado siempre fue “el enemigo del indio”; y constituye hoy el principio del fin de su autonomía política y de su idiosincrasia cultural. Por ello, las relaciones de tantos antropólogos “diferentes”, de tantos investigadores “no-convencionales”, del mismo Pablo Cingolani, todos adeptos de la heterotopía, con la Administración, con la ley positiva del país, con los poderes políticos y económicos, con las jerarquías, con el Capital y el Estado en definitiva, son complejas, difíciles, y no nos importa añadir que, en alguna medida y en determinados momentos, “turbias”.

   El 5 de julio, Cingolani enviaba un correo electrónico a sus contactos, reseñando el último desbocamiento de la brutalidad policial contra los indígenas de Bolivia:

      “A veces, uno ya no sabe qué decir, qué pensar, qué sentir. Que en la mismísima sede de gobierno del estado boliviano, a dos cuadras de donde se encuentra el propio palacio presidencial, la policía haya vuelto a reprimir a los niños que son parte de la IX Marcha Indígena –como sucedió el año pasado en Chaparina-Beni, con los niños y niñas de la VIII Marcha-, te deja sin palabras, con una sensación absoluta de vacío e impotencia (…). ¿Dónde queda el tan proclamado amor al pueblo y la lucha contra la discriminación frente a una nueva muestra de barbarie policial contra los más vulnerables? ¿Quién responderá frente a la historia por tantos agravios gratuitos, por tanta insensibilidad manifiesta, por tanto daño perverso hecho a hombres y mujeres que sólo reclaman lo que ellos creen justo?      Y es, esta vez, un presidente indio el que “estorba los pasos” de sus hermanos…  

V) Mi andar es errático y tortuoso    

Desde la heterotopía y frente al etnocidio, se despliega un peculiar ejercicio de escritura: hablar “de los otros” para combatirnos, ensalzar lo ajeno para denigrar lo propio, saludar a las otras culturas para despedirse de la nuestra. Se efectúa un “acto de lecto-escritura”, un “rescate selectivo y productivo”, una “deconstrucción”, en jerga de Derrida; una “re-creación artística”, como la que operó Artaud ante los cuadros de Van Gogh… Se produce una “interpretación” de la alteridad que cuestiona nuestras propias señas civilizatorias, una “lectura” de lo otro que atenta contra nuestros rasgos identitarios.

No existe, a nuestro alcance (lo argumentamos en “Desescolarizar el pensamiento…”), una verdad “cósica” de la otredad cultural; no existe, bajo nuestro poder de intelección, un “sustancia” de la diferencia psicológica susceptible de exhumar y registrar. La idiosincrasia indígena (como la gitana, la taoísta, la hindú,…) escapa por mil puntos a nuestras técnicas de exégesis, a nuestra forma de racionalidad, a nuestros afanes hermenéuticos. Pero no poder acceder a su verdad tampoco nos obliga a callarnos: Clastres no cesa de criticar el capitalismo occidental en todos y cada uno de sus ensayos sobre el mundo indígena (La sociedad contra el Estado es el título de su obra fundamental, reeditada recientemente por Virus). Más que transmitirnos la “esencia” india, la “verdad” primitiva, denuncia la podredumbre occidental, la “mentira” moderna… Jaulin levanta toda una crítica de nuestra formación político-cultural (“totalitaria” y “etnocida”, en su opinión), a partir de sus experiencias entre indígenas y por medio de su escritura sobre lo indígena. Grande, Leblon y Tabucchi muestran las miserias de lo sedentario-integrado al aplaudir el valor de un pueblo nómada-libre. Lizcano ensalza el taoísmo para disparar contra la pretensión de universalidad de la Ratio, para “ensuciar” todas sus categorías fundacionales (“ser”, “sustancia”, “identidad”, “separación”, “concepto”, “ilustración”,…). Chantal celebra la metafísica de la India, que parte de lo inmediato, de lo más próximo, de la tierra, para cuestionar la metafísica occidental, siempre presa de la abstracción, con la mirada perdida en el Cielo. Sloterdijk y Onfray descubren en los quínicos antiguos la clase de hombre, la forma de subjetividad, a la que quisieran poder abrazarse, y que ya no encuentran en Occidente: no somos “quínicos”, por desventura, sino “cínicos”, algo muy distinto, los peores y los más feos de los hombres. Y Pablo Cingolani nos manifiesta, en clave literaria, desde el interior o el exterior de su intención, en lo explícito o en lo implícito, su desafección hacia el hombre blanco, hacia la cultura occidental, hacia la máquina política y económica del Capitalismo. A ese desamor sabe cada una de las páginas de Nación Culebra –que habla de indígenas, de tribus “no contactadas”, de comunidades “aisladas”; de una Amazonía en peligro donde todos los días mueren árboles, mueren ríos y mueren hombres, en el supuesto de que un árbol, un río y un hombre amazónicos sean entes distintos, separados.   

Y es que el desasosiego contestatario de estos “parricidas culturales” (hijos de una civilización exterminadora que han sabido detestar como se merecerá siempre) se alimenta de un alto amor a otra cosa: amor profundo a la “igualdad misteriosa”, que late aún en los pueblos que no nos imitan y entre los hombres que no se nos parecen. Igualdad misteriosa de la que sigue brotando, si bien amenazada, la libertad más concreta.    

NOTAS

1) Extraído de Lizcano, E., “El caos en el pensamiento mítico”, núm. 13 de la Revista Archipiélago. Este texto forma parte también de Urdimbre, SUPORT MUTU, Castellón, 2003, pp. 7-27.

2) Hablamos de “heterotopía” menos en la línea de Foucault que de Boaventura de Sousa Santos (“Nuestra América”, revista Chiapas, núm. 12, 2001).

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