Con esto, las cartas estaban lanzadas (y publicitadas): la agricultura se ubica de esta forma en el centro de los debates hacia Río, para protagonizar la estrategia global que enfrente el fracaso de veinte años de esfuerzos para alcanzar los objetivos de desarrollo del milenio… y de mitigar la crisis climática y ambiental, buscando nuevas vías hacia la sustentabilidad.
¿En cuál escenario? La Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable denominada Río+20, pone en debate la necesidad de generar políticas globales para superar los desafíos ambientales y sociales que enfrenta el planeta, a cuarenta años de la conferencia de Nairobi y veinte de la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, como ha ocurrido cada diez años en el último medio siglo, con muchas promesas y pocos resultados.
La Cumbre de la Tierra en 1992, dio vida entre otras promesas, al concepto de “desarrollo sustentable” como nuevo paradigma, al Convenio Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica (CDB) y al Convenio Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC), que se redactaron como instrumentos multilaterales
para la construcción de políticas globales que encuadren el proceso de implementación del “desarrollo” planteado como objetivo, en el marco de la sustentabilidad.
Veinte años han sido suficientes para demostrar sobradamente la contradicción entre la sustentabilidad y el propio concepto de desarrollo en la economía capitalista2. Poco se ha logrado en el marco de la agenda del milenio por proteger los medios de vida de las comunidades indígenas, campesinas, pescadoras, pastoras
y recolectoras, ni la biodiversidad que sostiene la soberanía alimentaria de más de la mitad del planeta. Por el contrario, cada vez con mayor intensidad los convenios se concentran en generar instrumentos de mercado en lugar de decisiones políticas, en un proceso sostenido de mercantilización de la Naturaleza. No casualmente las organizaciones sociales levantaron en los últimos años la consigna “System Change, Not Climate Change” (cambiemos el sistema, no el clima).
Sin embargo, el enfoque hegemónico expresado en la agenda de Naciones Unidas, sí recogió el guante en la demanda de una respuesta sistémica para transformar el modelo económico. Se planteó reverdecerlo.
La agenda para Río+20 propuesta por el Secretario General de Naciones Unidas coloca como tema principal “la economía verde en el contexto del desarrollo sustentable y la erradicación de la pobreza, y el marco institucional para el desarrollo sustentable […] y la confrontación de desafíos nuevos y emergentes.”3.La tesis sería entonces que el desarrollo sustentable y la erradicación de la pobreza serían posibles transformando la economía, en una economía verde.
El camino a Río de Janeiro, con la agricultura en primer lugar.4 La Coalición Farming First5 define la “agricultura en una economía verde” como un enfoque para el desarrollo agrario basado en el conocimiento, cuya clave sería centrarse en responder a las dificultades en la implementación de conocimientos, la asesoría, y los servicios de capacitación; asegurarse que las políticas agrícolas se basen en la ciencia; apoyar la productividad a través de la innovación y las buenas prácticas. Es decir, que la economía verde demanda un desarrollo agrario basado en la ciencia y la innovación. En la misma línea que el coordinador de Río+20, asevera que:
La agricultura es esencial para la economía verde. Con la predicción de 9 mil millones de personas para 2050, la producción agrícola deberá incrementarse para suplir la demanda de alimentos, piensos, combustibles y fibras. Y no sólo debe suplir esta demanda, sino que debe hacerlo minimizando la huella ambiental y generando medios de vida sustentables para los productores […] el mundo no puede ignorar el potencial de la agricultura para alcanzar la triple victoria de lograr un suministro seguro de alimentos, reducir la pobreza mejorando los medios de vida rurales, y la sustentabilidad ambiental a través de la reducción de la huella de la producción, y de la adaptación al cambio climático.
Según este planteamiento, una política adecuada para la agricultura estaría en condiciones de generar respuestas para un desarrollo sustentable y para la erradicación de la pobreza, con el plus de proveer los medios para la seguridad alimentaria. Éste es básicamente el mismo planteamiento que ha construido la Vía Campesina alrededor de la potencialidad de la agricultura campesina para alimentar al mundo y combatir el cambio climático, en el marco de los planteamientos contenidos en la propuesta política de la Soberanía Alimentaria como alternativa al libre comercio, al monocultivo y al agronegocio.
Farming First plantea además que, en la economía verde, la agricultura (campesina) debe estar en primer lugar: que es necesario destinar mayores presupuestos públicos, mejorar los ensilajes locales y comunitarios, construir vías de acceso e infraestructura de comunicación, suministrar espacios para mercados locales, etcétera.
¿Cómo explicar entonces que entre los miembros de Farming First encontremos a los mayores jugadores del agronegocio trasnacional, como Croplife, una fundación conformada por Monsanto, Syngenta, DuPont y otras gigantes de la biotecnología; a la Asociación Internacional de Semilleros, a la Asociación Internacional de la Industria de Fertilizantes e incluso al Consorcio Pan Africano de Agronegocios y Agroindustria?
Última parada en Durban. Triple victoria para la agricultura climáticamente inteligente. La COP17 del Convenio Marco de Cambio Climático, ocurrida a fines de 2011 en Durban, presentó en sociedad el concepto de “climate smart agriculture” (agricultura climáticamente inteligente), que suele describirse como “intensificación sustentable”. Esta idea fue descrita por un fondo de inversión agrícola como el “aumento del rendimientos basado en la introducción de técnicas modernas de cultivo y tecnologías, agrupando a las granjas para aumentar su eficiencia y generar economías de escala”.
En esta perspectiva, la FAO plantea que ya existen modelos de “agricultura climáticamente inteligente” que pueden ser implementados en los países en desarrollo, para responder a los desafíos de la seguridad alimentaria y el cambio climático; lo cual requiere una inversión considerable en investigación y desarrollo tecnológico, así como para la conservación y la producción de variedades adecuadas de semillas y especies.
Esto permitirá, según el Banco Mundial, “una victoria ‘triple’: intervenciones que aumenten los rendimientos (reducción de la pobreza y seguridad alimentaria), rendimientos más resistentes frente a las sequías y el calor (la adaptación), y fincas que aporten a la solución al problema del cambio climático en lugar de ser parte del problema (mitigación).”
Según este enfoque, la agricultura campesina debe transformarse radicalmente, incorporando tecnología para aumentar la productividad, adaptarse a las nuevas condiciones climáticas y disminuir su huella ecológica, para llegar a ser “climáticamente inteligente”. Los organismos de Naciones Unidas y el Banco Mundial llaman a realizar extensas inversiones en investigación científica con éste objetivo.
¿Qué implica incorporar ciencia y tecnología para adaptarse al clima? ¿Transgénicos climate ready? Esta pregunta nos puede ayudar a comprender el interés de la industria biotecnológica por la economía verde. Si revisamos los discursos que los Estados y las empresas han utilizado los últimos cincuenta años, las demandas
por la “ciencia” en el ámbito de la agricultura han estado históricamente vinculadas a la idea de que ciencia equivale a biotecnología, paquetes tecnológicos y transgénicos, despreciando los saberes agrarios locales como “no científicos”.
Considerando que aún son campesinos y campesinas, muchos de los cuales conservan sus semillas y saberes locales, los que globalmente proveen el 70% de los alimentos en el mundo, estamos frente a un enorme mercado no colonizado por la industria biotecnológica.
Campesinos vs. Cowboys del carbono. Como parte de este escenario, la FAO ha planteado también la necesidad de vincular REDD+ a la agricultura, dado su rol como vehículo de la deforestación, y construir un “enfoque de paisaje integrado”. Según Econexus, la FAO y el Banco Mundial “buscan utilizar este ‘enfoque de paisaje’ como principio guía para diferentes fondos en el mercado de carbono, MDL [y] el nuevo Fondo Verde del Clima”.
Utilizar la “agricultura verde” como fuente potencial de bonos de carbono es un estímulo para el precario mercado de carbono, al mismo tiempo que intensifica las preocupaciones respecto del acaparamiento de tierras. Al igual que los mecanismos REDD, la creación de derechos de carbono genera conflictos alrededor de los derechos sobre la tenencia de la tierra, en un escenario donde pequeños propietarios o pueblos indígenas se verán confrontados con grandes mercaderes de carbono en caso de que los proyectos no funcionen como se espera y éstos busquen garantizar sus inversiones exigiendo las tierras como contrapartida. Serán afectados además en su control y decisión sobre la tierra, la tecnología y el tipo de producción que realizan.
Todos los ojos sobre África. En los meses previos a Durban, la Unión Africana y el gobierno de Sudáfrica llevaron adelante una agresiva campaña promoviendo la necesidad de un programa sobre agricultura en el marco del CMNUCC, presentando un documento llamado “Oportunidades y Desafíos para una Agricultura
Climáticamente Inteligente en África” producido por la FAO y el Banco Mundial, junto al PNUMA y el PMA.
Cuatro meses después de la COP17 el mismo periódico The Guardian, promocionó la aparición del Reporte del Panel Montpellier llamado Creciendo con resiliencia: oportunidades para la agricultura en África. El informe propone formas de desarrollar la “intensificación sostenible” de los rendimientos de los cultivos y productos agrícolas, lo que sus redactores identifican como uno de los mayores desafíos que enfrenta África, y recomienda que los gobiernos africanos trabajen con el sector privado para lograr la resiliencia y la sostenibilidad mediante la construcción de la agricultura inteligente climáticamente.
El presidente del Panel Montpellier plantea: “Lo que estamos hablando es, básicamente, conseguir más por menos. […] La modificación genética no es una bala mágica pero, sin duda, jugará un papel, en parte como una manera de lidiar con las plagas y problemas de enfermedades que arriesgan aniquilar la producción de alimentos en el África subsahariana”.
En abril, un mes después, se hizo pública la iniciativa conjunta de la Comisión Europea y la FAO para promover la agricultura climáticamente inteligente en África12, recogiendo las orientaciones del Reporte 2010 del mismo Panel Montpellier:
“África y Europa: Alianzas para el Desarrollo Rural”, donde promovían un enfoque de “Agriculture 4 Impact” (agricultura de impacto), primer ensayo del concepto de “Climate Smart”.
Lobby transgénico. El Panel Montpellier está integrado no sólo por científicos y representantes de la Comisión Europea, sino también por representantes de la Alianza por una Revolución Verde en África (AGRA), una coalición que desde hace más de una década agencia con fondos privados y de la cooperación internacional, una política de implementación de la revolución verde “como instrumento de lucha contra el hambre y la pobreza”.
Uno de los principales actores en AGRA es la Fundación Bill & Melinda Gates, que lleva adelante un intenso lobby con los gobiernos africanos para crear —con su apoyo— una institucionalidad en el ámbito agrario que implemente desde lo público las políticas de la revolución verde, así como la investigación aplicada en biotecnología agraria para los agricultores. Además financia un sinnúmero de proyectos que viabilizan la masificación de los transgénicos en África, como la iniciativa WEMA (Water Efficient Maize for Africa) a través de la cual se están ensayando maíces transgénicos con resistencia a la sequía en Kenia, que poseen genes patentados y donados por Monsanto, y que serán distribuidos a los agricultores en el continente.
Cabe remarcar a esta altura, que la sección de “Global Development” del periódico The Guardian, que ha funcionado como cartelera de muchas de estas iniciativas, es también financiado por la Fundación Bill & Melinda Gates.
Revolución verde + economía verde. El Grupo de Expertos sobre el Uso de la Agricultura Verde para el Estímulo del Crecimiento Económico y la Erradicación de la Pobreza, fue convocado en octubre
de 2011 por el Secretariado de Río+20 y el gobierno de Israel, para contribuir a la preparación de la Cumbre. En esta reunión Hans R. Herren, presidente del Instituto Millenium14, planteó con mucha claridad el diagnóstico: la Revolución Verde es una gran parte del problema del cambio climático y de la pobreza: alto consumo de agua, erosión de la agrobiodiversidad y los suelos, concentración de la producción y enormes desperdicios.
Y propuso una vía verde para la agricultura como instrumento fundamental del cambio de paradigma: agricultura orgánica, agroecológica, resiliente y sustentable… ¡donde la biotecnología moderna, juegue un rol fundamental!
¿Éste es el horizonte de la agricultura en la economía verde? No es sorprendente entonces encontrarnos que en el discurso del Consejo Mundial de Negocios Sustentables (partero de las Mesas Redondas Sustentables, los negocios inclusivos, etcétera), se proclame como “visionario” el intento de hacer confluir la agricultura orgánica con la ingeniería genética.
La concepción de la agricultura en la economía verde, de la agricultura “inteligente”, parece tratarse justamente de ello, la capacidad de incorporar la biotecnología moderna a las formas de producción campesinas, incluso la agroecológica y orgánica. A nuestros ojos, la Revolución Verde2. ¡La Revolución Verde potenciada!
Río+ 20, cambios en el discurso y nuevos desafíos para los movimientos sociales.
La incorporación que hace el capital de los conceptos vinculados a la producción campesina como sustento de la soberanía alimentaria y como eje de lucha contra el cambio climático, construidos por los movimientos sociales, no es sino un proceso de expropiación de la forma del discurso y vaciamiento de su contenido político. De este modo, la industria biotecnológica se desmarca de la polarización ya problematizada en la conciencia de la gente entre el agronegocio y la soberanía alimentaria, entre el monocultivo y la agrobiodiversidad, construyendo una estrategia política que le permite presentar su proyecto tecnológico para la agricultura como instrumento para una vía campesina y la soberanía alimentaria. Lo que podríamos llamar la iniciativa de “greenwash” más ambiciosa hasta ahora vista.
Esto además construye un escenario donde asumir las premisas de la economía verde permite a los Estados incorporar la revolución verde2 como política pública sin confrontar con los sujetos campesinos e indígenas que históricamente se han resistido a asumir la vía biotecnológica y han frenado el avance del agronegocio,
pues la forma de su discurso no tiene contradicciones evidentes. Todo lo contrario: se coloca a la agricultura campesina en el centro de las políticas globales de mitigación y adaptación al cambio climático y para alimentar al mundo; se exige mayor inversión de infraestructura, investigación y mercados al servicio de la agricultura campesina; se prometen políticas efectivas para apoyar a las agriculturas campesinas afectadas por las condiciones climáticas extremas. Todas demandas incluidas en el programa campesino.
Está planteado el desafío para los movimientos sociales de leer adecuadamente el escenario. Si bien el Documento Cero16 coloca como eje prioritario a la agricultura sustentable, y que se han logrado avances importantes en el posicionamiento de la FAO sobre soberanía alimentaria, es fundamental poner estos elementos a contraluz de la estrategia política de la industria, para poder construir las propias de manera efectiva.
Tenemos que comprender también que la complejización de la disputa política es producto del avance de las luchas de campesinos y campesinas en todo el mundo. Por ello, hoy más que nunca, es preciso radicalizar las propuestas indígenas y campesinas, y desenmascarar al capital.