Al borde del precipicio, ante la muerte entrópica del planeta, brota la pregunta sobre el sentido del sentido, más allá de toda hermenéutica. La crisis ambiental generada por la hegemonía totalizadora del mundo globalizado –por la voluntad homogeneizante de la unidad de la ciencia y la unificación forzada del mercado– no es ajena al enigmático lugar del yo ante el otro que cuestiona Rimbaud al afirmar “je est un autre”, dando el banderazo de salida a la desconstrucción del yo, sacudiéndolo de la complacencia de su mismidad en la autoconciencia del sujeto de la ciencia y lanzándolo al encuentro con la alteridad; o la disociación entre el Ser y la significación del mundo –la falta de correspondencia entre las palabras y las cosas– que señala Mallarmé al evidenciar la ausencia de toda rosa en la palabra rosa.
La crisis ambiental, como cosificación del mundo, tiene sus raíces en la naturaleza simbólica del ser humano; pero empieza a germinar con el proyecto positivista moderno que busca establecer la identidad entre el concepto y lo real. Mas la crisis ambiental no es sólo la de una falta de significación de las palabras, la pérdida de referentes y la disolución de los sentidos que denuncia el pensamiento de la posmodernidad: es la crisis del efecto del conocimiento sobre el mundo.
Más allá de las controversias epistemológicas sobre la verdad y la objetividad del conocimiento; más allá del problema de la representación de lo real a través de la teoría y la ciencia, el conocimiento se ha vuelto contra el mundo, lo ha intervenido y dislocado. Esta crisis de la racionalidad moderna se manifestó, antes que como un problema del conocimiento en el campo de la epistemología, en la sensibilidad de la poesía y del pensamiento filosófico. Pero la crítica a la razón del Iluminismo y de la modernidad, iniciada por la crítica de la metafísica (Nietzsche, Heidegger), por el racionalismo crítico (Adorno, Horkheimer, Marcuse), por el pensamiento estructuralista (Althusser, Foucault, Lacan) y por la filosofía de la posmodernidad (Levinas, Deleuze, Guattari, Derrida), no ha bastado para mostrar la radicalidad de la ley límite de la naturaleza frente a los desvaríos de la racionalidad económica. Ésta ha debido mostrarse en lo real de la naturaleza, fuera del orden simbólico, para hacerle justicia a la razón. La crisis ambiental irrumpe en el momento en el que la racionalidad de la modernidad se traduce en una razón anti-natura. No es una crisis funcional u operativa de la racionalidad económica imperante, sino de sus fundamentos y de las formas de conocimiento del mundo. La racionalidad ambiental emerge así del cuestionamiento de la sobre economización del mundo, del desbordamiento de la racionalidad cosificadora de la modernidad, de los excesos del pensamiento objetivo y utilitarista.
La crisis ambiental es un efecto del conocimiento –verdadero o falso–, sobre lo real, sobre la materia, sobre el mundo. Es una crisis de las formas de comprensión del mundo, desde que el hombre aparece como un animal habitado por el lenguaje, que hace que la historia humana se separe de la historia natural, que sea una historia del significado y el sentido asignado por las palabras a las cosas y que genera las estrategias de poder en la teoría y en el saber que han trastocado lo real para forjar el sistema mundo moderno.
Los mestizajes culturales a lo largo de la historia de la humanidad fusionaron códigos genéticos y códigos de lenguaje a través de las diversas formas culturales de significación y apropiación cultural de la naturaleza. La racionalización económica del mundo, fundada en el proyecto científico de la modernidad, ha llegado a escudriñar los núcleos más íntimos de la naturaleza, hasta hacer estallar la energía del átomo, descubrir los hoyos negros del cosmos y penetrar el código genético de la vida. Las cosmovisiones y las formas del conocimiento del mundo han creado y transformado al mundo de diversas maneras a lo largo de la historia. Pero lo inédito de la crisis ambiental de nuestro tiempo es la forma y el grado en que la racionalidad de la modernidad ha intervenido al mundo, socavando las bases de sustentabilidad de la vida e invadiendo los mundos de vida de las diversas culturas que conforman a la raza humana, en una escala planetaria.
El conocimiento ha desestructurado a los ecosistemas degradado al ambiente, desnaturalizado a la naturaleza. No es sólo que las ciencias se hayan convertido en instrumentos de poder, que ese poder se apropie la potencia de la naturaleza, y que ese poder sea usado por unos hombres contra otros hombres: el uso bélico del conocimiento y la sobreexplotación de la naturaleza. La racionalidad de la modernidad está carcomiéndose sus propias entrañas, como Saturno devorando a su progenie, socavando las bases de sustentabilidad de la vida y pervirtiendo el orden simbólico que acompaña a su voluntad ecodestructiva. La epistemología ambiental ya no se plantea tan sólo el problema de conocer a un mundo complejo, sino cómo el conocimiento genera la complejidad del mundo. La reintegración de la realidad a través de una visión holística y un pensamiento complejo es imposible porque la racionalidad del conocimiento para aprehender y transformar el mundo, ha invadido lo real y trastocado la vida.
La transgénesis y la complejidad ambiental inauguran una nueva relación entre ontología, epistemología e historia.
La crisis ambiental no es tan sólo la mutación de la modernidad a la posmodernidad, un cambio epistémico marcado por el postestructuralismo, el ecologismo y la desconstrucción, la emergencia de un mundo más allá de la naturaleza y de la palabra. No es un cambio cultural capaz de absorberse en la misma racionalidad ni de escaparse de la razón. La crisis ambiental inaugura una nueva relación entre lo real y lo simbólico. Más acá de la pérdida de referentes de la teoría, más allá de la identidad del Logos con lo real y de la significación de las palabras sobre la realidad, la entropía nos confronta con lo real, más que con una ley suprema de la materia: nos sitúa dentro del límite y la potencia de la naturaleza, en la apertura de su relación con el orden simbólico, la producción de sentidos y la creatividad del lenguaje. Contra la epopeya del conocimiento por aprehender una totalidad concreta, objetiva y presente, la epistemología ambiental indaga sobre la historia de lo que no fue y lo que aún no es (externalidad denegada, posibilidad subyugada, otredad reprimida), pero que trazado desde la potencia de lo real, de las fuerzas en juego en la realidad, y de la creatividad de la diversidad cultural, aún es posible que sea. Es la utopía de un futuro sustentable.
Entre los pliegues del pensamiento moderno, emerge una racionalidad ambiental que permite develar los círculos perversos, los encerramientos y encadenamientos que enlazan a las categorías del pensamiento y a los conceptos científicos al núcleo de racionalidad de sus estrategias de dominación de la naturaleza y de la cultura. En sordina, a través de la neblina de los gases de efecto invernadero que cubre la tierra y ciega las ideas, este libro va desentrañando el efecto de la racionalidad teórica, económica e instrumental, en la cosificación del mundo, hasta llegar al punto abismal en el que se desbarranca en la crisis ambiental. Muestra las causas epistemológicas de esta crisis, de las formas de conocimiento que ancladas en la metafísica y la ontología del ente, llegan a desestructurar la organización ecosistémica del planeta y a degradar el ambiente. Critica los conceptos con los que la filosofía guardó celosamente la comprensión del mundo –el valor, la dialéctica, la ley, la economía, la racionalidad– y la esperanza de su trascendencia a través de la autoorganización de la materia, la evolución de la vida y la cultura, la reconciliación de los contrarios o una ecología generalizada. La ideología del progreso y el crecimiento sin límites topa con la ley límite de la naturaleza, iniciando la resignificación del mundo para la construcción de una racionalidad alternativa.
La racionalidad ambiental reconstruye al mundo desde la flecha del tiempo y de la muerte entrópica del planeta, pero también desde la potencia de la neguentropía y de la resignificación de la naturaleza por la cultura. La condición existencial del hombre se hace más compleja cuando la temporalidad de la vida enfrenta la erosión de sus condiciones ecológicas y termodinámicas de sustentabilidad, pero también cuando se abre al futuro por la potencia del deseo, la voluntad de poder, la creatividad de la diversidad, el encuentro con la otredad, y la fertilidad de la diferencia.
La desconstrucción de la razón que han desencadenado las fuerzas ecodestructivas de un mundo insustentable, y la construcción de una racionalidad ambiental, no es tan sólo una empresa filosófica y teórica. Ésta arraiga en prácticas sociales y en nuevos actores políticos.
Es al mismo tiempo un proceso de emancipación que implica la descolonización del saber sometido al dominio del conocimiento globalizador y único, para fertilizar los saberes locales. La construcción de la sustentabilidad es el diseño de nuevos mundos de vida, cambiando el sentido de los signos que han fijado los significados de las cosas. No es una descripción del mundo que proyecta la realidad actual hacia un futuro incierto, sino descripción de lo ya escrito, prescrito, inscripto en el conocimiento de la realidad, del saber consabido que se ha hecho mundo. La racionalidad ambiental recupera el sentido críptico del ser para desenterrar los sentidos sepultados y cristalizados, para reestablecer el vínculo con la vida, con el deseo de vida, para fertilizarla con el humus de la existencia, para que la tensión entre Eros y Tanatos se resuelva a favor de la vida, donde la muerte entrópica del planeta sea revertida por la creatividad neguentrópica de la cultura.
Si el Iluminismo generó un pensamiento totalitario que terminó anidando la pulsión de muerte en el cuerpo, en los sentimientos, en los sentidos y en la razón, la racionalidad ambiental es un pensamiento que arraiga en la vida, a través de una política del ser y de la diferencia.
La racionalidad ambiental inquiere y cuestiona los núcleos férreos de la racionalidad totalitaria porque desea la vida. Formula nuevos razonamientos que alimenten sentimientos que movilicen a la acción solidaria, al encantamiento con el mundo y la erotización de la vida. Construye saberes que antes de arrancar su verdad al mundo y sujetarlo a su voluntad dominadora, nos lleven a vivir en el enigma de la existencia y a convivir con el otro. La ética de la otredad no es la dialéctica de los contrarios que lleva a la reducción, exclusión y eliminación del adversario –del otro opuesto–, incluso en la trascendencia y redención del mundo donde se impone un pensamiento dominante.
La ética ambiental explora la dialéctica de lo uno y lo otro en la construcción de una sociedad convivencial y sustentable. Ello implica no sólo la desconstrucción del Logos, sino de la unidad y del pensamiento único como eje rector de la construcción civilizatoria –desde el monoteísmo de la tradición judaica hasta la idea absoluta hegeliana–, para poder pensar y vivir la otredad, para establecer una política de la diferencia.
La racionalidad ambiental indaga así sobre la fundación de lo uno y el desconocimiento del otro, que llevó al fundamentalismo de una unidad universal y a la concepción de las identidades como mismidades sin alteridad, que se ha exacerbado en el proceso de globalización en el que irrumpe el terrorismo y la crisis ambiental como decadencia de la vida, como voluntad de suicidio del ser y exterminio del otro, como la pérdida de sentidos que acarrea la cosificación del mundo y la mercantilización de la naturaleza. La racionalidad ambiental busca contener el desquiciamiento de los contrarios como dialéctica de la historia para construir un mundo como convivencia de la diversidad.
Este libro no es un intento más por comprender, interpretar y resignificar la realidad, para armonizar la globalización económica con el pensamiento de la complejidad. No se trata de rebarajar las cartas para adivinar el futuro en el juego de abalorios de la sustentabilidad.
Pues lo que entraña la crisis ambiental no es tan sólo los límites de los signos, de la lógica, de la matemática y de la palabra para aprehender lo real; no son tan sólo las fallas del lenguaje para decir y decidir el mundo. La palabra que ha nombrado y designado las cosas para forjar mundos de vida, se ha tornado en un conocimiento. Y el conocimiento ya no sólo nombra, describe, explica y comprende la realidad.
La ciencia y la tecnología trastocan y trastornan lo real que buscan conocer, controlar y transformar. La racionalidad ambiental desconstruye a la racionalidad positivista para marcar sus límites de significación y su intromisión en el ser y en la subjetividad; para señalar las formas como ha atravesado el cuerpo social, intervenido los mundos de vida de las diferentes culturas y degradado el ambiente a escala planetaria. La racionalidad ambiental inaugura una nueva mirada sobre la relación entre lo real y lo simbólico una vez que los signos, el lenguaje, la teoría y la ciencia se han hecho conocimientos y racionalidades que han reconfigurado lo real, recodificando la realidad como un mundo-objeto y una economía-mundo. La racionalidad ambiental construye nuevos mundos de vida en la rearticulación entre la cultura y la naturaleza que, más allá de una voluntad de forzar la identidad entre lo real y lo simbólico en un monismo ontológico, reconoce su dualidad y diferencia en la constitución de lo humano.
Del desquiciamiento de la naturaleza y de la razón que se expresa en la crisis ambiental, emerge una nueva racionalidad para reconstruir el mundo, más allá de la ontología y la epistemología, desde la otredad y la diferencia.
Este libro nace de piezas en bruto cinceladas sobre la dura piedra del pensamiento en el que fueron tomando forma mis primeras reflexiones sobre epistemología ambiental y ecología política desde hace veinticinco años. He retomado algunos de esos textos, en la medida que en ellos indagaba sobre algunos de los núcleos y bloques ejemplares de la racionalidad de la modernidad –sobre todo del pensamiento y el discurso crítico de la modernidad– frente a los cuales se fue delineando, contrastando y construyendo el concepto de racionalidad ambiental: el valor económico; el pensamiento ecologista; el discurso y la geopolítica del desarrollo sostenible; la entropía en el proceso económico; las relaciones de poder en el saber; la relación entre cultura y naturaleza; los movimientos sociales de reapropiación de la naturaleza.
Estos textos se encontraban atrapados en su magma original como aquellos esclavos de Miguel Ángel en que la forma lucha por nacer de su marmóreo origen. En su sintaxis teórica se asomaba la categoría de racionalidad ambiental como una intuición apenas insinuada. Vuelvo al cincel para desprender a estos textos de su forma arcaica, para darle movimiento a la roca original de su pensamiento indagador, para desconstruirlos y reconstruirlos desde la perspectiva de una racionalidad ambiental emergente que pone al descubierto los límites del pensamiento de la modernidad, para pensar la condición del tiempo de la sustentabilidad.
Los textos de cada capítulo son esclavos de su tiempo, de las formas de pensamiento, los giros de lenguaje y la sintaxis teórica con los que fueron articulados y estructurados. El tiempo vuelve a golpear la piedra dura en la que cristalizan las ideas para dejar que de sus entrañas fluya una nueva savia. Como en una pintura en movimiento donde las diversas escenas del paisaje epistémico se van expresando en la tela fluida del tiempo, se entretejen las discursividades y argumentaciones de la episteme moderna, hasta que van enmudeciendo, acalladas por sus propias contradicciones y sus límites de significación, para dar voz así a esa otredad que es el saber ambiental que establece los puntos de referencia y las líneas de demarcación desde donde se configura una nueva racionalidad.
La racionalidad ambiental se va constituyendo al contrastarse con las teorías, el pensamiento y la racionalidad de la modernidad. Su concepto se fue gestando en la matriz discursiva del ambientalismo naciente, para ir creando su propio universo de sentidos. Este libro es la forja de este concepto. Su construcción teórica no es la de una creciente formalización o axiomatización del concepto para mostrar su verdad objetiva, sino la de la emergencia de nuevos sentidos civilizatorios que se forjan en el saber ambiental, más allá de todo idealismo teórico y de la objetivación del mundo a través del conocimiento.
La racionalidad ambiental se forja en una ética de la otredad, en un diálogo de saberes y una política de la diferencia, más allá de toda ontología y de toda epistemología que pretenden conocer y englobar al mundo, controlar la naturaleza y sujetar a los mundos de vida.
El capítulo primero aborda el concepto de valor en el que Karl Marx funda uno de los pilares del pensamiento crítico de la economía convencional. Más allá de la historicidad del concepto de valor-trabajo por efecto del progreso tecnológico, su desconstrucción adquiere nuevas perspectivas al contrastar el principio de un valor objetivo con los principios de la racionalidad ambiental.
El capítulo segundo cuestiona al pensamiento ecológico –principalmente en la propuesta del naturalismo dialéctico de Murray Bookchin– y debate la cuestión del monismo-dualismo ontológico en la perspectiva de la complejidad ambiental. El capítulo 3 indaga sobre el dislocamiento del orden simbólico y del entendimiento del mundo por la hiperrealidad generada por el conocimiento. El pensamiento de Jean Baudrillard se funde en el discurso y a la geopolítica del desarrollo sostenible, replanteando la sustentabilidad como un nuevo encuentro entre lo real y lo simbólico.
El capítulo 4 avanza en ese propósito al confrontar a la teoría económica desde la ley límite de la entropía, contrastando los aportes de Nicholas Georgescu Roegen y de Ilya Prigogine y actualizando mi propuesta para la construcción de un paradigma de producción sustentable y productividad neguentrópica. El capítulo 5 ocupa el centro del libro para desarrollar el concepto de racionalidad ambiental a partir del pensamiento crítico de Max Weber sobre la racionalidad de la modernidad.
En el capítulo 6 retomo el tema del saber ambiental y las relaciones de poder que allí se entretejen a partir de Michel Foucault, abriendo una reflexión crítica en el campo de la ecología política sobre la sustentabilidad y llevando el pensamiento de la posmodernidad hacia una política del ser, de la diferencia y de la diversidad cultural.
El capítulo 7 abre la construcción de la racionalidad ambiental demarcándola del postulado de la racionalidad comunicativa de Jurgen Habermas y atrayendo el pensamiento ético de Manuel Levinas sobre la otredad al campo ambiental para pensar la construcción de un futuro sustentable como un diálogo de saberes. En el capítulo 8 desarrollo la aplicación del concepto de racionalidad ambiental en la relación cultura-naturaleza como campo privilegiado de la reconstrucción de la relación de lo Real y lo Simbólico en la perspectiva de la sustentabilidad; parto de mis anteriores argumentos sobre la construcción de una racionalidad productiva asentada en la significación cultural de la naturaleza, actualizando una reflexión sobre las relaciones entre cultura ecológica y racionalidad ambiental y enlazándolos con el pensamiento de George Bataille sobre el don y la pulsión al gasto.
El capítulo 9 lleva la reflexión sobre la racionalidad ambiental a su construcción social, a través de la constitución de nuevos actores políticos y su despliegue en los movimientos ambientalistas emergentes. Retomo aquí mis reflexiones sobre estos movimientos sociales y la relación entre pobreza y degradación ambiental, para mirar la reinvención de identidades en las luchas actuales de reapropiación de la naturaleza y la cultura de las poblaciones indígenas, campesinas y locales.
La racionalidad ambiental se construye debatiéndose con la racionalidad teórica que habita la visión materialista de la historia de Marx, el naturalismo dialéctico de Bookchin, la retórica posmoderna de Baudrillard, la ley de la entropía de Georgescu-Roegen, la termodinámica disipativa de Prigogine, el pensamiento de la complejidad de Morin, la racionalidad comunicativa de Habermas y la ontología de Heidegger.
El libro debate los aportes y límites de esos autores y de los grandes relatos fundados en conceptos-esencias, de los principios ordenadores que han generado una visión realista y objetiva, omnicomprensiva y totalitaria del mundo, de donde va emergiendo la racionalidad ambiental: del valor-trabajo; de la autoorganización generativa, evolutiva y dialéctica de la materia y la ecologización del mundo; de la entropía como ley límite de la naturaleza y muerte ineluctable del planeta; de la organización simbólica como ordenadora de la relación entre cultura y naturaleza; de las relaciones de poder en el saber; de la diferencia frente a la ontología genérica del Ser; de una ética de la otredad más allá de la racionalidad comunicativa; de la invención de identidades más allá de todo esencialismo.
El libro va desconstruyendo estos bloques de racionalidad llevándolos hasta el límite de su significancia, donde quedan atrapados en su propio laberinto teórico y discursivo, para descubrir sus puntos ciegos y encontrar la puerta de salida entre las sombras de lo impensado y lo que queda por pensar. Los nudos se desanudan, el tejido se desteje, los conceptos se disuelven, se esfuman, pero se entretejen nuevas tramas discursivas por las que avanza una indagatoria que abre vías al pensamiento en una exploración infinita, donde se mantiene el sentido de la búsqueda de una comprensión del mundo que no está fijada por un paradigma y una estructura teórica que fuercen una identidad entre lo real posible y una idea establecida, donde la construcción de la realidad quede sometida a una ley. Esta es la trama de la racionalidad ambiental que se muestra en la mirada aguja que recorre las teorías que han sostenido y sometido al mundo, para tejer una nueva razón que ilumine nuevos sentidos civilizatorios y construya nuevas realidades.
De umbral en umbral, el concepto de racionalidad ambiental se contrasta con los conceptos que sostienen a la racionalidad de la modernidad hasta llevarlos a sus propios límites de comprensión de la complejidad ambiental. La racionalidad ambiental aparece como un concepto mediador entre lo material y lo simbólico, un pensamiento que recupera el potencial de lo real y el carácter emancipatorio del pensamiento creativo, arraigado en las identidades culturales y los sentidos existenciales, en una política del ser y de la diferencia, en la construcción de un nuevo paradigma de producción sustentable fundado en los principios de la neguentropía y la creatividad humana.
La racionalidad ambiental reivindica una nueva relación teoría-praxis, una política de los conceptos y estrategias teóricas que movilizan las acciones sociales hacia la sustentabilidad. Más allá del realismo totalizador de las teorías que han dado soporte al pensamiento de la modernidad, la racionalidad ambiental busca repensar la relación entre lo real y lo simbólico en el mundo actual globalizado, la mediación entre cultura y naturaleza, para confrontar a las estrategias de poder que atraviesan la geopolítica del desarrollo sostenible.
El libro no es un collage de mis escritos anteriores sobre estos temas. Éstos se han injertado, amalgamado y entretejido, abriendo vasos comunicantes y reconstituyendo el cuerpo textual en el que se va construyendo el concepto de racionalidad ambiental. Estos textos han sido piezas clave de este tapiz discursivo; han servido como bastidor y tela de fondo en las cuales se dibuja este concepto. Estas ideas saltan fuera de su imagen representativa para moverse por el mundo, donde la racionalidad ambiental se construye en los procesos sociales de reapropiación de la naturaleza. De esta manera se va articulando un pensamiento y un discurso con un conjunto de prácticas productivas y procesos políticos, donde el concepto de racionalidad ambiental se va delineando, adquiriendo sustancia y atributos, desplegándose al contrastarse con los núcleos y esferas de racionalidad teórica y con procesos de racionalización social de la modernidad, y aplicándose en la construcción de sociedades y comunidades sustentables.
La elaboración de este libro ha implicado una labor de artesano, en la que he tomado mis propios borradores y ensayos para elaborar un cuadro mayor, en el que éstos se han reacomodado en el espacio discursivo y la arquitectura del libro, estableciendo nuevas perspectivas e iluminando el centro ocupado por el personaje principal: la racionalidad ambiental. Este tejido discursivo no es el de un gobelino, sino un tapiz de diferentes texturas; sus textos se entrelazan en un juego de contextos, con sus diferentes planos y perspectivas, sin aspirar a una representación final. Muchas de las reflexiones que se anuncian en el libro han sido apenas esbozados: la relación entre cultura y racionalidad, entre el ser y el saber; la incorporación del saber en identidades y el arraigo del saber en territorios de vida; los procesos sociales y las formas culturales de reapropiación de la naturaleza, de los servicios ambientales y los bienes comunes del planeta; las estrategias de poder que permitan construir un mundo de diversidades culturales, un proceso de globalización que articule islas de productividad neguentrópica y un futuro sustentable construido por un diálogo de saberes. Son brechas abiertas para seguir pensando y construyendo: los valores de mediación de una ética de la otredad, que sin reducir la diversidad a una unidad-valor, permitan a las autonomías proliferar sin temor al relativismo axiológico generado por el culto a la unidad aseguradora; que establezca valores para la convivencia de las diferencias que contengan el estallido de la violencia y la animadversión hacia lo otro por la confrontación de intereses, de sentidos, de regímenes de verdad y de matrices de racionalidad; la legitimación social de un derecho a la diferencia que cierre el paso a la dialéctica de la violencia de los contrarios como explicación y voluntad de la evolución de la historia. Son cabos sueltos y puentes colgantes, como lianas en espera de que otros monos gramáticos, epistémicos y políticos se abracen de ellos para desplazarse por las copas de los árboles y las florestas del saber. Es un tejido abierto a seguir entretejiendo las ideas que nacen de la racionalidad ambiental.
No faltará quien cuestione la relación que establezco entre el concepto de racionalidad ambiental y las esferas de la sensibilidad, de la ética, y del saber, hasta ahora externas al orden de la racionalidad formal e instrumental, de la racionalidad económica, jurídica y tecnológica que han constituido la columna vertebral del proyecto de modernidad. Pero esta racionalidad ha empezado a resquebrajarse y está inundada por islas de irracionalidad. En tanto, el orden de la cultura, los procesos de significación y la producción de sentido, se amalgaman con la razón en tanto que son razonables; que las diversas culturas en su relación con la naturaleza, al construir sus formas de significación entre el lenguaje y la realidad, lo real y lo simbólico, construyen diferentes matrices de racionalidad. La racionalidad ambiental articula los diversos órdenes culturales y esferas del saber, más allá de las estructuras lógicas y los paradigmas racionales del conocimiento.
El concepto de racionalidad ambiental se va constituyendo así en un soporte del pensamiento crítico que no pretende constituir un paradigma científico, un conocimiento axiomatizado y sistematizado, capaz de inducir un proceso de racionalización hacia la consecución de fines y medios instrumentalmente trazados de la sustentabilidad, un concepto capaz de “finalizarse” a través del pensamiento teórico y la acción social. Este libro, consistente con la condición del saber ambiental, aspira a desconstruir la racionalidad opresora de la vida, pero como el lenguaje en el que se expresa, no podrá decir una última palabra. Abre un camino para hacer caminos, para labrar territorios de vida, para encantar la existencia, fuera de los cercos de objetividad de una razón de fuerza mayor que anule los sentidos a la historia.
Escribo desde México y la mayor parte de este libro fue elaborado en los años que he trabajado en el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente como coordinador de la Red de Formación Ambiental para América Latina y el Caribe. Quizá lo plasmado en este libro hubiera podido pensarse y escribirse en cualquier lugar del planeta. Pero la potencia de la racionalidad ambiental se me ha manifestado por la presencia y la vivencia de la riqueza ecológica y cultural de esta maravillosa región del mundo que ha conducido mi reflexión sobre estos temas. Muchas notas, ideas y textos fueron confeccionados en incontables viajes en los que hemos construido alianzas con gobiernos y universidades; solidaridades con grupos académicos, sociales y gremiales, en favor de la educación ambiental.
Las reflexiones de este libro se entrelazan con un movimiento social cada vez más amplio por una Ética de la Sustentabilidad que se expresa en un Manifiesto por la Vida; muchos nombres se inscriben ya en la construcción de un Pensamiento Ambiental Latinoamericano y una Alianza por la Educación Ambiental, en la que destacan los empeños de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA). En el campo abierto por la ecología política, la racionalidad ambiental dialoga con los movimientos sociales por la construcción de sociedades sustentables y por la reapropiación de su naturaleza y sus territorios de vida. Este libro nace y se inserta en ese proceso social de construcción de un futuro sustentable.
¡Todos los nombres! A cuántos tendría que nombrar para dejar constancia de mi agradecimiento a las personas que en distintos momentos han estimulado y dado impulso al pensamiento que se plasma en este libro, que han dejado su huella a través de escritos, de diálogos, de debates; de presencias y encuentros; de solidaridades y complicidades; de vida compartida. Aquellos que de forma más patente han inquietado mi pensamiento y atraído mi pulsión por pensar y mi pasión de escribir, están inscritos en las referencias bibliográficas a lo largo del libro, en mis alianzas y demarcaciones con sus pensamientos. Son presencias sin las cuales no existiría este libro.
Pues no hay pensamiento que no surja en el contexto de su tiempo, en congruencia o discordia con lo ya afirmado por alguien y escrito por otro, del Alef al Omega de la cultura humana. Otras presencias, más cercanas, han acompañado mi camino a través de invitaciones a dar cursos y conferencias, a escribir un texto, a compartir congresos y seminarios, donde el diálogo en vivo ha estimulado mis reflexiones sobre estos temas. ¿Cómo hacer justicia a todos los que a lo largo de estos años, al convocarme a un coloquio me han puesto a pensar y a escribir; a los colegas y los interlocutores quienes al debatir estos temas me han hecho consciente de nuevos problemas en los que había que pensar, de posiciones que era necesario fundamentar, de argumentos que faltaba elaborar? Este pensamiento está enlazado en las redes de economía ecológica, ecología política y educación ambiental, en las que he fraguado alianzas de ideas y de vida con entrañables amigas y amigos ambientalistas, cuya lista, para mi fortuna, es extensa. Entre todos ellos debo agradecer a los alumnos de mi seminario de ecología política de la UNAM, con quienes hemos establecido un espacio para el debate y la creación libre de las ideas. Y sobre todo, a esas presencias y ausencias que forman el tejido íntimo de mi vida, de mis padres, mis hermanas y mi hermano, de amigas y amigos entrañables e imprescindibles; y mi universo más cercano, donde destella la luz de Jacquie, de Tatiana y de Sergio, artífices y soportes de mi existencia.
Finalmente, quiero dejar constancia de mi agradecimiento a mis amigos de Siglo XXI, mi casa editorial y hogar de sus autores, por haber consentido en mi obsesión de que este libro, como los anteriores viera la luz en este año par, y por su cariño y cuidado en la edición del texto.
Prólogo del libro Racionalidad ambiental: La reapropiación social de la naturaleza; Enrique Leff, Ed. Siglo XXI, 2004.