Del otro lado del espectro político, a medida que crece la población mundial y el cambio climático disminuye las fuentes de agua dulce, se reclama el control del agua y su distribución a través de la privatización. El agua ha sido calificada como el oro azul, una manera de subrayar su valor e importancia económica al compararla con el petróleo, llamado corrientemente oro negro.
Cualquiera diría que todavía no hay que preocuparse tanto por ella, ya que cubre las tres cuartas partes de la superficie del planeta, pero no debemos olvidar que en su mayor proporción es salada, alrededor del 97 por ciento. El agua de mar puede ser desalinizada, pero hasta ahora las tecnologías para este proceso son bastante costosas, lo cual imposibilita su uso a gran escala para abastecer a los seres humanos y cubrir las necesidades de la agricultura.
Las mayores reservas de agua dulce están en forma de hielo sobre la Antártica y Groenlandia. Los glaciales, por su parte, cubren el 10 por ciento de las tierras emergidas y significan el cinco por ciento del agua. A su vez, el 22 por ciento del agua dulce está localizado en lagos y ríos, pero una parte de ella regresa a la atmósfera en forma de vapor.
Hoy en día se sabe que en la Tierra no va a haber cantidades mayores de agua. Disponemos de los mismos volúmenes existentes desde la formación del planeta y no habrá en el futuro ni una gota más. Pero el hecho es que este líquido vital no está igualmente disponible para todos, puesto que hay zonas de lluvias abundantes e importantes vías fluviales y otras, donde al contrario, la carencia es alarmante.
Otra de las razones para la preocupación es que una gran parte del agua dulce existente no es apta para el consumo humano, ya sea por contaminación con residuos tóxicos o microorganismos causantes de enfermedades. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor de un millón y medio de niños mueren cada año de enfermedades diarreicas o de otra índole por ingerir agua contaminada.
Según la misma fuente, mil 100 millones de personas en el mundo no tienen acceso al agua potable y otros dos mil 600 millones, de un total de siete mil millones, no cuentan con suficiente agua para la higiene y sanidad. Se dice que unos cinco millones de personas mueren cada año debido a enfermedades relacionadas con el agua.
Lo paradójico es que, incluso en países con agua, el subdesarrollo económico no ha permitido que muchos de sus habitantes tengan acceso fácil a ella, pues no han podido construirse redes hidráulicas adecuadas. Esta también es una de las razones por las que el acceso al agua en el mundo resulta tan injusto como a los alimentos.
En Estados Unidos y Canadá la población dispone de 350 litros de agua per cápita diariamente, en tanto que en Japón la cifra es más o menos similar y en Europa, aunque varía de un país a otro, la disponibilidad es de 200 litros per cápita. En comparación, el promedio para cada individuo en el África subsahariana oscila entre 10 y 20 litros cada día, aunque en los períodos de peor sequía en el Sahel y el Cuerno africano, la cifra puede ser considerablemente menor.
Expertos de las Naciones Unidas estiman que las personas necesitarían hacia 2015 unos 50 litros de agua per cápita por día para satisfacer sus necesidades básicas, tales como beber, bañarse, cocinar, lavar sus ropas y otros menesteres. Pero reconocen que en el estado actual del mundo el acceso al agua es tan desigual que la meta de 50 litros diarios parece un sueño inalcanzable.
Hacia el año 2050 la población mundial tal vez se acerque a los nueve mil millones, lo cual supondrá producir más alimentos, e implicará inevitablemente disponer de más agua para los cultivos y también para las personas. El 12 por ciento de la población mundial consume anualmente el 85 por ciento del agua disponible e inversamente: el 88 por ciento de los seres humanos tienen que repartirse el 15 por ciento restante.
Desde luego, estas cifras no se refieren sólo al uso individual, pues el agua dulce sirve para muchos fines. La mayor parte de ell (un 67 por ciento) va a parar a la agricultura y el 20 por ciento al uso industrial, pero en Asia, África y América Latina la proporción en el sector agrícola puede llegar al 85 por ciento.
Los números globales no son suficientes para describir la situación real de los menos favorecidos en relación con el oro azul. Se estima que en las grandes ciudades de los países subdesarrollados el 70 por ciento de las familias pobres carece de agua potable.
En la mayor parte de los casos los barrios marginales no cuentan con redes hidráulicas y sus habitantes deben pagar caramente a vendedores ambulantes para disponer del agua imprescindible. Lamentablemente no existe la tecnología para transportar los hielos antárticos por pedazos hasta las zonas áridas, para crear depósitos artificiales que permitan satisfacer las necesidades de las poblaciones sedientas. Tampoco de pueden aprovechar los hielos que se derriten en el océano glacial Ártico y en Groenlandia, ya que van a mezclarse con el agua salada.
Ahora bien, con el crecimiento industrial de los países desarrollados y de la población mundial, el uso del agua que se extrae de ríos, lagos y acuíferos ha aumentado dos veces en el último medio siglo. Sin embargo, con el incremento de la temperatura media debido al efecto invernadero debe aumentar al mismo tiempo la evaporación de esas fuentes superficiales y acelerar la desaparición paulatina de los glaciales, como ocurre en los montes Himalaya.
El cambio climático probablemente no hará otra cosa que volver más desigual una situación en la que un estadounidense consume como promedio cada año 110 mil litros de agua y un sudanés sólo siete mil litros. Esto puede explicar en cierta forma por qué también los países más pobres sufren hambre. Para producir un kilogramo de trigo se necesitan mil litros de agua, un kilogramo de arroz requiere de mil 400 litros y uno de carne 13 mil litros.
Tampoco para los pobres son las tecnologías de desalinización, tanto por su costo como por las inversiones necesarias para trasladarla desde el mar al interior del país por medio de ductos, luego de tratada. Hasta ahora esa técnica se ha practicado en forma limitada en algunos países industrializados y en los estados petroleros del golfo Pérsico, que disponen de suficiente efectivo y no reparan en costos porque necesitan desesperadamente el agua.
Pero en términos ecológicos las plantas desalinizadoras constituyen también un arma de doble filo, pues producen como desecho una verdadera salmuera que acaba con la fauna y la vegetación marinas: un costo demasiado alto si la tecnología se utilizara en gran escala.
Ante la imperiosa necesidad de agua potable, actualmente y en el futuro, muchas empresas transnacionales han estado proyectando sus inversiones hacia el sector del agua, con el respaldo de los organismos financieros internacionales. El Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) han estado imponiendo al mundo subdesarrollado, desde hace más de un decenio, el dogma de que la mejor manera de administrar el agua es privatizándola. Algunas de las compañías involucradas en estos negocios son la Bechtel, Monsanto, Vivendi y Suez.
Teniendo en cuenta los conflictos armados y fricciones entre países y regiones a lo largo de la historia, a causa de disputas sobre el agua, muchos se preguntan si no estaremos ante nuevas batallas por este recurso. Se dice que desde 1820 hasta el año 2000 se suscribieron más de 400 acuerdos que consideraron el agua como un elemento precioso, agotable… y caro.
Los países que sufren actualmente de problemas con el agua, tales como Arabia Saudita, Egipto, Israel, Yemen, Iraq, Paquistán, Marruecos y otros, quizá sean los escenarios de nuevas tensiones.
Sectores progresistas consideran muy peligroso dejar en manos privadas la propiedad y administración de un recurso tan vital para la humanidad y reclaman que se haga todo lo necesario para mantener el agua como un bien de todos.El autor es periodista de la Redacción de Servicios Especiales de Prensa Latina.