Constituye una de las 59 cuencas compartidas entre varios países de Africa. Nace en las laderas orientales de la meseta de Bié o Bihe, gracias a las abundantes precipitaciones que en esta sierra dejan los vientos del oeste y a las lluvias convectivas del verano austral.
El lugar de su inicio aparece al centro oeste de Angola, en un área geográfica donde las precipitaciones oscilan entre los mil 500 milímetros en la periferia norte hasta los 750 en la parte sur, a más de mil metros de altura, al este de la importante ciudad de Huambo y a unos 400 kilómetros de la de Benguela, en la costa Atlántica.
Fluye caudaloso al sur, pero se pierde entre las rocas de las elevaciones y se torna subterráneo por espacio de 11 kilómetros; luego reaparece en la superficie y entra en un estrecho valle, que riegan sus aguas.
En el primer tercio de su recorrido hacia el sureste, atraviesa regiones húmedas cubiertas de bosques y zonas agrícolas; sus aguas forman el atractivo lago Chone o Tonké, en una poco profunda depresión, y luego continúa su sinuosa marcha al centro del cono sur africano. Recorre unos 700 kilómetros a través de tierras angolanas.
Forma la frontera sureste de Angola con Namibia, atraviesa el Corredor de Caprivi y después entra en Botswana. Allí, en vez de desembocar en el mar, lo hace en una cuenca endorreica. Las aguas, al infiltrarse y evaporarse en una zona de mal drenaje, crean una enorme zona de marismas.
En su avance, la impetuosa corriente del Okavango atraviesa montañas, llanuras y mesetas y en los últimos 400 kilómetros, a través de suelos áridos y desérticos, cumple una caprichosa trayectoria. Forma una gran cuenca que abarca la mayor parte de Botswana, y extensos territorios de Namibia y Angola.
Sus principales afluentes son los ríos Cuebe, Cueir, Curtir, Ombungu, Omuramba y Cuito, que es el más caudaloso. Durante los últimos 300 kilómetros de su curso recibe arroyos intermitentes y conecta con varios arenosos uadis, que en su mayoría drenan desde Namibia.
Es una de las maravillas geográficas del Cono Sur africano; alimentado en la parte alta de su trazado por las lluvias y acuíferos subterráneos, enfrenta un agreste relieve, rocas de gran dureza y climas adversos.
Como un guerrero de las aguas se abre paso, principalmente en la estación lluviosa, entre escarpados ribazos; forma abundantes meandros, penetra indetenible en los terrenos áridos y salvajes de la región del norte de Botswana e impide que la fértil región sea parte del Desierto de Kalahari.
Constituye un río alóctono, como el caso del Nilo en Egipto o el Níger en Mali, es decir, se originó en un ecosistema muy diferente al que atraviesa en su larga trayectoria. Este río poco común fue visto por los exploradores y aventureros lusitanos Serpio, Pinto, Jaens y Capello a mediados del siglo XVII; también resultó utilizado por misioneros europeos para acceder a las tribus del interior de Angola y Botswana.
Desde tiempos remotos, las aguas del Okavango se convirtieron en fuente de vida de las comunidades indígenas, las cuales lo consideran sagrado; khoikhoi, sans, himba, kavango, ovambo, caprivianos y hereros situaron sus aldeas en zonas de la cuenca donde podían cultivar mijo y verduras, y pastorear sus rebaños.
También pescaban en el río especies como las tilapias y aprovechaban los productos de los bosques de sus orillas.
Geológicamente el río Okavango, al llegar a Botswana, serpentea entre dos fallas geológicas, se desborda y crea una extensa llanura de aluvión. El líquido vital de su cauce es absorbido por las lindes del desierto Kalahari y se desconoce donde terminan sus aguas de infiltración.
La planicie anegada por esta providencial arteria se conoce como delta del Okavango En realidad es un abanico aluvial o cono de deyección muy grande, que se produce donde el río desagua en la llanura endorreica, con un clima seco.
Durante la estación lluviosa, las aguas continúan hacia el este a lo largo del río Botletle, a la laguna Xau y a la depresión salina de Makgadikgadi, donde hacer renacer el lago Ngami varias semanas.
El delta del Okavango, en el norte de Botswana, cubre una superficie de 15 mil kilómetros cuadrados, que puede llegar hasta los 22 mil durante las crecidas en la estación lluviosa, entre noviembre y abril.
Ocupa la región de Ngamiland, cuya capital en Maun actúa como la puerta sur del gran territorio aluvial y es la base para controlar las visitas a esta zona protegida. Este llamado delta del Okavango, donde junto a diversos tipos de árboles como las acacias, predomina la vegetación herbácea, es un importante ecosistema para la vida salvaje, las islas y pantanos que lo conforman; asimismo son el hábitat de elefantes, cebras, guepardos, jirafas, búfalos, hipopótamos y cocodrilos.
Alberga la mayoría de las 386 especies de aves del país, entre ellas la avutarda kori, el búho pescador y el águila marcial. Allí existe la única población de leones nadadores de Africa; éstos grandes felinos se ven forzados a entrar en el agua, que durante las crecidas llega a cubrir el 70 por ciento de su territorio, para cazar antílopes como los impalas.
El increíble y exuberante ecosistema se encuentra amenazado por la tala indiscriminada y la deforestación, provocada por el suministro de madera al mercado internacional, en tanto se intensifica el proceso de erosión del suelo.
La desertización se acelera debido a la pobreza de las técnicas agrícolas; el aumento de la temperatura incrementa la evaporación, como consecuencia disminuye la humedad. A los ríos de la cuenca del Okavango arriban grandes cantidades de sedimentos y estos bajan su caudal, lo cual es un peligro para la biodiversidad.
Botswana, que ha dedicado el 17 por ciento de su territorio a parques nacionales o reservas de caza, trabaja para defender la cuenca y designó el pantano del Okavango como Área Protegida. Allí se establecieron muchos tipos de categorías de manejo de los paisajes naturales, con un eficiente sistema de vigilancia.
El estado preserva y, a la vez, aprovecha estos recursos. Los turistas aportan elevadas ganancias al país por safaris fotográficos y cinegéticos. Para frenar el turismo de masas en el frágil ecosistema, los alojamientos dentro del parque son caros. Se priorizan las expediciones científicas.
Los gobiernos de Angola, Namibia y Botswana son receptivos a los alertas de los ecologistas para enfrentar la tala de los bosques tropicales y emprender acciones de reforestación en la cuenca del Okavango; se toman medidas de adaptación al cambio climático, como ahorro de agua y nuevas técnicas agropecuarias.
Las políticas nacionalistas de estas administraciones, con el apoyo de sus pueblos, evitan hoy la explotación incontrolada de sus riquezas por las compañías transnacionales. Saben que salvar sus ecosistemas naturales constituye un beneficio y una obligación para sus naciones, además de un aporte invaluable al medio ambiente de la Tierra, la casa común de la humanidad.
* Especialista de la Delegación de La Habana del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, (CITMA). Colaborador de Prensa Latina.