No quiero ser alarmista pero me he infiltrado en los archivos del ayuntamiento –gracias María– y tengo una copia del informe preliminar. En él dicen que el petróleo es de buena calidad y fácil de extraer, no está muy profundo. Pero lo que me da miedo es lo que viene después del plan de prospección. El 80% de mi barrio y el 50% del barrio colindante van a ser desalojados. La explicación que argumenta el informe es muy escueta: “por interés general la ciudadanía de Barcelona, en un momento de crisis económica y energética, entenderá perfectamente que desalojemos a 150 mil familias, se cierren tres hospitales y 26 escuelas e institutos”. Añaden que “será importante prever, cautelosamente, todas las consecuencias ambientales que supondrá la extracción del petróleo para los habitantes de la ciudad: posibles derrames, contaminación de los suelos, agua y aire, pero a la postre estos sacrificios serán compensados con los ingresos petroleros”.
Pero, desde aquí quiero hacer público mi descubrimiento y, claro, mi objeción. Los de mi barrio no tenemos por qué trasladarnos de nuestras casas vete a saber dónde. ¿Al extrarradio, a villas dormitorio? ¿Qué pasará con los estudios de mis hijos? ¿Y el señor Marcelli, el último hortelano de la ciudad, también será expropiado? Y el resto de los ciudadanos, ¿tendrá que asumir riesgos sanitarios y ambientales por unos miles de barriles de petróleo del que directamente no se van a beneficiar? Mi propuesta es clara: boicot a las administraciones para que se quede el petróleo en el subsuelo. Si ya sabemos que el petróleo se acaba y que en breve viviremos bajo nuevos (y, por qué no) mejores esquemas económicos y energéticos, en una sociedad descarbonizada, cuanto antes empecemos a prepararnos mejor.
En Copenhague se presentó esta iniciativa de dejar el petróleo sin explotar. No en Barcelona sino en el Yasuní, Ecuador, país que conoce las calamidades de vivir sobre tanta energía fósil. Entre la decepción y el fracaso de la Cumbre, hay que destacar esta propuesta como una iniciativa pragmática e innovadora de reducción de emisiones de CO2. Llega construida por iniciativa de la sociedad civil ecuatoriana que defiende dejar el mucho petróleo que yace bajo el Yasuní en el subsuelo. Gestos como este (y no reuniones estériles) contribuirán al beneficio de toda la humanidad evitando la emisión de 407 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmosfera global, por tanto, en corresponsabilidad, Ecuador solicita fondos para iniciar una transformación de su modelo económico tan dependiente de las exportaciones de crudo. La propuesta cuenta con el aval y apoyo de las Naciones Unidas, y ahora es el momento del apoyo internacional para que las presiones de las petroleras (se sabe que rondan por el Palacio Presidencial de Quito con talones muy jugosos en los bolsillos) no provoquen un cambio de planes. Y como dice Anamaría Varea, “abriguemos la esperanza de que en tiempos de oscuridad, apuntemos como generadores de luz, desde Yasuní, para que este sea el tiempo para que la Iniciativa Yasuní, reciba todo el apoyo requerido, pues ya es tiempo de que la Tierra reciba una caricia, para que podamos sentir ese instante infinito del acercamiento al enigma de la vida”.
El Correo Vasco, 23 de diciembre de 2009