14 Oct
2013

Codicia. f. Afán excesivo de riquezas

Diccionario de la Lengua Española

Pocos personajes fueron tan icónicos de una época como Gordon Gekko —protagonizado por el actor Michael Douglas—, el “héroe/villano” de Wall Street I y II, las dos películas de Oliver Stone que mejor sintetizaron la década de los ochentas, cuando el diseño del planeta tal cual lo conocemos hoy, empezó a parir. Gekko simbolizó al rey de las finanzas, al amo de los negocios instantáneos, al mago que era capaz de amasar millones de dólares con sólo pestañear, mover un dedo o hacer una llamada telefónica. Gekko hasta daba cátedra de cómo hacer fortuna, de cómo volverse millonario y poderoso, en un mundo que todavía no había terminado de perder la inocencia, en un mundo que no sabía que la estaba empezando a perder.

Muchos se preguntan qué pasó con el mundo, por qué estamos como estamos, por qué tantos problemas, tanta crisis: para intentar responder estos interrogantes, hay que volver a esos años, hay que situarse allí y recordar al protagonista político más emblemático de todos: Ronald Reagan.

Reagan, también un ex actor de Hollywood, fue el presidente de los Estados Unidos que tomó en sus manos dos tareas colosales:

1. acabar con el comunismo, con el llamado “socialismo real”, “el eje del mal” como lo bautizó él mismo, encarnado y liderado por la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la famosa URSS, creada por el mítico Lenin, y sepultada setenta años después por el actor Reagan, con una ayudita de sus amigos Thatcher y Wojtila, más conocido como el Papa Juan Pablo II.

2. acabar con el pesimismo norteamericano, que abrevaba en dos fuentes: la humillante derrota militar en Vietnam y sus secuelas de suicidios y epidemias de drogas y la crisis económica que empezó en 1973, cuando los árabes subieron los precios del petróleo, y  el modo de vida norteamericano (el “american way of life”) tambaleó, como nunca lo había hecho desde 1929, cuando La Gran Depresión.

Reagan lo hizo: fue el padre político de lo que, hasta hoy, conocemos como “neoliberalismo”, la madre de todas las batallas de la guerra donde el mercado vence al estado y la sociedad queda cautiva del mismo: los dominios donde Gordon Gekko seduce y manda.

Con el neoliberalismo, el mercado pasa a ser dios y señor del universo, lo regimenta todo y cada cosa, salvo (y en parte, ya que también se privatizan) los gastos militares que son la plataforma material indispensable para que el mercado funcione sin trabas y se expanda ilimitadamente. Ese fenómeno se conoció como “globalización” y es tan poderoso que hoy ya nadie discute un cambio del modelo, es más: la República Popular China, otrora una potencia socialista, es hoy la segunda potencia mundial capitalista.

Este mundo, insisto, no nació por generación espontánea, lo hizo en la década de los ochentas y tuvo a Wall Street como la catedral donde se consagró  su éxito y a sus tiburones financieros como los paladines de la nueva era donde la codicia, el afán excesivo de riquezas, se convirtió en el nuevo credo.

Gordon Gekko, desde la pantalla de cine, lo expresó mejor que nadie, cuando proclamó que «la codicia, a falta de una palabra mejor, es buena; es necesaria y funciona. La codicia clarifica y capta la esencia del espíritu de evolución. La codicia en todas sus formas: la codicia de vivir, de saber, de amor, de dinero; es lo que ha marcado la vida de la humanidad”. ¡Mierda que es sincero!

Gekko era el signo de los tiempos: se enterraban prejuicios morales (la codicia es uno de los pecados capitales del cristianismo) y se daba rienda suelta a la avidez por el dinero y al egoísmo como los combustibles básicos de un afán de perfección que puede sintetizarse así: cuanto tienes/ cuanto vales, como sentencia una de las morenadas folklóricas más populares por este lado del mundo, como ya dijimos: globalizado.

En el medio, sucedieron dos fenómenos superestructurales que afirmaron esta cosmovisión, la masificaron con alcances inesperados y la justificaron ideológicamente: el auge tecnológico pero volcado de manera especial a los artefactos y los medios de comunicación y la proliferación, como hongos, de las llamadas sectas evangélicas, las cuales, desde el principio, fueron el soporte espiritual de la revolución neo conservadora –como el calvinismo lo fue durante el surgimiento capitalista, en el siglo XVI.

El boom de los medios de comunicación, el boom de su penetración en la vida cotidiana de las personas en cualquier parte del mundo  –contra el cual no hay ningún antídoto conocido y es casi seguro que jamás lo haya- signa y define el campo de batalla más íntimo de todos: el que está adentro de la cabeza y el espíritu de la gente, la guerra interior que viene librando el capitalismo para apoderarse del bien más preciado de todos: el alma de los seres humanos.

Si aún hay dudas sobre las bondades del sistema, si después de estar 25 horas conectados a la red, al televisor, al teléfono inteligente, a la publicidad, a la electricidad y el ruido perpetuos, siguen habiendo dudas, para eso están las iglesias evangélicas, una droga más sutil pero igual de efectiva para aquellos que no les va tan bien en la tierra prometida del poseer, del tener y del consumo.

El consumo (o su exceso, dirán algunos), para ir cerrando esta pintura atroz de la realidad, es la codicia por otros medios, accesibles a las masas. No todos podemos ser Gordon Gekko, pero bajo su paraguas filosófico, nadie queda excluido: todos podemos comprar, todos podemos recibir créditos para seguir comprando; todos podemos demostrar lo que somos, comprando; todos podemos vivir haciéndolo: comprando día y noche, comprando, comprando y comprando.

El sistema, en tanto consumo, se ha sofisticado pero a la vez y sobre todo se ha democratizado: si antes, sólo los ricos, podían acceder a la tecnología, ahora no. La irradiación del teléfono celular es el fenómeno territorial, global y masivo, más vasto y más rápido que conoce la historia de la humanidad. Ni el fuego se dispersó tan velozmente.

¿Qué hacer frente a estas realidades absorbentes y que se huelen irreversibles? No lo sé. Ante todo, lo que sí sé, lo que siento, es que celebrar un mundo así, es estúpido, es cruel y suicida. Luego, que hay una tendencia muy humana a pensar en el pasado como el lugar donde se vivía mejor, donde todo lo bueno sucedía y donde sería deseable regresar. Pero eso es imposible. Por otro lado, los movimientos anti todo lo que anteriormente se describió son tan minoritarios y tan contradictorios –los conservacionistas del medio ambiente financiados por las petroleras, es sólo un ejemplo- que sólo terminan desmoralizando y decepcionando a quienes, con honestidad y sensibilidad, creen en ellos. En suma, el sistema se exhibe aparentemente tan perfecto, que carece de fisuras, todo lo retroalimenta y aunque no nos guste, terminamos abonándolo, fecundándolo, día a día.

Pero algo habrá que hacer para evitar que terminemos siendo un chip y comamos pastillitas en el desayuno y en la cena. ¿Qué hacer? No sé, ya lo dije: puede que hoy por hoy, en el horizonte, no haya soluciones colectivas, por eso los lados B del disco del socialismo no funcionan, tienen problemas para combinar la macroeconomía clásica con la distribución social de los excedentes, porque, en el fondo, no cierra, con la supervivencia de los ricos, ninguna política de bienestar puede aguantar, porque los ricos son como Gordon Gekko: se lo chupan todo, se lo devoran todo, se lo fagocitan todo.

Pero algo hay que hacer, sobre todo aquellos que han sido militantes políticos y/o sensibles con las causas justas, digo, sobre todo nosotros, porque no hay peor traición que la propia, la que se mira al espejo cada mañana, la que se acuesta con vos, camina con vos.

Aquí sí hay algo que hacer: tu modo de vida debería ser también tu modo de lucha. Digamos que eso puede llamarse coherencia. Si cuestionamos a los codiciosos y su sequito planetario, deberíamos expurgar esa avidez material de cada milímetro de nuestra piel, de cada gramo de nuestra sensibilidad, de cada segundo de vibración de nuestras almas.

Simplemente, no compres lo que sabes que no te hace falta y vive con lo estrictamente necesario. Luego, si ya no se pueden anclar nociones tan simples y rotundas como era el enfrentamiento contra el imperialismo o la expropiación de la gran burguesía, navega por todo lo que el sistema quiere negarte: los libros, el silencio, la música, la naturaleza, los animales, los arboles, la pareja, caminar, desconectarte.

Ellos, están librando la batalla decisiva para apoderarse de tu ser y de tu estar. Allí adentro, la guerrilla la comandás vos. Allí adentro, no le podés echar la culpa a nadie más que a vos si ellos siguen avanzando. Allí adentro, vos sos Tarano o Lautaro o Calfucurá o el Che Guevara, y esto lo dijo Nietzsche pero lo puede sentir cualquiera, si se abre, si respira, si abre los ojos: nadie tiene porqué arrojar lejos de sí, al héroe que lleva adentro. Como dice ese blues inmortal de Almafuerte: “Sé vos nomás/que al mundo salvarás…”. Sé libre: vive y lucha.

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