Cuando al caucho se usaba para impermeabilizar y fabricar cosas como abrigos para la lluvia, botas y calzados de agua, incluso preservativos o pelotas de fútbol, era un producto natural más extraído de la selva. La fiebre arrancó cuando se empezó a utilizar para producir las llantas para las bicicletas, pero se tornó delirio y locura cuando el látex se volvió la materia prima fundamental para la fabricación de neumáticos para los automóviles. El símbolo del capitalismo moderno: los vehículos motorizados, John Ford.
Fue entonces que el caucho construyó imperios. Y lo hizo amasando fortunas con la sangre de miles y miles de indígenas. Un genocidio fue el precio para que la industria automotriz floreciera. Aún hoy, pocos lo saben. Y muchos menos son los que lo asumen: hasta ahora, el daño causado a los pueblos indígenas de la Amazonía, no ha sido ni reconocido, ni mucho menos reparado. Las heridas históricas siguen abiertas, los muertos no descansan en paz.
Llueve sobre mojado: cuando el caucho amazónico dejó de ser estratégico, fue el turno del petróleo encerrado en el subsuelo de las selvas sudamericanas, lo que acarrearía muerte, explotación y destrucción. Para ese mismo capitalismo, para esos mismos automóviles: ahora había que llenar sus tanques con gasolina.
Desde hace algunas décadas, los pueblos indígenas del Ecuador y Colombia sufren los abusos y atropellos de las empresas petroleras, que también han causado genocidio y etnocidio, sin que tampoco el mundo termine de condenarlas y de pararlas.
En Bolivia, cien años después del apogeo del horror que la extracción del caucho trajo a su Amazonía, la tragedia busca volver a instalarse y repetirse.
La empresa Petroandina SAM está decidida a convertir el Territorio Indígena y Reserva de la Biosfera Pilón Lajas y el Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Madidi en un infierno. A cómo de lugar, quiere iniciar la labor sísmica de exploración petrolera, si es que ya no la ha iniciado, como declaran algunos funcionarios del ministerio de hidrocarburos boliviano, como si ellos fueran los voceros de la empresa y no del gobierno que más ha defendido y promovido los derechos indígenas en toda Bolivia, incluso convertida ahora en Estado Prurinacional.
Las primeras víctimas de este rompecabezas son los hermanos del pueblo indígena Mosetén, que están siendo burlados en sus derechos, humillados y divididos, chantajeados y maltratados, por la empresa y sus consultores.
Sobornos, falsas ilusiones y amenazas de represión componen un cuadro traumático: estremece escuchar a los dirigentes del pueblo Mosetén. Conmueven con su dolor y el testimonio que brindan acerca de las arbitrariedades que están sufriendo. Siniestramente, han sido elegidos, otra vez, para ser de nuevo víctimas a ser sacrificadas, esta vez, al altar del llamado desarrollo. Y serán los primeros en ser devorados en la vorágine que desatará, si no se detiene, este inexplicable afán por buscar un incierto petróleo justamente allí donde sí se sabe existen algunos de los reservorios de biodiversidad más importantes del planeta. Una biodiversidad que los Mosetenes han cuidado, como los otros pueblos de la selva, desde hace milenios porque ese bosque lindo del que hablaba el dirigente, es su hogar ancestral, mejor: lo que queda de él. Si el bosque termina de sucumbir, desaparecerán los Mosetenes: serán sombras sin alma. Y las petroleras son expertas en arrasar la selva, en contaminar sus ríos, matar a sus animales.
Evo acaba de proclamar en las Naciones Unidas los derechos universales de la Madre Tierra: precisamente los derechos de esos ríos, de esos seres vivientes. El también fue el primero en el mundo en aprobar con fuerza de ley la declaración de la ONU sobre derechos indígenas que, desde ya, incluye a los hermanos Mosetenes. Todavía es tiempo de parar el etnocidio y la depredación. Debería ser cuestión de mirarse a los ojos. Debería bastar con un debate sincero. Y abrir el corazón y brindarlo a aquellos que sólo piden respeto.
¿Vale más el petróleo para los automóviles que la vida y la dignidad de los Mosetenes? Desde ya que no porque la vida y la dignidad no tienen precio. Y eso lo deberíamos asumir todos. Solidaridad incondicional con el pueblo Mosetén.
30 de mayo de 2009