Lo verdaderamente amazónico

Si la historia la escriben los vencedores, eso quiere decir que hay otra historia. Esa otra historia está hecha de muchas cosas. La de los vencedores está armada con manipulaciones y mentiras. La otra, la que como dice bien el poeta está hecha con palabras antiguas y nuevas, también está hecha–sigo al autor del epígrafe- con aguas y navegaciones, con magia, tótems y dioses. Con muchas cosas…

Esta historia se basa y se fundamenta en la convicción de nuestros historiadores –aquellos que investigan o recuerdan- pero también en las creencias y los sentimientos de nuestra gente, ya que, ¿qué sentido tendría una historia escrita sólo para que la comprendan los especialistas, para imprimir libros y guardarlos en un estante, una historia para la tertulia?

La historia, la historia de los pueblos, se diferencia de la otra historia, la historia de los vencedores, porque esa otra historia, nuestra historia, está amasada también con ética y con compromiso, está signada por el respeto y el amor a la gente. Allí se vuelve siempre vigente. Allí se funde con los anhelos presentes del pueblo, del cual viene y al cual está destinada. Allí se enraiza, se vuelve raigal, liberadora y fecunda.

Allí la historia vive, está viva y revive a quienes nos han antecedido en el camino de la existencia, y se funde con nosotros, y es así que sucede el milagro: los muertos nos acompañan, y los que saben dicen que si un pueblo sabe honrar a sus muertos, sabe dejarse guiar por ellos, ese pueblo –al menos en el fondo del corazón de cada uno de nosotros el pueblo-, ese pueblo es invencible.

Algo de esa química que hace del pasado, presente y futuro de fe compartida, sucedió en Trinidad, la capital beniana, el eterno Moxos, en la Amazonía de Bolivia, donde se presentaron unos libros de historia regional, sobre su etnohistoria y la época colonial. Sucedió así porque el día en que se presentaron no era cualquier día sino aquel cuando se recuerda la rebelión de uno de los hijos más emblemáticos, ese cuyo nombre aún estremece, ese cuyo nombre debería ser bandera de unidad y lucha: Pedro Ignacio Muiba.

Aquí si resalta con nitidez lo que veníamos diciendo: en la historia de los vencedores, Muiba sencillamente no existía. Tuvieron que pasar más de un siglo y medio de su alzamiento contra los españoles, para que la memoria popular y el trabajo de los indagadores del pasado, volviese a recuperarlo para que Pedro Ignacio vuelva a caminar entre nosotros. Esa tarde, en Trinidad, en la Amazonía, cuando se presentaron los libros, es seguro que estuvo allí y me imagino que complacido que su memoria no sea invocada en vano.

Es que cuando la historia la escriben los vencedores, a partir de sus propios intereses, la tergiversación provocada sólo produce dolor, amputación, desesperanza. Cuando la historia se basa en la verdad, promueve no sólo esclarecimiento y cohesión, sino sobre todo virtud, ya que el recuerdo de valientes y decididos como Muiba debería inspirarnos a todos. Esa es la historia viva a la cual invocamos.

Cuando la historia, que es uno de los basamentos de la identidad y del alma colectivas, de lo mejor de nuestro patrimonio espiritual y cultural, se escamotea, se oculta y se niega, somos parias en nuestra propia tierra, vamos solos entre la oscuridad del desarraigo y la falta de ideales y de modelos, no somos nada, sino zombis del consumismo y el hartazgo, carne de cañón de los imperios, de aquellos que sólo quieren nuestra sangre –la que, paradójicamente, esconden bien en sus libros para intentar que olvidemos que hubo un genocidio, que en la Amazonía hubo un genocidio contra los pueblos de la selva, y que habría que rescatarlos del olvido y proteger a los sobrevivientes.

Muiba, a 202 años de su grito libertario, estuvo allí, con esas sus verdades. Estuvo allí también en cada joven que asistió a la presentación de los libros. Ojalá que ellos sepan encontrarlo dentro de ellos mismos. Ojalá que lo sientan acompañándolos en la forja de su destino personal y comunitario. Los que saben dicen que los pueblos que no honran a sus mayores, a sus almas y a sus ancestros, van derechito al matadero, al altar del sacrificio donde los héroes se llaman Rambo o Batman o Nadie. Los que saben dicen que “los ríos, los montes, los animales y el viento son parte de nuestra vida. Suspiramos y sus espíritus nos confortan”. 

Sobre la inmensa tarea de seguir recuperando el pasado, socializarlo, difundirlo, volverlo conciencia y praxis, el poeta, mi amigo Homero, beniano también él, culmina sus palabras, con algo que marca y te hace sentir y pensar. Dice: “y aunque ya no tengo fuerzas, aún tengo ganas”. Eventos como el vivido en Trinidad promueven eso: ganas de encontrar fuerzas, fuerzas que te hagan soñar, soñar para vivir, vivir para luchar, luchar para compartir, compartir para seguir alimentando las ganas. Quiero agradecer muy fraterna y sinceramente a Arnaldo Lijerón Casanovas, a Daniel Bogado y a Juan Carlos Crespo Avaroma haber puesto, aparte de su saber y su don de gentes, eso: las ganas.

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Fobomade

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