30 Ago
2017

¿Necesitamos desarrollo?

Guilherme Carvalho, sexta-feira, 2 de junho de 2017


En la década de 1910 la economía del caucho en la Amazonia vivía profunda crisis por la plantación a gran escala promovida por los ingleses en Asia. El comercio y la incipiente industria local se colapsaron. El caucho amazónico se volvió secundario y esto repercutió pesadamente sobre las cuentas nacionales. A lo largo de esa década se instauró un interesante debate sobre el futuro de la economía y las alternativas para el desarrollo económico de la región. Las élites se dividían en cuanto a lo que se debería promover. Algunos defendían que la crisis era temporal y que el precio del producto volvería a subir. Otros apostaban a la ganadería,  el café,  la agricultura familiar, la minería y por ahí va. Sin embargo, el gobierno paraense poco podía hacer para revertir tal situación, ni siquiera conseguía movilizar fuerzas policiales para combatir a los indios Urubu que desde Maranhão avanzaban sobre el territorio paraense,  una gran reivindicación de las élites políticas a aquella época. El desarrollo parecía amenazado.

Pasaron los años y, a pesar de su poco peso político en las estructuras de poder que realmente deciden el presente y el futuro de esta región, la Amazonia sigue siendo relevante para la balanza comercial y la entrada de dólares, así como para realizar la tan soñada Integración económica de América del Sur;  que pese a mantenerse entre los peores indicadores de desarrollo humano del país, ser escenario de conflictos territoriales que llevan anualmente al asesinato de indígenas, campesinos, agentes pastorales y otros activistas sociales, ser escenario de la expropiación a gran escala estimulada por el Estado brasileño a favor de transnacionales – allí incluidos bancos, contratistas, agronegocios, etc. Y de segmentos empresariales brasileños asociados a ellas.

La historia no se repite, ni como una farsa. Sin embargo, algunos dilemas parecen permanentes. La cuestión de cómo garantizar el desarrollo económico constante y ascendente es uno de ellos, especialmente para los bloques de poder que se suceden al frente del Estado brasileño. Sin embargo, una parte expresiva de la izquierda y de los gobiernos considerados progresistas también comulga de una visión crecimentista de la economía, fundada en la explotación intensiva de la naturaleza, tal como en Brasil de Lula y Dilma, en Venezuela de Chávez y Maduro, en Bolivia de Evo Morales o en el país Ecuador de Correa.

Según nuestro gran maestro Celso Furtado, «progreso» y «desarrollo» se constituyeron en poderosos instrumentos de justificación política e ideológica de todas las atrocidades cometidas por los europeos a su llegada en América [i]. Hoy en día, ambos términos son empleados de manera suficiente por las fuerzas conservadoras para combatir cualquier iniciativa que se oponga al modelo hegemónico, así como es parte constitutiva del discurso dominante en defensa del desmantelamiento de la legislación ambiental, de la instalación de complejos logísticos de infraestructura para incrementar la exportación de commodities, de la reducción del tamaño de áreas de preservación, y del alza de obstáculos para la demarcación de nuevas áreas indígenas o quilombolas (Brasil); de la extracción del petróleo existente en tierras indígenas (Ecuador); de la expansión del monocultivo de soja (Bolivia), de la cesión de vastos territorios para las industrias petrolera y maderera (Perú), la construcción de hidroeléctricas y la expansión de redes de distribución de energía (Venezuela), etc. En ese contexto ser tildado de oponerse al «progreso» y al «desarrollo» es llevar una lacra difícil de ser arrancada, es sufrir intentos de desmoralización pública, es ser obligatoriamente colocado en confrontación con deseos cotidianamente estimulados en la sociedad: consumo, crecimiento económico , riqueza, control sobre la naturaleza, etc.

El hecho es que «desarrollo» se ha vuelto, particularmente después de la II Guerra Mundial, una poderosa herramienta político-ideológica hábilmente utilizada por el imperialismo estadounidense para hacer valer sus intereses alrededor del mundo. Desde entonces el discurso del desarrollo viene siendo empleado para evidenciar diferencias (reales y supuestas) entre los países y dentro de éstos: avanzados x atrasados, desarrollados x subdesarrollados, modernos x arcaicos o tradicionales, entre otras. Sin embargo, la propia guerra mostró que no caminamos necesariamente a un futuro prometedor ya que adquirimos incluso la capacidad de exterminarnos como especie, ahora profundizada por los desequilibrios climáticos promovidos por la acción humana.

A diferencia de lo que fue pregonado por WW Rostow [ii] no hay etapas a ser cumplidas que llevarán a todos hacia el desarrollo y la felicidad, básicamente por dos motivos: a) el planeta no soportará los niveles exorbitantes de consumo, de producción de desechos y de degradación ambiental; y; B) las condiciones históricas que permitieron a Estados Unidos, Francia, Alemania y las demás naciones del G-7 llegar a donde llegaron no serán generalizadas a los demás, pues como bien dijo Ha-Joon Chang la «escalera fue pateada» [iii]. Uno u otro, como en el caso de China, podrán acercarse, pero esto nunca abarcará el resto. La tendencia es que sólo una pequeña fracción de sus poblaciones acumule riqueza suficiente para gozar de los altos estándares europeo o estadounidense, evidenciando las profundas desigualdades en ellos existentes.

Y como telón de fondo de todo esto está el hecho de encontrarnos en un momento denominado por el historiador camerunés Achille Mbembe como el «fin de la era del humanismo» [iv]. Una era en que, según podemos aprehender de sus reflexiones, la amenaza que se plantea para la humanidad es el enfrentamiento entre democracia y el capital cada vez más financierizado:

(…) En cualquier caso, es un síntoma de cambios estructurales, cambios que se harán cada vez más evidentes a medida que el nuevo siglo se desarrolle. El mundo como lo conocemos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, con los largos años de la descolonización, la Guerra Fría y la derrota del comunismo, ese mundo acabó.

Otro largo y mortal juego comenzó. El principal choque de la primera mitad del siglo XXI no será entre religiones o civilizaciones, entre la democracia liberal y el capitalismo neoliberal, entre el gobierno de las finanzas y el gobierno del pueblo, entre el humanismo y el nihilismo.

El capitalismo y la democracia liberal triunfaron sobre el fascismo en 1945 y sobre el comunismo a principios de los años 1990 con la caída de la Unión Soviética. Con la disolución de la Unión Soviética y el advenimiento de la globalización, sus destinos fueron desenredados. La creciente bifurcación entre la democracia y el capital es la nueva amenaza para la civilización.

Apoyado por el poder tecnológico y militar, el capital financiero logró su hegemonía sobre el mundo mediante la anexión del núcleo de los deseos humanos y,- en el proceso-,  transformándose él mismo en la primera teología secular global. Combinando los atributos de una tecnología y una religión, ella se basaba en dogmas incuestionables que las formas modernas de capitalismo compartieron renuentes con la democracia desde el período de la posguerra -la libertad individual, la competencia en el mercado y la regla de la mercancía y la  propiedad, el culto a la ciencia, la tecnología y la razón.

Es posible identificar «puntos de contacto» entre el pensamiento de Mbembe con las formulaciones de Dardot y Laval. Para estos el «neoliberalismo no es sólo una ideología, un tipo de política económica, es un sistema normativo que amplió su influencia al mundo entero, extendiendo la lógica del capital a todas las relaciones sociales ya todas las esferas de la vida» [v] . Al hablar de neoliberalismo normalmente resaltamos las privatizaciones, las propuestas de reducción del tamaño del Estado o la focalización de las políticas gubernamentales. Sin embargo, tal vez más importante que todo esto es comprender que la característica fundamental del neoliberalismo es que él se mostró capaz de moldear nuestras subjetividades -o como afirma Mbembe, de adjuntar el núcleo de nuestros deseos, para nosotros ser parte del juego a fin de garantizar la reproducción del sistema, incluso cuando nos disponíamos a destruirlo [vi]. Lo que está en juego con el neoliberalismo es «nada más que la forma de nuestra existencia, es decir la forma en que nos llevan a comportarnos, a relacionarnos con los demás y con nosotros mismos. El neoliberalismo define cierta norma de vida en las sociedades occidentales y, más allá de ella, en todas las sociedades que las siguen en el camino de la «modernidad» [vii]. Por otro lado, el neoliberalismo busca librarse de todas las amarras, de ahí que la democracia y cualquier forma de control social se ven como un estorbo, algo a ser superado. Es el gobierno de las corporaciones que se materializa de diferentes formas, sea como la troika en Europa o a través de la completa rendición del Congreso Nacional brasileño a los dictámenes de los grandes grupos privados – Globo, Odebrecht, JBS, Vale, agronegocios, etc. -, aliados al Poder Judicial y a otros segmentos.

Las reformas de la Seguridad Social y el Trabajo, la aprobación del Código Forestal, la revisión de las áreas de preservación y la completa destrucción de los derechos garantizados en la Constitución de 1988, entre otros, evidencian la creciente pérdida de cualquier noción de solidaridad y de la conformación de un proceso de amplia escala de eliminación selectiva, y nos colocan ante la cuestión de si la era del humanismo terminó. En ese contexto el Estado se constituyó en un instrumento clave para la afirmación neoliberal. Por lo tanto, creer que la elección de Lula en 2018 o directamente en 2017 será capaz de revertir ese cuadro sin romper decididamente con esta estructura estatal es mucho más que simple ingenuidad. Sin embargo, hay que buscar romper también con el sistema normativo que se nos ha impuesto, que nos relega a los estrechos límites del debate sobre desarrollo y crecimiento económico. De ahí afirmamos que estos no nos sirven como parámetros de análisis de las nuevas dinámicas surgidas con la globalización y ni como estrategias políticas para la superación del capitalismo.

Una cuestión llama la atención en Brasil cuando observamos las diversas iniciativas de resistencia al avasallador proceso de expropiación territorial en marcha: los pueblos originarios, campesinos, quilombolas, ribereños, las comunidades de pastoreo y pesqueras y otros más no restringen sus críticas al modelo hegemónico de desarrollo. Sus luchas, sus pautas, sus formulaciones y sus propios modos de vida expresan una contundente crítica civilizatoria. Esta es, a mi juicio, una de las diferencias cualitativas en relación a buena parte del movimiento sindical obrero, por ejemplo; Este está mayoritariamente preso de las trampas del debate sobre desarrollo y / o crecimiento económico. Es verdad que incluso en los segmentos citados anteriormente hay diferencias nada despreciables, como en el caso de las contiendas sobre la Reducción de las Emisiones por Deforestación y Degradación (REDD) o el mercado de carbono, pero incluso esto no descalifica sus críticas al sistema-mundo capitalista, moderno, colonial, antropocéntrico, machista y racista, en la feliz expresión del profesor Carlos Walter Porto-Gonçalves.

Es necesario mirar detenidamente para esos segmentos. Ellos tienen mucho que decir. Las manifestaciones de junio de 2013 fueron importantes? ¡Claro que sí! Pero porque la mayoría de los análisis sobre la reanudación de las movilizaciones sociales en el país descuida el hecho de que en abril de ese mismo año los pueblos indígenas se pusieron en confrontación decisiva por sus derechos con los poderes constituidos? Los enfrentamientos abiertos ocurridos en aquel período fueron tan incisivos como los de junio. ¿Cuál es el motivo de este no reconocimiento? La renuente resistencia de los munduruku de la cuenca del Tapajós obligó al gobierno federal y abandonó la idea -al menos hasta el momento- de la construcción de hidroeléctricas en sus territorios. Ellos consiguen articular las acciones en red, conformando una red de apoyo y solidaridad desde el plano local hasta el internacional a partir de la implementación de variadas estrategias de acción, luchando en el marco de la institucionalidad, como la exigencia de que sean consultados sobre la base de los dispositivos de la Convención de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), sin limitarse exclusivamente a ella. Ejemplo de ello fueron las iniciativas de autodemarcación de sus tierras o la expulsión de sus territorios de investigadores involucrados con el levantamiento de informaciones para los Estudios de Impacto Ambiental (EIA).

Los modos de vida de esos segmentos y el control que ejercen sobre muchos territorios los hicieron ser considerados enemigos a ser derrotados por el bloque de poder al frente del aparato del Estado brasileño. La nueva etapa de acumulación ampliada del capital basada en la financiación y el control sobre las propias bases de la reproducción de la vida, sea a través del patentamiento del conocimiento o del mercado de carbono, los hacen actores sociales relevantes en las luchas por cambios estructurales en la sociedad. De ahí que los debates sobre desindustrialización o reprimarización de la economía tienden a agregar muy poco cuando están vinculados a la cuestión del desarrollo y del crecimiento económico. Y, peor, cuando desconsideran actores sociales que en la actualidad ejecutan la crítica más contundente a nuestro modelo civilizatorio.

[i] FURTADO, Celso. Introdução ao desenvolvimento: enfoque histórico-estrutural. 3.ed. São Paulo: Paz e Terra. 2000.

[ii] ROSTOW, W. W. As etapas do desenvolvimento econômico. Ed. Zahar, 1974.

[iii] CHANG, Ha-Joon. Chutando a escada: desenvolvimento em perspectiva histórica. Ed. UNESP, 2004.

[iv] MBEMBE, Achille. A era do humanismo está terminando. Ver: http://www.ihu.unisinos.br/564255-achille-mbembe-a-era-do-humanismo-esta-terminando

[v] DARDOT, Pierre, LAVAL, Christian. A nova razão do mundo: ensaio sobre a sociedade neoliberal ; tradução Mariana Echalar. – 1. ed. – São Paulo: Boitempo, 2016, p.7.

[vi] Dificilmente algum de nós coloca os filhos para estudar inglês pensando nas leituras de Shakespeare.

[vii] Idem. p. 16.

 

http://macareuamazonico.blogspot.com.br/

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