Fuego en el Collasuyo

"Sepan, los que no han sabido

que no estoy de sólo estar

que estoy parado en el grito

bagualero del Pujllay”

(…)

“Ayer nomás ardió el pueblo por la tierra y por el pan

y la fogata en el valle no estaba de sólo estar!"

“Fuego en Animaná”

letra: Armando Tejada Gómez / música: César Isella

Un sueño, una historia de imágenes dignas

Son las 3 AM.

Me despierto con la imagen de fogatas que encendemos en medio de la noche con hermanos bolivianos, a la vera de una ruta, en nuestro territorio común, mientras se me esconden en la oscuridad las palabras que nos decimos.

Me despierto y me llega vivo el recuerdo de un relato encendido de la resistencia Calchaquí, que me contó Leo Malcó, artista y poeta callejero salteño, luego integrante del Movimiento Joaquina Cultural. Yo lo conocí por las calles del Centro a los 23 años, recién llegada a Salta, y luego en Santa Cecilia, el barrio de la zona Sur donde vivía, vecino de la Biblioteca Popular Daniel Toro, sede de los proyectos culturales para la inclusión social que hacíamos a principios del 2000, cuando el país se incendió,  luego de las recetas neoliberales del Consenso de Washington.

Leo era una vasija de barro Calchaquí, cargado de imágenes e historias de la región. De los encuentros casuales por la calle con Leo, conocí mucha historia de Salta, y de la mejor manera: del relato oral, alucinado, amoroso, fraterno. Eso te queda grabado en el caracú de la memoria. Ese es el poder de la palabra oral, y está comprobado, que es más fuerte que la escritura. Ese relato oral que se sostiene como un hilo vivo a través del tiempo, es nuestra historia verdadera, la que quedó invisibilizada en los márgenes de “la” historia contada por los vencedores. Pero además, Leo no te contaba las historias con la palabra nada más, si no, que las asentaba en las imágenes de las láminas que hacía en acuarela y tinta, siempre andaba con su portafolios de dibujos, era como un kamishibai andino.

Por la época que lo conocí estaba obsesionado con la resistencia Diaguita en la meseta de Tacuil, Molinos adentro, en los Valles Calchaquíes. La emoción oscura del relato y la portentosa imagen que sacaba de su portafolios cada vez que me lo contaba, me acompañará toda mi vida. Y hoy esta memoria regresa para hacer frente a la impunidad actual y los derechos avasallados de los pueblos de los Valles Calchaquíes.

Quiero contarles la historia que Leo me confió sobre la resistencia Calchaquí, porque se sigue contando entre los abuelos vallistos y está viva entre los jóvenes de la zona, los que continúan la lucha por su territorio ancestral.

La colosal meseta cortada a pique, de más de 400 metros de piedra rosada, queda Molinos adentro, y se llega por un camino angosto, empinado; hoy hay un cartel que avisa: \"Bienvenidos a Tacuil, tierra del vino\". Los Valles Calchaquíes son escenario de 130 años de resistencia armada de los Diaguitas frente al invasor español, desde los primeros contactos, en 1534, etapa histórica conocida como “Guerras Calchaquíes”. El último cacique de la lucha fue Iquín, quien en 1665 resiste en el conocido pucará de Quilmes, hasta que es vencido y su pueblo llevado a pie hasta Buenos Aires, repartido para “servidumbre” durante todo el camino. Hoy, una marca de cerveza nacional, cuya fábrica se asienta en el sitio bonaerense donde ellos estuvieron, lleva el nombre de este pueblo.

Leo Malcó me contaba que sobre el final de las Guerras Calchaquíes, en la dignidad feroz de la resistencia, un grupo importante de pueblos Diaguitas retrocedía posiciones hasta atrincherarse en la meseta de Tacuil. El sitio era inexpugnable. Los españoles no podían tomarlo. Pero luego de seis meses de valerosa lucha, se sumó un enemigo implacable: la ausencia de agua y alimentos. Lo que antes era un refugio, se transformó en una trampa mortal. Leo me contaba siempre muy emocionado esta parte de la historia: “ante la realidad de tener que someterse al español y vivir como esclavos, prefirieron morir: todos se despeñaron, se arrojaron al vacío. También las mujeres con los niños”. Leo quedaba mudo y me mostraba su lámina hecha en tinta negra, donde se veían cuerpos volando como cóndores pequeñitos frente al contorno oscuro de la meseta de Tacuil. Y luego nos mirábamos, sin poder decir nada más.

Todavía se sienten las almas en el lugar. Son como fueguitos que caminan en las noches cerradas. Y caminando de día se ven muchas vasijas semienterradas de lo que fue su resistencia. Sus actuales pobladores cuentan sobre una “piedra trampa" en la única entrada a la cima del lugar. Es bueno saber de la presencia de esta piedra antes de subir, porque ahí arriba hay que tomar precauciones de no encontrarla: quien la pisa cae irremediablemente al  vacío.

Este relato oral, ratifica la veracidad de la carta de un conquistador español, Gobernador del Tucumán de entonces, en 1659, Alonso de Mercado y Villacorta, quien informaba al Virrey sobre la suerte corrida por los pueblos de los valles, en plena Guerra Calchaquí: he degollado cuatrocientos indios de guerra, despeñándose y muerto en los alcances de las cumbres otras tantas mujeres y más, aprisionándose mil piezas (…) y remitido a poblarse a la paz (dícese: esclavitud, encomienda) tres mil almas[2].

La historia oral legitima a la historia escrita, y no al revés. Porque la verdad no está en lo que un conquistador, un vencedor, imponiendo su poder sobre la palabra, pueda escribir sobre un papel. Porque siempre las academias de la historia y la literatura, asientan la verdad de las fuentes legendarias a partir de un documento escrito, perpetuando inocentemente la lamentable herencia cultural del derecho romano.  Es al revés:  lo que pueblos oprimidos a lo largo de cientos de años, en las condiciones materiales más tremendas de subsistencia han decidido legar a sus hijos, como un tesoro vital, en un relato oral, es el núcleo de nuestra historia, porque esas condiciones de transmisión y la emoción que perdura en las palabras hasta la actualidad es su prueba de verdad. Y se nos adentra en el cuerpo. Ese relato oral que llega vivo, palpitante, de boca de los pueblos, y se carga de sentido es la “causa secreta de la Historia”[3], sostiene la identidad de los pueblos, para que la historia digna siga de pie, caminando.

Los Diaguitas siguen resistiendo. En la historia reciente se realiza otro tipo de vasallaje: el sistema de “obligaciones”, donde las comunidades se ven obligadas a trabajar en los cultivos de los terratenientes, gratis, como si debieran algo por ocupar sus territorios legítimos. Yo escuché muchas de esas historias durante los Carnavales, compartiendo el vino, donde se sueltan las penas. También escuché hace poco una bella y tremenda historia, de boca de un abuelo, que me contó que antes existían los “hombres luna”, trabajaban sus tierras de noche, sembraban a la luz de las estrellas, sus cultivos estaban escondidos, contra los cerros. Y así tenían algo qué comer. Porque de día tenían que trabajar todo el día en las tierras del patrón. Y me decía: “algunos de esos hombres luna deben seguir vivos, porque esta historia se sigue contando”.

A casi 20 años de la reforma constitucional argentina de 1994, que incorpora expresamente los derechos de los pueblos originarios, reconociendo su “preexistencia étnica y cultural”, vemos que en la práctica, hay casi una imposibilidad de ejecutar las reformas, sigue siendo una problemática la titularización de las tierras indígenas y continúan los ataques a la posesión ancestral de sus territorios. Desde los héroes diaguitas, como  Kallchakí y Chelemín, continúan los mártires recientes: Javier Chocobar (2009), de Trancas, Tucumán, y Ambrosio Casimiro (2011), de Las Pailas, Salta, un joven luminoso, a quien tuve el honor de conocer. Hace poco se fundó con su nombre una biblioteca popular en la comunidad, como bastión de la cultura y defensa del territorio, con su humilde patrimonio físico. ¿La desalojarían también?

De cómo “celebramos” en Salta la Semana de los Pueblos Originarios

Anoche me llega la información por Facebook, de Alejandro Ahuerma, fotógrafo y comprometido periodista salteño, de que en La Semana de los Pueblos Originarios, la Jueza a cargo del Juzgado de Cafayate, Dra. Virgina Toranzos, ordenó el INMEDIATO DESALOJO por medio de la fuerza pública (¿qué es lo público, si no, lo comunitario? este uso ilegítimo de la fuerza pública socava toda legitimidad de la representación del Estado), dícese, policía de Salta, de la Comunidad Diaguita El Divisadero, en Cafayate. Al pie de la noticia hay un teléfono de contacto de uno de los dirigentes, Juan Condorí, lo llamo, me solidarizo. Juan se emociona de que alguien, un desconocido de Salta lo llame, hay mucha soledad para luchar por los derechos. Le ofrezco humildemente mis magras armas, algunas palabras, alguna posibilidad de registro audiovisual, tratar de comunicar lo que está ocurriendo a la comunidad cultural de la provincia, heredera de individualismo, llena de folclore y salteñidad, mientras se consiente desde la indiferencia, la destrucción de sus matrices culturales y de la Madre Tierra, la topadora por la dignidad de sus compatriotas y de la vida.

Juan me cuenta que la Jueza ordenó el desalojo, a pesar de que su comunidad se encuentra en trámite de Relevamiento Territorial y el territorio del que se ordena el desalojo ya ha sido Relevado por el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas. Además, la Ley Nacional 26.160 ordena LA SUSPENSIÓN de todos los desalojos judiciales o administrativos de Comunidades Indígenas de los territorios que reclaman como propios, hasta fines de este año. La ley es de orden público, es decir que es de obligatorio cumplimiento. Este planteo se ha hecho judicialmente y reiterado en audiencia llevada adelante con la Sra. Jueza, la que fuera filmada íntegramente por personal del Juzgado. ¿Con qué autoridad un Juez puede hacer cumplir una orden, si trasgrede las Leyes de una manera tan obscena, que hasta es necesario grabarlo en video para afirmar que las conoce? Salvo que no nos hayamos enterado que la provincia de Salta se haya transformado en un Estado independiente del Nacional, entonces sea normal pasar por alto las legislaciones de ese orden. El Estado Nacional, a través del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), viene trabajando estos años, junto a la Unión de los Pueblos de la Nación Diaguita (UPND), tanto en el Reconocimiento Territorial previsto por la Ley 26.160, como la obtención de las personerías jurídicas comunitarias, dos acciones legales fundamentales para que el derecho constitucional de posesión de sus territorios pueda cumplirse en la realidad, y no sólo en la letra.

Dice el comunicado de la Comunidad Diaguita El Divisadero: “lo curioso es que existe sentencia en: “CONDORÍ, Cándido Rosario s/ MEDIDA AUTOSATISFACTIVA”, expte. n° 203/12 dictada por la misma jueza (el juzgado de Cafayate es de múltiple competencia) en el que se prohíbe la realización de trabajos que afecten restos arqueológicos y hay informe presentado por la Lic. Ledesma del Museo Antropológico que dice que toda esa zona es fuente de innumerables restos arqueológicos, los que serán destruidos por el denunciante al momento de comenzar los trabajos de nivelación del terreno que motivaran el primer pedido de la comunidad y la denuncia por usurpación por la cual se desalojará a la misma el día de mañana.”

También, Juan me contó que su comunidad, integrante de la Unión de los Pueblos de la Nación Diaguita, y organizada en el Encuentro Nacional de Organizaciones Territoriales de Pueblos Originarios (ENOTPO), presentó recientemente su propuesta para la Reforma, Unificación y Actualización de los Códigos Civil y Comercial en el Senado de la Nación. La presentación se trabajó territorialmente por las comunidades, en 15 audiencias públicas, y expresa, entre otros conceptos: “la conquista de América no sólo fue un avasallamiento cultural, sino que ha sido un genocidio camuflado y sistemático que rompió la institucionalidad de los Pueblos Originarios, a través de un régimen de opresión y una política de exterminio absoluto de las poblaciones originarias de este continente.”

Esperemos que el desalojo ilegítimo de la Comunidad Diaguita El Divisadero, de los Valles Calchaquíes no se concrete. Y que los intereses comunitarios prevalezcan sobre los mezquinos. Que de una vez por todas las Leyes que supimos conseguir, caminen con pies descalzos.

Recuerdo que durante los Festejos del Bicentenario de la Argentina, hubo una marcha de Pueblos Originarios muy importante, y  lanzaron un documento que llamaba a reconocer nuestra historia desde el lugar más legitimado, pero también, su costado más dolorido y silenciado. Una parte del documento, decía:

“Las naciones originarias esperan en el silencio de sus montes, cordilleras, estepas, valles y montañas. Un silencio que ha sido interrumpido por el tronar de motosierras que todo desmonta, el rugido de topadoras y explosivos de las mineras que todo lo vuelan, el ingreso de petroleras que todo lo envenenan, la penetración de iglesias y sectas que todo lo convierten, partidos políticos y ofertas electorales que quiebran toda la unidad comunitaria.”[4]

No multipliquemos el silenciamiento.

La dignidad de la  lucha y resistencia del pueblo Calchaquí nos llena de orgullo.

Las uvas de Salta están llenas de sangre. Siempre que compro un vino de los Valles no puedo dejar de sentir eso, pero es la primera vez que comparto este sentimiento. Nunca pude tomar el vino de Salta del mismo modo que los otros, por eso se me enciende de coplas, de voces de otros tiempos. Que al menos, la sangre que bebamos, se llene de memoria y de sueños de dignidad.

Salta, 19 de abril de 2013.

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