Padre, ya están aquí… Monstruos de carne con gusanos de hierro. Padre, no tengáis miedo, decid que no, que yo os espero. Padre, que están matando la tierra. Padre, dejad de llorar que nos han declarado la guerra. Joan Manuel Serrat
Quién no se ha sentido atraído en algún momento por este juguete del ingenio humano, que como ninguno nos ofrece libertad y velocidad de desplazamiento, exaltando nuestra individualidad más acendrada, volviéndonos avaros y egoístas. Ha calado tan hondo o se ha adherido tan íntimamente a nosotros, que hoy por hoy renegar del mismo es prácticamente imposible.
Intentar algún mecanismo de reducción, sería considerado casi un delirio por los defensores a raja tablas del progreso, del crecimiento o de las comodidades y status que el mismo brinda. Recordemos que la matriz petróleo dependiente en el mundo, sus políticas de dominación y los profundos descalabros ambientales, se justifican casi mayoritariamente por su ligazón a esta tecnología.
Esta invención, que en su momento estuvo al servicio de las personas, se ha convertido hoy, en un tirano cruel, que reclama cada día in crescendo su cuota parte de sacrificios humanos, que a nadie parece preocuparle, mucho menos a los gobiernos y sus funcionarios.
Como en el relato de Frankenstein o las películas de ciencia ficción, la criatura se ha independizado de su creador y lo ha convertido en su esclavo y su víctima. La reiterativa visión de vehículos destrozados, con hierros retorcidos, cuerpos inertes, llantos y pérdidas desgarradoras, han galvanizado al extremo nuestra sensibilidad y el sentido de alerta.
Convivimos con la muerte evitable, sin inmutarnos. Tan es así, que nos parece normal y cotidiano, que se exija como obligatorio llevar como accesorio del auto, el botiquín de primeros auxilios y la sábana para tapar piadosamente los cadáveres en caso de eventos dañosos, que seguramente se producirán.
Ello no difiere en mucho con las bolsas negras y medicamentos en las guerras. Lo expresado es demostrativo de que el accidente, cuyo significado es: suceso imprevisto, elemento que no forma parte de la naturaleza o la esencia de una cosa, haya devenido en una posibilidad natural, no remota y casi siempre producible. Hay certidumbre de la desgracia.
Lo dicho ha llevado que, a instancias de la Organización Mundial de la Salud , el Secretario General de la ONU , en el mes de marzo declarara al 2011, como el comienzo del “Decenio de Acción para la Seguridad Vial 2011- 2020” , a los fines de minimizar sus tétricos saldos.
Sepamos que por año en el mundo, muere la aterradora cantidad de 1.300.000 personas y más de 50 millones de ellas, reciben distintos tipos de heridas, a lo que se debe sumar otra serie de daños colaterales atribuidos directamente a los automotores, como ser afecciones respiratorias y cardiológicas, producto de la contaminación en los centros urbanos, que en algunos casos multiplica hasta por cinco veces los efectos perjudiciales referidos. Es la principal causa de muerte entre los niños y jóvenes de 5 a 29 años.
La sumatoria de todos los conflictos bélicos producidos en el Planeta, no llega ni por lejos a las cifras de bajas mencionadas, ante la indiferencia y complicidad generalizada. Lo peor, es que todos los pronósticos, de no hacerse algo al respecto, dicen que para el año 2030 estos números podrían duplicarse. Pese a este genocidio, el mundo se mueve en sintonía con el auto y por ello, no es descabellado afirmar que el mismo se ha convertido casi en una suerte de epidemia maltusiana.
Por su parte los gobiernos en sus distintas competencias, nacionales, estaduales o locales, poco hacen para combatir este flagelo, aunque digan lo contrario. Es más, no sólo que se rinden incondicionalmente ante las automotrices, sino que celebran como un síntoma de desarrollo el incremento de ventas, atribuyendo todos los males provocados, a la irresponsabilidad conductiva o el consumo de alcohol por parte de algunos conductores. Todo vale, para ocultar que lo que mata es el auto y no la forma de manejo.
No es sencillo combatir este poderoso enemigo, arraigado como pocos en la conciencia social como factor de status y libertad, pero de allí a fomentarlo y congratularlo, hay un largo trecho. Todos saben que el tren, de cargas o pasajeros, se lleva las palmas por sus ventajas comparativas en términos económicos, de seguridad y ambientales.
Pero vaya paradoja, hasta algunas de las grandes multinacionales de la ecología, que se rasgan las vestiduras ante todo tipo de proceso productivo, se maquillan y hacen lobby a favor de este medio, prohijando el uso de automotores híbridos y eléctricos y reclamando enérgicamente a los Estados la adopción de los mismos, seguramente con el aplauso de las automotrices.
En una actitud hipócrita, no se preguntan de dónde saldrá la energía eléctrica para abastecer esta nueva demanda, o sobre los impactos que generará el aumento de la actividad minera (de la que reniegan) para proveer materiales cada vez más escasos y estratégicos para esta variante tecnológica del transporte individual.
No es suficiente denostar la mega minería, los biocombustibles o la quema de hidrocarburos para salvar el Planeta, sino entendemos que todas esas actividades en la mayoría de los casos son meras subsidiarias de las multinacionales automotrices.
El auto, con motores de combustión interna o eléctrica, siempre producirá las mismas consecuencias dañosas, ya que el origen de los males está en su propia esencia. Por fortuna, algunos países inteligentes se han dado cuenta de ello y día a día mejoran sus servicios públicos de transporte. En los otros se actúa a contramano del sentido común y de la vida.
Es hora de pensar seriamente en el transporte masivo de calidad y con seguridad, desalentando el uso del individual. Pero para ello se necesita: decisión, voluntad política y compromiso con la vida, atributos que no siempre abundan en las instituciones públicas, mientras los intereses de las automotrices siguen invadiendo todos los ámbitos de la vida social.
Hoy sería impensable tratar de prohibir el automotor, no obstante debería intentarse establecer un sistema de premios y castigos para los usuarios, vía normas impositivas que desalienten determinados usos, tamaños, cilindradas, cantidades de unidades por núcleo familiar, prácticas, etc.
A la par, se debería trabajar con sensatez y celeridad para ofrecer a los usuarios un sistema de transporte eficiente, económico, racional y sustentable, que privilegie la seguridad, el ambiente, la vida y la calidad de ella, para toda la comunidad y no solo las ganancias e intereses de unos pocos.
Docente e Investigador Universitario.