El sueño de Jan de Vos

Se exhibe imponente y bella ante los ojos del montero, del deslindador, del misionero, del administrador, del capataz, del propietario nacional o extranjero de la montería: de todo aquel que por primera vez la conoce. Es este un mundo que pareciera haber amanecido en el primer día de la creación, en el que los seres que lo habitan están, como en el poema de Pellicer, esperando ser nombrados.

Los indios, tal vez ya ni siquiera los Lacandones originales, sin la ferocidad que les atribuían las narraciones coloniales, muestran más bien su timidez, su temor, sus precauciones y recelos ante los visitantes externos, quienes pocas veces les procuran el bien. Los indios que aparecen en la obra de Jan de Vos son parte de la selva, vigilantes y custodios de la naturaleza, hijos fieles y respetuosos de la madre Tierra, parte indisoluble de ella y de sus prodigios.

Narra con precisión y sorpresa la ambigua fascinación del montero ante la majestuosa imagen del jaguar en su imperturbable descenso a los ríos para saciar su sed, o el asombro y perturbación del guerrillero, al discurrir sobre el inquietante ruido de los seres que, invisibles, merodean en sus insomnes noches selváticas. Describe también el sentimiento de angustia de aquellos que viven la selva como prisión, cárcel solitaria para quienes la eligieron o fueron elegidos para las duras y extenuantes labores del corte de madera, ya fuera como hacheros, boyeros o ramoneros.

Para Jan de Vos, lo que somete a los indios y a la naturaleza no son las fuerzas abstractas del mal, sino seres concretos, factores reales de poder. Es el príncipe, el conquistador, el encomendero, los falsos evangelistas, los madereros, los finqueros, los políticos y los burócratas de todos los tiempos, quienes tienen siempre a la mano una solución para confirmar ese aparente destino de nacidos para perder que pareciera perseguir a los indios y sus territorios.

A todos ellos antepone el ejemplo de Fray Pedro Lorenzo de la Nada, misionero dominico del siglo XVI, quien, negándose a bendecir las armas de aquellos que imponían con violencia la fe cristiana, abandonó su orden, internándose en la selva para convertir a los indios pacíficamente. Sabía Jan de Vos, no obstante, de la ambigua condición del misionero, quien sirviendo a Dios, servía también al rey y a sus dominios.

Fray Pedro Lorenzo de la Nada vio una selva solitaria, vacía de hombres. De los lacandones originales quedaban unos cuantos, sobrevivientes de la llamada Guerra del Lacandón de 1559. La que contempló Jan de Vos por primera vez, aunque aún bella y abundante, padecía ya la inmensa devastación que, según su propia interpretación, fue producto de diversos procesos que coincidieron a partir de la segunda parte del siglo XX. Una avanzada tecnología para explotar los recursos forestales, una colonización y poblamiento masivo promovido por los gobiernos y por campesinos sin tierras, sin recursos y sin alternativas, y la gran deforestación provocada por la ganadería extensiva y la agricultura, se convirtieron en la poderosa fuerza que sumió a la selva y a sus habitantes en la penuria que hoy padecen. Es esta selva fragmentada, degradada y humillada, la que alguna vez soñó Jan de Vos y aquellos que lo inspiraron, como una posibilidad para redimir a los indios.

La redención de los indios y de la Selva Lacandona existe sólo en los discursos, en los planes, en los programas y en los decretos; es una salvación de burócratas, cuyas soluciones tienen la virtud de crear problemas adicionales a aquellos que supuestamente pretenden corregir. Hoy día la destrucción persiste, el nuevo evangelio de la burocracia, de los desarrolladores y de los que entienden a la selva como un campo de oportunidades, se llama desarrollo sustentable: se trata de racionalizar su explotación, extraer sus riquezas de una manera eficiente, inteligente, prolongar racional y productivamente su agonía.

El domingo 24 de julio murió Jan de Vos, misionero, defensor de los indios, de los pobres y de la Selva Lacandona; escritor, historiador que reinterpretó parte del pasado de Chiapas y de la Selva Lacandona, hombre comprometido con su fe, con el saber, y con la causa de los indios. Había nacido en Amberes en 1936; llegó a México en 1973 buscando una motivación y una razón mayor de vida. La encontró en Chiapas, primero en su misión cristiana, después, pugnando no sólo por la salvación espiritual de los indios, sino también por sus derechos políticos y su salvación y bienestar material. Los indios y la selva le estarán agradecidos por el afecto, las batallas y las horas de reflexión que les dedicó.

Investigador del Colegio de México. Fuente: Reforma, 30 de julio de 2011.

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