La riqueza étnica hondureña

Aunque es poco conocido, el país cuenta con cuatro grandes familias étnicas: los ladinos o mestizos que son la mayoría (casi cinco millones de habitantes), los pueblos indígenas (lencas, misquitos, tolupanes, chortis, pech, tawahkas), los garífunas (afro-antillanos) y los criollos de habla inglesa.

Los indígenas constituyen la principal herencia cultural de esta nación centroamericana y representan alrededor del siete por ciento de la población. De ellos, los lencas son el grupo más numeroso con 100 mil miembros que viven principalmente en los departamentos de La Paz, Lempira, Intibucá, el sur de Santa Bárbara y en menor medida en Comayagua, Valle y Francisco Morazán.

Algunas teorías sugieren que los lencas son descendientes directos de los mayas, quienes desplazados de México emigraron hacia el sur y se asentaron en las márgenes del río Lempa, que abarca el sur de Honduras y el oriente de El Salvador. Allí construyeron sus comunidades, consolidaron su cultura y crearon el patrimonio cultural que enriqueció a la sociedad nacional.

Como en el resto de América Latina, la vida apacible de estos pueblos fue interrumpida con la llegada de los conquistadores españoles. Desde entonces han sido marginados, discriminados y humillados, despojados de sus tierras y de recursos y condenados a vivir en condiciones de pobreza infrahumana.

Pese a la represión que sufrieron a manos de los colonizadores, los indígenas hondureños dejaron un legado de rebeldía y resistencia que persiste en la sociedad actual. La historia nombra a Mota, Entepicá y Lempira como los tres grandes protagonistas de las mayores hazañas bélicas que enfrentaron los grupos étnicos mesoamericanos.

En tiempos de la conquista española Mota lideró a los caciques lencas que defendieron de los españoles el Cabo Gracias a Dios; Entepicá fue cacique de Piraera y Señor de Cerquín; mientras que Lempira organizó una guerra de resistencia que duró cerca de 12 años y que terminó con su muerte en 1537.

Diezmados por las enfermedades, las guerras y la brutal conquista y colonización, los pueblos originarios padecieron la derrota, pero con el paso de los siglos su lucha continuó. Aún viven en las zonas más pobres y atrasadas del país, y su acceso a las oportunidades es infinitamente más reducido que el del resto de la población.

Las comunidades se ubican en las áreas rurales y el mapa nacional de la pobreza califica a todas las etnias indígenas y afro-antillanas como el sector más pobre de Honduras. La historiografía centroamericana demuestra que la situación social de los indígenas se deterioró cada vez más, con la falta de compromiso de los gobiernos de turno, responsables del proceso de desintegración y de la violación de sus derechos sobre la tierra.

Hasta el idioma fue olvidado. De la lengua Lenca, que según el lingüista costarricense Adolfo Costenla tiene raíces en el chibchano con influencia del náhuatl, y de las lenguas mayas yucateco y chol, sólo se utilizan algunas palabras acompañadas del antiguo acento que impregnaron a generaciones posteriores los ancestros mesoamericanos.

En la actualidad, la situación económica de los pueblos autóctonos se caracteriza por ingresos mínimos, desempleo y subempleo debido a su bajo nivel de educación y formación profesional, y una inserción forzada al mercado en condiciones de dependencia como asalariados o pequeños productores agrarios.

Se estima que el 70 por ciento de las casas indígenas y garífunas son de techo vegetal, pese a lo cual resultan ignorados por los gestores de proyectos habitacionales. De igual modo, el 60 por ciento de las comunidades carece de acueductos y programas de saneamiento, por lo que deben consumir agua de ríos, riachuelos y pozos.

A pesar de ser los pueblos con más agua natural a su disposición, las comunidades de los tawahkas y los misquitos son las que menos acceso tienen al agua potable. Datos recientes señalan, además, que presentan condiciones críticas de insalubridad por la existencia de factores de riesgo y el déficit de servicios sanitarios.

Como en la época de la conquista continúan diezmando a estos grupos étnicos enfermedades como el parasitismo intestinal, infecciones respiratorias agudas, de la piel y del tracto urinario, síndrome anémico, gastritis, diarreas, faringoamigdalitis, malaria, otitis, leishmaniasis o lepra de montaña, mal de Chagas, tuberculosis y ahora VIH sida.

Por su parte, el porcentaje de analfabetismo en las zonas habitadas por ellos se estima en 23 por ciento, lo cual hace de la situación de escolaridad un problema crítico. En tanto, sus fuentes de ingreso son todavía las labores agrícolas y ganaderas, relacionadas con cultivos de diferentes tipos (granos básicos como maíz y frijol, hortalizas, cultivo de café, extracción de resina de liquidámbar), crianza y engorde de ganado bovino, equino y porcino y gallinas.

Ante la situación descrita, el movimiento indígena y negro de Honduras inició un proceso organizativo en la década de los 70 del pasado siglo, con la integración de la Asociación de Estudiante Misquitos de Gracias a Dios y otras organizaciones.

A través de ellas, los pueblos autóctonos han entrado en una dinámica de búsqueda y aplicación de las mejores estrategias para asegurar la atención del gobierno, defender los recursos naturales de que disponen y promover el respeto hacia la Madre Tierra o Pachamama.

En esta concepción el indígena que habita en territorios culturalmente diferenciados tiene una forma de vida que gira alrededor de la madre naturaleza, y entiende como ningún otro que existe un equilibrio natural entre la tierra y los demás recursos.

Por ello, el Corredor Biológico Mesoamericano, una franja de tierra de más de 768 mil kilómetros cuadrados, es una zona de vida donde habitan en armonía con la naturaleza más de medio millón de indígenas y garífunas y es además el territorio ancestral donde convergen sus sitios ceremoniales y sagrados.

Pero el mayor desafío que hoy enfrentan los descendientes de las poblaciones originarias mesoamericanas es afianzar su organización para conservar esta herencia ancestral y defenderla de la avidez del capitalismo global.* La autora es periodista de la Redacción Centroamérica y Caribe de Prensa Latina.

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