La Conferencia de la ONU sobre el Desarrollo Sostenible / Río +20 propone discutir tres temas: evaluación del cumplimiento de los compromisos acordados en Río en 1992, la economía verde y la arquitectura institucional para el desarrollo sostenible. Por lo tanto, será un escenario de evaluación de los éxitos y de los fracasos de las últimas dos décadas y también de identificación de una nueva agenda de luchas por delante.
El contexto de Río + 20: Fragilidad del sistema de NN.UU. en un escenario de crisis múltiple
Los seres humanos y el planeta están experimentando múltiples crisis que ponen en tela de juicio el futuro de la humanidad. Ni la ONU, ni los gobiernos, encarcelados en el pasado, están actuando en consonancia con la gravedad del proceso de deterioro acelerado en curso.
Las organizaciones de la sociedad civil global, que se han estado reuniendo de manera independiente en lugares como el Foro Social Mundial y en procesos y luchas permanentes que conectan lo local y lo global, en los eventos paralelos a las conferencias de la ONU, las reuniones del G-20 y de las instituciones financieras multilaterales que se reunirán en Río de Janeiro tienen el reto de fortalecer y continuar la lucha por otro mundo y presionar a los gobiernos y a las instituciones del sistema internacional para que actúen con eficacia.
La constitución de este movimiento global se intensificó a partir del
Foro Mundial, en particular desde el Foro Internacional de ONGs, realizado en paralelo a Río 92. En 2012, la evaluación del estado de las luchas y los logros globales también estará en el orden del día.
La Conferencia celebrada en Johannesburgo por el aniversario de los 10 años de Río 92, la Conferencias de las Partes (COPs), la insignificancia del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la impotencia de la ONU para hacer frente a catástrofes humanitarias demuestran la incapacidad del actual sistema internacional para hacer frente a los retos que el futuro requiere y hacer cumplir los acuerdos del ciclo de conferencias a partir de Río 92.
Las COPs a cargo de implementar las decisiones de los Convenios sobre Diversidad Biológica, Desertificación y Cambio Climático demuestran esta afirmación. La biodiversidad es históricamente asociada con los pueblos indígenas, las poblaciones tradicionales y los campesinos, pero a pesar del reconocimiento de su papel en la teoría, ellos son sistemáticamente privados de sus derechos, e incluso son expulsados de sus territorios.
Cada vez más, el enfrentamiento a la desertificación no está a la altura de los retos que presenta el tema; lo mismo ocurre en relación a la migración forzada. Y la crisis climática, a su vez, es objeto de apropiación por el mercado para generar ganancias. El saldo de los compromisos asumidos en las conferencias sobre los derechos humanos, mujeres, el desarrollo social y Hábitat también no deja ninguna duda acerca de la brecha entre las declaraciones de compromisos y los hechos.
Del desarrollo sostenible a la economía verde: el reciclaje de un modelo insostenible
En una contradicción irreconciliable, la Conferencia de Río 92, al mismo tiempo que reconoció la grave crisis ambiental del planeta -en particular en relación con la biodiversidad y el clima – y la responsabilidad de los países industrializados, afirmó la primacía de la economía como motor del desarrollo, bautizado entonces de “sostenible”. De manera subrepticia, estos gobiernos y las propias Naciones Unidas reconocen el poder de la economía capitalista por encima de la política, o más bien, como motor de la política. Consagraron el término "desarrollo sostenible" que fue rápidamente apropiado por la economía dominante y, por consiguiente, vaciado de su potencial reformador.
En lugar del vaciado término de desarrollo sostenible, la agenda de Río + 20 busca presentar la "economía verde " como una nueva fase de la economía capitalista. A través del mercado verde, un nuevo ambientalismo, fundado en los negocios verdes, propone la asociación entre las nuevas tecnologías, soluciones por el mercado y la apropiación privada del bien común como una solución a la crisis planetaria.
Este reciclaje del modus operandi clásico del capitalismo, de sus modos de acumulación y expropiación, constituye una grave malversación de profundas consecuencias. Da nueva vida a un modelo impracticable y ofrece como utopía solamente la tecnología y la privatización. Evita que se tome conciencia de la crisis que enfrentamos y de los dilemas reales que está viviendo la humanidad. Por lo tanto, impide que nuevas utopías sean formuladas y alternativas de civilización construidas.
Debemos cuestionar lo que el desarrollo sostenible y la economía verde están contribuyendo a la protección y garantía de los derechos humanos. El mercado deja su defensa a los gobiernos y la ONU, que mantienen la retórica de los derechos humanos, incluyendo en su ámbito el derecho al agua; pero sin los medios ni la voluntad política para ponerlos en práctica.
Se vuelven cada vez más a las intervenciones humanitarias, que tienden a sustituir la promoción de los derechos. Con poder sólo normativo, los compromisos acordados en el ámbito de las Naciones Unidas son atrapados por el poder de sanción y represalias de instituciones como la OMC, el FMI y el Banco Mundial. Dada la incapacidad de la NNUU, por una parte, y el poder de las instituciones multilaterales que sirven a los intereses de las corporaciones por el otro, el resultado es que los gobiernos y las políticas públicas y democráticas pierden cada vez más espacio para acuerdos y políticas que ofrecen nuestro futuro para el sector privado y, en su versión más reciente, a la economía verde.
El mundo está bajo la hegemonía del capital. Este no tiene otra visión de futuro que la promesa de un desarrollo ilusorio, depredador del medio ambiente, violador de los derechos humanos y excluyente de los países y poblaciones. La ideología del desarrollo, entendido como crecimiento económico que alimenta la expansión de patrones insostenibles de producción y consumo, ha penetrado profundamente en el imaginario y la cultura de todas las clases sociales, en el Norte y el Sur, direccionando incluso las acciones de los gobiernos elegidos en los países del Sur, con un mandato para iniciar transformaciones, pero que, sin embargo, no pueden construir una nueva correlación de fuerzas capaces de impulsar el cambio y tampoco logran acumular reflexión y poder político hacia nuevos paradigmas.
Los Estados dominantes, a lo largo de dos siglos, y con más intensidad en las últimas décadas, han promovido la globalización de la economía. Las guerras coloniales, la ocupación de los territorios y la esclavitud han sido sustituidas hoy por los acuerdos bilaterales e instancias multilaterales que cumplen el mismo papel de subyugar y subordinar los países del Sur a su poder. Por lo tanto, han impuesto al mundo un modelo, técnico y económico, de producción y consumo sostenido por la explotación del trabajo, la sobreexplotación de los recursos de la naturaleza y la explotación de otros países.
Si la explotación humana y de los países puede perpetuarse, a pesar de los tremendos conflictos que resultan en la exclusión, la explotación de la naturaleza muestra sus límites y comienza a afectar a la reproducción del capital, directa e indirectamente, cuando enfermedades, la disminución de la calidad de vida y desastres empiezan a levantar sospechas y socavar la base de sustentación del modelo.
La crisis que surgió en 2008, inicialmente en el sistema financiero, no deja ninguna duda en cuanto al carácter profundo de sus raíces, lo que muestra la ruptura de la legitimidad y de la sustentación económica, social, ambiental y político de reproducción del modelo actual. La crisis actual pone de manifiesto la pérdida de la hegemonía del concierto de poder que se perpetúa desde el final de la Segunda Guerra Mundial y de las instituciones internacionales que le dan sustentación económica y políticamente.
La crisis abre así lagunas de lucha por la democratización del sistema internacional. Las nuevas e inestable coaliciones entre los países, no más cristalizadas en las divisiones Norte-Sur, son síntomas de un escenario político mundial en movimiento.
Río + 20 puede ser un importante punto de impulso para una nueva correlación de fuerzas y una nueva agenda global, ofreciendo a los movimientos sociales, organizaciones populares, movimientos de pueblos tradicionales y originarios, sindicatos, organizaciones de la sociedad civil que tratan de reflexionar o expresar los deseos de amplios sectores de la población mundial, la oportunidad para reiterar su protesta y su cuestionamiento de las direcciones dadas para el futuro del mundo por las corporaciones, las instituciones y los países dominantes, acompañados por la gran mayoría de las élites políticas y económicas, diseñar sus utopías y formular, con más consistencia, las alternativas que imaginan.
Río + 20 y la construcción de alternativas
Río +20, como un evento mundial, nos permite salir de nuestras fronteras; abrirnos a la solidaridad universal, ir más allá de los particularismos, buscar puntos comunes de observación, que nos mueva y que haga que nos encontremos de muchos lugares alrededor del mundo. Pero eso con la condición de que nuestra referencia esté en nuestros pueblos, poblaciones marginadas y excluidas, con quienes compartimos las aspiraciones de una sociedad cuyo pilar de sustentación sean los derechos y la justicia social y ambiental.
No tenemos todas las respuestas, pero tenemos la responsabilidad de buscarlas, entre lo deseable y lo posible. Pero incluso lo posible no se llevara a cabo sin que sea portador de las utopías que restauran los lazos entre los seres humanos y la naturaleza en el campo y en la ciudad. Por lo tanto, requiere un cambio completo de paradigmas que definen la civilización occidental. Requiere otras formas de organización de las sociedades que los Estados-Naciones, otras formas de democracia que la democracia parlamentaria, otras economías que la economía capitalista, otra mundialización que la del mercado, otras culturas que las impuestas por los EE.UU. Escucharlos con atención puede ayudarnos a encontrar los caminos del futuro y formular nuevas utopías para motivar a la humanidad, en particular la juventud.
Se están desarrollando en todo el planeta, cientos de miles de alternativas que pueden ser las semillas de la construcción de nuevas utopías:
– Millones de campesinos, sin-tierras, pueblos indígenas y otros grupos tradicionales resisten y luchan por la Reforma Agraria, la agroecología, por el definitivo dominio de sus tierras ancestrales. Con el apoyo de tecnologías apropiadas, ellos pueden garantizar la soberanía y la seguridad alimentaria y nutricional del planeta y contribuir de manera decisiva al mantenimiento de la biodiversidad, del agua y a la mitigación y adaptación al cambio climático. Sugieren una alternativa al modelo de agricultura y la ganadería dominante, que causan la destrucción de los ecosistemas y de la biodiversidad, que contribuyen en gran medida al efecto invernadero y el envenenamiento del agua, del suelo y de las personas.
– Experiencias de economía solidaria y de fortalecimiento de los mercados locales contribuyen a la reducción del consumo de energía reduciendo las líneas entre la producción, distribución y consumo, favoreciendo las micro, pequeñas y medianas empresas que ofrecen empleos, en contraposición a la circulación de mercancías en el mundo y la deslocalización permanente de las empresas y los avances tecnológicos, que no reducen el consumo de energía y de materias primas y producen desempleo.
– La lógica de la economía no debe ser la de ganancias, sino la de garantizar condiciones de vida dignas para las poblaciones. Se fortalece una economía solidaria que lucha contra la economía dominante que excluye a la gente. En las ciudades, campos y bosques del sur del mundo, la mayoría de los trabajadores y trabajadoras que se encuentran en la economía informal, olvidados por la macroeconomía, inventan una microeconomía en parte sucedánea y competidora de la economía formal, en parte innovadora.
– Reconstitución de un tejido urbano descentralizado e interiorizado, nuevas políticas de vivienda urbanísticas, de saneamiento y de transporte colectivo. Estas propuestas tienen por objeto corregir el desequilibrio en las ciudades y metrópolis, que se han convertido en plataformas de exportación rodeadas de enormes aglomeraciones de pobreza y miseria, que sumadas al desequilibrio en la ocupación humana de los espacios nacionales y regionales, hacen de esas ciudades, y dentro de ellas, las clases populares, las primeras víctimas del cambio climático.
La construcción de alternativas y la arquitectura institucional
La escala global de poderes impide el avance de la emancipación humana en términos del ideal inscripto en los pactos y convenios internacionales. Por lo tanto, avanzar en estos y otros mecanismos alternativos implica cuestionar los paradigmas de las instituciones y actores internacionales que apoyan el modelo actual. Esto no quiere decir que creemos en un cambio repentino y radical en la economía mundial. Se debe pensar necesariamente en la convivencia, en transición en el mediano y largo plazos. Esta transición será hecha menos por la reforma interna de las instancias actuales de intervención en la economía, que trataría de reorientar sus estrategias, métodos y prioridades, y más por la construcción de nuevos espacios, nuevas instituciones que no están contaminados por su pasado, pero abiertas a una nueva correlación de fuerzas y nuevas agendas. Las instancias actuales van a seguir siendo presionadas a actuar y a reformarse, pero hay que esperar que pierdan progresivamente su importancia cuándo y porque a su lado se creará algo radicalmente nuevo que crecerá económica y políticamente como un contrapeso.
Para que esto ocurra hay que mirar el proceso hacia Río +20 como una oportunidad para invertir en la acumulación de fuerzas, en la base de la sociedad, capaz de competir por una nueva hegemonía. Después del ciclo de auge del movimiento contra-hegemónico iniciado en Seattle y que se expandió con el Foro Social Mundial, y la disminución relativa que las movilizaciones de masas han experimentado en los últimos años, Río +20 se plantea como una posibilidad de rearticulación y promoción de una iniciativa política a nivel mundial.
Ésta es la visión que guía y delimita nuestra voluntad de participar en el proceso que nos llevará a Río + 20. Sobre la base de ella, nos unimos al llamamiento del grupo facilitador brasileño creado por un conjunto de colectivos que se resumen en esta frase:
“Corresponde a la sociedad civil organizada llamar la atención del mundo sobre la gravedad del estancamiento experimentado por la humanidad, y la imposibilidad del sistema económico, político y cultural dominante de apuntar soluciones y conducir salidas a la crisis. Pero también es su responsabilidad, afirmar y demostrar otros caminos posibles”.
* Documento de posición de FASE elaborado por Jean Pierre Leroy, Fátima Mello, Julianna Malerba, Maureen Santos, Melisanda Trentin, Letícia Tura y Jorge Eduardo Durão.