La Batalla del Rosebud

El ejército yanqui planeó una campaña contra los llamados «indios hostiles», es decir, aquellos que se negaban a entrar en las llamadas reservaciones y continuaban con su ancestral sistema de vida al aire libre y absoluta independencia.
Estas tribus de sioux, cheyennes, shoshones y sans arcs estaban establecidas en el territorio suroriental de Montana; entonces el Departamento de Guerra autorizó al general Phil Sheridan, comandante de la División Militar de Missouri, a iniciar su ofensiva en la primavera de 1876.
Los yanquis enviaron al general George Crook, desde el sur, y al coronel John Gibbon, del oeste, mientras completaban la operación los generales George Amstrong Custer y Alfred Howe Terry, que venían a marchas forzadas por el este; estas columnas eran de las más experimentadas del Ejército de los Estados Unidos.
En la luna en que se echan los gansos (abril), a medida que el tiempo se hacía cálido, las tribus se movieron al norte en busca de caza salvaje y pastos frescos para los caballos, se fueron reuniendo en campamentos de tipis a orillas del río Tongue y allí los exploradores llevaron el rumor de la inminente ofensiva de las tropas de Washington.
A principios de la luna de hacer grasa (mayo), los sioux hunkpapas y otros grupos hermanos realizaron la danza anual del Sol; cuando se había reunido una cifra apreciable de indígenas, el gran líder Toro Sentado, Tatanka Yotaka, llamó a enfrentar la agresión de los soldados y les garantizó que de ellos sería la victoria.
Su amigo y mejor discípulo, el sioux oglala Caballo Loco, Tashunka Witko, al enterarse de este llamado pidió a los guerreros estar listos para un próximo combate.
En junio, unos cazadores cheyennes divisaron al suroeste la columna de unos mil 100 soldados dirigida por Tres Estrellas Crook, como le decían los nativos al oficial norteamericano en el valle del río Rosebud, un afluente del Yellowstone.
Se enviaron mensajes a las aldeas: los jefes se reunieron en un Gran Consejo que decidió organizar un cuerpo de guerreros bajo el comando de Toro Sentado y Caballo Loco.
Cerca de mil 200 combatientes sioux y cheyennes, incluidas varias mujeres, formaron la partida que salió en busca del enemigo, y luego de descansar un día marcharon de noche a través de las montañas hasta llegar a orillas del río Rosebud.
Allí se desplegaron sigilosamente, mientras los exploradores se acercaban a vigilar el campamento de Crook.
Al amanecer del 17 de junio de 1876, la armada yanqui emprendió la marcha hacia la zona de las aldeas con el objetivo de destruirlas y exterminar a sus pobladores.
Sin embargo, en el camino iban a tropezar con los guerreros de Toro Sentado, llevados a la liza por Caballo Loco y su lugarteniente, el cheyenne, conocido como «Jefe que se pone a la vista».
Caballo Loco había preparado nuevas tácticas que iba a probar contra los Casacas Azules; las tropas de la Unión, al ver a los pieles rojas, formaron un frente compacto con los tiradores de infantería y lanzaron a la caballería contra los jinetes indígenas.
Estos, en cambio, aguardaron el choque inmóviles en una larga línea e hicieron algunos disparos con sus anticuados rifles.
Ya los caballos yanquis se les echaban encima, cuando la línea de jinetes nativos se abrió en dos columnas paralelas a la caballería de los blancos para atacar inesperadamente los flancos enemigos.
Tal contraataque fue fulminante: los agresores sufrieron muchas bajas de inmediato por los efectos de flechas, hachas y lanzas, y la formación clásica de los yanquis no pudo mantenerse ante el empuje de los sioux.
La contienda, que pensaban liquidar con una sola carga, se convirtió en una prolongada batalla de desgaste, caracterizada por la movilidad de los jinetes indígenas, disparos que venían de todas direcciones y combates singulares cuerpo a cuerpo, donde eran más efectivos los hombres de Caballo Loco, estimulados por la presencia de sus caudillos en medio de la acción.
Mientras esto sucedía, los cheyennes, con «Jefe que se pone a la vista» al frente, cargaron contra la infantería yanqui para impedir la ayuda a la caballería en apuros, muchos cayeron al sufrir los efectos de los fusiles de tiro rápido, entre ellos el líder del grupo.
Su caballo había sido mortalmente herido pero él solo tenía un rasguño; se puso en pie, lanzó un par de flechas, comenzó a pelear con su hacha, y ya iba a ser blanco de los Springfields cuando se le acercó un mustango conducido por una muchacha…
El guerrero se trepó a las ancas y ambos jóvenes escaparon entre el humo y las balas, como si los hiciera invulnerables el poder del Gran Espíritu de los indígenas.
La heroína cheyenne era la hermana del «Jefe que se pone a la vista»; se llamó «Mujer del camino de la Ternera del Búfalo» y era tan buen guerrero como el que más en la tribu.
Durante la fase final del largo encuentro, Toro Sentado guió a sus guerreros con la maestría de un militar de academia, inspiró el coraje y la eficacia de las huestes de Caballo Loco pues tenían a los soldados en tres combates separados y les impedían actuar de forma coherente.
La confusión de los atacantes era grande; la rapidez de las cargas y los giros de los sioux, quienes se dispersaban y reunían con una habilidad que los desconcertaba, les impedía utilizar la ventaja de los fusiles.
El jefe oglala no les dio un instante de reposo; sus ataques batieron al prepotente rival que, convencido de su fracaso, optó por tocar el clarín de la retirada y volverse al sur.
Al ponerse el Sol, Caballo Loco y Toro Sentado quedaron dueños del campo, habían ofrecido un buen combate a Tres Estrellas Crook y le habían derrotado; la batalla del Rosebud constituyó una gran victoria de sioux y cheyennes, y un triunfo histórico para los pueblos originarios.
En las aldeas hubo alegría, ese verano la caza fue abundante y a la luz de las hogueras, los guerreros contaban las hazañas de «la batalla donde la muchacha salvó a su hermano», emblemático eslabón de la cadena de acontecimientos de más de medio milenio de resistencia indígena.

* Especialista de la Delegación de La Habana del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA). Colaborador de Prensa Latina.

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Fobomade

nohelygn@hotmail.com

1 comentario

Enrique Toloza Mar 05, 2022

Excelente descripción. Seguramente los publos originarios convivian mejor con la Naturaleza, su relación con el hombre blanco los hizo personas mas violentas ya que los primeras vínculos con los conquistadores habían sido amistosas.

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