La particular conjunción entre tecnología, trabajo y territorio representa la expresión concreta para plasmar la ecuación mencionada en el ámbito de la producción social de la existencia, teniendo siempre en cuenta que en la tecnología están implicados la producción, la reproducción, el trabajo y las relaciones sociales presentes en ambas. Esta conjunción se inserta de una manera cada vez más profunda en las definiciones que atañen a la competencia internacional y constituyen pilares fundamentales en el proceso de construcción de hegemonía.
La producción siempre renovada de paradigmas tecnológicos interactúa de manera estrecha con el proceso de diseño de nuevas geografías y la transformación-creación de nuevos espacios en donde el capital puede ejercer libremente sus capacidades de dominio. Estos nuevos espacios, si bien se expresan primariamente desde un punto de vista territorial, implican obviamente un entramado de relaciones políticas, económicas, socioculturales e ideológicas, que definen un determinado patrón de apropiación de recursos que determinan el nivel de participación de los sectores dominantes en la distribución de los beneficios.
Así, las disputas internas al capital se expresan cada vez más fuertemente en los terrenos relativos a la carrera por el desarrollo tecnológico y a la búsqueda de espacios, tanto en la extracción de los recursos-insumos como en la construcción de mercados en donde colocar los nuevos productos. De esta manera, mientras la naturaleza continúa constituyendo la fuente fundamental para lo obtención de las materias primas, los territorios libres (liberados) para el capital (es decir, «cercados» para aquellos intereses y sectores no ligados al capital) constituyen el soporte físico-espacial indispensable para localizar la extracción de naturaleza (transformándose así la ecosistémica y biodiversa naturaleza en nada más que «recursos naturales»). Sin estos insumos indispensables, la explotación del trabajo para la obtención de la plusvalía (poniendo en marcha así el proceso de producción y reproducción de la vida moderna) sería imposible.
Es esta definición de vida moderna centrada en la sociedad industrial de mercado la que se ha encargado de eliminar cualquier objetivo más allá de la satisfacción inmediata de necesidades, haciendo que los elementos materiales de confort sean los únicos fines que quedan por conseguir, olvidándose absolutamente de que sólo son medios. El mundo que surge como resultado de esta razón pragmática es aquél en donde todo sirve para algo y tiene que ser útil para ser reconocido como real. Sólo los medios tienen un racional derecho a existir, «la transformación total del mundo en un mundo más de medios que de fines es en sí consecuencia del desarrollo histórico de los métodos de producción» ( Horkheimer , 1969:111).
Métodos de producción basados en un predominio tal de la técnica, que tiene como resultado la instrumentalización universal del mundo, tanto de los hombres como de la naturaleza, desechando de él todo lo que se vincule con algún fin último y que se origine en una particular comprensión de la razón que la define como un esquema pragmático de carácter instrumental. Esta sociedad industrial, al convertir los medios en fines, lo que hace es transferir el centro de gravedad de todo valor desde el acto a la potencia, de la forma a la materia, del valor añadido al material.
Este materialismo se sustenta en el contrasentido de valorar los materiales por encima de la forma final cuya realización en ellos les daría su verdadera riqueza. Es decir, cosas que no tienen otro valor que el instrumental. Es esta racionalidad instrumental la que pone de manifiesto el proceso de alienación social y socio-ecológico de la sociedad moderna. Así, racionalidad instrumental es sinónimo de alienación. Es la misma razón ilustrada la que por la regresión ontológica del egoísmo individualista moderno se transforma en razón instrumental, perdiendo así todo su potencial liberador (Horkheimer y Adorno, 1969).
En este contexto, al dejar la naturaleza de ser algo diferente, temido y reverenciado, se convierte en el medio de la propia realización del hombre, que usa a la naturaleza para su propia autoafirmación bajo la premisa de un progreso material sostenido hacia el infinito (Galafassi, 2006).
Razonar se convierte en conocer para dominar. La naturaleza es el refugio que el hombre encuentra y transforma para guarecerse de ella misma. La naturaleza le brinda los elementos que le aseguran al hombre mayor libertad frente a las fuerzas naturales que hasta el momento no era capaz de controlar. Pero esta transformación de la naturaleza que no tiene límites se vuelve contra sí misma y contra el hombre, pasando de una primera imagen confortable (una naturaleza que entrega todos sus recursos al servicio del confort humano) a una segunda aterradora (una naturaleza, que degradada por la propia acción humana, ya no puede brindar confort y se vuelve hostil), todo inscripto en un mismo proceso autoalimentado y construido sobre el mismo fundamento ontológico: la mediatización del mundo a través de una razón que lo instrumentaliza para la dominación constante del hombre sobre la naturaleza. Y este dominio absoluto es el límite de la razón ilustrada que lleva indefectiblemente a la catástrofe, en donde la razón se niega a sí misma y se hace instrumento de su propio proceder.
Esta instrumentalización de la razón emergió y evolucionó dialécticamente con el gran proceso de transformación material dado en la modernidad, posible gracias a los cambios importantes que se dieron en la organización del trabajo, al pasarse de un trabajo artesanal simple a una alta especialización con la incorporación de los correspondientes cambios tecnológicos, e incrementarse, así, los niveles de explotación tanto de la propia fuerza de trabajo como de la naturaleza. Esto, a su vez, se articula con un aumento en la utilización de energía no humana, lo que ha permitido aumentar la productividad y a partir de allí generar un excedente por sobre lo necesario para reproducir la fuerza de trabajo. Este excedente ha favorecido la acumulación de instrumentos de producción que incorporan el cambio tecnológico y un creciente insumo energético, lo que a su vez vuelve a aumentar la productividad del trabajo, que permite una nueva expansión del excedente, y así sucesivamente.
Pero es esencialmente Marx (1988) quien, además de haber descrito profundamente la relación capital-trabajo, ha vislumbrado la articulación hombre-naturaleza en el proceso de trabajo y producción (aunque sin hacer ver los mecanismos de alienación presentes), inscribiéndolo dentro de la lógica de dominación de elementos tanto del mundo natural como social. Precisamente para este autor, «el trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. El hombre se enfrenta a la materia natural misma como un poder natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida. Al operar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior a él y transformarla, transforma a la vez su propia naturaleza. Desarrolla las potencias que dormitaban en ella y sujeta a su señorío el juego de fuerzas de la misma» (Marx, 1988:215).
El trabajo, entonces, es el nexo material en donde se reúnen y sintetizan el dominante accionar del hombre con el funcionamiento de la naturaleza. Es una relación fuertemente dinámica, de permanente intercambio e interacción. La sociedad modifica y es modificada, la naturaleza sufre cambios, pero a la vez reacciona transmitiendo esos cambios. El hombre administra un intercambio de materias con la naturaleza. Asimila lo que la naturaleza le brinda a través de la puesta en juego de sus capacidades corporales, su fuerza y habilidad, su intelecto e imaginación, con herramientas o máquinas, apropiándose y transformando materia para convertirla en un objeto útil a sus necesidades. Esta naturaleza modificada, a su vez, configura un nuevo entorno que actúa sobre el hombre creando nuevas condiciones. El trabajo es entonces el conjunto de acciones que ejerce el hombre con su capacidad física e intelectual, en forma directa o mediada por instrumentos, sobre la materia, cuyos efectos a su vez lo modifican. Pero esta definición abstracta del trabajo como nexo con la naturaleza debe ser contextuada para cada situación particular. Es necesario hacer referencia a la variedad de formas que adquiere el trabajo de acuerdo con las sociedades, las culturas, las civilizaciones y los procesos de producción.
El proceso de trabajo es desarrollado por individuos que se mueven en un tejido social que dicta normas y valores. De aquí la división del trabajo en la sociedad capitalista moderna en donde la especialización lleva a muy diferentes maneras de mediación entre sociedad y naturaleza. Las maneras de desenvolverse y proceder en la apropiación de los recursos naturales seguirán pautas acordes al grupo social y al contexto económico y político en que se efectúa la acción.
Con el desarrollo de las formas productivas los procesos de mediación fueron creciendo y haciéndose más complejos. La separación de la naturaleza se hizo cada vez más intensa, creándose un ambiente humano predominantemente configurado por estructuras de origen socio-cultural.[1] La producción y reproducción en la sociedad se escalonó en diversos mecanismos interconectados. La producción material en la sociedad moderna consiste en una cadena de procesos de trabajos sucesivos y/o simultáneos, en donde los componentes de la naturaleza intervienen como tales sólo en algunos eslabones de la cadena, generalmente en el inicio. Es así que el «extrañamiento» de la naturaleza parece estar a la orden del día y es así que aparecen diferentes «servicios» para reencontrarse (vía los mecanismos del mercado, obviamente) con el mundo natural.
Naturaleza, producción y territorios extractivos
El proceso de producción basado en el reinado del capital insume más que ningún otro no sólo a la naturaleza en forma de recursos naturales sino el territorio mismo, en tanto sostén complejo de todas las actividades de extracción, producción, intercambio y reproducción de la vida social. Es la propia «lucha civilizatoria» la que se despliega en la construcción y uso de este «territorio moderno», dando lugar a una conjunción dialéctica de variables, es decir a un territorio complejo en tanto necesariamente debe romper con una definición mecanicista que privilegia sólo el espacio físico desplegado como soporte inmanente de las actividades. Así, espacio material y espacio simbólico son dialécticamente sostén y creación de la historia y la cultura, al mismo tiempo que de ellos emana también el proceso de construcción de utopías colectivas y alternativas societales.
En estos territorios complejos, incluso la histórica división entre lo rural y lo urbano se va desdibujando cada vez más, por cuanto a medida que crece la capacidad de aporte de capital, la posibilidad de transformación territorial es mayor así como la «fricción del espacio» disminuye sus costos. Lo urbano es relativamente cada vez más rural (vía desconcentración y acercamiento a una naturaleza más o menos construida) y lo rural asume cada vez más ciertos parámetros de lo urbano, especialmente en lo referente a la abrumadora aportación de tecnología compleja que imprime un alto proceso de modificación del paisaje, de los ritmos de vida, y que fundamentalmente define un patrón de desarrollo cuyo eje lo marcan los grandes centros de concentración del capital mundial, actuando por tanto los territorios periféricos fundamentalmente como soporte complejo del proceso extractivo-productivo de insumos para las economías de alto nivel de consumo.
Es entonces que la historia del desarrollo de los países latinoamericanos ha sido definida primariamente por la ecuación capital-recursos naturales, por cuanto emergieron al mundo moderno con un papel predominante de dadores de materias primas, ya sea recursos minerales o agropecuarios. La particular conjunción entre tecnología y territorio constituye un eje clave de la actual competencia internacional a la vez que pilar fundamental en el proceso de construcción de hegemonía. Las disputas internas al capital, disputas por el grado de participación en la distribución de los beneficios, se expresan cada vez más fuertemente, tanto por el desarrollo tecnológico como en la carrera por la búsqueda de espacios, ya sea para la extracción de los recursos-insumos como para la construcción de mercados de consumo.
Si la propia acumulación originaria se basó en el proceso de apropiación de tierras y recursos para convertirlos en la matriz esencial de arranque del sistema capitalista de producción, su evolución posterior no estuvo tampoco ajena a esta ecuación apropiatoria. Es que la acumulación basada en la predación y la violencia sin disimulo son una de las claves del desarrollo moderno que permiten expandir en un crecimiento incesante el espacio del mercado moderno de tal manera de avanzar en el proceso de mundialización, es decir de instrumentalización de la existencia.
Esta acumulación en un sector (clase social y territorio), mediada por la desposesión de otro adquiere entonces en la actualidad una evidente visibilidad, cuando el agotamiento de muchos recursos está llamando la atención incluso al propio capital[2]. Todo el tercer mundo entonces, incluida América Latina obviamente, se reconvierte una vez más (luego de los fallidos intentos de industrialización y liberación nacional de los ´50 y ´60) en casi nada más que oferente de espacios y territorios rurales para la extracción de hidrocarburos, minerales, biodiversidad y alimentos bajo la clásica fórmula de la división internacional del trabajo, enunciada oficialmente como el aprovechamiento de las oportunidades en base a las ventajas comparativas.
Es así que se viene definiendo toda una serie diversa de recursos estratégicos que se relacionan dialécticamente, por cuanto por un lado son aquellos que la dinámica global del capital define como recurso demandado en un momento histórico determinado y por otro como aquellos que las condiciones ecológicas regionales determinan como aptos para ser producidos o extraídos en cada lugar. El caucho es un ejemplo histórico en la América Tropical. Más contemporáneo, la explotación de los hidrocarburos y de minerales no deja de generar conflictos socio-políticos y territoriales, donde entran en juego intereses geoestratégicos norteamericanos, capitales multinacionales de base europea y gobiernos con orientación popular-reformista.[3] Sin ir más lejos, es importante no dejar pasar los importantes conflictos geopolíticos derivados por la posesión de los yacimientos de gas y petróleo en las recientes historias de Venezuela y Bolivia,[4] más la llamada Guerra del Agua, también en Bolivia,[5] o las más recientes disputas en torno a la potencial energía hidroeléctrica de los ríos patagónicos, los cuales muestran de forma elocuente lo central de esta cuestión.
Primordial es también mencionar el proceso creciente de sojización de América del Sur, que arrasó con ecosistemas, agrosistemas y culturas, constituyéndose no sólo en la extracción de un recurso en base a su «oportunidad» en términos de su demanda por las naciones más industrializadas (alimento de ganado y biodiesel) sino que también en la aplicación de la tecnología más concentrada y asociada a fuertes niveles de dependencia. Alienación socio-ecológica e instrumentalización de la razón están en la base y las consecuencias de todos estos procesos.
Acumulación, nuevos cercamientos y naturaleza
Resultará entonces útil retomar y rediscutir las tesis sobre la acumulación primitiva del capital (acompañando tendencias contemporáneas que se tratan más abajo), por cuanto en ésta está fuertemente presente la estrategia de la apropiación salvaje y por la fuerza tanto de las vidas humanas como del territorio y sus recursos ?aunque esto siempre vaya acompañado por un proceso de legitimación ideológico, político y hasta jurídico?. En sus formas más clásicas se situaría en un supuesto «estado originario» o en todo caso como algo «externo» al sistema capitalista. De esta manera, en Marx, la acumulación «primitiva» u «original» ya tuvo lugar en los inicios de la era capitalista, siendo la propia actividad minera una de sus aristas más notables.
«El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales de la acumulación originaria» (K. Marx, El Capital, cap. XXIV) Su preocupación fundamental fue entonces la acumulación bajo la forma de reproducción ampliada, con un mercado consolidado en donde reinan la propiedad privada y la igualdad jurídica que aseguran una «paz de mercado», según el credo, tanto de los economistas clásicos como de los actuales neoliberales. Pero para Marx este proceso sólo llevaría a una mayor explotación social, una mayor desigualdad y a reiteradas crisis de sobre-acumulación.
Para Rosa Luxemburgo a su vez, el curso histórico del capital se nutre de dos procesos ligados orgánicamente. Por un lado, «paz, prosperidad e igualdad» que son el reino de la producción de plusvalía y del mercado de mercancías que esconden su verdadero ser de apropiación de lo ajeno, explotación y dominio de clase, y por el otro, la relación entre el capital y las formas de producción no capitalistas, en donde reinan ?ya sin disimulo? la política colonial, la guerra, la opresión y la rapiña. Y la segunda es funcional y absolutamente necesaria para la primera. «Mientras sólo consideremos, como hace Marx en el libro II del Capital, una sociedad exclusivamente compuesta de capitalista y asalariados, no encontraremos solución. Pero semejante sociedad no existe; sabemos que la producción capitalista no es la única que existe en el mundo. Tanto en el interior de las naciones capitalistas como en los países atrasados existen productores independientes ?artesanos y campesinos? que no son ni asalariados ni capitalistas. Toda la historia del capitalismo se reduce a la historia de las relaciones entre la producción capitalista y el medio no capitalista que la rodea. El capitalismo necesita este medio para colocar en él sus productos, para sacar de él materias primas y para transformar a sus trabajadores en asalariados del capital, en proletarios, en carne de ganancias» (Luxemburgo, 2007:112).
Transcurrido todo el siglo XX, es fácil entonces advertir que varios de los componentes esenciales de la llamada acumulación originaria siguen vigentes de tal manera de conjugar incluso tanto las características de los inicios del capitalismo así como los mecanismos presentes en las áreas periféricas que permitieron el posterior desarrollo de aquel. El desenvolvimiento de la economía de mercado moderna (ya sea de signo conservador, liberal, social-demócrata o populista), nos ha enseñado que la acumulación basada en la predación y la violencia sin disimulo, con sus matices y variaciones, ha ido mucho más allá de sólo un «estado originario» o de sólo «algo exterior». Y esta permanencia en la forma de construir el proceso de intercambio se ha hecho mucho más evidente con la crisis del Estado Benefactor y la emergencia, sin tapujos, de los más arraigados principios del liberalismo. Es así que asistimos a la continuación de varios aunque renovados procesos integrantes de lo que se llamó la acumulación primitiva en tanto el mercado se expande sin cesar por el mundo.
La separación de las poblaciones respecto de sus medios históricos de producción, la aparición del trabajo asalariado y la constante reproducción de los mecanismos de acumulación, son tres de los procesos que reaparecen en forma permanente en los diversos lugares que el capital va colonizando o re-colonizando (es decir re-ocupando los espacios con renovadas formas de economía de mercado, en correlación con la evolución mundial de éste y con el progreso tecnológico) y así son mayoritariamente tratados por la bibliografía actual que rescata el análisis de la acumulación originaria (o primitiva) para el estudio de la sociedad contemporánea: «…acumulación primitiva es una reproducción constante de la acumulación, sea en términos de la renovada separación de las nuevas poblaciones respecto a los medios de producción y subsistencia, sea en términos de la reproducción de las relaciones asalariados dentro de las establecidas relaciones del capital» (Bonefeld, 2001:11).
Son bien conocidas las consecuencias negativas que estos violentos ?en la mayoría de los casos? procesos de separación causaron y siguen causando sobre las personas y comunidades asentadas en la tierras conquistadas (o re-conquistadas) por el capital. Este proceso de apropiación y separación fue y sigue siendo un mecanismo esencial para el desarrollo del capitalismo, por cuanto provee el soporte necesario tanto en fuerza de trabajo como en libertad de usufructo de los recursos espacio-territoriales presentes: «el brutal proceso de separación de la gente respecto a sus medios de auto-provisión, conocido como acumulación primitiva, causó enormes sufrimientos materiales a la gente común. Esta misma acumulación primitiva proveyó las bases para el desarrollo capitalista» (Perelman, 2000: 13).
El hecho de que los procesos constitutivos de la acumulación primitiva no sean considerados sólo la etapa inicial del capitalismo constituye una apreciación cada vez más abundante; y es precisamente en este escrito en donde me propongo comenzar a indagar sobre la presencia de estos mecanismos de separación y usurpación en actividades contemporáneas, tomando el auge actual de la explotación minera como un ejemplo de este proceso. Es que estos mecanismos de separación y usurpación constituyen el corpus central del desarrollo de la sociedad de mercado y de su expansión, aún en las áreas conquistadas previamente por relaciones sociales de tipo capitalista pero que actualmente son reconfiguradas a partir de cambios e innovaciones en el entramado regional y mundial de las relaciones de producción y consumo.
Así, «la acumulación primitiva entonces, no es solo un período a partir del cual emergieron las relaciones sociales capitalistas. Más bien, es el acto histórico constitutivo de las relaciones sociales capitalistas como un todo. Como Marx puntualizó, esta separación ‘determina la concepción del capital’. La separación del trabajo respecto a sus condiciones y la concentración de estas en las manos de ‘no trabajadores’ postula al capital como a una forma pervertida de una práctica social humana en donde el proceso de producción domina al hombre, en lugar de ser controlado por él» (Bonefeld, 2001: 7).
Pero esta separación y apropiación no hubiera podido darse de esta manera sin el proceso de cercamiento de los bienes comunes. Efectivamente, era indispensable para las clases capitalistas nacientes desposeer de sus bienes ?más bien de los bienes «comunes» que usufructuaban, más que poseían? a las clases previas, para que ellas mismas pudieran constituirse como clases propietarias y erigir a la propiedad privada como pilar fundamental e inamovible de la nueva sociedad. Este proceso de «cercamiento» de tierras de usufructo común, largamente tratado en una extensa bibliografía, fue el arranque inicial en las regiones de origen de la sociedad capitalista, la cual debió obviamente refrendar esta expropiación construyendo un nuevo marco de justificaciones y legitimaciones de la nueva situación, es decir, construyendo un marco jurídico y un centro de poder (Estado) capaz de aplicarlo.
«El cercamiento de los bienes comunes fue la técnica mejor conocida de la acumulación primitiva. Los miembros ricos de la alta burguesía demandarían como propiedad privada, tierras que grupos de personas habían compartido previamente. Varios denunciaron esta expropiación. Marx reprodujo como eco este sentimiento, enfatizándolo, `la expropiación de los productores directos fue logrado por medio del más impiadoso barbarismo, y bajo el estímulo del más infame, el más sórdido, la más baja y la más odiosas de las pasiones. Más aún, fue legal en algún sentido. Después de todo, los campesinos no poseían derechos de propiedad en sentido estricto. Ellos solo tenían derechos tradicionales. En la medida que el mercado fue evolucionando, los más bajos de la gentry primero y los burgueses más tarde usaron el Estado para crear una estructura legal con el objetivo de abolir estos derechos tradicionales» (Perelman, 2001: 14)
Pero este proceso de cercamiento, tan característico del capitalismo en sus inicios, es uno de los componentes y procesos anunciados más arriba, que continúan sosteniéndose hasta la actualidad y se manifiestan en diversas formas de acuerdo a las particulares conjunciones de tiempo y espacio; es que «todas las características mencionadas por Marx se mantuvieron muy presentes en la geografía histórica del capitalismo» (Harvey, 2005:10). A estos procesos, más predominantes pero no exclusivos en áreas periféricas del sistema dominante y en buena medida correlacionados en las últimas décadas con el endeudamiento externo,[6] se los viene identificando precisamente como «nuevos cercamientos»: «… el mayor método de los Nuevos Cercamientos es otra vez similar a los Viejos: embargando tierra por deuda.
Precisamente como durante el reinado de los Tudor fueron vendidas porciones de monasterios y tierras comunales a sus acreedores; así también en el África el Asia modernos, los gobiernos acuerdan en capitalizar y racionalizar tierras de cultivo en orden de satisfacer los auditores del Fondo Monetario Internacional quienes solo concederán prestamos bajo esas condiciones. Justo como en el ochocientos, los jefes de los clanes de las tierras altas de Escocia, endeudados con comerciantes locales y banqueros, hicieron la vista gorda ante la táctica de estos de ‘limpiar’ las tierras de hombres y mujeres de sus propios clanes; los jefes locales en África y Asia intercambian los derechos a las tierras comunales por deudas insalvables. El resultado ahora como entonces son los cercamientos: la destrucción tanto interna como externa de los derechos tradicionales de subsistencia. Este es el secreto oculto en el ruido de la crisis de la deuda» (Midnight Notes Collective, 1990:4).
Pero es entonces importante advertir una diferencia sustancial entre los viejos y los nuevos procesos de cercamientos, en cuanto a qué los primeros se constituían conjuntamente con la creación ?y eran el soporte inicial? de la nueva legalidad y legitimación de la sociedad de mercado, mientras que los actuales se construyen a partir de una legalidad ya constituida que no cambia en sus formas sustanciales sino solamente en sus variantes. Así mientras en los primeros cercamientos de lo que se trataba justamente era de fundar la propiedad privada como pilar fundamental de la sociedad, en la actualidad de lo que se trata es de expandir los espacios alcanzados por la propiedad privada o recuperarse en aquellos ámbitos en los cuales había tenido que ceder cierto terreno. Fueron justamente las políticas neoliberales las encargadas explícitas de llevar adelante estos objetivos en el mundo entero, avanzando más en aquellas regiones o países en donde las condiciones socio-políticas así se lo permitieron. De más está decir que Argentina fue uno de los países más adelantados en la implementación de estas recetas neoliberales en la década de los noventa (Galafassi, 2002 y 2004).
«Las formas modernas de la acumulación primitiva se desarrollan en contextos bastante diferentes de aquellos en los cuales se dieron los cercamientos ingleses o el comercio de esclavos. Más aún, para enfatizar el carácter en común, nos permitimos interpretar los nuevos sin olvidarnos de la dura lección de los viejos. Títulos y derechos socio-económicos son en la mayoría de los casos el resultado de batallas pasadas. Las instituciones estatales han desarrollado e intentado acomodar varios de estos derechos y títulos de acuerdo a las prioridades del sistema capitalista. Los títulos y derechos garantizados por el estado de bienestar de posguerra por ejemplo, pueden ser entendidos como la institucionalización en cierta forma de bienes comunes. En conjunto con políticas de alto crecimiento, la implementación del pleno empleo y la institucionalización de acuerdos de productividad, el estado de bienestar constituyó el ajuste necesario ante las exigentes expectativas de la población luego de la segunda posguerra, la revolución rusa y el crecimiento internacional de los movimientos obreros y sindicales. Estos ‘bienes comunes’ creados en el período de posguerra fueron, por lo tanto, el objetivo en tanto modernas formas de cercamiento, del presente proyecto global neoliberal, siendo apodadas por algunos como ‘nuevos cercamientos'» (De Angelis, 2001:19).
Junto al nuevo debate sobre la acumulación originaria, la relación capital-naturaleza (inscripta claro está en el proceso de instrumentalización de la razón) constituye el otro componente clave a la hora de comprender la problemática. La teoría de la segunda contradicción del capitalismo ayuda a entender esta cuestión. Se sostiene en ella que el capital tiende a socavar sus propias bases de sustentación, por cuanto en su lógica de maximización de las ganancias no tiene en cuenta (no puede tener en cuenta, por cuanto aumentaría sus costos) la tasa de reproducción de los recursos (en el caso de recursos renovables) o el ciclo de agotamiento o perjuicio sobre el ambiente (O´Connor, 2001). Es entonces que en esta sociedad industrial y capitalista existe, además de la ya clásica primera contradicción, una segunda que hace referencia explícitamente a la explotación instrumental de la naturaleza. La muy conocida «primera contradicción» se refiere a la explotación capitalista del trabajo, al hecho de que la producción capitalista no es sólo producción de mercancías sino también explotación capitalista del trabajo (y generadora de alienación), que lleva a crisis recurrentes de realización o de «sobreproducción de capital», por la tendencia inherente del capital de aumentar su tasa de explotación sobre el trabajo y la consecuente disminución que provoca esto sobre la demanda de productos.
Este enfoque tradicional de la crisis económica se concentra en las contradicciones inherentes a la valorización del capital, es decir al valor de cambio. De esta manera, los impactos ambientales generados por la producción y reproducción del capital no interesan, salvo en contados casos cuando entra en juego justamente el valor de cambio. Por esto, para analizar las relaciones entre sociedad, naturaleza y desarrollo es necesario considerar una de las tendencias básicas del capital que es la de debilitar y destruir sus propias condiciones de producción. Esto es justamente lo que se intenta resaltar con la teoría de la segunda contradicción. Mientras la primera contradicción del capitalismo es interna del sistema; no tiene nada que ver con las condiciones de producción, la segunda contradicción del capitalismo relacionada directamente con el valor de uso hace referencia al tamaño y contenido en valor de la canasta de consumo y la canasta de capital fijo, los costos de los elementos naturales que intervienen en el capital constante y variable, la renta de la tierra como una deducción del plusvalor, y externalidades negativas de todas clases (por ejemplo los costos de congestionamiento en las ciudades, o de utilización de territorios y recursos contaminados, etc.) (O´Connor, 1988).
La apropiación y el uso económico autodestructivos que ejerce el capital por sobre el espacio y la infraestructura regional y por sobre el medio natural o ambiente constituyen la causa básica de la segunda contradicción. Son nítidamente autodestructivos, porque la tendencia histórica capitalista a resolver la crisis se recuesta siempre sobre los mecanismos regulatorios ejercidos por «fuera del mercado» aumentando así los costos para el conjunto. Los costos para extraer de la naturaleza los recursos necesarios, con las implicancias negativas que conlleva su agotamiento, pasan rápidamente de ser costos privados a «costos sociales».
La primera contradicción le pega al capital desde el lado de la demanda: Los capitales individuales bajan costos con el fin de restablecer o defender los beneficios, el efecto involuntario que se genera es reducir la demanda de mercancías en el mercado (pues desciende el poder adquisitivo del salario, Argentina en la segunda mitad de los noventa es un intachable ejemplo) y, de esta manera descienden las utilidades realizadas. La segunda contradicción golpea desde el lado del costo: Cuando los capitales individuales bajan sus costos ?por ejemplo cuando externalizan costos en las condiciones de producción (la naturaleza, la infraestructura regional y territorial)? con el objetivo también de restablecer o defender los beneficios, se genera, otra vez, un efecto no previsto que consiste en elevar los costos de otros capitales (y, en el caso extremo, del capital en su conjunto), reduciendo nuevamente los beneficios producidos y pasando los costos, por la degradación ambiental y el agotamiento de los recursos al conjunto de la sociedad. Las externalidades negativas (diferentes y variadas formas de contaminación hídrica y aérea, remoción de subsuelos, drástica y amplia transformación del paisaje y territorio, etc.) generadas por la minería a cielo abierto son un ajustado ejemplo de las consecuencias sobre el conjunto social generadas por la segunda contradicción.
Entre la desposesión y el despojo como modo de acumulación
Vemos entonces que proceso de producción /trabajo, razón instrumental, acumulación originaria y cercamientos más el proceso de contradicción capital-naturaleza, constituyen un conjunto de elementos fundamentales para el sostén del entramado complejo en el mecanismo de saqueo y desposesión que muchos «nuevos movimientos sociales» vienen denunciando. Es que el tantas veces anunciado agotamiento de los recursos comienza a vislumbrarse como cada vez más cerca. Entender entonces el proceso de acumulación, basado en la instrumentalización de la razón, como un proceso en donde la «desposesión» ocupa un papel primordial nos permite captar más cabalmente los procesos de extracción-producción-reproducción descriptos, y se proyecta además como una categoría aglutinadora en tanto su propia enunciación refiere al acto del despojo.[7] Entendiendo por despojo al proceso por el cual las renovadas definiciones del capital avanzan por sobre las formas previas de desarrollo regional (sean estas de base capitalistas o no) recolonizando territorios y redefiniendo la explotación de sus recursos,[8] dada la persistencia y continuación de las prácticas depredatorias. Las políticas neoliberales han hecho mucho más evidente todavía este proceso.
Rescatar los procesos de la acumulación originaria implica reafirmar el carácter de proceso por el cual se produce la separación del trabajador de sus medios de producción para generar así las bases antagónicas de la sociedad capitalista. Así, por ejemplo, la ocupación y conquista gradual de las tierras más allá del Río Salado en la colonia, que se continuó con la Conquista al Desierto (asimilando desierto con Patagonia), como «tierras ganadas al indio» se identifica justamente con este proceso originario. Pero lo novedoso de la teorización actual lo constituye el hecho de remarcar que esta condición es considerada como constitutiva del modo de producción dominante, en lugar de ser solamente, o principalmente, la etapa inicial. Central será entonces resaltar el permanente y siempre renovado proceso de creciente mercantilización y cosificación de la sociedad que lleva al proceso de «fetichización de la mercancía», en donde no sólo los productos sino también la fuerza de trabajo y la tierra funcionan como una mercancía. A su vez, pero estrechamente relacionado, la cosificación y mercantilización de la actividad productiva humana como fuerza de trabajo-salario significa que la práctica social humana se enfrente a sus condiciones de existencia como condiciones extrañas, condiciones de explotación, por cuanto ya no le pertenecen; y por tanto se aparecen y existen como condiciones entre cosas. «El hombre es enfrentado por las cosas, el trabajo es enfrentado por sus propias condiciones materializada en su carácter de sujetos ajenos, independientes, autónomos (que no necesita de nadie más), personificaciones, es decir, como propiedad de otro…» (Marx, 1972).
El rescatar los procesos de cercamiento característicos de las etapas clásicas del desarrollo del capitalismo y volver a situarlos en procesos actuales conceptualizándolos como nuevos cercamientos es también un elemento esencial para explicar los rumbos actuales del proceso de acumulación por desposesión y reproducción de la sociedad de mercado. Esto último, sin dudas, constituye un elemento clave a la hora de comprender más profundamente los renovados procesos de construcción de «cotos de caza» de recursos naturales y de revalorización de tierras otrora consideradas más allá de las fronteras de la rentabilidad (como lo hacen las leyes mineras arriba descriptas), que genera en consecuencia un proceso más gradual o más abrupto de degradación espacio-ambiental.
La separación mencionada entre trabajador y medios de producción, asociada a la cosificación y fetichización mercantilista, implica por lo tanto una separación, un extrañamiento cada vez mayor respecto a la naturaleza y a los valores no instrumentales de una comunidad. Es que los hombres comienzan a ser ajenos en su propia tierra; los recursos, la naturaleza y el territorio que todavía funcionaba de alguna manera como un bien común, ya deja también de serlo para convertirse, de hecho, en un nuevo bien expropiado para pasar a ser propiedad privada del capital. Más que numerosos son ya los casos (tanto en América Latina como en el resto del mundo) en los que los permisos de exploración y hasta explotación minera avasallan con las tierras en común de diversas comunidades originarias o sobre áreas de reserva de biodiversidad y hasta incluso sobre Parques Nacionales, generando además graves consecuencias indirectas a partir tanto de la destrucción directa de paisaje y territorio como por la contaminación que se esparce y expande por sobre las regiones aledañas afectando los cursos de agua (de dominio público), tierras fiscales y tierras en áreas de protección ambiental.
Cercamientos implica entonces el despojar a los hombres de su tierra, implica reconocer sólo el derecho del capital sobre la tierra y los recursos, cercando estas porciones de territorio al uso común para transformarlos en productos (mercancías). Será el capital, por lo tanto, el único en apropiarse y aprovecharse, por cuanto tierra y recursos son cada vez más una cosa, una mercancía; y las cosas en una sociedad capitalista se controlan solo a través del mercado, es decir a través del proceso de compra-venta. No está de más recalcar entonces que las tierras de las cuales son despojados o negados a asentarse los pueblos originarios, o las parcelas, fiscales o privadas que son invadidas para sojización, deforestación, exploración y explotación minera o hidrocarburífera, etcétera, o las aguas, aire y tierras que terminan siendo contaminadas por los diversos procesos extractivos-productivos representan claramente ejemplos de la validez actual de los procesos de la llamada acumulación originaria.
Separación y cercamientos son las herramientas puestas en juego en este nuevo movimiento del capital por sobre territorios que sin estar necesariamente afuera de la sociedad de consumo sí lo estaban en muchos casos fuera de los carriles centrales del mercado internacional, es decir que funcionaban en cierto sentido como territorios periféricos, lo que les permitía pasar relativamente inadvertidos frente a los procesos centrales de realización (o capitalización) de la plusvalía y les otorgaba cierto margen de libertad. La redefinición a partir de la imposición del modelo neoliberal de la Argentina como fundamentalmente un país exportador de materias primas, reconvierte a las tierras hasta hace poco consideradas «improductivas» en un nuevo foco de sumo interés para circuitos internacionales de extracción de recursos, incluido el paisaje, que está llevando a una fuerte especulación inmobiliaria sobre las tierras.
La legislación, por ejemplo, en tanto permiso, promoción y legitimación del Estado hacia los emprendimientos privados, es clara respecto al dominio y usufructo del territorio (y el subsuelo) para la exploración y explotación minera. Ya desde el Código de Minería, o la actual ley 24.196 o el Tratado Argentino-Chileno son claros a la hora de delimitar el territorio «cercado», otorgando en concesión absoluta (con expresa prohibición hacia el Estado de intervenir) los recursos espaciales y ambientales, con el solo objetivo de facilitar la tasa incremental de ganancias. La libertad de exploración en cualquier porción del territorio, las facilidades múltiples para la extracción y comercialización, la liberación del recurso agua para su utilización indiscriminada en el procesamiento del mineral, más las facilidades para contaminar ?al permitirse el uso de sustancias altamente tóxicas? son formas no del todo directas, pero sí altamente efectivas de constituir cercamientos al despojar, en beneficio del capital, vastas áreas de territorio y de recursos naturales para su uso depredatorio.
Hasta las prerrogativas clásicas de un Estado-Nación son borradas, creando un supra-territorio independiente de los propios estados que delegan sus responsabilidades en pos de la «libertad de extracción y comercio»,[9] dado que, entre otras cosas, la utilidad social o pública de los recursos naturales comunes explotados no entra en juego en ningún momento, siendo de exclusiva decisión de las empresas mineras el destino dado a los metales obtenidos. Se trata claramente de un renovado diseño de cercamiento espacial (indirecto en ciertos aspectos) que desconoce los derechos de sus antiguos ocupantes, socava las bases del desarrollo territorial existente y otorga permisos y facilidades de usufructo a una actividad económica depredatoria y predominantemente concentrada en grandes capitales.
La naturaleza, de la cual el hombre es parte por su origen, se viene transformando cada vez más en un ente ajeno y dejan de ser un medio de producción y de vida en estrecha relación con el habitante-trabajador; siempre además tratada como un simple insumo, como materia prima del proceso de valorización de capital, y como un simple repositorio también de sus desperdicios y sobras. Es el proceso de maximización de ganancias lo que determina el particular papel a cumplir por cada porción de naturaleza, pero un papel contradictorio pues a la vez que constituye un elemento esencial para el inicio del proceso, se constituye también en un limitante importante, debido al inevitable socavamiento que el capital ejerce sobre sus propias bases de sustentación al no poder tener en cuenta la tasa de reproducción de los recursos o el ciclo de agotamiento o perjuicio sobre el ambiente. Esto termina generando impactos, en muchos casos irreversibles, cuyos costos los paga la sociedad en su conjunto, y a veces también el propio capital. Las actividades extractivas en general poseen la particularidad, al ser actividades de corto o mediano plazo, de generar fuertes impactos nocivos sin que el capital que lleva adelante la extracción se vea perjudicado directamente por los mismos, ya que una vez terminada la apropiación se retira a nuevos espacios a reiniciar el ciclo.
Todas las consecuencias negativas repercuten entonces en las sociedades locales y en el ambiente regional. Esto facilita el uso de procesos intensos de extracción en pos de la maximización de las ganancias, y genera el fuerte carácter de saqueo y depredación del cual es acusado por las distintas organizaciones y movimientos sociales regionales. Es así que las actividades extractivas constituyen una actividad en la cual no está presente ninguna consideración hacia la ecuación «tecnología de bajo impacto / preservación de la explotación en el tiempo» (fórmula presente en las tácticas empresariales de desarrollo sustentable), por cuanto esto implicaría aumentar los costos y disminuir las ganancias.
Y no nos olvidemos que, bajo la lógica dominante, lo primero a ser sustentable debe ser la tasa de ganancia. Por lo tanto, no es posible ninguna clase de desarrollo real y profundamente sustentable si antes no se cambia radicalmente la lógica instrumental que sostiene a toda la sociedad de mercado, porque mercado capitalista es sinónimo irremediablemente de predación y despojo.
Notas:
[1] Ya en la década del 70, G. Dorffles (1972) hablaba de los espacios sociales como un ambiente artificial, de los objetos artificiales y de una naturaleza artificializada como el ámbito que envolvía la vida urbana, llegando incluso a definir aquel momento como un período de anti-naturalidad.
[2] Vale aclarar que este proceso de crecimiento y desarrollo basado en la desposesión, el saqueo y el pillaje no es privativo del capitalismo, aunque el ritmo y la eficiencia del actual proceso de predación es inhallable en cualquier ejemplo del pasado. De diversas formas y expresiones, se lo registra en reiteradas oportunidades en la historia de occidente. Vale citar solo algunos ejemplos, la conquista sucesiva de circulos concéntricos como nuevas zonas de pillaje en el período de la decadencia romana (cfr. Chaunu, Piere: Historia y decadencia, Madrid, Granica, 1991); o la llamada «revolución industrial en la baja edad media», asentada, entre otras cosas, en otro proceso de pillaje colonial motorizado por las Cruzadas (cfr, Gimpel, Jean: La revolución industrial en la Edad Media. Madrid, Taurus,1982; Gaudin, Thierry: Les metamorphoses du futur. Paris, Económica, 1988); o las llamadas crisis de subrproducción que terminan agotando los recursos naturales, características de economías con alta predominancia del sector agrícola.
[3] Importante aquí refrescar algunos datos. El 25% del crudo comercializado a nivel internacional en 2005 era comprado por EEUU, quien sólo representaba el 9% de la producción mundial de petróleo. La Unión Europea importa el 80% del petróleo que consume y Japón compra al exterior casi el 100%. Entre las tres potencias producen sólo el 12% del total a nivel mundial, aunque en su consumo se va el 50% del producido a nivel mundial e importan el 62% del comercio internacional (cfr., Beinstein, Jorge: «Estados Unidos en el centro de la crisis mundial», en, Enfoques Alternativos, nº 27, Buenos Aires, noviembre de 2004). Más concretamente, vale lo dicho por el ahora presidente saliente de los EEUU: «…America is now more dependent on foreign oil than a time in its history. In 1973, the country imported 36 percent of its oil needs. Today, the U.S. imports 56 percent of its crude oil (…) The U.S. bill for foreign oil has more than doubled from last year…» (Bush, G.W.: On The Issues Energy , 4president.org, http://www.4president.org/issues/bush2000/bush2000energy.htm 2000)
[4] Cfr. Villegas Quiroga, Carlos: «Rebelión popular y los derechos de propiedad de los hidrocarburos», en OSAL nº12, pp. 27-34, 2003; Escobar de Pavón, Silvia: «Ajuste y liberalización, las causas del conflicto social», en OSAL nº 12, pp. 47-56, 2004; Lander, Edgardo: «Venezuela: proceso de cambio, referéndum revocatorio y amenazas territoriales», en OSAL, nº 13, pp. 57-66, 2004.
[5] Kruse, Thomas: «La guerra del agua en Cochabamba, Bolivia: terrenos complejos, convergencias nuevas»; en, Enrique de la Garza Toledo (comp.), Sindicatos y nuevos movimientos sociales en América Latina, Buenos Aires, CLACSO, 2005.
[6] Cfr. Riker, 1990; Federici, 1990; Levidow, 1990.
[7] Precisamente David Harvey sostiene: «Una reevaluación general del papel continuo y persistente de las prácticas depredadoras de la acumulación primitiva u originaria a lo largo de la geografía histórica del capitalismo está, por tanto, más que justificada, como varios comentaristas han señalado últimamente. Puesto que parece desacertado referirse a un proceso vigente como ‘primitivo’ u ‘original’, en lo que sigue se sustituirán estos términos por el concepto de ‘acumulación mediante desposesión'».
[8] Vale aclarar que este proceso de avance y reemplazo no es tampoco ninguna novedad del siglo XXI, Rosa Luxemburgo (2007) por ejemplo se refería ya a la lucha del capitalismo contra la economía natural primero y la mercantil después en términos bien parecidos.
[9] Inserto en el mismo contexto de políticas orientadas a la exportación de materias primas se encuentra el caso de la soja, en el cual varios autores también se vienen refiriendo a realidades territoriales supra-nacionales (cfr, Kneen, 2002; Rulli et al, 2008). Para ser más precisos, la multinacional biotecnológica Syngenta publicitaba sus servicios con el explícito slogan de «República Unida de la Soja» acompañado con un mapa de esta «nueva república» que abarcaba las superficies cultivadas con dicho vegetal de Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Bolivia ( mapa disponible en: http://www.agropecuaria.org/analisis/RepublicaSoja.jpg )
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* Antropólogo, licenciado en Ecología, investigador del Conicet, docente de la Universidad Nacional de Quilmes y de la Universidad de Buenos Aires. Entre sus numerosos trabajos y colaboraciones: La Pampeanización del Delta, Buenos Aires, Ediciones Extramuros, 2005; Sociedad y Desarrollo (en coautoría), Buenos Aires, Extramuros, Nordan, Theomai, 2005; Director de la Revista Theomai, colaborador de Herramienta.
Fuente: Revista Herramienta Nº 42, octubre de 2009.